La posición del analista, tal como se fue desplegando a lo largo de la enseñanza de Lacan, derivó durante el dictado del seminario El Envés del psicoanálisis, en la formalización de los cuatro discursos, en la cual el Discurso del Analista encontró su lugar.
El deseo del analista es un concepto solidario con lo que Lacan denominó “ética psicoanalítica” y, por lo tanto, con la responsabilidad del analista en la dirección de la cura. Posición del analista, ética y política del psicoanálisis son conceptos confluyentes en el Deseo del Analista y congruentes con el Discurso del Analista.
Por esta razón parece pertinente poner a trabajar la siguiente pregunta ¿por qué la posición del analista se sostiene en el deseo del analista como una ética y una política?
De alguna manera Freud descubrió que el efecto del “amor de transferencia” consiste en poner en acto la diferencia entre la posición analista y la posición analizante. Lacan destaca y nomina la “posición del analista” en relación a la praxis del discurso.
Una posición es un lugar simbólico y la relevancia del lugar del analista radica en que escribe la diferencia entre significante y objeto a, entre goce y deseo, entre el universal fálico y el no-toda de la verdad.
Para Lacan la ética del psicoanálisis está ligada al deseo, por ello nos interesan algunas de las definiciones que da sobre el deseo, tales como: el deseo es la metonimia de la falta en ser en la que se sostiene, y el deseo es el deseo del Otro. Por un lado vemos cómo el deseo se sostiene en una falta en ser, lo cual nos interesa a propósito de que la posición del analista se sostiene en el deseo del analista, y por otro, la inscripción del significante del deseo del Otro o del Otro barrado, libera al deseo de sus anclajes fantasmáticos, tránsito implícito para la posición del analista, o sea, para aquél que la ocupe cada vez en tanto semblante del objeto de goce del analizante.
Dado que el deseo es deseo del Otro, no hay “mi deseo” sino que el deseo es su interpretación, para Lacan, de ahí el valor que adquiere en relación al Discurso del Analista en tanto ética y en tanto política.
En el Seminario 11 (Problemas cruciales del psicoanálisis) Lacan afirmó que la responsabilidad del analista en la dirección de la cura es introducir al sujeto en el orden del deseo, pero a la vez es responsable de que el sujeto en análisis no ceda ante su deseo, única culpa admitida como cobardía, dice Lacan, luego el analista es responsable de liberarse de toda moral o suposición del bien que no sea “no ceder ante su deseo de analizar” y soportar la caída de los ideales y del Sujeto supuesto Saber a la cual la dirección de la cura lo conduce.
Situamos, entonces, la diferencia entre el sujeto de deseo por el lado del analizante que encontrará el final de análisis como acto de concluir, y el deseo del analista el cuál sólo se verifica por sus manifestaciones: el silencio, el corte, el entusiasmo –que no es pasión de saber o curar pues ello equivaldría a ignorar como pasión del ser-, y la interpretación.
Cuando en el Seminario 11 Lacan coloca al deseo como objeto y de ninguna manera como subjetividad, vuelve sobre el concepto de “deseo del Otro”, en tanto el deseo es lo que tiene por objeto que el Otro se encuentre en posición deseante; vacía el deseo del sujeto analista y ubica al deseo del analista como causa del deseo del Otro, del lado analizante.
La castración y la neutralidad del lado del analista, se constituyen en causa y soporte del atravesamiento de la castración simbólica del lado del analizante. Esto significa que del lado analizante, se recorrerá más de una vez, los significantes e identificaciones con el Otro primordial particular del analizante, ya que este Otro no es generalizable, hasta pasar más de una vez por los recorridos de inscripción lógica del “no hay relación sexual”. El sujeto en análisis hará el duelo por el objeto a que ha sido para el Otro, soportando la incertidumbre respecto de la pregunta ¿me puede perder? con la pérdida misma.
La operación de vaciamiento así planteada para cada una de las curas, tendrá como agente a aquél que pueda dejar abierta la hiancia del deseo del Otro y no actuar ni como sujeto dividido ni como amo. Esta es otra de las aproximaciones posibles a la posición del analista.
Lacan también dice que el analista está en el mismo nivel del síntoma, es decir del modo de gozar de lo inconsciente. También ha dicho que la mujer es el síntoma del hombre. Vemos como ocupa el lugar del objeto para operar en la cura, o sea, por un deseo decidido de operar con lo real que se atraviesa.
En Televisión, ha dicho que el Deseo del Analista es un deseo decidido, fórmula que de manera diferencial se yuxtapone con las modalidades del deseo neurótico: insatisfecho, postergado y prevenido.
Lacan recurre a la nescencia, a la no ciencia o docta ignorancia para caracterizar a esta posición. El analista ocupa la posición si posee un saber hacer a fingir no saber y saber que no sabe. La docta ignorancia justamente diferencia entre la pretensión de saber lo que hace y saber hacer la ironía socrática de simular no-saber.
Pirrón, fundador del escepticismo, instala la posición de afirmación (apofántica) del no-saber. Este no-saber le dice no a dos afirmaciones: el saber todo y el todo saber. Este no implica una pérdida y la eficacia de una imposibilidad. Lacan dirá que el analista finge olvidar saber que está en la posición de causa del deseo, es decir, que es causa de que el análisis continúe hasta la caída del Sujeto supuesto Saber. La ironía de este olvido es que no puede olvidar lo que finge olvidar. Este olvido no es del orden de la represión, ni de la desmentida, sino de una decisión ética respecto de la dirección de la cura -la cual no involucra una teoría de la técnica sino a un saber hacer allí con lo real- y de haber pasado por la experiencia del análisis hasta la escritura de la pérdida de su propio analista como causa.
En la Proposición del 9 de octubre Lacan define a la posición del analista por el duelo por el cual la pérdida se vuelva causa. Esta pérdida subsume la contingencia del objeto y la posibilidad de su sustitución.
Así se articula el fingir olvidar con el final del análisis del analista, que ahora puede ocupar la posición de analista, reverso de su posición analizante, pero también con esta suerte de supuesto sujeto y saber supuesto que ha de sostener como ficción para ofertar vacío el deseo del analista en las direcciones de cura que encause, y para dejar que se devele en tanto vacío el objeto causa que semblantea. El duelo termina contorneando que el valor de verdad y de goce del objeto es nulo, es cero.
El duelo que se elabora en la repetición, es un duelo que transita los registros real, imaginario y simbólico. El duelo ha sido al inscribir la castración simbólica o del Otro, por lo cual decimos duelo en lo simbólico.
Lacan irá transitando y correlacionando las diferencias entre la ignorancia como pasión del yo de desconocimiento y de reconocimiento o demanda de amor de la entrada en análisis, el no-saber fruto de la revelación de la ignorancia para el sujeto en análisis, y la docta ignorancia. El concepto de docta ignorancia lo rescata de Nicolás de Cusa, 1410-1464, quien destaca que el saber es incompleto e imposible, es decir bordea lo infinito pues siempre un resto de no-saber caerá de él y actuará como el motor de la curiosidad del hombre; curiosidad a la cual le quita el sesgo pecaminoso y le atribuye la agencia de la investigación por el deseo de saber.
En la docta ignorancia el análisis encuentra su medida, dice Lacan, en variantes de la cura tipo. Por lo cual cabe preguntarnos ¿de qué medida se trata? Para Lacan esa medida tiene que ver con que un analista se produce en un análisis, y éste se medirá como tal si puede recibir la falta que caerá de su lado cuando caiga el SsS; esta caída equivale al descompletamiento del Otro.
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