La melancolía se presenta en
múltiples formas clínicas cuya síntesis en una unidad no está certificada y
algunas sugieren afecciones más somáticas que psicógenas.
El duelo es la reacción frente a
la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como
la patria, la libertad, un ideal, etc. A raíz de idénticas influencias, en
muchas personas se observa, en lugar de duelo, melancolía.
La melancolía se singulariza en
lo anímico por un sentimiento doloroso, una cancelación del interés por el
mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda
productividad y una rebaja en el sentimiento de sí exteriorizado en
autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta el castigo.
En el duelo falta la perturbación
del sentimiento de sí. La inhibición y el achicamiento del yo expresan una
entrega incondicional al duelo que nada deja para otros propósitos.
En el duelo, el objeto amado ya
no existe más, y de él emana la indicación de quitar toda libido de sus enlaces
con ese objeto. A ello se opone una comprensible resistencia. El hombre no
abandona una posición libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma. Esa repulsa
puede alcanzar tal intensidad que produzca un extrañamiento de la realidad y una
retención del objeto por vía de una psicosis alucinatoria de deseo. Lo normal
es que prevalezca el sometimiento a la realidad. Se ejecuta pieza por pieza con
un gran gasto de tiempo y de energía de investidura y entretanto la existencia
del objeto perdido continúa en lo psíquico. Los recuerdos y expectativas en que
la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se efectúa
el abandono de la libido Una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve
otra vez libre y desinhibido.
En la melancolía el objeto tal
vez no está realmente muerto, pero se perdió como objeto de amor (ej. una novia
abandonada). Y en otros casos no sabemos con precisión lo que se perdió. También,
el melancólico puede saber a quién perdió, pero no lo que perdió en él, lo que
refiere a una pérdida de objeto sustraída de la conciencia, a diferencia del
duelo, en el cual no hay nada inconciente en lo que corresponde a la pérdida.
En el duelo, la inhibición y
falta de interés se esclarece por el trabajo del duelo que absorbe al yo.
En la melancolía la pérdida
desconocida hace un trabajo interior semejante y será la responsable de la
inhibición.
El melancólico muestra una rebaja
en su sentimiento yoico (que falta en el duelo), un enorme empobrecimiento del
yo.
En el duelo, el mundo se ha hecho
pobre y vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo. Se humilla ante
todos los demás , extiende su autocrítica al pasado. El cuadro de este delirio
de insignificancia moral se completa con el insomnio, el rechazo del alimento y
un desfallecimiento de la pulsión de aferrarse a la vida, franqueza en el
desnudamiento de sí mismo.
El melancólico ha sufrido una
pérdida en el objeto; pero de sus declaraciones surge una pérdida en su yo.
El cuadro nosológico de la
melancolía destaca el desagrado moral con el propio yo por encima del deterioro
físico, fealdad, debilidad, inferioridad social. El empobrecimiento ocupa un lugar
privilegiado entre sus temores.
Las querellas mas fuertes a las
que el paciente se dirige se adecuan poco a él y muchas veces se ajustan a otra
persona a quien el enfermo ama, ha amado a amaría. Al indagar, corroborará esta
conjetura. La clave del cuadro clínico se obtiene comprendiendo los autorreproches
como reproches contra un objeto de amor, que desde este han rebotado sobre el
yo propio.
Sus quejas son realmente
querellas. Ellos no se avergüenzan ni se ocultan, todo eso rebajante que dicen
de sí mismos en el fondo lo dicen de otro. Son martirizadores y se muestran como
injuriados y como objetos de una gran injusticia. Las reacciones de su conducta
provienen de la constelación anímica de la revuelta, que después fueron
trasportadas a la pena melancólica.
Hubo una elección de objeto y una
ligadura de la libido a una persona determinada; por obra de una ofensa real o
un desengaño de parte de la persona amada hubo un sacudimiento de ese vínculo
de objeto. El resultado no fue el normal, un quite de la libido de ese objeto y
su desplazamiento a uno nuevo, sino otro distinto que requiere varias
condiciones. La investidura de objeto resultó poco resistente y fue cancelada,
pero la libido libre no se desplazó a otro objeto sino que se retiró sobre el
yo, que sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto
resignado. La sombra del objeto cayó sobre el yo, quien pudo ser juzgado como
un objeto, como el objeto abandonado. De esa manera, la pérdida del objeto tuvo
que mudarse en una pérdida del yo y el conflicto entre el yo y la persona amada,
en una bipartición entre el yo crítico y el yo alterado por identificación.
Tiene que haber existido una fuerte
fijación en el objeto de amor y en
contradicción a ello, una escasa resistencia de la investidura de objeto. La
identificación narcisista con el objeto se convierte en el sustituto de la
investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo de amor no deba
resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. Un sustituto así del
amor de objeto por identificación es un mecanismo importante para las
afecciones narcisistas.
La melancolía toma prestados una
parte de sus caracteres al duelo y la otra parte a la regresión desde la
elección narcisista de objeto hasta el narcisismo. Es reacción frente a la
pérdida real del objeto de amor, pero además lo convierte, toda vez que se
presenta, en un duelo patológico.
La pérdida del objeto de amor es
una ocasión para que salga a la luz la ambivalencia de los vínculos de amor. Y
por eso, cuando preexiste la disposición a la neurosis obsesiva, el conflicto
de ambivalencia presta al duelo una conformación patológica y lo impone a exteriorizarse
en la forma de unos autorreproches, Las ocasiones de la melancolía se extienden
del acontecimiento de la pérdida por muerte y abarcan todas las situaciones de agravio,
de menosprecio y de desengaño en virtud de las cuales puede infiltrarse en el
vínculo una oposición entre amor y odio o reforzarse una ambivalencia
preexistente.
En la melancolía. Si el amor por
el objeto se refugia en la identificación narcisista, el odio se ensaña con ese
objeto sustitutivo insultándolo, denigrándolo, haciéndolo sufrir y ganando en
este sufrimiento una satisfacción sádica. Ese automartirio de la melancolía gozoso importa, en un todo como el
fenómeno paralelo de la neurosis obsesiva, la satisfacción de tendencias
sádicas y de tendencias al odio que recaen sobre un objeto y por la vía
indicada han experimentado una vuelta hacia la persona propia.
En ambas afecciones los enfermos suelen
lograr, por el rodeo de la autopunición, desquitarse de los objetos originarios
y martirizar a sus amores por intermedio de su condición de enfermos.
La investidura de amor del
melancólico en relación con su objeto ha experimentado un destino doble; en una
parte ha regresado a la identificación, pero en otra parte, bajo la influencia
del conflicto de ambivalencia, fue trasladada hacia atrás, hacia la etapa del
sadismo más próxima a ese conflicto. Sólo este sadismo nos revela el enigma de
la inclinación al suicidio.
Se ha individualizado como el
estado primordial del que parte la vida pulsional un amor tan enorme del yo por
sí mismo, y en la angustia que sobreviene a consecuencia de una amenaza a la
vida vemos liberarse un monto tan gigantesco de libido narcisista, que no
entendemos que ese yo pueda avenirse a su autodestrucción.
El análisis de la melancolía enseña
que el yo sólo puede darse muerte si en virtud del retroceso de la investidura
de objeto puede tratarse a sí mismo como un objeto, si le es permitido dirigir
contra sí mismo esa hostilidad que recae sobre un objeto y remplaza la reacción
originaria del yo hacía objetos del mundo exterior. Así, en la regresión desde
la elección narcisista de objeto (cancelado) probó ser más poderoso que el yo
mismo. En el enamoramiento extremo y el suicidio el yo es sojuzgado por el
objeto .
El complejo
melancólico se comporta como una herida abierta, atrae hacia sí desde todas partes
energías de investidura (en las neurosis de trasferencia son las «contra investiduras » ) y vacía al yo
hasta el empobrecimiento total.
Tiene la tendencia a volverse del
revés en la manía que presenta los síntomas opuestos. La manía no tiene un
contenido diverso de la melancolía y ambas afecciones luchan con el mismo
«complejo», al que el yo probablemente expira en la melancolía, mientras que en
la manía lo ha dominado o lo ha hecho a un lado. En todos los estados de
alegría que ofrecen el paradigma normal de la manía, puede reconocerse idéntica
unión de condiciones económicas. En ellos entra en juego un influjo externo por
el cual un gasto psíquico grande, mantenido por largo tiempo, se vuelve superfluo
(excesivo) y que queda disponible para
múltiples aplicaciones y posibilidades de descarga.
En la manía el yo tiene que haber
vencido a la pérdida del objeto (o al duelo por la pérdida o al objeto mismo) y
queda disponible todo el monto de contrainvestidura que el sufrimiento dolido
de la melancolía había atraído sobre sí desde el yo y había ligado. Cuando
parte a la búsqueda de nuevas investiduras de objeto, el maníaco demuestra su
emancipación del objeto que le hacía penar.
En el trabajo del
duelo, desde lo tópico, para cada uno de los recuerdos y de las situaciones de
expectativa que muestran a la libido anudada con el objeto perdido, la realidad
le dice que el objeto ya no existe más y el yo se deja llevar por la suma de
satisfacciones narcisistas que le da el estar con vida y desata su ligazón con
el objeto aniquilado. Se cumple tan lentamente que al terminar el trabajo
también se disipa el gasto que requería.
La « representación (cosa)
inconciente del objeto es abandonada por la libido». Esta representación se
apoya en representaciones singulares (sus huellas inconcientes) y la ejecución
de ese quite de libido no es un proceso lento que avanza poco a poco. Sí el
objeto no tiene para el yo una importancia tan grande no es apto para causarle
un duelo o una melancolía. La ejecución pieza por pieza del alejamiento de la
libido es atribuible a la melancolía de igual modo que al duelo.
Pero la melancolía contiene algo
más que el duelo normal. La relación con el objeto no es en ella simple; la complica
el conflicto de ambivalencia. Esta es inherente a todo vínculo de amor de este
yo o nace de las vivencias que conllevan la amenaza de la pérdida del objeto.
Por eso la melancolía puede surgir en una gama más vasta de ocasiones que el
duelo que es desencadenado por la pérdida real, la muerte del objeto. En la
melancolía se trama una multitud de batallas parciales por el objeto; se
enfrentan el odio y el amor, el odio pugna por desatar la libido del objeto y
el amor por salvar del asalto esa posición libidinal. Estas batallas se dan en
el Icc, el reino de las huellas mnémicas de cosa (a diferencia de las
investiduras de palabra). Ahí mismo se efectúan los intentos de desatadura en
el duelo. Este camino está bloqueado para el trabajo melancólico.
La ambivalencia constitucional pertenece
en sí y por sí a lo reprimido, mientras que las vivencias traumáticas con el
objeto pueden haber activado otro [material] reprimido. De estas batallas de
ambivalencia, todo se sustrae de la conciencia hasta que sobreviene el desenlace
de la melancolía, en que la investidura libidinal amenazada abandona finalmente
al objeto, pero sólo para retirarse al lugar del yo del cual había partido. De
este modo el amor se sustrae de la cancelación por su huida al interior del yo.
Tras esta regresión de la libido, el proceso puede devenir conciente y se
representa ante la conciencia como un conflicto entre una parte del yo y la
instancia crítica. La conciencia experimenta que el
yo se menosprecia y se enfurece contra sí mismo.
De las tres premisas de la
melancolía: pérdida del objeto, ambivalencia y regresión de la libido al yo, a
las dos primeras las reencontramos en los reproches obsesivos tras
acontecimientos de muerte. Ahí es la ambivalencia el resorte del conflicto y expirado
este, no resta nada parecido al triunfo de una complexión maníaca. El tercer
factor es el único eficaz. La acumulación de investidura antes ligada que se
libera al término del trabajo melancólico y posibilita la manía tiene que estar
en conexión con la regresión de la libido al narcisismo. El conflicto en el
interior del yo, que la melancolía recibe a canje de la lucha por el objeto,
tiene que operar a modo de una herida dolorosa que exige una contrainvestidura
grande en extremo.
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