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Lacan, J. - Los dos narcisismos




El descubrimiento freudiano se funda sobre la aprehensión fundamental de que los síntomas del neurótico revelan una forma desviada de satisfacción sexual. Freud demostró la función sexual de los síntomas en los neuróticos de modo muy concreto, a través de una serie de equivalencias, siendo la última de ellas una sanción terapéutica.
El problema que se le plantea a Freud en esta época es la de la estructura de la psicosis. ¿Cómo elaborar la estructura de la psicosis en el interior del marco de la teoría general de la libido? EN consecuencia, Freud intenta establecer en ese momento la relación que puede existir entre las pulsiones sexuales, alas que otorgó tanta importancia pues estaban ocultas y su análisis las revelaba, y las pulsiones del yo que no había colocado hasta entonces en primer plano.

Freud afirma que puede suponerse, en un estadio primitivo, anterior al que la investigación psicoanalítica nos permite acceder, la existencia de un estado de narcisismo en el que resulta imposible discernir entre las dos tendencias fundamentales: la Sexualibido y las Ich-Triebe. En esta etapa, ambas están inextricablemente mezcladas, confundidas y no son diferentes para nuestro grosero análisis. No obstante, Freud explica por qué intenta mantener la distinción.

En primer lugar, está la experiencia de las neurosis. Después, el hecho de que la distinción entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales sólo en imputable quizás a que las pulsiones son para nuestra teoría el punto último de referencia.
Freud adosa su teoría de la libido a lo que le indica la biología de su tiempo. La teoría de los instintos no puede dejar de tener en cuenta una bipartición fundamental entre las finalidades de preservación del individuo y las de continuidad de la especie.

En la segunda parte, Lacan introduce un complemente en el esquema que presento en el cursillo sobre la tópica de lo imaginario.
Les indiqué que este modelo está en la línea misma de los deseos de Freud. Freud explica en varios sitios que las instancias psíquicas fundamentales deben concebirse en su mayor parte, como representantes de lo que sucede en un aparato fotográfico: es decir, como las imágenes, virtuales o reales, producidas por su funcionamiento. El aparato orgánico representa el mecanismo del aparato, y lo que aprehendemos son imágenes. Sus funciones no son homogéneas, ya que una imagen real y una imagen virtual son diferentes. Las instancias deben pues interpretarse mediante un esquema óptico. Concepción que Freud indicó muchas veces, pero que nunca llegó a materializar.
El espejo cóncavo gracias al cual se produce el fenómeno del ramillete invertido; aquí, por comodidad, lo he transformado en florero invertido. EL florero está en la caja y el ramillete encima.

El florero será producido por le juego de reflexión de los rayos por una imagen real, no virtual, que el ojo puede enfocar. Si el ojo se acomoda a nivel de las flores que hemos dispuesto, será la imagen real del florero rodeando el ramillete, confiriéndole estilo y unidad; reflejo de la unidad del cuerpo.

Para que la imagen tenga cierta consistencia, es necesario que sea verdaderamente una imagen. A cada punto del objeto le corresponde un punto de la imagen, y todos los rayos provenientes de un punto deben cruzarse en un punto único en algún lado.
Se trata de la relación entre la constitución de la realidad y la forma del cuerpo, que de un modo más o menos apropiado ha sido llamado ontológico.
Ese ojo hipotético del que les he hablado, pongámoslo en algún sitio entre el espejo cóncavo y el objeto. Para que este ojo tenga exactamente la ilusión del florero invertido, es decir, para que lobea en óptimas condiciones, como si estuviera en el fondo de la sala, hace falta y basta una sola cosa: que hubiera más o menos en la mitad de la sala un espejo plano.

En otros términos, si colocamos en la mitad de la sala un espejo, al adosarme al espejo cóncavo veré la imagen del florero tan nítidamente como si estuviese en el fondo de la sala, aunque no lo vea directamente. ¿Qué veré ne el espejo? Primero, mi cara propia, allí donde no está. En segundo lugar, en un punto simétrico al punto donde está la imagen real, veré aparecer esa imagen real como imagen virtual.
Este pequeño esquema no es más que una elaboración muy simple del o que desde hace años intento explicarles con el estadio del espejo.

Existen dos narcisismos. En efecto, existe en primer lugar un narcisismo en relación a la imagen corporal. Esta imagen es idéntica para el conjunto de los mecanismos del sujeto y confiere su forma a su mundo circundante, en tanto es hombre. Ella hace la unidad del sujeto, la vemos proyectarse de mil maneras, hasta en lo que podemos llamar la fuente imaginaria del simbolismo, que es aquello a través del o cual el simbolismo se enlaza con el sentimiento que el ser humano tiene de su propio cuerpo.

Este primer narcisismo se sitúa a nivel de la imagen real de mi esquema, en tanto esta imagen permite organizar el conjunto de la realidad en cierto número de marcos preformados. En el hombre, la reflexión en el espejo manifiesta una posibilidad noética original, e introduce un segundo narcisismo. Su pattern fundamental es de inmediato la relación con el otro. El otro tiene para el hombre un valor cautivador, dada la anticipación que representa la imagen unitaria tal como ella es percibida en el espejo, o bien en la realidad toda del semejante.
El otro, el alter ego, se confunde en mayor o menor grado, según las etapas de la vida, con el Ich-Ideal, ese ideal del yo constantemente invocado en el artículo de Freud. La identificación narcisista la del segundo narcisismo es la identificación al otro que, en el caso normal, permite al hombre situar con precisión su relación imaginaria y libidinal con el mundo en general. Esto es lo que le permite ver en su lugar, y estructurar su ser en función de ese lugar y de su mundo. El sujeto ve su ser en una reflexión en relación al otro, es decir en relación al Ich-Ideal.

Es preciso diferenciar las funciones del yo – por una parte desempeñan para el hombre un papel fundamental en la estructuración de la realidad – por otra, debe pasar en el hombre por esa alienación fundamental que constituye la imagen reflejada de sí mismo que es el Ur-Ich; forma originaria tanta del Ich-Ideal como de la relación con el otro.
Ya les había dado un primer elemento del esquema, hoy les proporciono otro: la relación reflexiva con el otro.

Fuente: Facultad de Psicologia UNR

Lacan, J. - Ideal del Yo y Yo-Ideal



Freud destaca que resulta casi indiferente que una elaboración de la libido se produzca sobre objeto reales u objetos imaginarios. La diferencia sólo aparece más tarde, cuando la orientación de la libido se efectúa sobre objetos irreales. Estos conduce a la construcción de un dique (Stauung), a embalsar la libido, lo cual nos introduce al carácter imaginario del ego, puesto que se trata de su libido.

Freud se plantea el problema de saber por qué el hombre sale del narcisismo. ¿Por qué el hombre está insatisfecho? Llega a distinguir dos tipos de elección, que podemos traducir como anaclítica y narcisística, y estudia su génesis. Escribe esta frase: “el individuo tiene dos objetos sexuales primitivos: él mismo y la mujer que se ocupa de él”. El mismo, o sea, su imagen. Está bien claro.

Comprueba que las primeras satisfacciones sexuales autoeróticas cumplen una función en la conservación de sí. Después, comprueba quelas pulsiones sexuales se aplican primero a la satisfacción de las pulsiones del yo y que sólo más tarde se hacen autónomas. Así, el niño ama primero al objeto que satisface sus pulsiones del yo, es decir, a la persona que se ocupa de él. Por último, Freud define el tipo narcisístico de elección objetal, patente sobre todo, dice, en quienes el desarrollo libidinal estuvo perturbado. Es decir, en los neuróticos. Estos dos tipos fundamentales corresponden a los dos tipos fundamentales, masculino y femenino. Los dos tipos: narcisístico y Anlehnung (apoyo).
Existe ante todo, en el campo de la fijación amorosa, de la Verliebtheit, el tipo narcisístico. Está fijado pues se ama primero, lo que uno mismo es, vale decir, como Freud lo precisa entre paréntesis, uno mismo; segundo, por lo que uno ha sido; tercero, lo que uno quisiera ser; y cuarto, la persona que fue una parte del propio. Es el Narzissmustypus.
El Anlehnungstypus no es menos imaginario, pues está fundado también en una inversión de identificación. El sujeto se ubica entonces en una situación primitiva. Ama a la mujer que alimenta y al hombre que protege.
Su majestad el niño. El niño es lo que sus padres lo hacen en la medida en que le proyectan el ideal.

¿En qué se convierte la libido del yo en el adulto normal? Hemos dicho que la represión parte del yo, con sus exigencias éticas y culturales. Las mismas impresiones que le sucedieron a un individuo serán rechazados con indignación por otra persona, o incluso ahogados antes de volverse concientes. La formación de un ideal sería, por parte del yo, la condición de la represión. A este yo ideal se consagra el amor ególatra de que en la niñez era objeto el yo verdadero. No es el yo verdadero, es el yo real.
Prosigue el texto: el narcisismo aparece desplazado sobre este nuevo yo ideal adornado, como el infantil, con todas las perfecciones. Como siempre en el terreno de la libido, el hombre se demuestra aquí, una vez más, incapaz de renunciar a una satisfacción ya gozada alguna vez. – Freud emplea aquí por primera vez el término yo ideal en la frase –. A este yo ideal se consagra el amor ególatra de que en la niñez era objeto el yo verdadero… Pero enseguida dice: No quiere renunciar a la perfección de su niñez… intenta conquistarla de nuevo bajo la nueva forma de su ideal del yo. Figuran pues aquí las dos expresiones, yo ideal e ideal del yo.

Freud formuló la existencia del yo idea, que luego llama ideal del yo, o forma del ideal del yo.
La sublimación es un proceso de la libido objetal.  Por el contrario, la idealización concierne al objeto que es agrandado, elevado, sin modificaciones en su naturaleza. La idealización es posible en tanto en el dominio de la libido del yo como en el de la libido objetal. Es decir que, una vez más, Freud coloca ambas libidos en el mismo plano.
La idealización del yo puede coexistir con una sublimación fallida. La formación del ideal del yo aumenta las exigencias del yo y favorece al máximo la represión.
Uno está en el plano de lo imaginario, el otro en el plano de lo simbólico, ya que la exigencia del Ich-Ideal encuentra su lugar en el conjunto de las exigencias de la ley.
La sublimación ofrece por lo tanto, en el caso de la sublimación satisfactoria, el atajo para satisfacer esa exigencia sin acarrear la represión. Termina el breve párrafo relativo a las relaciones entre el ideal del yo y la sublimación en este punto. No sería de extrañar que encontrásemos una instancia psíquica especial encargada de velar por la satisfacción que se desprende del ideal del ideal del yo (en la traducción española: yo ideal) y que en cumplimiento de su función, vigila de continuo al yo actual. Esta hipótesis de una instancia psíquica especial que cumpliría entonces una función de vigilancia y seguridad nos conducirá, más tarde, al superyó. Freud apoya su demostración en un ejemplo extraído de las psicosis, el síndrome de influencia, donde dice, esa instancia es particularmente visible. Antes de hablar de síndrome de influencia aclara que, si una instancia tal existe, no podemos descubrirla, sino suponerla como tal. Me parece muy importante que, en esta primera forma de introducir el superyó, Freud diga que esta instancia no existe, que no se la descubrirá, que sólo puede suponérsela. Añade que lo que llamamos nuestra conciencia cumple esta función. Los enfermos de este tipo se quejan de estar vigilados, de oír voces, de que se conoce su pensamiento, de que se los observa. Tienen razón dice Freud, esta queja está perfectamente justificada y corresponde a la verdad. En todos nosotros, y dentro de la vida normal, existe realmente tal poder.

Sin embargo no es exactamente en ese sentido. Freud dice que si una instancia tal existe, no es posible que sea algo que aún no hayamos descubierto. Los ejemplos que elige muestran que la identifica con la censura. Vuelve a encontrar esta instancia en el delirio de influencia, donde se confunde con el que ordena los actos del sujeto. Le reconoce luego en lo que se define como el fenómeno funcional de Silberer. Según Silberer, la percepción interna por parte del sujeto de sus propios estados, de sus mecanismos mentales en tanto funciones, en el momento en que se desliza en el sueño, jugaría un rol funcional. El sueño daría de esa percepción una transposición simbólica, entiéndase aquí simbólico simplemente en el sentido de representando por imágenes. Vemos aquí una forma espontánea de desdoblamiento del sujeto. Freud siempre conservó ante esta concepción de Silberer una actitud ambigua, diciendo a la vez que este fenómeno es muy importante, y que no obstante es secundario respecto a la manifestación del deseo en el sueño. Esta vigilancia del yo que 
Freud destaca presente en el sueño, es el guardián del dormir, situado como al margen de la actividad del sueño y muy a menudo listo, también él, a las instancias que Freud presenta aquí con el título de censura, una instancia que habla, es decir una instancia simbólica.
El desarrollo del yo consiste en un alejamiento del narcisismo primario y crea una intensa tendencia a reconquistarlo. Este alejamiento sucede mediante el desplazamiento de la libido sobre un ideal del yo (traducción española: yo ideal) impuesto desde el exterior, y la satisfacción es proporcionada por el cumplimiento de este idea.

 Este alejamiento se efectúa por un desplazamiento de la libido sobre un ideal del yo impuesto desde el exterior. La satisfacción surge de la realización de ese ideal. Evidentemente, en la medida en que hay realización de ese idea. Exactamente allí donde se desarrolla toda la experiencia analítica, en la unión de lo imaginario y lo simbólico.
El fenómeno físico de la imagen real que puede ser producida por el espejo esférico, de ser vista en su lugar, insertarse en el mundo de los objetos reales, ser enfocada al mismo tiempo que los objetos reales, aportar incluso a esos objetos reales una ordenación imaginaria, incluirlos, excluirlos, situarlos, completarlos.

En ese momento, se desencadenan comportamientos que guiarán al sujeto hacia su objeto, por intermedio de la imagen.
Las manifestaciones de la función sexual en el hombre se caracterizan por un desorden eminente. Nada se adapta. Esa imagen, en torno a las cuales nosotros, psicoanalistas, nos desplazamos, presenta, ya sea en la neurosis o en la perversión, una especie de fragmentación, de estallido, de despedazamiento, de inadaptación, de inadecuación. Existe una especie de juego de escondite entre la imagen y su objeto normal, suponiendo uqe adoptemos el ideal de una norma en el funcionamiento de la sexualidad. ¿Cómo podemos entonces representarnos el mecanismo por el cual esa imaginación en desorden llega finalmente, sin embargo, a cumplir su función?
En la segunda parte, volvemos a encontrar el pequeño esquema. Le añadí en la un perfeccionamiento que constituye una parte esencial de lo que intento demostrar. La imagen real sólo puede verse de manera consistente en determinado campo del espacio real del aparato, el campo que está delante del aparato constituido por el espejo esférico y el ramillete invertido.

Hemos situado el sujeto en el borde del espejo esférico. Pero sabeos que la visión de una imagen en el espejo plano es exactamente equivalente, para el sujeto, a lo que sería la imagen del objeto real para un espectador que estuviese más allá de  ese espejo, en el lugar mismo en que el sujeto ve su imagen. Podemos pues reemplazar el sujeto por un sujeto virtual, SV, situado en el interior del cono que delimita la posibilidad de la ilusión, o sea en el campo x’ y’. El aparato que he inventado muestra pues que, estando colocado en un punto muy cercano a la imagen real, puede vérsela no obstante con un espejo en estado de imagen virtual. Esto es lo que se produce en el hombre.
¿Cuál es su resultado? Una simetría muy particular. En efecto, el sujeto virtual, reflejo del ojo mítico, es decir, el otro que somos, está allí donde primero hemos visto a nuestro ego: fuera nuestro, en la forma humana. El ser humano sólo ve su forma realizada, total, el espejismo de sí mismo, fuera de sí mismo. Esta noción no figura aún en el artículo que estudiamos, sino más tarde.

Lo que el sujeto, que sí existe, ve en el espejo es una imagen, nítida o bien fragmentada, inconsistente, incompleta. Esto depende de su posición relación a la imagen real. Demasiado cerca de los bordes, se ve mal. Todo depende de la incidencia particular del espejo. Sólo en el cono puede obtenerse una imagen nítida.
De la inclinación del espejo depende pues que veamos, más o menos perfectamente, la imagen. Esto representa la difícil acomodación de lo imaginario en el hombre.
Pueden comprender que la regulación de lo imaginario depende de algo que está situado de modo trascendente siendo lo trascendente en esta ocasión ni más ni menos que el vínculo simbólico entre los seres humanos.
¿Qué es el vínculo simbólico? Socialmente, nos definimos por intermedio de la ley. Situamos a través del intercambio de símbolos, nuestros diferentes yos los unos respecto a los otros.

La relación simbólica define la posición del sujeto como vidente. La palabra, la función simbólica, define el mayor o menor grado de perfección, de completitud, de aproximación de lo imaginario. La distinción se efectúa en esta representación entre el Ideal-Ich y el Ich-Ideal, entre el yo ideal y el ideal del yo. El ideal del yo dirige el juego de relaciones de las que depende toda relación con el otro. Y de esta relación con el otro depende el carácter más o menos satisfactorio de la estructuración imaginaria.
Semejante esquema ilustra que lo imaginario y lo real actúan al mismo nivel. Se trata de una coincidencia entre ciertas imágenes y lo real. Los objetos reales, uqe pasan por intermedio del espejo y a través de él, están en el mismo lugar que el objeto imaginario. Lo propio de la imagen es la carga pro la libido. Se llama carga libidinal a aquello por lo cual un objeto deviene deseable, es decir, aquello por lo cual se confunde con esa imagen que llevamos ne nosotros, de diversos modos, y en forma más o menos estructurada.
En el hombre, no puede establecerse ninguna regulación imaginaria, verdaderamente eficaz y completa, si no es mediante la intervención de otra dimensión. Esto es lo que busca al menos míticamente, el análisis.

¿Cuál es mi deseo? ¿Cuál es mi posición en la estructuración imaginaria? Esta posición sólo puede concebirse en la medida en que haya una guía que esté más allá de lo imaginario, a nivel del plano simbólico, del intercambio legal, que sólo puede encarnarse a través del intercambio verbal entre los seres humanos. Ese guía que dirige al sujeto es el ideal del yo.
El amores un fenómeno que ocurre a nivel del o imaginario, y que provoca una verdadera subducción de lo simbólica, sublimada, que en nuestro manejo dinámico es a la vez semejante y diferente a la libido imaginaria. El intercambio simbólico es lo que vincula entre sí a los seres humanos, o sea la palabra, y en tanto tal permite identificar al sujeto.
El Ich-Ideal, en tanto hablante, puede llegar a situarse en el mundo de los objetos a nivel del Ideal-Ich, o sea en el nivel donde puede producirse esa captación narcisística con que Freud nos machaca los oídos a lo largo de ese texto. Cuando se está enamorado, se está loco. En el amor se ama al propio yo, al propio yo realizado a nivel imaginario.

Fuente: Resumen UNR

Rodriguez Solano, J. - Pulsiones <> Amor



En este trabajo, que recoge las huellas de una exposición oral dirigida a nuestros alumnos de la Facultad de Psicologí­a de la UNR,2 pretendemos hacer una lectura del concepto de pulsión desde un corte en la obra freudiana que oficia de espiga para un conjunto de nociones. Pusimos atención en aquella ocasión al texto Pulsiones y destinos de pulsión de 19153. Nos antecedí­a un recorrido efectuado sobre el concepto de Narcisismo lo que nos permití­a una senda a forma de quiasma entre pulsión y narcisismo. Decididos a la lectura, nos orientamos al tomar una indicación que aparece en el Seminario XI del Dr. Lacan4: reconocer una división, una partición en el texto de 1915. Evocando el chamarileo5, nos propone distinguir de un lado las pulsiones, del otro el amor. Veamos primero entonces el concepto de pulsión.
Antecedentes del concepto pulsión en la obra freudiana, por supuesto deben ser advertidos en desarrollos anteriores a 1915, por ejemplo, en Tres ensayos6 como también en el manuscrito E7, en donde se esboza ya la idea de una tensión sexual y de una libido psí­quica. Sin embargo, nos inclinamos por hacer una operación de lectura del texto de 1915, en particular, ya que a nuestro entender presenta no pocas dificultades en el trabajo con nuestros alumnos de grado.

El comienzo, es claro que Freud comienza su texto con un ejercicio, que nos gustarí­a llamar epistemológico. Toma posición allí­, sobre la necesidad de recurrir a algunos conceptos fundamentales (Grundbegriff) como el de pulsión para avanzar en la producción de la teorí­a. Dice Freud En rigor, poseen entonces el carácter de convenciones (Konvention), no obstante lo cual es de interés extremo que no se las escoja al azar, sino que estén determinadas por relaciones significativas con el material empí­rico, relaciones que se cree colegir aun antes que se las pueda conocer y demostrar, Jacques Lacan reforzará tal pronunciamiento, deslizándose hacia el término ficción tomándolo del conocido autor del utilitarismo inglés Jeremí­as Benthan8 (1748-1832). La pulsión será así­ uno de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
Vemos en nuestra lectura cómo Freud, tomando la idea de estí­mulo como elemento del arco reflejo, se interroga en el texto sobre “¿qué relación mantiene la pulsión con el estí­mulo?”.”¿Qué es este estí­mulo-carga del cual hay que librarse? y ¿cómo?”. Freud distingue tempranamente aquel estí­mulo, cantidad, tensión, carga, de la que se puede huir de aquel otro que requiere ligadura (D탼rcharbeitung). Finalmente dirá, tal exigencia, tensión, de la que no se puede huir que hace lí­mite entre lo psí­quico y lo somático es la pulsión. Esta exigencia será identificada entonces como una presión constante a la descarga de la cual no puede evadirse. Nuestra pregunta entonces: “¿Cuál será el destino de tal exigencia?” De esta manera, nos aproximamos a lo que Freud llamará luego un “yo real inicial”9 (Real-ich). Así­, el yo real inicial es aquella función que se halla regulada por la diferenciación entre lo que es susceptible de ser evitado y lo que no lo es. El carácter insoslayable de las exigencias pulsionales de esta manera se constituye como interior, es decir aquello de lo cual no puede fugarse. La fuga es la pauta para establecer, en este momento inicial tal diferencia.
Acentuamos este aspecto que retomaremos más detalladamente en el siguiente apartado, cuando nos extendamos más acerca de las polaridades psáquicas. Es interesante remarcar aquí­, nuevamente la firmeza de Freud por mostrar como -la diferenciación entre interior y exterior- no es un dato de inicio en la constitución del sujeto sino un proceso, es decir, que se adviene a tal diferencia. Recordamos, que esta imposibilidad de fuga ante tal exigencia es retomada por Freud en el texto sobre la represión cuando al inicio de su análisis sostiene en el caso de la pulsión de nada vale la huida, pues el yo no puede escapar de si mismo10.
Sin posibilidad de fuga ante tal requerimiento de descarga, introducimos el problema de los destinos pulsionales. En lo concerniente al concepto de destino/vicisitud (Schicksal) hay que despejar una posible confusión cuando se interpreta destino como algo del orden de una determinación fijada de antemano y ligada a la idea de fatalidad. Más fiel con el pensamiento freudiano es pensar el destino como vicisitud que le acaece y no que le es inmanente. Pensamos que se trata, como dice el Dr. de Viena, de algo que se opone a la prosecución de la pulsión, y es precisamente allí­ cuando debemos notar que los destinos pulsionales son aquellos a través de los cuales las pulsiones insisten como exigencias. “¿Cómo entender tal prosecución de la pulsión sino como un reclamo (Anspruch) de satisfacción?” Así­ los destinos de pulsión serán modos de la defensa ante la prosecución de la pulsión, es decir aquello que se opone a tal satisfacción.11
Advertimos acá una lógica de trueque en la cual, sin posibilidad de evasión, habrá algo equivalente a tal satisfacción exigida. Es por un largo camino12, labor de la represión, lo que conduce a la satisfacción sustitutiva y la formación de sí­ntomas. Que el sí­ntoma pueda ser un modo de satisfacción puede servir de hilo conductor para entender la lógica neurótica.
El Drang, la medida de tal exigencia de trabajo es aquello que Freud determina como su esencia misma13. Esfuerzo, meta, objeto, y fuente son los cuatro términos que insistimos, no se articulan naturalmente y son disjuntos. No nos extenderemos detalladamente en estos cuatro elementos, pero no abandonamos la cuestión sin antes recomendarles con respecto a este punto que recuperen la lectura del artí­culo sobre pulsión del libro Primeras Jornadas de intercambio14. Hay allí­ claridad para el que esté dispuesto a encontrarla. La invitación está hecha.
Para avanzar, tomaremos ahora algo que presenta alguna dificultad en la interpretación del texto de 1915. Nos referimos a la fuente (Quelle) de la pulsión sobre la cual escuchamos abundantemente decir que es somática, y esto a partir del siguiente párrafo: El estudio de las fuentes pulsionales ya no compete a la psicologí­a; aunque para la pulsión lo absolutamente decisivo es su origen en la fuente somática, dentro de la vida aní­mica no nos es conocida de otro modo que por sus metas. De allí­, no pocas veces advertimos -en nuestros cursantes, y no sólo en ellos- la tendencia a arrimar la pulsión al campo de lo biológico. El posible desarreglo a apartar es tomar precaución en cuanto a la idea de un autoegendramiento biológico de la pulsión. Tal desví­o, nos parece que en algún aspecto, se produce cuando el concepto de apuntalamiento es significado y usado desde una concepción genético-evolutiva, desde la cual se especula que sobre, luego y a partir de la función biológica de algunas zonas del cuerpo, se genera, nace o se inicia la pulsión.
Preferimos leer que el concepto que gesta Freud de apoyo (Anlehnung) describe, claramente, cómo frente a la indefensión biológica del niño la función del otro de la conservación, el otro del apoyo o apuntalamiento es esencial. Esto precisa algo de la sexualidad en cuanto permite indicar la génesis de la misma a partir de una erogenización del cuerpo15 acontecida desde esta dependencia con el otro primordial: la madre.
Visto así­, se despeja más la cuestión pues indicamos que es por la operación de ese otro significativo, operación sobre ese cuerpo, que podemos decir que el infante erogeniza aquellas partes del cuerpo recortándolas de su función biológica. La sexualidad entonces nace apoyada en los bordes exteriores del cuerpo que cumplen una función biolágica que debe perderse, por ejemplo alimentación- excreción16. Agregaremos que esto puede ser expresado, también, como que nace apuntalada por esas operaciones del Otro sobre el cuerpo, y acentuamos esta interpretación al decir que esta doble función del órgano no es sin el otro17, lo que equivale a afirmar que la libidinización de esas zonas de borde son marcas del otro sobre ese cuerpo.
La noción de apuntalamiento, entonces, remite al Otro primordial a través de la demanda, ya que el objeto del deseo se afirma inicialmente como encabalgado sobre el objeto de la necesidad, de allí­ la razón de introducir el concepto (Anlehnung). 18
Si avanzamos un poco más, podremos preguntarnos aceptando un repliegue en nuestro recorrido- “¿es posible huir de ese apremio, de esa exigencia del otro auxiliante?”, que como dijimos en otro momento, aporta el campo del lenguaje y que tal exigencia ineludible se vehiculiza en una demanda (lenguaje) que impacta sobre el cuerpo. Es sobre esas zonas de borde, borde que se escinde de la función biológica para abandonarla, por donde circula la demanda de la madre. La pulsión por lo tanto va a tener algo de la huella de esa demanda materna. Prestamos atención, entonces a lo que en Freud insiste cuando advierte que es la indefensión original del cachorro humano lo que permite la incidencia y las huellas de ese otro auxiliador (Nebenmench).

Destinos / vicisitudes

Examinemos, más detenidamente entonces, aquellos destinos que complican la prosecución de la pulsión en busca de su satisfacción, de su descarga. Ese apremio del Otro, esa total facilitación, ese pasaje de cantidad no detenido, no ligado, debe ser destinado. Freud señala cuatro destinos: el trastorno hacia lo contrario, la vuelta hacia la persona propia, la represión y la sublimación. En el texto de 1915 se extiende sobre los dos primeros destinos reservando para los dos últimos un tratamiento diferente.19
Pensamos que esa deriva pulsional, librada a sí­ misma implica un goce mortí­fero, algo que exige un más allá del principio de placer, es decir, algo más allá de las pequeñas variaciones y equilibrios20. Hay que señalar que el trastorno hacia lo contrario y la vuelta hacia la persona propia adquieren un estatuto diferencial a la represión y la sublimación, pues se ocupan primariamente de complicar y dar cauce a la deriva pulsional para así­ consumar la reversión pulsional.21 En la transformación en lo contrario y la vuelta sobre la persona propia conjeturamos una anticipada mediación narcisí­tica, un si mismo hacia el cual dirigir la carga pulsional. Como sabemos el mero autoerotismo es encorsetado por el acto psí­quico que conformará la matriz del futuro Yo. De esta manera es claro que el Yo puede ser ofrecido como objeto de goce a la moción pulsional, constituyendo como sabemos la cara Real del yo, que no debemos dejar de lado. Este sí­-mismo sobre el cual vuelve la pulsión es matriz narcisí­stica del yo futuro y anticipa precariamente la constitución del yo con sus revestimientos imaginarios y simbólicos.
Proponemos esta idea sostenidos en el texto que nos ocupa cuando Freud escribe los destinos de pulsión que consisten en la vuelta sobre el yo propio22 y en el trastorno de la actividad en pasividad dependen de la organización narcisista del yo y llevan impreso el sello de esta fase. Corresponden quizás, a los intentos de defensa que en etapas más elevadas del desarrollo del yo se ejecutan con otros medios.23
El texto sobre las pulsiones continúa al texto sobre Narcisismo, y es claro que allí­ se detecta una bisagra en su modelo pulsional, el Yo se constituye en el intercambio con el otro del narcisismo y tiene como antecedente esta sexualización desde lo pulsional: el yo se encuentra originariamente, al comienzo mismo de la vida aní­mica, investido por pulsiones {Triebbesetzt}, y es en parte capaz de satisfacer sus pulsiones en sí­ mismo. Llamamos narcisismo a ese estado, y autoerótica a la posibilidad de satisfacción24. Insistimos, antes de introducirnos en la segunda parte del texto, es decir, especí­ficamente en las polaridades psí­quicas, en el recurso necesario a un sí­-mismo adonde apunte la exigencia pulsional.
El trastorno en lo contrario, se ejecuta en dos procesos diversos: de lo activo a lo pasivo y el trastorno en cuanto al contenido: amor-odio. La reversión de actividad en pasividad no significa el tránsito simple de lo activo a lo pasivo, sino por el contrario se trata de una permutación en la meta, pues como sabemos en el dominio pulsional no hay pasividad, sino metas activas o pasivas. Tal vez resulta oscuro en principio esta conversión en cuanto al contenido, sin embargo este pasaje del amor al odio, nos parece, ilustra el dualismo general en Freud como particularmente el dualismo pulsional que celebra. De la reversión entre actividad y pasividad en lo que concierne a la meta hemos pasado a la conversión del amor en odio, y estos términos ya no atañen a la meta sino más bien a un cambio en el plano del impulso pulsional. Asimismo este cambio no debe imputarse o limitarse al yo unificado del Gesamt-ich (Yo total) y sus objetos amados y odiados. Es de trama pulsional.Por su lado la vuelta sobre la persona propia es planteada por Freud en una concepción que modificará años después, pero que en el texto del ‘15 expresa sin reservas al decir: el masoquismo es sin duda un sadismo vuelto sobre el yo propio25 remarcamos en esta cita el sin duda ya que allí­ sostiene un sadismo originario. En la edición de 1924 esto es reformulado cuando en una nota al pie trueca su idea (Nota 19 AE) pues dispone ya de la hipótesis de un masoquismo originario que explicita en su artí­culo El problema económico del masoquismo escrito en el mismo año (1924)26.
En la vuelta sobre la propia persona se plasma la complementariedad entre las variaciones que conciernen a la meta (activo-pasivo) y las que conciernen al objeto (sujeto-objeto), dándose así­ una alteración-conversión en la meta y al mismo tiempo un cambio de ví­a del objeto.
Freud nos presenta, para mostrar esta estructura de reversión el par sadismo/masoquismo como un proceso en tres tiempos que remiten a las voces del verbo :activa , media refleja, y pasiva. Nos invita a pensar el sadismo como una acción violenta, de dominio, de poder dirigida hacia otra persona en posición de objeto. 27
Entonces tenemos el primer tiempo en voz activa: dominar - humillar - golpear - poseer.
En un segundo tiempo este objeto es resignado y sustituido por la persona propia dando lugar a la voz refleja: dominar/se humillar/se golpear/se poseer/se. Esta bisagra intermedia es importante ya que le permite a Freud establecer algunas diferencias, pues entiende que el automartirio, no es masoquismo, es decir, la voz activa no lograr la meta pasiva propia del masoquismo, sino la media refleja.
Finalmente es en el tercer tiempo, con la búsqueda de una persona otra, ajena, quien como objeto toma sobre sí­ la función del sujeto. Este será entonces el nuevo agente, agente en tanto aquel del cual parte la acción dirigida al sujeto que ahora en posición de objeto a permutado la meta activa en pasiva: hecerse dominar / hacerse humillar / hacerse golpear / hacerse poseer. La reversión en circuito del destino pulsional que vuelve sobre sí­ toma el artificio gramatical para su captura: humillar-humillarse-hacerse humillar. Prestamos atención también a las indagaciones del otro par de opuestos que presenta en el texto: el de las pulsiones que tienen por meta el ver y el mostrarse (voyeur-exhibición) en donde también encontramos las etapas del circuito descrito anteriormente, agregándole Freud una reflexión notable al recuperar lo esencialmente autoerótico de la pulsión. Dice: “En efecto inicialmente la pulsión de ver es autoerótica, tiene sin duda un objeto, pero éste se encuentra en el cuerpo propio. Sólo más tarde se ve llevada a permutar este objeto…28 para luego proponernos que no es un disparate pensar en una etapa previa idéntica para el sadismo, etapa que conjetura a partir de los empeños del niño por dominar sus propios miembros. Será entonces, más preciso, secuencialmente decir: verse-ver - verse-hacerse ver como también dominarse-dominar-dominarse-hacerse dominar.

Amor y polaridades

El amar puede ser susceptible de tres oposiciones: Amar-odiar / amar-ser amado / amar-indiferencia. Son estas variaciones opositivas que lo conducen a un enunciado casi general en la construcción teórica a la que se avoca: la vida aní­mica está gobernada por tres polaridades31:
  • Sujeto (yo) / objeto (mundo exterior) Real
  • Placer / displacer Económica
  • Activo / pasivo Biológica
Debemos apreciar el valor de ese enunciado, pues es notorio que las mociones pulsionales se hallan sometidas a las influencias de estas tres polaridades, es decir las pulsiones soportan tal influencia y se constituyen como condiciones para la prosecución {Fortsetzung} de las mismas. Recordemos que inciden sobre la meta {Ziel}, es decir en la satisfacción (sujeto-objeto, placer- displacer, activo pasivo) y es en torno a ella que se vinculan entre sí­. Estas polaridades por otro lado se hallan ligadas a las antí­tesis del amor. Como dijimos antes la reversibililidad es una caracterí­stica constitutiva del trabajo pulsional que además, ha de funcionar con relación a la polaridad placer-displacer, subvirtiéndola.
Freud propone ordenar estas polaridades en tres categorí­as, definiendo a la polaridad activo-pasivo como biológica, para esto debemos recordar que la satisfacción resulta de suprimir el estado de excitación en la fuente pulsional, en la que se establece la exigencia constante que no admite fuga, por lo cual parecerí­a atinado entender que la metáfora de lo biológico indica tal exigencia ineludible.El placer-displacer es considerado como una polaridad económica en tanto el principio de placer puede interpretarse como intentos por mantener o restablecer cierta constancia en los procesos de carga. Lacan lo expresará así­ en el ‘64 Las pulsiones, en su estructura, en la tensión que establecen, estén ligadas a un factor económico. Este factor económico depende de las condiciones en las que se ejerce la función del principio del placer a un nivel que recobraremos, cuando llegue el momento, bajo el término de Real-ich. Digamos a continuación que podemos concebir el Real-ich como el sistema nervioso central en tanto que funciona, no como un sistema de relación, sino como un sistema destinado a asegurar una cierta homeostasis, de las tensiones internas32 La relación entre los principios de placer y constancia se presenta a la reflexión de Freud, como muy compleja puesto que la correspondencia entre ambos no es de una simple paridad. Si sabemos, que desde un inicio, esta perspectiva implicó para Freud mostrarnos el trabajo por mantener constante la suma de las excitaciones en el interior del aparato, lo cual se lograrí­a poniendo en marcha los mecanismos de evitación (fuga) frente a las excitaciones externas, y de defensa (ligazón) y descarga (abreacción) frente a los aumentos de tensión de origen interno.
Por último la polaridad sujeto-objeto la denomina Real, ya que con el concurso de lo que llamará principio de realidad, podrá establecerse una marca objetiva entre el adentro y el afuera, entre el sujeto y el mundo externo, es decir entre lo que interesa y lo indiferente. Este acaecer psí­quico conlleva una distribución del objeto en tanto alteridad, diferencia y realidad. Recurrirá necesariamente aquí­ a las diferentes funciones del yo {Ich} y las modalidades de su funcionamiento que van desde un yo-real inicial al un yo-real definitivo pasando por un yo de placer.
El yo de realidad inicial asimilado al arco reflejo o al sistema nervioso periférico, solo podrá distinguir un interior a partir de su imposibilidad de sustracción por evitación a la fuente de estí­mulos, “el yo se comporta pasivamente hacia el mundo exterior en la medida que recibe estí­mulos de él y activamente cuando reacciona frente a estos”33, es decir es activo por sus pulsiones como nos dirá más adelante.
Ese yo de realidad inicial, que como vimos establece un adentro y afuera según una buena marca objetiva, se muda entonces en un yo-placer purificado que reconoce sólo lo placentero, para así­ desdoblar el mundo exterior en una parte de placer (Lust), que ha incorporado y un resto (Unlust) que le es ajeno, extraño. Ese resto será indiferente frente al yo que concuerda con lo placentero y por lo tanto con lo amado. Recordemos que Freud define al amar como el ví­nculo de placer del yo con el objeto, por lo cual pensemos que quedan en comunión el yo, el objeto, lo placentero y lo amado. Las implicaciones que esto tiene son de importancia, ya que la introyección (incorporación) del objeto placiente lo anula como objeto exterior, le quita su alteridad y lo incorpora al yo. De manera inicial y primordialmente, entonces diremos que el primer destino del yo es ser el objeto como, asimismo, el primer destino del objeto es ser el yo. El resto, lo expulsado, lo displaciente no incorporado, se torna indiferente para el yo en un principio, de manera que encontramos aquí­ la articulación opositiva del amar y lo indiferente.
Sobre esa indiferencia se monta -por su insistencia como fuente de estí­mulo (displacer)- un exterior, ajeno, hostil, displacentero (Unlust) y por lo tanto odiado. Nos parece oportuno aquí­, relacionar cómo lo proyectado que localiza lo displaciente como lo exterior se halla articulado con aquello que Freud en La negación34 caracteriza como expulsión {Ausstossung}, fuera del yo y lo contrapone en el mismo artí­culo con la aceptación primordial {Bejahung}. Insistimos, este fuera del yo establecerá un registro del no-yo, lo otro, que coincidirá con lo odiado por displacentero habiendo sido anteriormente predicado como indiferente.
Es interesante ver como la relación que media entre el yo y los objetos placientes bajo la modalidad del narcisismo resulta asimilado por identificación, al yo, convergiendo una aspiración total propia de este yo unificado (Gesamt-ich). Este ha sido interpretado muchas veces como yo total ya que así­ lo permite cierta traducción, sin embargo nos parece más ajustado exponerlo como yo unificado indicando la tendencia a reunir, completar, es decir hacer converger sin anular lo parcial. En el seminario XI que ya citamos, Lacan nos invita a pensar el Gesamt-ich como una superficie, como una red que une puntos de acumulación.35 No cabe evocar por lo tanto la unidad del yo propia de la psicologí­a clásica en oposición a la parcialidad pulsional, en una pretendida sí­ntesis totalizadora. Estamos advertidos que Freud reserva el par amor-odio para la relación del yo unificado con sus objetos, sin embargo podemos pensar provisoriamente, sin caer en las desviaciones a las que dio lugar la totalización madurativa, en una genitalidad como un polo de convergencia -inestable- para cierta forma del goce en la estructura edí­pica. Por otro lado, la experiencia psicoanalí­tica nos muestra otra cosa: la genitalidad está sometida a tal circulación en el Edipo como conjunción entre el campo pulsional y el campo de la cultura como lugar Otro en donde se ejercita el reclamo {Anspruch} y la renuncia a la satisfacción pulsional.
En este recorrido que hemos efectuado, nos queda por despejar aquello que Freud denomina el Yo-real definitivo, permutación de la función del yo de placer, ahora mediada por el Principio de realidad, principio que intentará a través de rodeos el reencuentro en la realidad del objeto placentero. Esto quiere decir: un objeto amable (que se pueda amar) que no sea el yo y por lo tanto diferente y exterior.
Recapitulando podemos establecer los siguientes pasos en la constitución:
  • El yo como objeto amado / yo-placer / interior / amor / incorporación.
  • Lo exterior como objeto odiado / expulsión / exterior / indiferencia / odio.
  • El objeto odiado como no-yo / exterior / displacer / odio.
  • El objeto amado como exterior / exterior / placer / realidad / amor.
El Principio de realidad toma forma en las modificaciones que recaerán sobre el Principio de placer y por otro lado conocemos que en el narcisismo es el yo que como objeto se torna sujeto de la atribución. La atribución, juicio que otorga o niega una propiedad a una cosa, será esencialmente la de ser placentero. La cuestión será entonces ver como se pasa desde este juicio de atribución a la existencia (juicio de existencia) de objetos placenteros que no sean el yo.
Es en su trabajo La negación, en el cual Freud traza lo esencial de estos conceptos, así­ como antes deberá establecer en Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psí­quico36 la complementariedad, y no la oposición entre Principio de placer y Principio de realidad.
En La Negación de 1925, especifica: La otra de las decisiones de la función del juicio, la que recae sobre la existencia real de una cosa del mundo representada, es un interés del yo-realidad definitivo, que se desarrolla desde el yo-placer inicial (examen de realidad). Ahora ya no se trata de si algo percibido (una cosa del mundo) debe ser acogido o no en el interior del yo, sino de si algo presente como representación dentro del yo puede ser reencontrado también en la percepción (realidad). De nuevo, como se ve, estamos frente a una cuestión de afuera y adentro. Lo no real, lo meramente representado, lo subjetivo, es sólo interior; lo otro, lo real, está presente también ahí­ afuera. En este desarrollo se deja de lado el miramiento por el principio de placer. La experiencia ha enseñado que no sólo es importante que una cosa del mundo (objeto de satisfacción) posea la propiedad “buena”, y por tanto merezca ser acogida en el yo, sino también que se encuentre ahí­, en el mundo exterior, de modo que uno pueda apoderarse de ella si lo necesita.37
Es decir la prueba de realidad cumple la función no de comprobar correspondencia o adecuación de la representación (Vorstellung) con la cosa, sino más exactamente de volver a encontrar, por lo tanto reencuentro como percepción externa. Ya la concepción de rehallazgo del objeto, se halla en el Proyecto de psicologí­a (1895), en la Interpretación de los sueños (1900), como en Tres ensayos de teorí­a sexual (1905). La pérdida del objeto real de satisfacción, su ausencia, posibilita (sobre el fondo alucinatorio), la prueba de realidad, que se funda en la diferencia entre percepción y representación tanto como en el adentro y el afuera. Este yo-real definitivo, está sujeto al principio de realidad y se constituye como un trabajo que a partir de tal pérdida de objeto, permite moderar las condiciones absolutas del principio de placer posibilitando por rodeos (requisito de lo simbólico), que el objeto sea encontrado de nuevo, es decir: reencuentro. Concluimos, por ahora.


Fuente original: Rodriguez Solano, J. Facultad Psicologia. UNR.