Rodriguez Solano, J. - Pulsiones <> Amor



En este trabajo, que recoge las huellas de una exposición oral dirigida a nuestros alumnos de la Facultad de Psicologí­a de la UNR,2 pretendemos hacer una lectura del concepto de pulsión desde un corte en la obra freudiana que oficia de espiga para un conjunto de nociones. Pusimos atención en aquella ocasión al texto Pulsiones y destinos de pulsión de 19153. Nos antecedí­a un recorrido efectuado sobre el concepto de Narcisismo lo que nos permití­a una senda a forma de quiasma entre pulsión y narcisismo. Decididos a la lectura, nos orientamos al tomar una indicación que aparece en el Seminario XI del Dr. Lacan4: reconocer una división, una partición en el texto de 1915. Evocando el chamarileo5, nos propone distinguir de un lado las pulsiones, del otro el amor. Veamos primero entonces el concepto de pulsión.
Antecedentes del concepto pulsión en la obra freudiana, por supuesto deben ser advertidos en desarrollos anteriores a 1915, por ejemplo, en Tres ensayos6 como también en el manuscrito E7, en donde se esboza ya la idea de una tensión sexual y de una libido psí­quica. Sin embargo, nos inclinamos por hacer una operación de lectura del texto de 1915, en particular, ya que a nuestro entender presenta no pocas dificultades en el trabajo con nuestros alumnos de grado.

El comienzo, es claro que Freud comienza su texto con un ejercicio, que nos gustarí­a llamar epistemológico. Toma posición allí­, sobre la necesidad de recurrir a algunos conceptos fundamentales (Grundbegriff) como el de pulsión para avanzar en la producción de la teorí­a. Dice Freud En rigor, poseen entonces el carácter de convenciones (Konvention), no obstante lo cual es de interés extremo que no se las escoja al azar, sino que estén determinadas por relaciones significativas con el material empí­rico, relaciones que se cree colegir aun antes que se las pueda conocer y demostrar, Jacques Lacan reforzará tal pronunciamiento, deslizándose hacia el término ficción tomándolo del conocido autor del utilitarismo inglés Jeremí­as Benthan8 (1748-1832). La pulsión será así­ uno de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
Vemos en nuestra lectura cómo Freud, tomando la idea de estí­mulo como elemento del arco reflejo, se interroga en el texto sobre “¿qué relación mantiene la pulsión con el estí­mulo?”.”¿Qué es este estí­mulo-carga del cual hay que librarse? y ¿cómo?”. Freud distingue tempranamente aquel estí­mulo, cantidad, tensión, carga, de la que se puede huir de aquel otro que requiere ligadura (D탼rcharbeitung). Finalmente dirá, tal exigencia, tensión, de la que no se puede huir que hace lí­mite entre lo psí­quico y lo somático es la pulsión. Esta exigencia será identificada entonces como una presión constante a la descarga de la cual no puede evadirse. Nuestra pregunta entonces: “¿Cuál será el destino de tal exigencia?” De esta manera, nos aproximamos a lo que Freud llamará luego un “yo real inicial”9 (Real-ich). Así­, el yo real inicial es aquella función que se halla regulada por la diferenciación entre lo que es susceptible de ser evitado y lo que no lo es. El carácter insoslayable de las exigencias pulsionales de esta manera se constituye como interior, es decir aquello de lo cual no puede fugarse. La fuga es la pauta para establecer, en este momento inicial tal diferencia.
Acentuamos este aspecto que retomaremos más detalladamente en el siguiente apartado, cuando nos extendamos más acerca de las polaridades psáquicas. Es interesante remarcar aquí­, nuevamente la firmeza de Freud por mostrar como -la diferenciación entre interior y exterior- no es un dato de inicio en la constitución del sujeto sino un proceso, es decir, que se adviene a tal diferencia. Recordamos, que esta imposibilidad de fuga ante tal exigencia es retomada por Freud en el texto sobre la represión cuando al inicio de su análisis sostiene en el caso de la pulsión de nada vale la huida, pues el yo no puede escapar de si mismo10.
Sin posibilidad de fuga ante tal requerimiento de descarga, introducimos el problema de los destinos pulsionales. En lo concerniente al concepto de destino/vicisitud (Schicksal) hay que despejar una posible confusión cuando se interpreta destino como algo del orden de una determinación fijada de antemano y ligada a la idea de fatalidad. Más fiel con el pensamiento freudiano es pensar el destino como vicisitud que le acaece y no que le es inmanente. Pensamos que se trata, como dice el Dr. de Viena, de algo que se opone a la prosecución de la pulsión, y es precisamente allí­ cuando debemos notar que los destinos pulsionales son aquellos a través de los cuales las pulsiones insisten como exigencias. “¿Cómo entender tal prosecución de la pulsión sino como un reclamo (Anspruch) de satisfacción?” Así­ los destinos de pulsión serán modos de la defensa ante la prosecución de la pulsión, es decir aquello que se opone a tal satisfacción.11
Advertimos acá una lógica de trueque en la cual, sin posibilidad de evasión, habrá algo equivalente a tal satisfacción exigida. Es por un largo camino12, labor de la represión, lo que conduce a la satisfacción sustitutiva y la formación de sí­ntomas. Que el sí­ntoma pueda ser un modo de satisfacción puede servir de hilo conductor para entender la lógica neurótica.
El Drang, la medida de tal exigencia de trabajo es aquello que Freud determina como su esencia misma13. Esfuerzo, meta, objeto, y fuente son los cuatro términos que insistimos, no se articulan naturalmente y son disjuntos. No nos extenderemos detalladamente en estos cuatro elementos, pero no abandonamos la cuestión sin antes recomendarles con respecto a este punto que recuperen la lectura del artí­culo sobre pulsión del libro Primeras Jornadas de intercambio14. Hay allí­ claridad para el que esté dispuesto a encontrarla. La invitación está hecha.
Para avanzar, tomaremos ahora algo que presenta alguna dificultad en la interpretación del texto de 1915. Nos referimos a la fuente (Quelle) de la pulsión sobre la cual escuchamos abundantemente decir que es somática, y esto a partir del siguiente párrafo: El estudio de las fuentes pulsionales ya no compete a la psicologí­a; aunque para la pulsión lo absolutamente decisivo es su origen en la fuente somática, dentro de la vida aní­mica no nos es conocida de otro modo que por sus metas. De allí­, no pocas veces advertimos -en nuestros cursantes, y no sólo en ellos- la tendencia a arrimar la pulsión al campo de lo biológico. El posible desarreglo a apartar es tomar precaución en cuanto a la idea de un autoegendramiento biológico de la pulsión. Tal desví­o, nos parece que en algún aspecto, se produce cuando el concepto de apuntalamiento es significado y usado desde una concepción genético-evolutiva, desde la cual se especula que sobre, luego y a partir de la función biológica de algunas zonas del cuerpo, se genera, nace o se inicia la pulsión.
Preferimos leer que el concepto que gesta Freud de apoyo (Anlehnung) describe, claramente, cómo frente a la indefensión biológica del niño la función del otro de la conservación, el otro del apoyo o apuntalamiento es esencial. Esto precisa algo de la sexualidad en cuanto permite indicar la génesis de la misma a partir de una erogenización del cuerpo15 acontecida desde esta dependencia con el otro primordial: la madre.
Visto así­, se despeja más la cuestión pues indicamos que es por la operación de ese otro significativo, operación sobre ese cuerpo, que podemos decir que el infante erogeniza aquellas partes del cuerpo recortándolas de su función biológica. La sexualidad entonces nace apoyada en los bordes exteriores del cuerpo que cumplen una función biolágica que debe perderse, por ejemplo alimentación- excreción16. Agregaremos que esto puede ser expresado, también, como que nace apuntalada por esas operaciones del Otro sobre el cuerpo, y acentuamos esta interpretación al decir que esta doble función del órgano no es sin el otro17, lo que equivale a afirmar que la libidinización de esas zonas de borde son marcas del otro sobre ese cuerpo.
La noción de apuntalamiento, entonces, remite al Otro primordial a través de la demanda, ya que el objeto del deseo se afirma inicialmente como encabalgado sobre el objeto de la necesidad, de allí­ la razón de introducir el concepto (Anlehnung). 18
Si avanzamos un poco más, podremos preguntarnos aceptando un repliegue en nuestro recorrido- “¿es posible huir de ese apremio, de esa exigencia del otro auxiliante?”, que como dijimos en otro momento, aporta el campo del lenguaje y que tal exigencia ineludible se vehiculiza en una demanda (lenguaje) que impacta sobre el cuerpo. Es sobre esas zonas de borde, borde que se escinde de la función biológica para abandonarla, por donde circula la demanda de la madre. La pulsión por lo tanto va a tener algo de la huella de esa demanda materna. Prestamos atención, entonces a lo que en Freud insiste cuando advierte que es la indefensión original del cachorro humano lo que permite la incidencia y las huellas de ese otro auxiliador (Nebenmench).

Destinos / vicisitudes

Examinemos, más detenidamente entonces, aquellos destinos que complican la prosecución de la pulsión en busca de su satisfacción, de su descarga. Ese apremio del Otro, esa total facilitación, ese pasaje de cantidad no detenido, no ligado, debe ser destinado. Freud señala cuatro destinos: el trastorno hacia lo contrario, la vuelta hacia la persona propia, la represión y la sublimación. En el texto de 1915 se extiende sobre los dos primeros destinos reservando para los dos últimos un tratamiento diferente.19
Pensamos que esa deriva pulsional, librada a sí­ misma implica un goce mortí­fero, algo que exige un más allá del principio de placer, es decir, algo más allá de las pequeñas variaciones y equilibrios20. Hay que señalar que el trastorno hacia lo contrario y la vuelta hacia la persona propia adquieren un estatuto diferencial a la represión y la sublimación, pues se ocupan primariamente de complicar y dar cauce a la deriva pulsional para así­ consumar la reversión pulsional.21 En la transformación en lo contrario y la vuelta sobre la persona propia conjeturamos una anticipada mediación narcisí­tica, un si mismo hacia el cual dirigir la carga pulsional. Como sabemos el mero autoerotismo es encorsetado por el acto psí­quico que conformará la matriz del futuro Yo. De esta manera es claro que el Yo puede ser ofrecido como objeto de goce a la moción pulsional, constituyendo como sabemos la cara Real del yo, que no debemos dejar de lado. Este sí­-mismo sobre el cual vuelve la pulsión es matriz narcisí­stica del yo futuro y anticipa precariamente la constitución del yo con sus revestimientos imaginarios y simbólicos.
Proponemos esta idea sostenidos en el texto que nos ocupa cuando Freud escribe los destinos de pulsión que consisten en la vuelta sobre el yo propio22 y en el trastorno de la actividad en pasividad dependen de la organización narcisista del yo y llevan impreso el sello de esta fase. Corresponden quizás, a los intentos de defensa que en etapas más elevadas del desarrollo del yo se ejecutan con otros medios.23
El texto sobre las pulsiones continúa al texto sobre Narcisismo, y es claro que allí­ se detecta una bisagra en su modelo pulsional, el Yo se constituye en el intercambio con el otro del narcisismo y tiene como antecedente esta sexualización desde lo pulsional: el yo se encuentra originariamente, al comienzo mismo de la vida aní­mica, investido por pulsiones {Triebbesetzt}, y es en parte capaz de satisfacer sus pulsiones en sí­ mismo. Llamamos narcisismo a ese estado, y autoerótica a la posibilidad de satisfacción24. Insistimos, antes de introducirnos en la segunda parte del texto, es decir, especí­ficamente en las polaridades psí­quicas, en el recurso necesario a un sí­-mismo adonde apunte la exigencia pulsional.
El trastorno en lo contrario, se ejecuta en dos procesos diversos: de lo activo a lo pasivo y el trastorno en cuanto al contenido: amor-odio. La reversión de actividad en pasividad no significa el tránsito simple de lo activo a lo pasivo, sino por el contrario se trata de una permutación en la meta, pues como sabemos en el dominio pulsional no hay pasividad, sino metas activas o pasivas. Tal vez resulta oscuro en principio esta conversión en cuanto al contenido, sin embargo este pasaje del amor al odio, nos parece, ilustra el dualismo general en Freud como particularmente el dualismo pulsional que celebra. De la reversión entre actividad y pasividad en lo que concierne a la meta hemos pasado a la conversión del amor en odio, y estos términos ya no atañen a la meta sino más bien a un cambio en el plano del impulso pulsional. Asimismo este cambio no debe imputarse o limitarse al yo unificado del Gesamt-ich (Yo total) y sus objetos amados y odiados. Es de trama pulsional.Por su lado la vuelta sobre la persona propia es planteada por Freud en una concepción que modificará años después, pero que en el texto del ‘15 expresa sin reservas al decir: el masoquismo es sin duda un sadismo vuelto sobre el yo propio25 remarcamos en esta cita el sin duda ya que allí­ sostiene un sadismo originario. En la edición de 1924 esto es reformulado cuando en una nota al pie trueca su idea (Nota 19 AE) pues dispone ya de la hipótesis de un masoquismo originario que explicita en su artí­culo El problema económico del masoquismo escrito en el mismo año (1924)26.
En la vuelta sobre la propia persona se plasma la complementariedad entre las variaciones que conciernen a la meta (activo-pasivo) y las que conciernen al objeto (sujeto-objeto), dándose así­ una alteración-conversión en la meta y al mismo tiempo un cambio de ví­a del objeto.
Freud nos presenta, para mostrar esta estructura de reversión el par sadismo/masoquismo como un proceso en tres tiempos que remiten a las voces del verbo :activa , media refleja, y pasiva. Nos invita a pensar el sadismo como una acción violenta, de dominio, de poder dirigida hacia otra persona en posición de objeto. 27
Entonces tenemos el primer tiempo en voz activa: dominar - humillar - golpear - poseer.
En un segundo tiempo este objeto es resignado y sustituido por la persona propia dando lugar a la voz refleja: dominar/se humillar/se golpear/se poseer/se. Esta bisagra intermedia es importante ya que le permite a Freud establecer algunas diferencias, pues entiende que el automartirio, no es masoquismo, es decir, la voz activa no lograr la meta pasiva propia del masoquismo, sino la media refleja.
Finalmente es en el tercer tiempo, con la búsqueda de una persona otra, ajena, quien como objeto toma sobre sí­ la función del sujeto. Este será entonces el nuevo agente, agente en tanto aquel del cual parte la acción dirigida al sujeto que ahora en posición de objeto a permutado la meta activa en pasiva: hecerse dominar / hacerse humillar / hacerse golpear / hacerse poseer. La reversión en circuito del destino pulsional que vuelve sobre sí­ toma el artificio gramatical para su captura: humillar-humillarse-hacerse humillar. Prestamos atención también a las indagaciones del otro par de opuestos que presenta en el texto: el de las pulsiones que tienen por meta el ver y el mostrarse (voyeur-exhibición) en donde también encontramos las etapas del circuito descrito anteriormente, agregándole Freud una reflexión notable al recuperar lo esencialmente autoerótico de la pulsión. Dice: “En efecto inicialmente la pulsión de ver es autoerótica, tiene sin duda un objeto, pero éste se encuentra en el cuerpo propio. Sólo más tarde se ve llevada a permutar este objeto…28 para luego proponernos que no es un disparate pensar en una etapa previa idéntica para el sadismo, etapa que conjetura a partir de los empeños del niño por dominar sus propios miembros. Será entonces, más preciso, secuencialmente decir: verse-ver - verse-hacerse ver como también dominarse-dominar-dominarse-hacerse dominar.

Amor y polaridades

El amar puede ser susceptible de tres oposiciones: Amar-odiar / amar-ser amado / amar-indiferencia. Son estas variaciones opositivas que lo conducen a un enunciado casi general en la construcción teórica a la que se avoca: la vida aní­mica está gobernada por tres polaridades31:
  • Sujeto (yo) / objeto (mundo exterior) Real
  • Placer / displacer Económica
  • Activo / pasivo Biológica
Debemos apreciar el valor de ese enunciado, pues es notorio que las mociones pulsionales se hallan sometidas a las influencias de estas tres polaridades, es decir las pulsiones soportan tal influencia y se constituyen como condiciones para la prosecución {Fortsetzung} de las mismas. Recordemos que inciden sobre la meta {Ziel}, es decir en la satisfacción (sujeto-objeto, placer- displacer, activo pasivo) y es en torno a ella que se vinculan entre sí­. Estas polaridades por otro lado se hallan ligadas a las antí­tesis del amor. Como dijimos antes la reversibililidad es una caracterí­stica constitutiva del trabajo pulsional que además, ha de funcionar con relación a la polaridad placer-displacer, subvirtiéndola.
Freud propone ordenar estas polaridades en tres categorí­as, definiendo a la polaridad activo-pasivo como biológica, para esto debemos recordar que la satisfacción resulta de suprimir el estado de excitación en la fuente pulsional, en la que se establece la exigencia constante que no admite fuga, por lo cual parecerí­a atinado entender que la metáfora de lo biológico indica tal exigencia ineludible.El placer-displacer es considerado como una polaridad económica en tanto el principio de placer puede interpretarse como intentos por mantener o restablecer cierta constancia en los procesos de carga. Lacan lo expresará así­ en el ‘64 Las pulsiones, en su estructura, en la tensión que establecen, estén ligadas a un factor económico. Este factor económico depende de las condiciones en las que se ejerce la función del principio del placer a un nivel que recobraremos, cuando llegue el momento, bajo el término de Real-ich. Digamos a continuación que podemos concebir el Real-ich como el sistema nervioso central en tanto que funciona, no como un sistema de relación, sino como un sistema destinado a asegurar una cierta homeostasis, de las tensiones internas32 La relación entre los principios de placer y constancia se presenta a la reflexión de Freud, como muy compleja puesto que la correspondencia entre ambos no es de una simple paridad. Si sabemos, que desde un inicio, esta perspectiva implicó para Freud mostrarnos el trabajo por mantener constante la suma de las excitaciones en el interior del aparato, lo cual se lograrí­a poniendo en marcha los mecanismos de evitación (fuga) frente a las excitaciones externas, y de defensa (ligazón) y descarga (abreacción) frente a los aumentos de tensión de origen interno.
Por último la polaridad sujeto-objeto la denomina Real, ya que con el concurso de lo que llamará principio de realidad, podrá establecerse una marca objetiva entre el adentro y el afuera, entre el sujeto y el mundo externo, es decir entre lo que interesa y lo indiferente. Este acaecer psí­quico conlleva una distribución del objeto en tanto alteridad, diferencia y realidad. Recurrirá necesariamente aquí­ a las diferentes funciones del yo {Ich} y las modalidades de su funcionamiento que van desde un yo-real inicial al un yo-real definitivo pasando por un yo de placer.
El yo de realidad inicial asimilado al arco reflejo o al sistema nervioso periférico, solo podrá distinguir un interior a partir de su imposibilidad de sustracción por evitación a la fuente de estí­mulos, “el yo se comporta pasivamente hacia el mundo exterior en la medida que recibe estí­mulos de él y activamente cuando reacciona frente a estos”33, es decir es activo por sus pulsiones como nos dirá más adelante.
Ese yo de realidad inicial, que como vimos establece un adentro y afuera según una buena marca objetiva, se muda entonces en un yo-placer purificado que reconoce sólo lo placentero, para así­ desdoblar el mundo exterior en una parte de placer (Lust), que ha incorporado y un resto (Unlust) que le es ajeno, extraño. Ese resto será indiferente frente al yo que concuerda con lo placentero y por lo tanto con lo amado. Recordemos que Freud define al amar como el ví­nculo de placer del yo con el objeto, por lo cual pensemos que quedan en comunión el yo, el objeto, lo placentero y lo amado. Las implicaciones que esto tiene son de importancia, ya que la introyección (incorporación) del objeto placiente lo anula como objeto exterior, le quita su alteridad y lo incorpora al yo. De manera inicial y primordialmente, entonces diremos que el primer destino del yo es ser el objeto como, asimismo, el primer destino del objeto es ser el yo. El resto, lo expulsado, lo displaciente no incorporado, se torna indiferente para el yo en un principio, de manera que encontramos aquí­ la articulación opositiva del amar y lo indiferente.
Sobre esa indiferencia se monta -por su insistencia como fuente de estí­mulo (displacer)- un exterior, ajeno, hostil, displacentero (Unlust) y por lo tanto odiado. Nos parece oportuno aquí­, relacionar cómo lo proyectado que localiza lo displaciente como lo exterior se halla articulado con aquello que Freud en La negación34 caracteriza como expulsión {Ausstossung}, fuera del yo y lo contrapone en el mismo artí­culo con la aceptación primordial {Bejahung}. Insistimos, este fuera del yo establecerá un registro del no-yo, lo otro, que coincidirá con lo odiado por displacentero habiendo sido anteriormente predicado como indiferente.
Es interesante ver como la relación que media entre el yo y los objetos placientes bajo la modalidad del narcisismo resulta asimilado por identificación, al yo, convergiendo una aspiración total propia de este yo unificado (Gesamt-ich). Este ha sido interpretado muchas veces como yo total ya que así­ lo permite cierta traducción, sin embargo nos parece más ajustado exponerlo como yo unificado indicando la tendencia a reunir, completar, es decir hacer converger sin anular lo parcial. En el seminario XI que ya citamos, Lacan nos invita a pensar el Gesamt-ich como una superficie, como una red que une puntos de acumulación.35 No cabe evocar por lo tanto la unidad del yo propia de la psicologí­a clásica en oposición a la parcialidad pulsional, en una pretendida sí­ntesis totalizadora. Estamos advertidos que Freud reserva el par amor-odio para la relación del yo unificado con sus objetos, sin embargo podemos pensar provisoriamente, sin caer en las desviaciones a las que dio lugar la totalización madurativa, en una genitalidad como un polo de convergencia -inestable- para cierta forma del goce en la estructura edí­pica. Por otro lado, la experiencia psicoanalí­tica nos muestra otra cosa: la genitalidad está sometida a tal circulación en el Edipo como conjunción entre el campo pulsional y el campo de la cultura como lugar Otro en donde se ejercita el reclamo {Anspruch} y la renuncia a la satisfacción pulsional.
En este recorrido que hemos efectuado, nos queda por despejar aquello que Freud denomina el Yo-real definitivo, permutación de la función del yo de placer, ahora mediada por el Principio de realidad, principio que intentará a través de rodeos el reencuentro en la realidad del objeto placentero. Esto quiere decir: un objeto amable (que se pueda amar) que no sea el yo y por lo tanto diferente y exterior.
Recapitulando podemos establecer los siguientes pasos en la constitución:
  • El yo como objeto amado / yo-placer / interior / amor / incorporación.
  • Lo exterior como objeto odiado / expulsión / exterior / indiferencia / odio.
  • El objeto odiado como no-yo / exterior / displacer / odio.
  • El objeto amado como exterior / exterior / placer / realidad / amor.
El Principio de realidad toma forma en las modificaciones que recaerán sobre el Principio de placer y por otro lado conocemos que en el narcisismo es el yo que como objeto se torna sujeto de la atribución. La atribución, juicio que otorga o niega una propiedad a una cosa, será esencialmente la de ser placentero. La cuestión será entonces ver como se pasa desde este juicio de atribución a la existencia (juicio de existencia) de objetos placenteros que no sean el yo.
Es en su trabajo La negación, en el cual Freud traza lo esencial de estos conceptos, así­ como antes deberá establecer en Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psí­quico36 la complementariedad, y no la oposición entre Principio de placer y Principio de realidad.
En La Negación de 1925, especifica: La otra de las decisiones de la función del juicio, la que recae sobre la existencia real de una cosa del mundo representada, es un interés del yo-realidad definitivo, que se desarrolla desde el yo-placer inicial (examen de realidad). Ahora ya no se trata de si algo percibido (una cosa del mundo) debe ser acogido o no en el interior del yo, sino de si algo presente como representación dentro del yo puede ser reencontrado también en la percepción (realidad). De nuevo, como se ve, estamos frente a una cuestión de afuera y adentro. Lo no real, lo meramente representado, lo subjetivo, es sólo interior; lo otro, lo real, está presente también ahí­ afuera. En este desarrollo se deja de lado el miramiento por el principio de placer. La experiencia ha enseñado que no sólo es importante que una cosa del mundo (objeto de satisfacción) posea la propiedad “buena”, y por tanto merezca ser acogida en el yo, sino también que se encuentre ahí­, en el mundo exterior, de modo que uno pueda apoderarse de ella si lo necesita.37
Es decir la prueba de realidad cumple la función no de comprobar correspondencia o adecuación de la representación (Vorstellung) con la cosa, sino más exactamente de volver a encontrar, por lo tanto reencuentro como percepción externa. Ya la concepción de rehallazgo del objeto, se halla en el Proyecto de psicologí­a (1895), en la Interpretación de los sueños (1900), como en Tres ensayos de teorí­a sexual (1905). La pérdida del objeto real de satisfacción, su ausencia, posibilita (sobre el fondo alucinatorio), la prueba de realidad, que se funda en la diferencia entre percepción y representación tanto como en el adentro y el afuera. Este yo-real definitivo, está sujeto al principio de realidad y se constituye como un trabajo que a partir de tal pérdida de objeto, permite moderar las condiciones absolutas del principio de placer posibilitando por rodeos (requisito de lo simbólico), que el objeto sea encontrado de nuevo, es decir: reencuentro. Concluimos, por ahora.


Fuente original: Rodriguez Solano, J. Facultad Psicologia. UNR.

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