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Cóceres, O. - Políticas sanitarias y condiciones de vida


Para la comprensión de la situación actual de las prácticas, políticas y estructuras sanitarias argentina y su relación con las condiciones de vida de la población; es necesario al menos hacer un recorrido de la historia. El enfoque desde el cual haremos este recorrido, la medicina social con base en el materialismo dialéctico e histórico.
En la estructura sanitaria, los modelos aplicados son la resultante de los cambios en la estructura social, el cuidado de la salud como práctica social, junto a los avances científicos-técnicos, y fundamentalmente por el cambio en la epidemiología de la enfermedad, conforman la interacción necesaria para este desarrollo.
La estructura social en el plano de la salud podemos decir que es la “relación entre el nivel de salud y sus condiciones de vida determinada por su posición social”. La gente vive, muere o enferma según el lugar social que ocupa en el proceso productivo y dentro de él en el proceso de trabajo.

A principio del siglo xx el contexto histórico social en Argentina se caracterizaba por tener un desarrollo capitalista incipiente con inversión de capital primordialmente en infraestructura o industrias vinculadas a la exportación, con una base latifundista del campo con su producción ganadera y agrícola. Y recibir un gran afluente de inmigrantes provenientes de varios países europeos, principalmente italianos y españoles, debido a esto en ese momento la fuerza de trabajo inagotable. Además significaba que desde el punto de vista del cuidado de la salud, no era necesario vigilarla ya que era fácilmente remplazada.
Las enfermedades infectocontagiosas (paludismo, chagas, sífilis, etc.) asociadas a la malnutrición y desnutrición, en medio de condiciones ambientales, en muchos casos deplorables, estaban a la orden del día; otros de los problemas sanitarios y social importante era el alcoholismo, devastador de las expectativas de vida de los sectores más bajos de la sociedad, los criollos y los originarios.
Los “socorros mutuos” (mutualidades) y las “caja de huelgas”, fueron los organismos de solidaridad creados por los obreros para defender su salud de la explotación salvaje; permitiéndole recuperarla con asistencia médica o mantenerla con salarios que regeneran su fuerza de trabajo. Las clases dominantes, a través del aparato de poder del Estado, utiliza e instrumentan ideológicamente esa necesidad, ante la movilización de la masa popular, ejemplo de ello eran los hospitales de beneficencia.
En cuanto al papel del Estado en su relación con salud, mantenía un criterio indiferente en cuanto al cuidado de la salud. La atención sanitaria a la que podríamos precisar como “policía médica”, apoyados en una concepción higienista, que consistía en procurar hábitos higiénicos a la población principalmente hacinada en las casas de inquilinato. El objetivo de esta política era transformar a los pobres en más aptos para el trabajo y menos peligrosos para los ricos, el papel asistencial era totalmente secundario.

Década del ’40: organización del sistema de salud. En este periodo es creado el ministerio de Salud Pública, siendo sur primer ministro, el Dr. Ramón Carrillo, quien organiza el Seguro Nacional de Salud, dando al Estado la potestad del control financiero y administrativo de los servicios de salud. Dando prioritaria importancia al desarrollo de la medicina preventiva, a la medicina social y a la medicina sanitaria, a la organización hospitalaria, a conceptos como la “centralización normativa  y descentralización ejecutiva”.
Las política  sanitaria tiene tres ramas básicas: a) la medicina asistencial, destinada a la reparación y rehabilitación de las enfermedades ; b) la medicina sanitaria, orientada a la profilaxis inmunológica y al cuidado del medio ambiente y c) la medicina social, enfocada a desarrollar los factores que promueven la salud ( trabajo digno, educación, alimentación, vivienda, esparcimiento). Esta última rama, en realidad la verdadera prevención, debería ampliarse y reemplazar a las otras dos.
En 1948, junto con la firma de la carta constitutiva de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se crea el ente sectorial dedicado a salud, la Organización Mundial de la Salud (OMS). El enfoque sanitario adquirió una denominación identificatoria y un cuerpo conceptual: salud pública, es decir, una disciplina de abordaje de lo social o colectivo, como visión superadora del enfoque clínico o individual. 
Si bien la práctica pública coexistió desde el inicio con las prestaciones privadas, en este periodo predomina el papel del Estado, y es en este marco sociopolítico que tiene auge las O. Social sindicales. Por otra parte se generalizan las Obras Sociales nacionales y provinciales.

A comienzo de la década del ’60 comienza el declive de la responsabilidad pública de la atención de la salud de la población, tomando supremacía la inversión privada y la rentabilidad. Queda así configurado un esquema del sistema de salud con un sector público, un sector privado, y las obras sociales, repartido en partes aproximadamente iguales, esto es así desde el punto de vista de quien financia, pero no desde quien es prestatario. El sistema privatizado va hegemonizando la línea, la conducta, el desarrollo e incluso la demanda de la función pública. El sector público estatal en donde a lo asistencial, se agregaba la investigación, la educación, y la inversión en tecnología, a parir de esta época la va quedando el papel de cubrir la función del sector marginal dentro del sistema. Producto del revulsivo social en el mundo, la guerra de Vietnam, la Revolución Cubana, y en general la oleada de luchas de  los pueblos y naciones por la liberación nacional y social, tiene un impacto muy grande sobre grandes masas a nivel mundial y sobre el abordaje de las problemáticas de la salud de la población y principalmente sobre los castigados por la crisis económica, como así también por políticas dictatoriales.
A principio de la década del ’70 en Argentina se abre un debate muy profundo e interesante sobre la salud, sobre las “bases de un proyecto de Reforma Sanitaria Nacional” pretendiendo que el Estado recupere su papel primordial. Es interesante rescata los movimientos sociales de los trabajadores de la salud en el escenario del debate en esta cuestión. Al proyecto de ley sobre el Sistema Nacional Integrado de Salud, fueron fundamentales los aportes de la Coordinadora de trabajadores de salud Mental. “la salud debería ser universa, igualitaria e integral (curativa, preventiva y rehabilitadota).

A partir de la década del ’90 en forma constante se ha ido practicando una política de destrucción del Sistema Público de la Salud. En lo económico, restringiendo el presupuesto y los salarios; en lo laboral, con el recorte o anulación de las conquistas
De los trabajadores del área; en el plano político-ideológico, usando todos los argumentos posibles para descentralizarlo. Alegando que el Estado no era eficiente, así se abrió paso a la destrucción del hospital público y gratuito, insertando la modalidad de descentralización y posteriormente “autogestión hospitalaria”.
En 1993 el Banco Mundial, ente de financiador de préstamos a los países en “desarrollo” o “emergente” investiga la situación sanitaria, educativa, etc., como condición para otorgar prestamos. En el caso argentino investiga la crisis del sector y produce un documento. Este informe que especifica el deterioro de los índices sanitarios, la anarquización del sistema de prestaciones, un gasto excesivo en medicamentos por parte del estado. Así se produce un alto gasto, con un impacto muy bajo en la salud de la población.
En los esencial propone que el cuidado de la salud de la población más pobre y vulnerable  debe estar a cargo del Estado, o estados provinciales, reactualiza lo ya planteado por organismos internacionales en décadas anteriores. Alienta los “incentivos” para los prestadores “eficientes”, “compromiso de gestión. Pero “el eje conceptual es reemplazar el subsidio a la oferta por el subsidio a la demanda, en otras palabras dejar de financiar los hospitales y centros de salud y poner ese dinero en servicios financieros para que la población compre la salud en el mercado /seguro de salud)”. Todo esto financiado por préstamos internacionales, sobre el criterio de “productividad”. 

Fuente: Resumen Psicología UNR

Montero, M. - Evolución y tendencias actuales de la psicología social en América Latina



Universidad Central de Venezuela. Apdo. 80394. Prados del Este. Caracas 1080-A. Venezuela 


Hacer un recuento de la evolución y estado actual de la Psicología Social en nuestra parte del continente americano no es tarea fácil, en el sentido de que la vastedad del territorio que cubre la América que ha sido llamada Latina, la dificultad de las comunicaciones y la pluralidad de centros académicos, de investigación y de intervención, hace que cualquier intento de cubrir el campo a cabalidad sea casi siempre utópico. Sin embargo, la periodicidad de los congresos interamericanos de Psicología, la labor de publicaciones periódicas tales como la Revista Latinoamericana de Psicología, la Revista interamericana de Psicología y el Boletín de la Asociación Venezolana de Psicología Social (AVEPSO), así como los aportes de otras publicaciones de carácter nacional, permiten establecer el curso seguido por esta rama de la Psicología en la región.

Orígenes

El inicio académico de la Psicología Social en América Latina puede fijarse, para la mayor parte del continente en la década del 50, surgiendo conjuntamente con la creación de la mayor parte de las Escuelas de Psicología y con el reconocimiento de la necesidad social de la profesión. En efecto, en 1952 se funda la primera escuela de Psicología de Cuba (Universidad Católica de Sto. Tomás de Villanueva); en 1953 aparece la primera en Brasil; en 1954 la primera de Venezuela (Universidad Central) y ya para inicios de la década del 60 (en 1962 aparece la primera en Chile y poco tiempo después se funda la primera del Perú), la disciplina está firmemente implantada en la mayoría de las universidades latinoamericanas, si bien en algunos países (Costa Rica, por ejemplo), ello no ocurre sino hasta los años 70 (Dobles, 1989).

Como ya se ha dicho antes (Casañas y otras, 1984; Montero, 1989), esta Psicología se caracteriza mayormente por su carácter dependiente y meramente reproductor de teorías, métodos y temas de estudio en boga en los EE. UU. (principalmente) y Europa; si bien hay ya en los años 50 el principio de una línea de investigación que ha probado ser sumamente fructífera en América Latina: el estudio de los efectos de la cultura sobre el comportamiento y sobre la identidad social de los habitantes de estas regiones, y a su vez, la relación entre esa identidad, condiciones estructurales y conciencia social, que se transformará en los años 70 en una fuente de producción de conocimiento estrechamente ligada al propio desarrollo de la subdisciplina.

Pero aún antes de la creación de las escuelas de Psicología, ya algunas cátedras de Psicología Social existían como asignaturas en otras carreras universitarias: educación, periodismo en Cuba (Casañas y otras, Op. Cit.), economía en Brasil (Ribeíro de Almeida, S.f.). Y el interés por el nivel psicosocial de explicación de muchos fenómenos sociales y psicológicos está presente desde mediados del siglo pasado, en ese campo a veces un poco impreciso que luego se delimitó en diferentes ciencias sociales: antropología, sociología, politología, Psicología Social. Así, en 1841, en su Resumen de la Historia de Venezuela, Rafael María Baralt dedicaba un capitulo al tema del carácter nacional usando argumentos que volveremos a encontrar a fines del siglo XIX en Le Bon; igualmente en algunos de los positivistas latinoamericanos que escribieron a principios de siglo se puede encontrar capítulos referentes a la Psicología Social de los pueblos. Y en 1916 Arthur Ramos, en Brasil, publicaba una obra titulada Introducción a la Psicología Social, pionera de los libros de texto latinoamericanos en esta disciplina. Pero transcurrirán cincuenta y cuatro años antes de que aparezca otra obra equivalente, la de Rodrígues (1972, otro brasileño, seguida en 1976 por la de Salazar y otros en Venezuela).

Es decir, que se necesitaron veinte años de trabajo sistemático a partir de la creación de escuelas de Psicología y de departamentos de Psicología Social; más el establecimiento de líneas de investigación con la consiguiente producción ligada a ellas; la formación y egreso de varias promociones de psicólogos y el entrenamiento en la práctica docente e investigativa, para que la Psicología Social latinoamericana empezase a producir medios de estudio surgidos de su propio seno. Hasta ese momento (y todavía hoy la práctica se mantiene en muchos centros académicos), la formación psicosocial se hacía exclusivamente a través de textos producidos casi siempre en los EE. UU. La Psicología Social estudiada era fundamentalmente la que esos textos presentaban; desde su perspectiva se analizaban los problemas de estudio, muchas veces también determinados por la influencia teórica y metodológica que de esos manuales se desprendía, cuando no directamente tomados de ellos.

Una segunda característica que marca los inicios de la Psicología Social es que, y ello parece inevitable, quienes comienzan a desarrollar una práctica psicosocial sistemática en muchos casos se habían formado en centros académicos estadounidenses y europeos, o bien debían su entrenamiento básico a ciencias afines: Sociología, Antropología, Filosofía, incluso Medicina. Esto supone por una parte la importación, a veces acrítica (hay algunas excepciones) de modelos, teorías, métodos y áreas de interés, y, por otra parte, sesgos provenientes de esas disciplinas de origen, que si bien aportaban enfoques de interés, en lugar de complementar, durante algún tiempo ocuparon el puesto que debía corresponder a tendencias y perspectivas surgidas dentro de la propia Psicología Social.

Pero como ya he dicho, algunas excepciones hay a esta configuración ajena del objeto de estudio. Las investigaciones relativas a autoimágenes y heteroimágenes de los miembros de la propia cultura, así como de otras; los estudios sobre estereotipos nacionales, que luego darán lugar a trabajos sobre los aspectos psicosociales del nacionalismo y la identidad social y nacional en particular; que si bien se inician marcados por el uso de modelos teóricos y metodológicos provenientes de otros ámbitos, pasarán más tarde a desarrollar sus propios modelos y a un uso crítico y selectivo de teorías y métodos.

Que sea esa línea de investigación la que primero adquiera una definición y configuración propias no es casual. En efecto, si se toma en cuenta la cantidad de obras relativas a la definición identificatoria del «carácter nacional», de la «Psicología de los pueblos americanos», es comprensible este desarrollo. Una vasta literatura de carácter sociopolítico y antropológico sirve de marco a este tipo de estudios. Muchas de esas obras fueron los textos que para bien o para mal orientaron la educación básica en nuestros países. Desde México hasta Argentina puede decirse que cada país latinoamericano ha tenido en algún momento de su existencia como nación uno o varios momentos de reflexión sobre esa problemática, con la consiguiente producción de tratados al respecto.

Tal literatura configura una protopsicología social, en la medida en que nociones tales como las de actitud, valores, creencias, imágenes, mentalidades y patrones sociales de conducta son tratadas en ellas en un nivel eminentemente psicosocial, ora histórico, ora filosófico, y lo psicológico es presenta como una derivación natural de la fundamentación desarrollada en esas obras. Al mismo tiempo, esa literatura muchas veces constituyó la expresión ideológica con la que se pretendió explicar el desarrollo frustrado de las naciones latinoamericanas, por comparación con modelos europeos y con el paradigma estadounidense.

Fases en el desarrollo de la Psicología Social en América Latina

Si los inicios de la Psicología Social están marcados por la dependencia teórica y metodológica y sus antecedentes por el carácter ideologizado de la perspectiva adoptada, esta situación comenzará a caminar a mediados de la década del 70. Una visión de conjunto del devenir de la subdisciplina en América Latina permite distinguir las siguientes fases en su evolución:

1. Fase de una protopsicología social, correspondiente a los antecedentes. Más que de una Psicología Social propiamente dicha se debe hablar aquí de un pensamiento de carácter sociopsicológico, difuso, muchas veces ideologizado, que cumple una función justificatoria para regímenes autoritarios, para políticas de inmigración y, en general, para el desarrollo de una conciencia e identidad social de carácter dependiente. Esta fase tiene sus primeras expresiones a mediados del siglo pasado y produjo una abundante bibliografía durante toda la segunda mitad del mismo y la primera del actual.

2. Fase de constitución y afirmación sistemática de la subdisciplina. Correspondiente a la implantación científica de la Psicología Social y a la creación de un nicho académico para la misma, no solo en ciencias afines sino dentro de la enseñanza e investigación psicológicas per se. Esta es la fase dominante durante la década del 50 y principios de los años 60.

3. Fase de consolidación de la psicología Social como disciplina académica y a la vez de reproducción dependiente de conocimientos producidos fuera del ámbito latinoamericano. Durante esta fase predomina una producción de conocimientos psicosociales marcada por la adopción acrítica de teorías y métodos surgidos en otras latitudes y por la desvinculación entre los problemas estudiados y la realidad social en que esos estudios se producen. Y a la vez, esta dependencia típica del carácter periférico de nuestros países, está marcada por el retraso informativo. Se siguen los modelos implantados desde fuera, pero siempre a la zaga. Se adoptan las teorías largo tiempo después que han sido entronizadas en los centros de producción del conocimiento y muchas veces cuando ya comienzan a ser superadas por nuevas propuestas, haciendo que la actividad realizada en nuestros países sea obsoleta desde su nacimiento, limitándola.

Esta fase se caracteriza por la producción de una Psicología Social que, siguiendo la clasificación de Stryker (1983), es eminentemente psicológica, ya que surge en el campo de la Psicología, predomina en ella la perspectiva psicológica por encima de la social y tiene como paradigma metodológico el método experimental; si bien no sea ésta la estrategia de investigación predominante. Su duración cubre desde mediados de los años 60 hasta mediados de la década del 70.

4. Fase de crisis de la Psicología social, en la cual la enseñanza, producción, teorías y métodos de la subdisciplina comienzan a ser sometidos a análisis críticos en función de su relevancia y significación social en sociedades específicas. Los psicólogos sociales comienzan a sentir un intenso malestar en relación con las condiciones en que realizan su trabajo, en relación con las orientaciones que lo inspiran y, sobre todo, en relación con su utilidad y efectos. Comienzan a preguntarse a quién sirve y para qué sirve su quehacer y han acumulado ya suficiente experiencia como para haber constatado que ciertas explicaciones teóricas asumidas como el modo apropiado de comprender y aprender la realidad, no producen respuestas, o bien las que dan son irrelevantes o simplemente no funcionan, no sirven. Es el momento de las denuncias y es también el momento (y obviamente hay una relación en todo ello) en que convenzan a producirse los primeros libros de texto.

Y decimos que hay una relación entre denuncias y producción de textos, porque esta última exige una revisión del campo de estudio, que aún en los casos menos críticos, supone la contrastación con la realidad a fin de ejemplificar los principios y conceptos que en ella se contienen. Pero más aún, como coautora de uno de esos libros, producido en 1976, puedo decir que la motivación que nos impulsaba en aquel momento era la de producir nuestro propio libro de Psicología Social, ya que los que hasta cierto punto representaban «el estado del arte» en la materia para su lugar de origen, no nos permitían explicar la realidad en que vivíamos, no se referían a nada parecido a ella y nos parecía absurdo (¡también a nuestros alumnos!) hacer mención de casos ocurridos en Middletown o en Chattanooga o en Neverland y no a lo que sucedía a nuestro alrededor.

La especificidad de la cultura, las peculiaridades de la sociedad concreta escapaban y, al mismo tiempo, la investigación psicosocial se hallaba en un callejón sin salida, que en el mejor de los casos sólo permitía llegar a aproximaciones exploratorio descriptivas, muchas veces deformadas por el enfoque teórico subyacente, a menudo descontextualizadas y parceladas. No necesariamente esos textos subsanaron tales vicios, pero sí abrieron la puerta a nuevos temas, a nuevas perspectivas y coincidieron con el inicio de una nueva praxis marcada por la derivación cada vez más perceptible hacia una Psicología Social sociológica, más cercana -a teorías y puntos de vista provenientes de las ciencias sociales, pero sin sacrificar a ellas su nivel de análisis y de explicación y marcada también por la búsqueda de nuevos enfoques metodológicos.

El trabajo de Graciano (1976 en 1981) es una buena expresión de esta crisis. En él se denuncia la inexistencia, para el momento, de una Psicología Social brasileña, ya que la existente era importada, y la necesidad de «... determinar primero cuáles son los problemas importantes para los psicólogos sociales brasileños si es que algún día vamos a hacer una verdadera contribución a nuestra disciplina» (Op. Cit., p. 415). El trabajo de Ziviani (1976 en 1978) igualmente ilustra esta necesidad de generar «teorías de inspiración propia», que den relevancia social a esa Psicología Social, y de tomar en cuenta «... el dualismo y la naturaleza bidireccional de la interacción social» (p. 21).'Otro tanto hacíamos para la misma época (Montero, 1976) cuando analizábamos la producción psicosocial venezolana entre 1962 y 1975, mostrando su carácter acrítico y la ausencia casi total de explicaciones teóricas y metodológicas propias y reclamando la necesidad de hacer una Psicología Social que fomentara «... el conocimiento [] de la realidad para los sujetos que la construyen. Revelar los nexos entre las causas y los efectos, entre fenómenos aparentemente desligados e inconexos; situar al hombre y sus acciones en el contexto y reconocerlo como actor y como producto del mismo. Descubrir, no ocultar» (1976, p. 9). Nueve años después, en 1985, repetimos la investigación considerando los trabajos realizados entre 1974 y 1984. Los resultados mostraron que si bien seguían predominando las fundamentaciones teóricas externas, podía observarse ya una línea crítica por cuanto esas teorías muchas veces eran sometidas a análisis y examen en función de la problemática tratada, la cual derivaba de la realidad.

No obstante, no es ésta la única respuesta a la crisis, otra corriente propugna, a partir de la consideración del carácter universal de la ciencia y por ende, de la Psicología Social, la necesidad de replicar estudios en diferentes culturas, a fin de hallar los aspectos comunes (Rodrigues, 1979; 1989). Pero también subyaciendo a esta posición está la consideración de la preocupación por la relevancia de la investigación psicosocial y por el conocimiento de la realidad que se estudia (Rodrigues, Op. Cit.).

Situar cronológicamente esta fase es difícil, pues todavía hoy en día hay manifestaciones de ella, pero su momento de erupción comienza alrededor de 1976 (coincidiendo con la crisis denunciada también en otros ámbitos) y produce la mayor parte de sus manifestaciones hasta principios de los años 80.

5. Fase de desarrollo propio de la Psicología Social latinoamericana. El calificativo «propio» significa aquí producción autóctono, en función de problemas derivados de la realidad y con utilización crítica de teorías y métodos existentes, así como con aportes teóricos y metodológicos surgidos en ese quehacer psicosocial. Esta fase coincide con manifestaciones pertenecientes a las dos anteriores, ya que en un continente tan vasto como el americano, con 20 países latinoamericanos, algunos de ellos a su vez de gran extensión y población, es imposible pensar en un desarrollo homogéneo, cosa que de hecho difícilmente ocurre aún en un sólo país. Sin embargo, mirando la producción latinoamericana en su conjunto, podemos decir que la avanzada de la misma se encuentra desde 1983, aproximadamente, en esta fase, a la vez que mantiene una actitud de denuncia crítica.

Lo que caracteriza a esta fase quizá pueda resumiese por ese elemento crítico. La Psicología Social que se está produciendo puede tipificarse por su ubicación en la línea sociológica antes mencionada, marcada por esta perspectiva (no toda Psicología Social sociológica es crítica, ni toda Psicología Social psicológica es acrítica). Es una Psicología Social que se revisa a si misma, a sus objetivos, a sus fundamentos y a sus efectos, tanto desde la perspectiva marxiana cuanto desde perspectivas que pueden seguir otras corrientes filosóficas. Esa base social es muy clara en los trabajos producidos en los años 80: Durkheim, Marx, la teoría de la dependencia, Freire, Fals Borda, Habermas, Parsons, entre otros autores le suministran un marco teórico, pero siempre sometida a análisis y a la prueba de su capacidad para suministrar elementos capaces de interpretar y explicar fenómenos psicosociales. De hecho muchos autores prefieren hablar de una psicosociología y aún, más recientemente, del rescate y reconstrucción de una Psicología Colectiva (cf. Arciga Bernal, 1989 y Fernández Christlieb, 1989). Asimismo, una Psicología Sociológica de base marxiana se hace claramente presente en algunos países del continente (México, Brasil, Venezuela, Colombia), la cual presenta expresiones tanto críticas como acríticas. A su lado coexiste la Psicología Social marxista cubana.

Pero además es ésta una Psicología Social que busca un nuevo paradigma, y de hecho se inserta en él (Montero, 1989, 1991) ante la creciente incapacidad del que hasta entonces dominaba, para dar respuesta a los problemas que ahora enfrenta. Así, es una Psicología que reconoce el carácter histórico de los fenómenos que estudia (Montero, 1978; Martín-Baró, 1983; Jurema, 1985); que plantea una apertura metodológíca, en el sentido de aceptar métodos alternativos y una diferente relación entre quien investiga y su objeto de investigación (Montero, 1984), y rechaza el dominio absoluto del modelo de producción de conocimiento generado en el campo de las ciencias naturales, privilegiando la investigación en ambientes naturales sobre la de laboratorio (Marín, 1978); que reconoce el carácter activo de los sujetos de investigación, productores de conocimiento; que reconoce igualmente el carácter dinámico y dialéctico de la realidad social, y por ende de la condición relativa, temporal y, especialmente, del conocimiento producido; que amplia su objeto de estudio, incluyendo el nivel psicológico de fenómenos tales como la ideología y la alienación (en 1977, Salazar decía ya que la Psicología Social estudia la conducta y la ideología); que admite el carácter simbólico de la realidad expresado a través del lenguaje (Fernández Christlieb, 1986) y que asume explícitamente su compromiso político y social (Martín-Baró, 1986; 1987).

Por supuesto, y como se desprende de la diferencia de impulso y dirección que la subdisciplina tiene en el continente latinoamericano, hay paralelamente una Psicología Social que sigue un rumbo más tradicional o apegado a los dictámenes de algún centro académico europeo o estadounidense, y que está produciendo un buen número de investigaciones acordes a las líneas usuales.

Hay también quien mira las manifestaciones de cambio con escándalo y aún temor, pero ante los resultados, ante el conocimiento producido y su aplicabilidad, no se puede explícitamente negar su relevancia social y su capacidad de dar alguna respuesta a los álgidos problemas que afectan a nuestra América. De hecho, la principal crítica a esta posición, dirigida a la posibilidad de introducir sesgos valorativos establecidos por el compromiso (Rodrigues, 1989) no parece hallar fundamento hasta ahora, por cuanto la adopción de un nuevo paradigma no ha significado el desligarse de la producción científica en general, ni mucho menos establecer un corte que sería ahistórico. Lo que busca esta Psicología Social es ocupar un lugar per se en la producción de conocimiento, aún a costa de abandonar el «privlegiado» lugar en la cola del león (no exenta de pulgas).

Consecuencias inmediatas del desarrollo de una Psicología Social latinoamericana

El «despegue» de la Psicología Social en la América Latina ha tenido evidentes consecuencias para sí y para su inserción social. En el primer caso debemos más bien hablar de relación de interacción mutua entre crisis, reestructuración y desarrollo distintivo como ciencia. En efecto, la toma de conciencia de la Psicología Social respecto de su rol real, de su rol asignado y de su rol posible en las sociedades latinoamericanas, condujo a una inmediata organización del campo profesional en el sentido de suscitar la creación de una organización internacional, la ALAPSO (Asociación Latinoamericana de Psicología Social de considerable actividad en la segunda mitad de la década del 70 y principios de los años 80, que la llevó a organizar algunos encuentros científicos y a publicar cuatro números de una revista, entre 1981 y 1982. Se crearon, asimismo, asociaciones nacionales tales como AVEPSO (Asociación Venezolana de Psicología Social); ABRASO (Asociación Brasileña de Psicología Social); ACHIPSO (Asociación Chilena de Psicología Social); AMEPSO y SOMEPSO (Asociación Mexicana de Psicología Social y Sociedad Mexicana de Psicología Social), las cuales, con mayor o menor éxito, han logrado crear Publicaciones periódicas (el Boletín de la AVEPSO, publicando cuatrimestralmente desde 1978, es un buen ejemplo de ello) y realizar reuniones científicas en sus respectivos países. Aumenta significativamente el número de publicaciones en el área, no sólo por la existencia de Boletines y Revistas, sino por la producción de libros sobre temas específicos y de recopilaciones de artículos (p. e. La Psicología Social en Latinoamérica, volúmenes I y II, recopilados por G. Marín).

Por otra parte, en muchos países de América Latina, desde fines de la década del 70, profesionales de la Psicología Social empiezan a ocupar cargos relevantes en equipos de planificación, públicos y privados. ¿Ha generado alguna diferencia la presencia de psicólogos en cargos ejecutivos? ¿Ha sido socialmente relevante esa presencia? Nuestra información no permite hacer generalizaciones para toda América Latina, pero si nos permite señalar, por ejemplo, que en el caso venezolano, por ejemplo, una ministra de Estado, psicóloga, logró importantes reformas legales en el sentido de reconocer igualdad de derechos civiles a la mujer.

Pero quizá donde más clara se ve la relación entre desarrollo propio de la Psicología latinoamericana y relevancia social, sea al examinar qué áreas o campos de acción dentro de esa Psicología se han fortalecido más, e incluso surgido, en los últimos treinta y cinco años. Para ello hicimos una revisión de 928 trabajos producidos en la Psicología social latinoamericana desde 1956 en adelante (siete libros de texto; 16 recopilaciones; 38 obras independientes; cinco publicaciones seriales de diversos centros académicos y diversos números de 56 publicaciones periódicas). Revisión que no pretende ser ni exhaustiva ni representativa, pues para cumplir cualquiera de esas dos condiciones habría que establecer cuál es la población de publicaciones en el área, tarea que supone recursos y tiempo fuera de nuestro alcance actualmente. No obstante, creemos que la revisión refleja bien la producción fundamental de la región, ya que 16 países están representados; sí bien la producción de unos tiene mayor divulgación que la de otros, en parte por mayor posibilidad de comunicación de la autora con centros académicos de esos países, pero también porque autores de los mismos publican más en revistas internacionales y aún en revistas nacionales de otros países latinoamericanos, lo cual es un índice de mayor producción e información, entre otros aspe os. Como toda clasificación, la que hemos hecho es arbitraria en algunos puntos; específicamente en aquellos en los cuales los datos no revelaban claramente una tendencia y debimos imponer algún criterio para agruparlos.

Los resultados son los siguientes:


Como vemos en la tabla precedente, cuatro áreas tienen la mayor representación: la Psicología Política, que en América Latina se desarrolla como una rama de la Psicología Social y que debe, probablemente, su alta frecuencia a la asunción por parte de grupos de psicólogos sociales altamente productivos, dei reto y el compromiso de estudiar la realidad en que viven, aún con riesgo de sus vidas. Las condiciones políticas de muchos de nuestros países han inclinado la balanza hacia este campo, en el cual la descripción, explicación e intervención han llegado a ser no sólo necesarias, sino a veces la tarea más urgente y a la vez la más difícil de realizar. Su nivel de producción y desarrollo hacen previsible que muy pronto se desgaje del tronco psicosocial común.

Encontramos luego lo relativo a la definición de la propia disciplina, a la crítica a su quehacer, a la revisión de su enseñanza, a su carácter histórico, sus tendencias y su método. Es ésta una presencia lógica, pues toda ciencia que quiere construirse necesita pensarse a sí misma, definir su objeto y su método y someterse continuamente al autoanálisis.

En cuarto lugar está el abigarrado campo de los constructos relativos a lo que se ha llamado cognición social (actitudes, valores, creencias, representaciones sociales, autoconcepto, atribuciones, entre otros aspectos), que ha comenzado recientemente a transformarse en una Psicología Social del Conocimiento. Esto puede estar respondiendo a las características del desarrollo de la disciplina en general y en parte también a la herencia que la Psicología Social arrastra desde fines de los años 60 e inicios de los 70, marcados por la influencia de las teorías del equilibrio en los EE.UU. y su contrapartida europea, el modelo de las representaciones sociales. En el caso de las actitudes no hay que olvidar, además, que dese el surgimiento mismo de la Psicología Social, ellas han ocupado un lugar preponderante como objeto de estudio.

Luego se presenta la Psicología Social comunitaria, cuyo desarrollo, relevancia social y producción cobran cada día mayor alcance. Este dato confirma una tendencia ya prevista por Rodrígues (1979) y por Escovar (1980), que se venía perfilando desde las postrimerías de los años 70 (evidente en el XVII Congreso Interamericano de Psicología, cuando se origina un Comité Gestor de Psicología Comunitaria dentro de la Sociedad Interamericana de Psicología, liderizado por Luis A. Escovar), se afirma desde inicios de los 80, para constituir hoy día un área de la Psicología per se.

Los procesos colectivos, denominación en la cual incluimos las migraciones, el gregarismo, la socialización, los conflictos sociales y las organizaciones, siguen en orden de frecuencia. Las demás áreas, de interés decreciente, constituyen cada una un subcampo de la Psicología Social, por derecho propio: Psicología Social de la comunicación (intersubjetiva, de masas, no verbal); Psicología Ambiental, a la cual unimos los incipientes estudios en lo que se está denominando como Psicología Urbana, y los pocos que encontramos sobre calidad de vida; Psicología Social de la salud; Psicología Social de la educación; Psicología Social y lenguaje; grupos; Psicología Social del trabajo y Psicología Social de la familia.

Siguen los estudios sobre los efectos psicosociales de la cultura (no sobre identidad social, nacional y nacionalismo, incluidos en el área de la Psicología Política) y las comparaciones transculturales. Luego están los estudios sobre la aplicación de la Psicología Social y generación de tecnología social; sobre el cambio social y el desarrollo social y sobre la Psicología Social criminológica y relativa al estudio de las desviaciones sociales.

Por debajo de estos temas, la representación es pobre, bien porque se trate de campos que apenas comienzan a surgir (caso. de la Psicología Colectiva, que se plantea como redefinición de la Psicología Social, desde una perspectiva política), o que son estudiados en pocos lugares en América Latina (Psicología Vial, para la que sólo encontramos estudios en Venezuela, Brasil y Cuba); o categorías en la que agrupamos trabajos que no cabían en otras debido a su carácter meramente descriptivo de situaciones o de tipos específicos de sujetos.

La tabla que comentamos revela las áreas que predominan como objeto de estudio en la Psicología Social latinoamericana y nos permite vaticinar el posible surgimiento a partir de ellas, de nuevos campos en un futuro próximo, marcados por el carácter interdisciplinario, al igual que la disciplina madre. Revela, también importantes ausencias. A saber: no encontrarnos estudios en el campo de la Psicología Social económica (apenas un estudio sobre creencias de los consumidores hacia productos nacionales o importados), área que se desarrolla actualmente en otras regiones del mundo y que tendría mucho que hacer en estos países de economías tan maltrechas. Tampoco la Psicología Social, hasta ahora, ha generado en nuestros países un área dedicada a la Psicología Forense o Jurídica, a pesar de existir algún interés por los aspectos criminológicos (hasta donde sabemos hay algún trabajo sobre el tema en Argentina solamente).

En lo relativo a roles sexuales, estereotipos ligados al género y en general feminidad y masculinidad, decidimos incluir los estudios producidos en este campo en la cuarta categoría, donde como puede verse, tienen una buena representación, ya que se privilegió el carácter cognoscitivo de los mismos.

Nuestros hallazgos comprenden las áreas encontradas por Pick de Weiss (1986) en México. Esa investigación encontró que para ese momento predominaban en la Psicología Social mexicana los siguientes temas: comunicación; desarrollo humano, entendido como creencias acerca del carácter social del mexicano, de su filosofía y estilo de vida; Psicología Social de la salud; Psicología Social poblacional; transcultural; ambiental, criminológica, de las organizaciones y psicometría en Psicología Social, entendiendo en este rubro lo relativo a método y técnicas. Asimismo, se cubren casi totalmente nuestros propios hallazgos de 1985, cuando encontramos los siguientes temas en Venezuela: procesos mediadores (constructos sociocognoscitivos); comunicación; política; vial; comunitaria; ambiental y socialización.

A modo de conclusión

Este recorrido panorámico de la Psicología Social muestra que en sus casi cuarenta años de existencia sistemática y académica en América Latina, la subdisciplina ha logrado establecer un campo que si bien es reconocible y reconocido, no está claramente delimitado (y creemos que nunca lo estará), ya que parece ser su sino el engendrar nuevas áreas (comunitaria, política, ambiental) y el desarrollar otras de carácter interdisciplinario (salud, educación, trabajo, por ejemplo).

Al mismo tiempo, la existencia de esta Psicología está marcada por una intensa producción, desarrollada casi totalmente a partir de los años 70, así como una marcada participación en eventos científicos. Si se observa bien el panorama, se constata que muchos nombres se repiten una y otra vez en publicaciones y en programas de congresos, a la vez en publicaciones y en programas de congresos, a la vez que los mismos nombres están en el inicio de algunas de las principales líneas de investigación. Y más aún, en la organización de muchas publicaciones. Y esto revela un hecho evidente: no son tantos los psicólogos sociales en América latina, pero si puede decirse que son muy activos y que hacen sentir su voz y conocer sus puntos de vista y resultados de investigación.

Quizá ello se deba a que, después de varias décadas de consolidación como subdisciplina, de establecimiento reproductivo y de crisis, y después de haber logrado en muchos casos el objetivo de trabajar por una realidad concreta, el objeto de estudio ha sensibilizado a los psicólogos sociales de tal manera que, comprendiendo la relevancia social del mismo, no puedan permanecer silentes ante sus hallazgos. Pero no podemos asumir que todos los trabajos psicosociales que se llevan a cabo en la región respondan a un compromiso social, ni siquiera a una clara concepción del rol del psicólogo en sociedades periféricas. Sin embargo, en términos globales si es posible señalar que la Psicología Social latinoamericana ha comprendido y definido su rol fundamental, y en la disyuntiva de responder a una realidad y plantearse no sólo el dar respuesta, sino también, como quería Graciano en 1976, el plantearse las preguntas, en lugar de asumir las soluciones dadas, el conocimiento desligado del objeto, premasticado, ha entendido que la manera de hacer una ciencia relevante socialmente es atendiendo a los problemas concretos de la vida cotidiana. Que sólo cuando estudiamos aquello que vivimos hacemos ciencia transcendente, pues cuando se estudia al ser humano en situación se produce conocimiento para la humanidad.

Augsburger, A & otros - La producción de información epidemiológica en salud mental. Un panorama crítico a nivel nacional.


El documento presentado tiene por referencia una investigación multicéntrica destinada a
producir un conocimiento sistemático sobre las políticas, planes y servicios que brindan
cuidados en salud mental en las seis jurisdicciones nacionales que cuentan con legislación
específica en el sector, en el año 2007. Ellas son Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Entre
Ríos, Río Negro, San Juan, Santa Fé.

El estudio se fijó como propósito brindar insumos para estimular el debate, no instalado de
manera suficiente, sobre la relevancia de los problemas de salud mental en nuestras
poblaciones, las estrategias de intervención más adecuadas y eficaces para su cuidado, y la
preservación de los derechos de las personas que padecen sufrimiento psíquico.
Se propuso como objetivo principal la construcción de un diagnóstico evaluativo orientado a
describir y comprender las políticas, planes y servicios que brindan cuidados en salud mental
en las seis jurisdicciones seleccionadas y mencionadas; desagregando para su consecución
objetivos específicos En el presente trabajo se privilegian resultados y líneas de debate sobre
uno de ellos, destinado a reseñar la producción de información sanitaria y epidemiológica de
los usuarios y la población que requiere prestaciones de salud mental en el sector público.
Para posibilitar el relevamiento y analizar de información de diferentes fuentes secundarias
así como de actores claves de las políticas sanitarias del área de la salud mental se
implementó un diseño que reunió abordajes metodológicos cuali-cuantitativos.
El interés de componer un diagnóstico epidemiológico de la situación de salud mental se
confronta con la parcialidad de los datos, la fragmentación de información por instituciones y
la utilización sólo de algunos pocos indicadores básicos, como sexo, edad, que no permiten
dar cuenta de las condiciones de vida y características socio-culturales de los diversos grupos
sociales. La escasa información epidemiológica compone un cuadro disperso que no permite
identificar problemáticas prevalentes ni priorizar grupos poblacionales vulnerables.

Hoy la situación de salud mental constituye un desafío relevante para la salud pública, tanto
en la generación de políticas públicas que reconozcan las necesidades y requerimientos que
afectan a la población, como en la búsqueda de adecuación y compromiso de la formación de
profesionales tendiente a dar respuestas situadas a las actuales demandas colectivas.
En Argentina, la significación que adquiere el problema se pone de manifiesto tanto en el
deterioro de la calidad de vida de las personas afectadas por problemas mentales y de sus
familias, en el impacto en los servicios de salud, en la fragmentación y heterogeneidad de las
intervenciones sanitarias, como también en la carencia de un marco legislativo que, a nivel
nacional, universalice las respuestas sociales para el cuidado de la salud mental. Un
diagnóstico crítico de la situación en el país en torno a las personas y grupos sociales con
problemas agudos o crónicos de padecimiento psíquico revela el alto número de personas que
permanecen internadas por períodos terapéuticamente indeterminados, en condiciones de
cronicidad y hasta abandono. En el cuidado y la protección de la salud mental, se expresan
fuertes inequidades entre grupos sociales derivadas de las dificultades de acceso y obtención
de prestaciones continuadas de salud mental por carecer de servicios de atención primaria y
modelos descentralizados y alternativos de atención. La vulnerabilidad y riesgo constante de
violación de los derechos de las personas con sufrimiento psíquico, se acrecienta al no estar
suficientemente difundidas y garantizada la efectiva vigencia de los principios y normas, que
considera a estas personas sujetos de derecho y no objeto de tutela o custodia. Este escenario
de problemáticas se acompaña con una compleja realidad institucional y comunitaria cuyo
analizador más elocuente es la inexistencia de una legislación nacional que fije el marco
normativo para las políticas, y las prácticas sanitarias en torno a la salud mental, como
componente de una concepción integral de salud.

En ese marco resulta elocuente la escasez de conocimiento epidemiológico que sintetice las
necesidades y problemas psíquicos de la población en el país, así como el volumen y
distribución que aquellos presentan entre los distintos grupos etéreos y sociales. Se encuentra
sobradamente probado el valor que los estudios epidemiológicos tienen para determinar la
magnitud de los problemas de salud mental en las poblaciones. El discernimiento que ellos
producen es de suma utilidad para la planificación de las políticas públicas, la organización de
los servicios, y el establecimiento de programas de prevención y asistencia.
Sin embargo, no resulta novedoso reiterar la afirmación de que la epidemiología de los
problemas mentales presenta un franco retraso respecto del desarrollo de la salud pública o
colectiva en general. Diversos y múltiples son los factores que han contribuido a esta
situación, destacándose entre otros la coexistencia de variados marcos teóricos para definir la
enfermedad mental, la impugnación científica y social que este concepto ha merecido, la
imprecisión en torno a lo que se define como trastornos mentales, así como las dificultades en
diseñar herramientas adecuadas para la comprensión de los estados de salud mental. Especial
atención merece la reflexión sobre el vínculo entre el desarrollo epidemiológico y la
formación de los profesionales psicólogos siendo que ni la formación de grado ni la de
posgrado han contemplado la relevancia del área de la epidemiología en salud mental. El
enfoque epidemiológico, centrado en la dimensión poblacional, podría estar generando
tensión o conflicto con las visiones predominantes de orden clínico, focalizadas en la
dimensión singular, que adquieren primacía en los procesos educativos y académicos de la
Psicología.

Este artículo recupera componentes de una investigación, recién concluida, que elaboró un
diagnóstico sobre el estado de situación de las políticas, planes y servicios que brindan
cuidados en salud mental en el país (Argentina), con el propósito de estimular un debate que
priorice en la agenda política sanitaria nacional y regional la relevancia de la salud mental.1
(Gerlero et. al. 2010)

Para la estrategia metodológica el equipo adoptó un enfoque de carácter multicéntrico y
colaborativo. Se identificaron como unidades de análisis las seis jurisdicciones nacionales
que, al momento del estudio, contaban con la sanción de legislación específica en salud
mental: estas son la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y las provincias de Córdoba, Entre
Ríos, Río Negro, San Juan y Santa Fe. La selección de las áreas territoriales que poseen
legislación al año 2007 se fundamenta en la viabilidad del estudio, ya que la norma instala un
marco regulatorio de las intervenciones del sector y es indicativo de la existencia de grupos
sociales, con actores políticos, gestores, profesionales y organizaciones civiles que
incentivaron en sus distintos momentos el debate y visibilizaron la relevancia de la salud
mental en cada uno de esos ámbitos. Asimismo la definición de estas unidades de análisis
llevó a considerar un diseño de casos múltiples, y aportó la posibilidad de trabajar cada una de
las áreas (provincia y municipio) como dimensión socio-geográfica específica y compleja,
que redundó en la construcción de un diagnóstico local para cada espacio particular.
Por las cualidades del problema en estudio la propuesta metodológica no se limita a un marco
referencial disciplinar, sino que incorpora un espectro diverso de contribuciones teóricometodológicas.
Para posibilitar el relevamiento y analizar de información de diferentes
fuentes secundarias así como de actores claves de las políticas sanitarias del área de la salud
mental se implementa un diseño que reúne abordajes metodológicos cuali-cuantitativos.
Se propuso como objetivo principal la construcción de un diagnóstico evaluativo orientado a
describir y comprender las políticas, planes y servicios que brindan cuidados en salud mental
en las seis jurisdicciones seleccionadas y mencionadas; desagregando para su consecución
objetivos específicos tendientes a: Examinar y analizar la legislación vigente y las políticas
implementadas en las áreas elegidas. Describir y caracterizar el conjunto de instituciones,
servicios y respuestas sociales organizadas que brindan cuidados en salud mental. Y elaborar
el perfil epidemiológico de los usuarios de las distintas modalidades de atención en salud
mental.
En el presente trabajo se privilegian resultados y líneas de debate sobre uno de los objetivos
propuestos, en particular, aquel que reseña la producción de información sanitaria y
epidemiológica de los usuarios y la población que requiere prestaciones de salud mental en el
sector público.

Conforme a las profundas transformaciones económicas y sociales por las que atraviesa el
continente latinoamericano en las últimas décadas, la visión colectiva de los problemas de
salud mental constituye una preocupación sanitaria creciente en la región. Las Bases
Epidemiológicas para la Acción, publicadas hace ya dos décadas por la Oficina Sanitaria
Panamericana (OPS 1990) apeló a una obligada toma de conciencia sobre la necesidad de
dimensionar de forma urgente la magnitud de los problemas mentales de cara a los cambios
en los patrones demográficos y epidemiológicos en el continente.
Sin embargo, veinte años después, la información sobre la prevalencia y distribución de los
problemas de salud mental en las poblaciones de los países de América Latina y el Caribe
sigue siendo deficitaria. Un número limitado de países ha realizado estudios sistemáticos de
alcance nacional que le permita componer un cuadro de la magnitud y la ocurrencia de los
problemas en los grupos poblacionales. Los diferentes métodos que se utilizan para estimar la
frecuencia de los problemas mentales, así como la baja confiabilidad de los registros
elaborados genera una franca incertidumbre sobre la dimensión real de estos fenómenos. Son
limitadas las situaciones en que se contemplan las desigualdades económicas, sociales y
culturales para evaluar la disponibilidad y el uso de los servicios especializados. El Proyecto
Atlas (OPS 2001) pone al desnudo las brechas para la atención de la población exponiendo
cifras alarmantes que dan cuenta de la inmensa cantidad de personas que no reciben cuidado
frente a las situaciones de sufrimiento psíquico.

El vínculo que los problemas de salud mental guardan con las condiciones de vida concreta de
los grupos sociales, las necesidades dispares que presentan las personas en función de su
pertenencia socio cultural, la atención específica que requieren niños y adolescentes, la
necesidad de ampliar la identificación y captación de los problemas en la estrategia de
atención primaria, representan componentes de la salud mental que no están suficientemente
explorados, confirmando el valor de ampliar la indagación epidemiológica en las áreas y
servicios de salud mental como en los diversos contextos comunitarios.

Entre los países latinoamericanos, Brasil, México y Chile presentan situaciones que se
distinguen claramente del resto de los países. La existencia de políticas nacionales de salud
mental, la diseminación de servicios de salud de base comunitaria, y el incentivo a la
producción científica y epidemiológica los ubica de manera destacada en la región. La
Argentina ocupa en ese escenario una posición muy modesta, donde la formación científicaprofesional
del sector, la generación de información sobre los servicios de salud mental, y las
necesidades y problemas que aquejan a la población son mínimos, segmentados y
desactualizados.

El trabajo reciente realizado por Levav y colaboradores (2005) identifica que el único estudio
sobre prevalencia de problemas de salud mental a nivel nacional, tiene ya tres décadas. La
información epidemiológica producida por los organismos gubernamentales es escasa y
fragmentada, siendo una realidad el desconocimiento de la situación de salud mental de la
población en el país.

Los reiterados señalamientos que destacan la relevancia y la magnitud de los problemas
psicológicos no se ve acompañado con un desarrollo epidemiológico adecuado, siendo aún
muy pocos los equipos y las organizaciones que se abocan a examinar con un enfoque
colectivo los problemas de salud - enfermedad mental. Algunos estudios más recientes
indagan la situación de salud mental de grupos particulares. Niños escolarizados, mujeres que
sufren violencia doméstica, jóvenes en relación con el consumo de sustancias psicoactivas o
población demandante de asistencia en servicios públicos especializados, conforman un
conjunto de conocimiento que, de modo parcial, busca visibilizar la expresión de los
padecimientos mentales. (Ros 1997; Augsburger, Gerlero 1998, 2000, 2005; Augsburger
2004; Temporetti et al. 2008)

De manera tal que se torna evidente la carencia de producción de información epidemiológica
que aborde y sistematice la presencia de problemas de salud mental en los distintos grupos
poblacionales. La ausencia de trabajos que contribuyan a identificar prioritariamente grupos
etáreos o problemas de salud mental específicos es alarmante. Tampoco se indaga el impacto
de la desigualdad social en algunos problemas subjetivos específicos, no se conocen las
diferencias existentes en necesidades de cuidado entre las distintas jurisdicciones ni se evalúa
el desarrollo de las intervenciones destinadas a reducir el sufrimiento mental o los prejuicios
que deben enfrentar quienes atraviesan situaciones subjetivas críticas en nuestro país.
En este estudio los conocimientos producidos, que tendieron a elaborar el perfil
epidemiológico de la población afectada por problemas de salud mental, desnudan uno de los
puntos más débiles en el desempeño de las políticas y planes específicos de salud mental. La
información epidemiológica obtenida se halla en gran medida dispersa, poco estructurada,
fragmentada por instituciones y niveles de atención, trazando un obstáculo para identificar la
intensidad y distribución de los problemas de salud mental en las distintas poblaciones. Los
datos del conjunto de las jurisdicciones estudiadas muestra de manera elocuente la
precariedad que existe para elaborar un conocimiento cabal sobre la situación de salud mental
de los grupos sociales.

En función de ello, la información de la población usuaria de los servicios de salud mental se
desagrega distinguiendo como ejes de análisis: la producción epidemiológica en las
instituciones monovalentes, las consultas de salud mental bajo la modalidad ambulatoria y la
implementación de dispositivos que permitan monitorear las problemáticas psíquicas
prioritarias en cada contexto regional y nacional.
A nivel del conjunto de las áreas en estudio, la escasez de registros es de tal magnitud que no
ha sido posible establecer el número total de personas que se encuentran internadas en los
quince hospitales monovalentes de las cinco jurisdicciones en las que esta institución
permanece. Con excepción de la provincia de Río Negro, la ausencia de lineamientos claros
que vayan en camino de la re conversión sanitaria de los hospitales psiquiátricos aspirando a
su cierre definitivo como instituciones asilares, dista mucho de las directrices internacionales
pronunciadas. Aún cuando desde hace ya varias décadas se vienen impulsando procesos de
reformas en el sector, tomado como núcleo el descentramiento de la hegemonía del hospital
psiquiátrico hacia estrategias de abordaje de base comunitaria, conviven en la actualidad
grupos heterogéneos de pacientes que, padeciendo distintas problemáticas subjetivas,
presentan requerimientos de cuidado diversos y períodos diferenciales de permanencia en las
instituciones de internación. Pacientes cronificados, producto de largos períodos de
internación, personas alojadas por orden judicial, conviven con aquellos sujetos que, al
atravesar situaciones agudas y de crisis subjetivas comparten el mismo modelo de atención e
institucional ce carácter monovalente.

De los motivos o razones que conducen a los usuarios a consultar en servicios ambulatorios
hospitalarios, y en particular en los centros de atención primaria, sólo Río Negro y ciudad de
Buenos Aires consiguen trazar un perfil epidemiológico. Por el contrario, esa información no
ha podio ser elaborada para las provincias de Santa Fe, San Juan, Córdoba ni Entre Ríos.
La franca ausencia de datos sobre las consultas de carácter ambulatorio y comunitario cobra
relevancia frente a los grupos etáreos de niños y adolescentes, para los cuales ésta es la
principal modalidad de atención.
La imposibilidad de componer un informe de situación de salud mental se debe a la
parcialidad de los datos, la fragmentación de información por instituciones y a la utilización
sólo de algunos pocos indicadores básicos, como sexo, edad, sin poder dar cuenta de las
condiciones de vida y características socio-culturales de los diversos grupos sociales.
Pese a los reconocidos y difundidos usos de la epidemiología para la planificación de los
servicios, el monitoreo y la evaluación de la eficacia de las acciones, el diseño de estrategias
de intervención conforme a la identificación de necesidades diferenciales, en los espacios
sociales comprendidos en este estudio, las políticas y decisiones sanitarias no comprometen
conocimiento alguno vinculado con este campo científico.

La ciudad Autónoma de Buenos Aires es la única jurisdicción estudiada que lleva a cabo un
monitoreo epidemiológico implementado por el Programa de Investigación y Vigilancia
Epidemiológica de Salud Mental incorporando de manera paulatina y progresiva el
funcionamiento de los servicios de salud mental ambulatorios de casi totalidad de los
hospitales generales. Contribuye a un conocimiento epidemiológico más abarcativo sobre las
demandas de salud mental en dicha jurisdicción, el relevamiento que establece el Sistema de
Información de los Centros de Salud y Acción Comunitaria que incluye el registro de los
procesos de atención de salud mental desarrollados en la red de atención primaria. Ambas
acciones permiten un conocimiento inicial de las características y composición sociodemográfica
de la población consultante en las instituciones que prestan servicios
ambulatorios, hospitales generales y centros de atención primaria, y de manera más coherente
y complementaria con el proceso de descentralización de los servicios de salud mental. La
información obtenida sobre las problemáticas que conducen a las consultas en salud mental,
representa un elemento valioso puesto que da visibilidad a la heterogeneidad hallada entre los
motivos de consulta y diagnósticos prevalentes en la población que concurre a los servicios
ambulatorios de las instituciones generales de salud y los diagnósticos y datos socio-sanitarios
de los hospitales monovalentes de Buenos Aires.

Desafortunadamente al momento, corresponde reseñar que la información producida en el
conjunto de las jurisdicciones estudiadas sufre de varias limitaciones En primer lugar no se
trata de la presencia de problemas de salud mental en la población, sino sólo de aquellos
grupos que accedieron a los servicios. La totalidad de los datos epidemiológicos logrados
refieren a registros realizados frente a la producción de los servicios de salud mental, y en
ninguno de los casos se trata de conocimiento elaborado con datos poblacionales. En sentido
estricto los indicadores de prevalencia de patologías, y su distribución etárea y por sexo
deberían denominarse como prevalencia institucional, ya que toman como denominador
poblacional la población consultante. Tal situación muestra la imperiosa necesidad de
impulsar sistemas de monitoreo epidemiológico para el sector, que se hace bien presente
cuando se visualiza la existencia de una amplia brecha de atención para los problemas de
salud mental. Como señala el informe de investigación sobre La salud mental en América
Latina y el Caribe (OMS 2001, 2005) la distancia entre las personas que requieren atención y
las que efectivamente la reciben es alarmante, siendo que frente a algunos problemas
específicos menos de la mitad de los padecientes son atendidos. Hace ya más de dos décadas
Goldberg y Huxley (1980) diagramaron un modelo que establece el camino que recorren en
su espacio social las personas con necesidades de cuidado hasta la obtención de asistencia
especializada, sorteando para ello diversos filtros, que van desde el reconocimiento técnico
del sufrimiento psíquico, hasta la accesibilidad a la atención. Se distinguen cinco niveles y
cuatro filtros que deben sortearse para avanzar hacia los cuidados sanitarios. De manera tal
que, el número de personas que acceden a los servicios de salud mental representa una
magnitud siempre mucho menor, la punta de un iceberg, de la totalidad de personas con
problemas mentales.

En segundo lugar, la producción de datos parciales incluyendo algunas, pero no todas las
instituciones que integran el sistema de salud de un área determinada, y utilizando sólo
algunos indicadores básicos, como sexo, edad, o criterio diagnóstico, no permiten componer
un cuadro general de los problemas de salud mental de la población de una región, ni
establecer una priorización frente a los mismos. Más aún, la ausencia casi absoluta de datos
sobre la consulta de carácter ambulatorio cobra relevancia frente a la situación de la niñez y la
adolescencia, grupos etáreos éstos para los cuales aquella es la principal modalidad de
atención.

En tercer lugar y por último se hace palpable, a través del proceso de búsqueda de
información, la postergación que el sector de salud mental mantiene respecto de los
problemas y cuidados de la salud en general. Los informes de situación de salud o de
producción sanitaria de ministerios y secretarias de salud no incluyen entre los datos
difundidos los problemas o padecimientos psíquicos. Con excepción de Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, estos últimos no se encuentran integrados en los sistemas de producción de
información sanitaria y algunas de las jurisdicciones ni siquiera realizan el proceso de acopiar
e informatizar los datos obtenidos a través de los registros de los servicios. Para recolectar y
asentar los registros de motivos de consulta y/o diagnóstico de las personas, en todas las
jurisdicciones se utilizó la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10). Esta
taxonomía es la utilizada por la Dirección de Estadísticas e Información en Salud del
Ministerio de Salud de la Nación así como por las direcciones de estadística provinciales. Las
categorías diagnósticas se encuentran incluidas de manera principal, en los capítulos V,
Trastornos Mentales y del comportamiento, y XXI, Factores que influyen en el estado de
salud y en el contacto con los Servicios de Salud; El primero de los capítulos mencionados,
organizado según el criterio de familia de enfermedades, contempla 11 categorías
diagnósticas. El segundo de los capítulos mencionados, no reúne diagnósticos en sentido
estricto, sino que busca describir las razones por las que las personas entran en contacto con la provisión de servicios de salud. Impuesta de manera internacional la CIE adopta la noción de trastorno mental, persiguiendo el interés de padronizar y homogeneizar los problemas de salud mental de distintos grupos de población, en distintas regiones y momentos históricos.

Con la aceptación de esta taxonomía quedan sin ser consideradas otras formas de registro y
conceptualización de los problemas de salud mental, como eventos vitales, o problemas de
salud mental, que al incluir las dimensiones temporales o relacionales, podrían reflejar de
manera más dinámica los procesos de generación y expresión de sufrimiento y no los estados
diagnósticos. Si bien es cierto que la expectativa de establecer criterios homogéneos entre las
distintas áreas tiende a facilitar procesos comparativos entre regiones y en distintos
momentos, la definición de estas clasificaciones puede adecuarse y complementarse a las
condiciones culturales y de vida de los grupos sociales involucrados.

El uso de la indagación epidemiológica para reflejar los eventos de vida y las condiciones
sociales, económicas y culturales en las cuales se generan y manifiestan los problemas de
salud mental y de padecimiento psíquico podría permitir identificar diferencias entre grupos
sociales más o menos vulnerables a tales condiciones, y permitiría planificar acciones que
trascendieran los procesos asistenciales. La promoción de la salud está fuertemente ligadas a
la intervención sobre aquellos elementos o eventos que la condicionan o le son desfavorables
La epidemiología podría contribuir con información que diera oportunidad de actuar
tempranamente frente a los problemas o más aún con estrategias de prevención, ya que ella
esta vinculada con la salud en general y con los eventos vitales que marcan el transcurrir de la
vida gregaria. Desde una perspectiva sanitaria, y atendiendo a los valores emergentes en el
campo de la salud mental es preciso intervenir precozmente antes que los problemas se
cronifiquen y su resolución se torne más costosa y compleja.

El diseño y la implementación de políticas de salud mental a nivel nacional no pueden eludir
el reconocimiento de necesidades diferenciales de cada provincia o región, vinculadas al nivel
de desarrollo socio económico, a la composición demográfica de su población, a las
características de su sistema sanitario, y a los marcos normativos que regulan el sector. Pero
tales diversidades, que en buena medida este estudio refleja, sólo pueden ser contempladas si
se invierten esfuerzos en fomentar la investigación epidemiológica en salud mental
urgentemente, y para ello es necesario que las áreas de planificación y gestión de políticas
incluyan un componente de desarrollo en epidemiología e investigación, así como
contribuyan a incentivar la formación de profesionales en el área con capacidad teórica e
instrumental para identificar y diseñar propuestas de seguimiento de los problemas de salud -
enfermedad mental en la dimensión poblacional.