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Lacan, J. - El Inconsciente Freudiano y el nuestro ...





I - Lacan introduce  los conceptos freudianos principales. El inconciente y la repetición y el sujeto y lo real, que llevarán a dar forma a la pregunta sobre si el psicoanálisis puede ser considerado como algo que constituye una ciencia, una esperanza de ciencia.



II- En primer lugar, dice sobre el inconciente que está estructurado como un lenguaje, formulación mucho más accesible para Lacan que para Freud, ya que considerar al lenguaje como una estructura, implica la presencia del estructuralismo. En la época histórica en la que Lacan desarrolla su teoría estaba presenciando la formación de una ciencia humana, que formaba parte de la psicosociología, a saber, la lingüística, cuyo modelo es el juego combinatorio que opera espontáneamente por sí solo, de manera pre subjetiva, está estructurada su status de inconsciente. Cuando Lacan dice juego combinatorio se refiere a la combinación de los significantes, que son los elementos de una estructura, en este caso el lenguaje, y que opera espontáneamente por sí solo, de manera pre subjetiva (pre subjetiva porque es del orden de las ciencias, y allí no opera ningún sujeto) y esta estructura da status al inconsciente.

La noción de estructura asegura que el término inconsciente encierra algo calificable, accesible y objetivable. Pero cuando él incita a los psicoanalistas a no ignorar este terreno, que les brinda un apoyo sólido por lo que ya se dijo, no significa que debe tenerse así a los conceptos que históricamente introdujo Freud bajo el termino de inconsciente, ya que el inconsciente, concepto freudiano, es algo diferente

No  basta con decir que el inconciente es un concepto dinámico, pues con ello sólo se sustituye un misterio particular por un misterio más corriente, el de la fuerza, y la fuerza sirve generalmente para designar su lugar de opacidad, por ello Lacan se refiere a la función de la causa, rompiendo con las ideas de que el inconciente es algo oculto a descubrir. De Kant, Lacan rescata la precisión con que se discierne la hiancia (tropiezo, salto, agujero, grieta) que, desde siempre, presenta la función de la causa a toda aprehensión conceptual.

La causa se distingue de lo que hay de determinante en una cadena (significante), o dicho de otra manera, de la ley. Cada vez que se habla de causa, siempre hay algo anticonceptual, indefinido. Las fases de la luna son la causa de las mareas, pero esto no quiere decir nada, hay un hueco y algo que vacila en el intervalo. En suma, sólo hay causa de lo que cojea. No hay causa sino ley; podría decirse, en este sentido, que la causa es lo inexplicable de la ley.

En ese punto se sitúa el inconciente freudiano, en ese punto donde, entre la causa y lo que ella afecta, está siempre lo que cojea. Lo que importa no es que el inconciente determine la neurosis; respecto a esto Freud se lava lasmanos. Un día de estos, dice Lacan, descubrirán quizá algo, determinantes humorales, por ejemplo, da lo mismo: a Freud esto le tiene sin cuidado. Y es que el inconciente nos muestra la hiancia por donde la neurosis empalma con un real; real que puede muy bien, por su parte, no estar determinado.

(Si la causa tiene algo de lo imposible de definir, Lacan ubica en eso imposible a lo real. Por eso la respuesta a la causa tiene siempre una respuesta por lo imposible – Dios, el Ser, etc. Entre la causa y el síntoma está el inconciente. El inconciente mismo es una legalidad que opera en conjunto.)

Freud parte de la Etiología de las neurosis, y ¿qué encuentra en el hueco, en la ranura, en la hiancia característica de la causa? Algo que pertenece al orden de lo no realizado. No es extraño que la represión eche cosas allí. Es la relación con el limbo de la comadrona que hace abortos. Esta dimensión ha de evocarse en un registro que es del orden de lo no realizado.

El inconciente se manifiesta primero como algo que está a la espera, en el círculo de lo no nacido (lo no realizado. El inconciente está pero no está, aparece en el acto de la enunciación, en ese preciso momento de apertura y cierre, es donde hay algo del orden del inconsciente).

Luego, Lacan hablara del ombligo del sueño, diciendo que aquello es lo que produce el deseo. El ombligo del sueño es el centro desconocido y dicho centro nos despierta. Para Lacan sería del orden de lo real. Nadie sueña con su propia muerte. Si soñamos que nos caemos nos despertamos, porque ya no hay más nada que poner allí. Nos despertamos para volver a soñar. De esa hiancia está hablando; hay un límite a la posibilidad de representación.



III - Lacan introduce en el dominio de la causa la ley significante, en el lugar donde esta hiancia se produce (el inconsciente es un fenómeno, y si es un fenómeno es algo que se manifiesta. Hay cuestiones en el orden del hablar en estos efectos que surgen del discurso discontinuo.)

El inconciente freudiano nada tiene que ver con las llamadas formas de inconciente, no es en absoluto el inconciente romántico de la creación imaginativa. No es el lugar de las divinidades de la noche.

Freud opone la revelación de que, a nivel del inconciente, hay algo homólogo en todos sus puntos con lo que sucede a nivel del sujeto: eso habla y funciona de una manera tan elaborada como a nivel de lo conciente, el cual pierde así lo que parecía ser privilegio suyo. “En olvido en los sueños”, Freud no hace más que referirse a los juegos del significante. ¿Qué es lo que impresiona, de entrada, en el sueño, en el acto fallido, en la agudeza? El aspecto de tropiezo bajo el cual se presentan.

Tropiezo, falla fisura. En una frase pronunciada, escrita, algo viene a tropezar. Estos fenómenos operan como un imán sobre Freud, y allí va a buscar el inconciente. Allí, una cosa distinta exige su realización, una cosa que aparece como intencional, ciertamente, pero con una extraña temporalidad (para el yo). Lo que se produce en esta hiancia (formaciones del inconciente), en el sentido pleno del término producirse, se presenta como el hallazgo. Así es como la exploración freudiana encuentra primero lo que sucede en el inconciente.

Hallazgo que es a un tiempo solución, no necesariamente acabada pero que, por incompleta que sea, tiene ese no sé qué, que es la sorpresa, aquello que rebasa al sujeto, aquello por lo que encuentra., a la par, más y menos de lo que esperaba: en todo caso, respecto a lo que es esperaba, lo que encuentra es invalorable.

Con todo, este hallazgo, en cuanto se presenta, es re-hallazgo y, además, está siempre dispuesto a escabullirse de nuevo, instaurando así la dimensión de la perdida. La discontinuidad es la forma esencial en que se nos aparece en primer lugar el inconciente como fenómeno – la discontinuidad en la que algo se manifiesta como vacilación.

(La discontinuidad, la sincronía son del orden del inconsciente y en ese momento aparece, porque después no está más, y antes tampoco estaba, por eso es discontinuo, y sincrónico porque el lenguaje se produce todo junto, no podría haberse formado una palabra sin la otra. Por eso dice Lacan que se presenta como un re-hallazgo y además, esta siempre dispuesto a escabullirse de nuevo, instaurando así la dimensión perdida.

El inconsciente entonces es una estructura del lenguaje, sincrónico, y cualquier formación del inconsciente nos lleva a que el sujeto es indeterminado, por eso no es total y es discontinuo porque el inconsciente se pierde tanto como se vuelve a encontrar. El sujeto no es determinado como el yo.)

El inconciente es el sujeto, en tanto alienado en su historia, donde la síncopa del discurso se une con su deseo. Hay que situar el inconciente en la dimensión de una sincronía (el lenguaje no pudo haberse producido sino sincrónicamente, todo junto; sin tiempo, corte en donde cae todo junto y sin tiempo) – en el plano de un ser, pero en la medida en que éste puede recaer sobre todo, es decir, en el plano del sujeto de la enunciación, en la medida en que según las frases, según los modos, éste se pierde tato como se vuelve a encontrar, y que, en una interjección, en un imperativo, en una invocación y aun en un desfallecimiento, siempre es él quien le afirma a uno su enigma, y quien habla – en suma, en el plano donde todo lo que se explaya en el inconciente se difunde, tal el micelio, como dice Freud a propósito del sueño, en torno a un punto central. Se trata siempre del sujeto en tanto que indeterminado  (porque es discontinuo).

El inconciente se manifiesta (en las formaciones del inconciente) siempre como lo que vacila en un corte del sujeto – de donde vuelve a surgir un hallazgo, que Freud asimila al deseo – deseo que situaremos provisionalmente en la metonimia.



 Fuente: Facultad de Psicologia UNR





Lacan, J. - El estadío del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica



La concepción del estadio del espejo que introduje en nuestro último congreso, hace trece años, por haber más o menos pasado desde entonces al uso del grupo francés, no me pareció indigna de ser recordada a la atención de ustedes: hoy especialmente en razón de las luces que aporta sobre la función del yo [je] en la experiencia que de él nos da el psicoanálisis.
Basta para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a éste término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen, cuya predestinación a este efecto de fase está suficientemente indicada por el uso, en la teoría, del término antiguo imago.
Esta forma por lo demás debería más bien designarse como yo-ideal, si quisiéramos hacerla entrar en un registro conocido, en el sentido de que será también el tronco de las identificaciones secundarias, cuyas funciones de normalización libidinal reconocemos bajo ese término. De igual manera, el paso, en la estirpe, del grillo peregrino de la forma solitaria a la forma gregaria se obtiene exponiendo al individuo, en cierto estadio, a la acción exclusivamente visual de una imagen similar, con tal de que esté animada de movimientos de un estilo suficientemente cercano al de los que son propios de su especie. Y estas reflexiones nos incitan a reconocer en la captación espacial que manifiesta el estadio del espejo el efecto en el hombre, premanente incluso a esa dialéctica, de una insuficiencia orgánica de su realidad natural, si es que atribuimos algún sentido al término "naturaleza".
La función del estadio del espejo se nos revela entonces como un caso particular de la función de la imago, que es establecer, una relación del organismo con su realidad o, como se ha dicho, Innenwelt con el Umwelt.
Pero esta relación con la naturaleza está alterada en el hombre por cierta dehiscencia del organismo en su seno, por una Discordia primordial que traicionan los signos de malestar y la incoordinación motriz de los meses neonatales.
Este desarrollo es vivido como una dialéctica temporal que proyecta decisivamente en historia la formación del individuo: el estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación; y que para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totaIidad, y a la armadura por fin asumida de una identidad enajenante, que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental. Pero esa forma se muestra tangible en el plano orgánico mismo, en las líneas de fragilización que definen la anatomía fantasiosa, manifiesta en los síntomas de escisión esquizoide o de espasmo, de la histeria.
Pero, de edificar sobre estos únicos datos subjetivos, y por poco que los emancipemos de la condición de experiencia que hace. teóricas quedarían expuestas al reproche de proyectado en lo impensable de un sujeto absoluto: para eso hemos buscado en la hipótesis aquí fundada sobre una concurrencia de datos objetivos la rejilla directriz de un método de reducción simbólica.
Este momento en que termina el estadio del espejo inaugura, por la identificación con la imago del semejante y el drama de los celos primordiales (valorizado por la escuela de Charlotte Bühler en los hechos de transitivismo infantil), la dialéctica que desde entonces liga al yo [je] con situaciones socialmente elaboradas.
A estos enunciados se opone toda nuestra experiencia en la medida en que nos aparta de concebir el yo como centrado sobre el sistema percepción-conciencia, como organizado por el "principio de realidad" en que se formula el prejuicio cientificista más opuesto a la dialéctica del conocimiento, para indicarnos que partamos de la función de desconocimiento que lo caracteriza en todas las estructuras tan fuertemente articuladas por la señorita Anna Freud: pues si la Verneinung representa su forma patente, latentes en su mayor parte quedarán sus efectos mientras no sean iluminados por alguna luz reflejada en el plano de fatalidad, donde se manifiesta el ello.

 [Resumen]


Lacan, J. - La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis




Situación del tiempo y lugar de este ejercicio 


En estos días en que Viena, por hacerse escuchar de nuevo por la voz de la Opera, reanuda en una variante patética lo que fue su misión de siempre en un punto de convergencia cultural del que ella supo hacer el concierto, me parece que no está desplazado evocar la elección por la cual permanecerá ligada, esta vez para siempre, a una revolución del conocimiento a la medida del nombre de Copérnico: entiéndase el lugar eterno del descubrimiento de Freud, si se puede decir que gracias a éI el centro verdadero del ser humano no está ya en el mismo lugar que le asignaba toda una tradición humanista.


Sin duda incluso para los profetas ante quienes su país no fue totalmente sordo, debe venir un momento en que se observa en ellos su eclipse, aunque fuese después de su muerte. Al extranjero le cuadra alguna reserva en cuanto a las fuerzas que ponen en juego tal efecto de fase.

Por eso el retorno a Freud del que me hago aquí nuncio se sitúa en otro sitio: allí donde lo reclama suficientemente el escándalo simbólico que el doctor Alfred Winterstein, aquí presente, supo, como presidente de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, señalar cuando se consumaba, o sea en la inauguración de la placa memorial que designa la casa donde Freud elaboró su obra heroica, y que no consiste en que ese monumento no haya sido dedicado a Freud por sus conciudadanos, sino en que no se deba a la asociación internacional de los que viven de su padrinazgo.

Falla sintomática, porque traiciona una renegación que no viene de esta tierra donde Freud debido a su tradición no fue más que un huésped de paso, sino del campo mismo cuyo cuidado nos ha legado y de aquellos a quienes confió su custodia, quiero decir del movimiento del psicoanálisis donde las cosas, han llegado hasta el punto de que la consigna de un retorno a Freud significa una inversión.

Muchas contingencias se han anudado en esta historia, desde que el primer sonido del mensaje freudiano resonó con sus ecos en la campana vienesa para extender a lo lejos sus ondas. Estas parecieron ahogarse en los sordos desmoronamientos del primer conflicto mundial. Su propagación se reanudó con la inmensa desgarradura humana en que se fomentó el segundo, y que fue su más poderoso vehículo. Campanadas del odio y tumuIto de la discordia, soplo pánico de la guerra, sobre estos lados nos llegó la voz de Freud, mientras veíamos pasar la diáspora de los que eran sus portadores y en los que no por azar ponía su mira la persecución. Este impulso sólo debía detenerse en los confines de nuestro mundo, para repercutirse allí donde no es justo decir que la historia pierde su sentido puesto que es donde encuentra su límite; allí donde sería incluso erróneo creer que la historia está ausente, puesto que, anudada ya sobre varios siglos, no adquiere sino peso por el abismo que dibuja su horizonte demasiado corto; pero donde es negada en una voluntad categórica que da su estilo a las empresas: anhistorismo de cultura propio a los Estados Unidos de Norteamérica.
Este anhistorismo es el que define la asimilación requerida para ser reconocido en la sociedad constituida por esta cultura, Era a su intimación a la que tenía que responder un grupo de emigrantes que, para hacerle reconocer, no podían hacer valer sino su diferencia, pero cuya función suponía la historia en su principio, ya que su disciplina era la que había restablecido el puente que une al hombre moderno con los mitos antiguos. La coyuntura era demasiado fuerte, la ocasión demasiado seductora para no ceder a la tentación ofrecida: abandonar el principio para hacer reposar la función sobre la diferencia. Entendamos bien la naturaleza de esta tentación. No es la de la facilidad ni la del beneficio. Sin duda es más fácil borrar los principios de una doctrina que los estigmas de una proveniencia, más provechoso someter la función propia a la demanda; pero aquí reducir su función a su diferencia es ceder a un espejismo interno a la función misma, el que la funda sobre esta diferencia. Es regresar al principio reaccionario que recubre la dualidad del qué sufre y del que cura, con la oposición del que sabe con el que ignora. ¿Cómo no pedir disculpas por considerar esta oposición como verdadera cuando es real, como no deslizarse desde ahí hasta convertirse en los managers de las almas en un contexto social que requiere su oficio? El más corruptor de los conforts es el confort intelectual, del mismo modo que la peor corrupción es la del mejor.

Así es como la frase de Freud a Jung, de cuya boca la conozco, cuando, invitados los dos en la Clark University, tuvieron a la vista el puerto de Nueva York y la célebre estatua que alumbra al universo: "No saben que les traemos la peste", le es enviada de rebote como sanción de una hybris cuyo turbio resplandor no apagan la antífrasis y su negrura La Némesis, para agarrar en la trampa a su autor, sólo tuvo que tomarle la palabra. Podríamos temer que hubiese añadido un billete de regreso en primera clase,

En verdad, si tal cosa sucedió, sólo a nosotros mismos tenemos que reprochárnoslo. Porque Europa parece mas bien haberse sustraído a la preocupación lo mismo que al estilo, si no a la memoria, de los que salieron de ella, con la represión de sus malos recuerdos.

No los compadeceremos a ustedes por este olvido, si nos deja más libertad para presentarles el designio de un retorno a Freud, tal como algunos se lo proponen en la enseñanza de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis. No se trata para nosotros de un retorno de lo reprimido, sino de apoyarnos en la antítesis que constituye la fase recorrida desde la muerte de Freud en el movimiento psicoanalítico, para demostrar lo que el psicoanálisis no es, y buscar junto con ustedes el medio de volver a poner en vigor lo que no ha dejado nunca de sostenerlo en su desviación misma, a saber el sentido primero que Freud preservaba en éI por su sola presencia y que se trata aquí de explicitar.

¿Cómo podría faltarnos ese sentido cuando nos está atestiguado en la obra más clara y más orgánica que existe? ¿Y como podría dejarnos vacilantes cuando el estudio de esta obra nos muestra que sus etapas y sus virajes están gobernados por la preocupación, inflexiblemente eficaz en Freud, de mantenerlo en su rigor primero?
Textos que se muestran comparables a aquellos mismos que la veneración humana ha revestido en otro tiempo de los más altos atributos, por el hecho de que soportan la prueba de esa disciplina del comentario, cuya virtud se redescubre al servirse de ella según la tradición, no sólo para volver a situar una palabra en el contexto de su tiempo, sino para medir si la respuesta que aporta a las preguntas que plantea ha sido o no rebasada por la respuesta que se encuentra en ella a las preguntas de lo actual.
¿Acaso les revelaré algo nuevo si les digo que esos textos a los que consagro desde hace cuatro años un seminario de dos horas todos los miércoles de noviembre a julio, sin haber puesto en obra hasta ahora más de una cuarta parte, suponiendo que mi comentario implique la totalidad, nos han dado, a mí como a los que me siguen, la sorpresa de verdaderos descubrimientos? estos van desde conceptos que han permanecido inexplotados hasta detalles clínicos abandonados al hallazgo de nuestra exploración, y que dan testimonio de cómo el campo que Freud experimentó rebasaba las avenidas que se encargó de disponer en él para nosotros, y hasta qué punto su observación, que produce a veces la impresión de ser exhaustiva, estaba poco sometida a lo que tenía que demostrar. ¿Quién no se ha sentido conmovido, entre los técnicos de disciplinas extrañas al análisis a los que conduje a leer estos textos, de esta búsqueda en acción: ya sea la que nos hace seguir en la Traumdeutung, en la observación del Hombre de los lobos o en Más allá del principio del placer ¡Qué ejercicio para formar espíritus, y qué mensaje para prestarle la propia voz! Qué control también del valor metódico de esa formación y del efecto de verdad de ese mensaje, cuando los alumnos a quienes lo transmite uno aportan el testimonio de una transformación, acaecida en ocasiones de la noche a la mañana, de su práctica, que se hace más simple y más eficaz antes aun de hacérselas más transparente. No podría darles a ustedes cuenta extensamente de este trabajo en la charla que debo a la amabilidad del señor profesor Hoff el poder dirigir a ustedes en este lugar de alta memoria, a la concordancia de mis puntos de vista con los del doctor Dozent Arnold el haber tenido la idea de presentarla ahora ante ustedes, a mis relaciones excelentes y ya de larga fecha con el señor Igor Caruso el saber qué acogida encontraría en Viena.

Pero no puedo olvidar tampoco a los oyentes que debo a la complacencia del señor Susini, director de nuestro Instituto francés de Viena. Y por eso en el momento de llegar al sentido de ese retorno a Freud del que hago profesión aquí, tengo que preguntarme si, aunque menos preparados a escucharme que los especialistas no corro aquí el riesgo de decepcionarlos.

Estoy seguro aquí de mi respuesta: -No en, absoluto, si lo que voy a decir es efectivamente lo que debe ser. El sentido de un retorno a Freud es un retorno al sentido de Freud. Y el sentido de lo que dijo Freud puede comunicarse a cualquiera porque, incluso dirigido a todos, cada uno se interesará en él: bastará una palabra para hacerlo sentir, el descubrimiento de Freud pone en tela de juicio la verdad, y no hay nadie a quien la verdad no le incumba personalmente.

Confesarán ustedes que es una idea bastante extraña la de espetarles esta palabra que suele considerarse casi de mala fama, proscrita de las buenas compañías. Pregunto sin embargo si no está inscrita en el corazón mismo de la práctica analítica, ya que ésta vuelve a ser constantemente el descubrimiento del poder de la verdad en nosotros y hasta en nuestra carne.

¿Por qué, en efecto, sería el inconsciente más digno de ser reconocido que las defensas que se oponen a él en el sujeto con un éxito que las hace aparecer no menos reales? No reanudo aquí el comercio de la pacotilla nietzscheana de la mentira de la vida, ni me maravillo de que se crea creer, ni acepto que baste tener buena voluntad para querer. Pero pregunto de dónde proviene esa paz que se establece al reconocer la tendencia inconsciente, si no es más verdadera que lo que la constreñía en el conflicto. Y no es que esta paz desde hace algún tiempo no se revele pronto como una paz fracasada, puesto que no contentos con haber reconocido como inconscientes las defensas que deben atribuirse al yo, los psicoanalistas identifican cada vez más sus mecanismos -desplazamiento en cuanto al objeto, inversión contra el sujeto, regresión de la forma- a la dinámica misma que Freud había analizado en la tendencia, la cual parece así continuarse en ella salvo por un cambio de signo ¿no se llega al colmo cuando se admite que la pulsión misma pueda ser llevada por la defensa a la conciencia para evitar que el sujeto se reconozca en ella?

Y aun así utilizo, para traducir la exposición de esos misterios en un discurso coherente, palabras que a pesar mío restablecen en el la dualidad que las sostiene. Pero no es que los árboles de la marcha técnica escondan la selva de la teoría lo que deploro, es que nos falte tan poco para creernos en el bosque de Bondy, exactamente lo que se esquiva detrás de cada árbol, que debe de haber árboles mas verdaderos que los otros, o, si lo prefieren ustedes, que todos los árboles no son bandidos A falta de lo cual preguntaría uno dónde están los bandidos que no son árboles. Así pues ese poco en que se decide todo en este caso merece tal vez que nos expliquemos sobre ello. Esa verdad sín la cual ya no hay modo de discernir el rostro de la máscara, y fuera de la cual parece no haber más monstruo que el laberinto mismo, ¿cuál es?  Dicho de otra manera, ¿en qué se distínguen entre sí en verdad, si son todos de una igual realidad?

Aquí se adelantan los gruesos zuecos para calzar las patas de paloma sobre las cuales, como es sabido, camina la verdad, y engullirse ocasionalmente al pájaro mismo: nuestro criterio, exclaman, es simplemente económico, no ideólogo. Todos los arreglos de la realidad no son igualmente económicos. Pero en el punto a que ha llegado ya la verdad, el pájaro escapa y sale indemne con nuestra pregunta: -¿Económicos para quién?

Esta vez el asunto va demasiado lejos. El adversario se mofa: "Ya se ve lo que pasa. Al señor le da por la filosofía. Dentro de poco, entrada de Platón y de Hegel. Esas firmas nos bastan, Lo que avalan bien puede echarse a perros, y aun suponiendo que, como dijo usted eso Ie incumba a todo el mundo, no interesa a los especialistas que somos. Ni siquiera hay dónde clasificarlo en nuestra documentación."

Pensarán ustedes que me burlo en este discurso. De ninguna manera: lo suscribo.

Si Freud no ha aportado otra cosa al conocimiento del hombre sino esa verdad de que hay algo verdadero, no hay descubrimiento freudiano. Freud se sitúa entonces en el linaje de los moralistas en quienes se encarna una tradición de análisis humanista, v;ía láctea en el cielo de la cultura europea donde Baltasar Gracián y La Rochefoucauld representan estrellas de primera magnitud y Nietzsche una nova tan fulgurante como rápidamente vuelta a las tinieblas. Ultimo en llegar entre ellos y como ellos estimulado sin duda por una preocupación propiamente cristiana de la autenticidad del movimiento del alma, Freud supo precipitar toda una casuística en una "carte du Tendre" en la que no viene a cuento una orientación para los oficios a que se la destina. Su objetividad está en efecto estrechamente ligada a la situación analítica, la cual entre los cuatro muros que limitan su campo puede muy bien prescindir de que, se sepa dónde está el norte, puesto que se confunde con el eje largo del diván, al que se considera dirigido hacia la persona del analista El psicoanálisis es la ciencia de los espejismos que se establecen en este campo. Experiencia única, por lo demás bastante abyecta, pero que no podría recomendarse demasiado a los que quieren introducirse en el principio de las locuras del hombre, porque, mostrándose emparentada con toda una gama de enajenaciones, las ilumina.

Este lenguaje es moderado, no soy yo quien lo inventa. Ha podido escucharse a un celoso defensor de un psicoanálisis pretendidamente clásico definirlo como una experiencia cuyo privilegio está estrictamente ligado con las formas que regulan su práctica y que no podrían cambiarse en una sola línea, porque, obtenidas por un milagro del azar, detentan la entrada a una realidad trascendente a los aspectos de la historia, y donde el gusto del orden y el amor de lo bello por ejemplo tienen tu fundamento permanente, a saber: los objetos de la relación preedípica, mierda y cuernos en el culo.

Esta posición no podria refutarse, puesto que las reglas se justifican en ella por sus resultados, los cuales son considerados como prueba de lo bien fundado de las reglas. Sin embargo nuestras preguntas se ponen a pulular una vez más. ¿Cómo se ha producido este prodigioso azar? ¿De dónde viene esa contradicción entre el merequetengue preedípico al que se reduce la relación analítica para nuestros modernos, y el hecho de que Freud no se sintiera satisfecho hasta haberla reducido a la posición del Edipo? ¿Cómo puede la especie de auscultación en estufa a que se confina este new look de la experiencia ser el último término de un progreso que parecía al principio abrir vías multiplicadas entre todos los campos de la creación -o la misma pregunta enunciada al revés? Si los objetos detectados de esta fermentación electiva han sido así descubiertos por otra vía que la psicología experimental, ¿se halla ésta habilitada para volverlos a encontrar con sus procedimientos?

Las respuestas que obtendremos de los interesados no dejan ninguna duda. El motor de la experiencia, incluso motivado en sus términos, no podría ser únicamente esa verdad de espejismo que se reduce al espejismo de la verdad. Todo partió de una verdad particular, de un develamiento que hizo que la realidad no sea ya para nosotros tal como era antes, y esto es lo que sigue colgando de lo vivo de las cosas humanas la cacofonía insensata de la teoría, como también impidiendo a la práctica degradarse al nivel de los desdichados que no logran salir de ella (entiéndase que empleo este término para excluir a los cínicos).

Una verdad, si hay que decirlo, no es fácil de reconocer después de que ha sido recibida una vez. No es que no haya verdades establecidas, pero se confunden entonces tan fácilmente con la realidad que las rodea, que para distinguirlas de ella durante mucho tiempo no se encontró otro artificio sino el de marcarlas con el signo del espíritu, y para rendirles homenaje, considerar Ias llegadas de otro mundo. No basta con atribuír a una especie de enceguecimiento del hombre el hecho de que la verdad no sea nunca para él tan hermosa muchacha como en el momento en que la luz elevada por su brazo en el emblema proverbial la sorprende desnuda. Y hay que hacerse un poco el tonto para fingir no saber nada de lo que sucede después. Pero la estupidez sigue siendo de una franqueza taurina al preguntarse dónde podría pues buscársela antes, ya que el emblema ayuda poco a indicar el pozo, lugar mal visto e incluso maloliente, más bien que el estuche en que toda forma preciosa debe conservarse intacta.

Lacan, J. - Metáfora y metonimia


2 de Mayo de 1956
¿Tendríamos el estilo de Freud sin estas cartas? Sí, a pesar de todo, pero ellas nos enseñan que ese estilo nunca sufrió inflexión alguna, y que no es más que la expresión de lo que orienta y vivifica su investigación. Todavía en 1939, cuando escribe Moisés y el Monoteísmo, se siente que su interrogación apasionada no disminuyó, y que siempre del mismo modo encarnizado, casi desesperado, se esfuerza por explicar cómo el hombre, en la posición misma de su ser, puede ser tan dependiente de esas cosas para las que manifiestamente no está hecho en lo más mínimo. Esto está dicho y nombrado: se trata de la verdad.
Releí Moisés y el Monoteísmo a fin de preparar la presentación que se me encargó hacer dentro de dos semanas de la persona de Freud. Me parece que puede encontrarse en él una vez más la confirmación de lo que intento hacer ver, a saber, que el análisis es absolutamente inseparable de una pregunta fundamental acerca del modo en que la verdad entra en la vida del hombre. La dimensión de la verdad es misteriosa, inexplicable, nada permite captar decisivamente su necesidad, pues el hombre se acomoda perfectamente a la no-verdad. Intentare mostrar que esta es la pregunta que hasta el final atormenta a Freud en Moisés y el Monoteísmo.
Se siente en este librito el gesto que renuncia y el rostro que se cubre. Aceptando la muerte, continua. La interrogación renovada en torno a la persona de Moisés, a su miedo hipotéticos, no tiene otra razón de ser más que la de responder al problema de saber por que vía la dimensión de la verdad entra de manera viviente en la vida, en la economía del hombre. Freud responde que es por intermedio de la significación ultima de la idea del padre.
El padre es una realidad sagrada en si misma, más espiritual que cualquier otra, porque, en suma, nada en la realidad vivida indica, hablando estrictamente, su función, su presencia, su dominancia. ¿Como la verdad del padre, como esa verdad que Freud mismo llama espiritual, llega a ser promovida a un primer plano? La cosa sólo es pensable a través del rodeo de ese drama a-historico, inscrito hasta en la carne de los hombres en el origen de toda historia: la muerte, el asesinato del padre. Mito, evidentemente, mito muy misterioso, imposible de evitar en la coherencia del pensamiento de Freud. Hay allí algo velado.
Todo nuestro trabajo del año pasado confluye aquí: no puede negarse el carácter inevitable de la intuición freudiana. Las críticas etnográficas no dan en el clavo. Se trata de una dramatización esencial por la cual entra en la vida una superación interna del ser humano: el símbolo del padre.
La naturaleza del símbolo está aún por esclarecerse. Nos acercamos a su esencia situándola en el mismo punto de génesis que el instinto de muerte. Expresamos una sola y misma cosa. Tendemos hacia un punto de convergencia: ¿que significa esencialmente el símbolo en su papel significante ? ¿Cuál es la función inicial y original, en la vida humana, de la existencia del símbolo en tanto significante puro?
Esta pregunta nos hace volver a nuestro estudio sobre las psicosis.
La frase que escribí en la pizarra es carácterística del estilo de Freud, y se las doy para que guardemos su vibración.
Freud habla en esa carta de las diferentes formas de defensa. Es una palabra demasiado gastada en nuestro uso común como para no preguntar, en efecto: ¿quien se defiende?, ¿que se defiende ?, ¿ contra qué se defiende uno ? La defensa en psicoanálisis se dirige contra un espejismo, una nada, un vacío, y no contra todo lo que existe y pesa en la vida. Este enigma último está velado por el fenómeno mismo en el momento preciso en que lo captamos. Esta carta muestra por vez primera, y de manera particularmente clara, los diferentes mecanismos de las neurosis y las psicosis.
Sin embargo, en el momento de llegar a la psicosis, es como si Freud fuese atrapado por un enigma más profundo. Dice: Los paranoicos, los delirantes, los psicóticos, aman el delirio como se aman a sí mismos.
Hay allí un eco, al que debe dársele todo su peso, de lo dicho en e! mandamiento: amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos.
El sentido del misterio nunca falta en el pensamiento de Freud. Es su inicio, su medio y su final. Creo que si lo dejamos disiparse, perdemos lo esencial del camino mismo en que todo análisis debe estar fundado. Si perdemos un instante el misterio, nos perdemos en una nueva forma de espejismo.
Freud tuvo el sentimiento profundo de que, en las relaciones del sujeto psicótico con su delirio, algo rebasa el juego del significado y las significaciónes, el juego de lo que llamaremos más tarde las pulsiones del id. Hay ahí una afección, una vinculación, una presentificación esencial, cuyo misterio sigue casi intacto para nosotros; el delirante, el psicótico se aferra a su delirio como a algo que es él mismo.
Con esta vibración en el oído abordamos nuevamente el problema de la vez pasada, en lo concerniente a la función economice que adquiere la relación de lenguaje en la forma y en la evolución de la psicosis.
Partamos de los datos que son las frases que Schreber dice escuchar, frases provenientes de esos seres intermediarios, diversos en su naturaleza, los vestíbulos del cielo, las almas difuntas o las almas bienaventuradas, esas sombras, esas formas ambigüas de seres desposeídos de su existencia y portadores de voz.
La parte plena de la frase, donde están las palabras-núcleo, como se expresa el lingüista, que dan el sentido de la frase, no es vivida como alucinatoria. Al contrario, la voz se detiene para obligar al sujeto a proferir la significación en juego en la frase.
Ahora, es el momento... ¡de doblegarlo! Esta es la expresión Implícita que tiene peso significativo. Nuestro sujeto nos hace saber que no esta alucinado. Esta colocado en el vilo, en lo que queda de vacío después de la parte gramatical o sintáctica de la frase, formada por palabras auxiliares, articulatorias, conjuntivas o adverbiales, y verbalizabas de manera súbita y como exterior, en tanto frase del otro. Es una frase de ese sujeto a la vez vacío y pleno, que llamé el entre-yo (je) del delirio.
Entonces, es ahora demasiado según la concepción de las almas. Esta concepción de las almas tiene toda su función en lo que es verbalizado por instancias algo superiores, según Schreber, a los sujetos portadores de estribillos machacados de memoria, formados por palabras que considera vacías. Alude a nociones funcionales que descomponen sus diversos pensamientos. Una psicología tiene cabida, en efecto, en el interior de su delirio, una psicología dogmática que las voces que lo interpelan exponen, explicándole cómo están hechos sus pensamientos.
En particular, lo implícito asumió forma alucinatoria y no es dado en voz alta en la alucinación, es el pensamiento principal. La vivencia delirante del sujeto da en sí misma su esencia en el fenómeno. Indica que el fenómeno vivido de la alucinación, elemental o no, carece del pensamiento principal. Nosotros, los rayos carecemos de pensamientos, vale decir de lo que significa algo.
En relación a la cadena, si puede decirse así, del delirio, el sujeto parece a la vez agente y paciente. El delirio es más sufrido que organizado por él. Desde luego, como producto terminado, este delirio hasta cierto punto puede ser calificado de locura razonarte, en el sentido de que su articulación en algunos aspectos es lógica, pero desde un punto de vista secundario. Que la locura alcance una síntesis de esta índole, no es un problema inferior al de su existencia misma. Esto se produce en el curso de una génesis que parte de elementos quizá groseros de esta construcción, pero que, en su forma original, se presentan como cerrados, e incluso como enigmáticos. .
Hay primero algunos meses de incubación prepsicótica en que el sujeto está en un estado profundamente confusional. Es el momento en que se producen los fenómenos de crepúsculo del mundo, que carácterizan el inicio de un período delirante. A mediados de Marzo de 1894, entró en el sanatorio de Flechsig. A mediados de Noviembre del 93, comienzan los fenómenos alucinatorios, las comunicaciones verbalizabas que atribuyen a los diversos escalones de ese mundo fantasmático, formado por dos pisos de la realidad divina, el reino anterior de Dios y el reino posterior, y de todo tipo de entidades que están en vías de una reabsorción más o menos avanzada en esa realidad divina.
Esas entidades, que son las almas, van en sentido opuesto a lo que llama el orden del universo, noción fundamental en la estructuración de su delirio. En lugar de tomar el camino de reintegrarse en el Otro absoluto, toman, en cambio, el de vincularse con Schreber mismo, de acuerdo a formas que varían en el curso de la evolución del delirio. En el origen, vemos expresado con claridad, en su experiencia vivida, el fenómeno de la introyección, cuando dice que el alma de Flechsig le entra de ese modo, y que se asemeja a filamentos de una telaraña, suficientemente gruesa como para serle inasimilable, que vuelve a salir por su boca. Este es una especie de esquema vivido de la introyección, que se atenuará más adelante y que se pulirá adquiriendo una forma más espiritualizada.
De hecho, Schreber estará cada vez más y más integrado a esa palabra ambigüa con la que hace cuerpo y a la que responde con todo su ser. La ama, literalmente, como a sí mismo. Este fenómeno apenas puede calificarse de diálogo interior, pues la significación de la preeminencia del juego del significante, cada vez más vaciado de significación, gira precisamente en torno a la existencia del otro.
¿Cuál es la significación de esta invasión del significante que tiende a vaciarse de significado a medida que ocupa más y más lugar en la relación libidinal, e inviste todos los momentos, todos los deseos del sujeto?
detuve en una serie de textos que se repiten, y que seria fastidioso enumerar aquí. Algo me llamó la atención: incluso cuando las frases pueden tener un sentido, nunca se encuentra en ellas nada que se asemeje a una metáfora.
Pero, ¿que es una metáfora?
Introduzco aquí un orden de interrogación hacia el cual nunca antes se atrajo vuestra atención.
La metáfora no es una cosa sobre la cual hablar sea lo más fácil del mundo. Bossuet dice que es una comparación abreviada. Todos saben que esto no es enteramente satisfactorio, y, creo que, a decir verdad, ningún poeta lo aceptaría. Cuando digo ningún poeta, es porque podría ser una definición del estilo poético decir que éste comienza con la metáfora, y que allí donde no hay metáfora, tampoco hay poesía.
Su gavilla no era avara ni odiosa—Víctor Hugo. Esta es una metáfora. No es, indudablemente, una comparación latente, tampoco es: así como la gavilla se esparcía gustosamente entre los necesitados, así también nuestro personaje no era ni avaro ni odioso. No hay comparación sino identificación. La dimensión de la metáfora debe sernos de acceso menos difícil que a otros, con la sola condición de que reconozcamos cómo la llamamos habitualmente, a saber, identificación. Pero esto no es todo: el uso que aquí hacemos del término de simbólico lleva de hecho a reducir su sentido, a designar la sola dimensión de metáfora del símbolo.
La metáfora supone que una significación es el dato que domina y desvía, rige, el uso del significante, de tal manera que todo tipo de conexión preestablecida, diría léxical, queda desanudada. Nada en el uso del dicciónario puede, así sea por un instante, sugerir que una gavilla puede ser avara, o aún menos odiosa. Resulta claro, empero, que el uso de la lengua es susceptible de significación sólo a partir del momento en que se puede decir Su gavilla no era ni avara ni odiosa, vale decir, en que la significación arranca el significante de sus conexiones lexicales.
Esta es la ambigüedad del significante y el significado. Sin la estructura significante, es decir, sin la articulación predicativa, sin la distancia mantenida entre el sujeto y sus atributos, no podría calificarse a la gavilla de avara y odiosa. Porque hay una sintaxis, un orden primordial de significante, el sujeto es mantenido separado, diferente de sus cualidades. Está totalmente excluido que un animal haga una metáfora, aunque no tengamos razón alguna para pensar que no tenga él también la intuición de lo generoso y de lo que puede acordarle fácilmente y en abundancia todo lo que desea. Pero, en la medida en que no tiene la articulación, lo discursivo —que no es simplemente la significación, con lo que conlleva de atracción o repulsión, sino alineamiento del significante—, la metáfora es impensable en la psicología animal de la atracción, del apetito y del deseo.
Esta fase del simbolismo que se expresa en la metáfora supone la similitud, la cual se manifiesta únicamente por la posición. La gavilla puede ser identificada a Booz en su falta de avaricia y en su gEnerosidad, por el hecho de que es el sujeto de avara y odiosa. La gavilla es literalmente idéntica al sujeto Booz por su similitud de posición. Su dimensión de similitud es, sin duda, lo más cautivante del uso significativo del lenguaje, que domina hasta tal punto la aprehensión del juego del simbolismo que enmascara la existencia de la otra dimensión, la sintáctica. Sin embargo, esta frase perdería toda especie de sentido si mezcláramos el orden de las palabras.
Cuando se habla de simbolismo se descuida la dimensión vinculada a la existencia del significante, a la organización del significante.
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A partir de aquí, no puede dejar de ocurrírsenos, y se le ocurrió a un lingüista amigo mío—estoy hablando de Roman Jakobson—que la distribución de determinados trastornos denominados afasias, debe reverse a la luz de la oposición entre, por una parte, las relaciones de similitud, o de sustitución, o de elección y también de selección o de competencia, en suma, de todo lo que es del orden del sinónimo y, por otra, las relaciones de contigüidad, de alineación, de articulación significante, de coordinación sintáctica. Desde esta perspectiva, la oposición clásica entre afasias sensoriales y afasias motoras, criticada desde hace mucho tiempo, se ordena de manera sorprendente.
Todos conocen la afasia de Wernicke. El afásico encadena una serie de frases de carácter gramatical extraordinariamente desarrollado. Dirá: Si, comprendo. Ayer, cuando estaba allá arriba, ya dijo, y quería, le dije, no es eso, la fecha, no exactamente, no esa...
El sujeto muestra así un completo dominio de todo lo que es articulación, organización, subordinación y estructuración de la frase, pero queda siempre al margen de lo que quiere decir. Ni por un instante se puede dudar que lo que quiere decir está presente, pero no alcanza a dar una encarnación verbal de aquello hacia lo que la frase apunta. Desarrolla en torno a ella toda una franja de verbalización sintáctica, cuya complejidad y nivel de organización están lejos de indicar una perdida de atención del lenguaje. Pero, si le piden una definición, un equivalente sin siquiera querer alcanzar la metáfora, si lo enfrentan a ese uso del lenguaje que la lógica llama metalenguaje, o lenguaje sobre el lenguaje, esta perdido.
No se trata de hacer la menor comparación entre un trastorno de este tipo y lo que sucede en nuestros psicóticos. Pero, cuando Schreber escucha Factum est, y eso se detiene, es, sin duda alguna, un fenómeno que se manifiesta a nivel de las relaciones de contigüidad. Las relaciones de contigüidad dominan, como consecuencia de la ausencia o de una deficiencia de la función de equivalencia significativa mediante la similitud.
No podemos dejar de tomar en cuenta esta llamativa analogía para oponer nosotros también, bajo la doble rubrica de la similitud y la contigüidad, lo que sucede en el sujeto delirante alucinatorio. No podría ponerse mejor en evidencia la dominancia de la contigüidad en el fenómeno alucinatorio que señalando el efecto de palabra interrumpida, y de palabra interrumpida tal como precisamente es dada, es decir, como investida y, digamos, libidinalizada. Al sujeto se le impone la parte gramatical de la frase, la que sólo existe por su carácter significante y por su articulación. Esta se transforma en un fenómeno impuesto en el mundo exterior.
El afásico del que hablaba no podía ir al grano. A ello se debe su discurso en apariencia vacío, que, cosa curiosa, incluso en los sujetos con más experiencia, en los neurólogos, provoca siempre una risa embarazada. Tenemos enfrente un personaje que está ahí, sirviéndose de inmensos blablás, extraordinariamente articulados, a veces ricos en inflexiones, pero que nunca puede llegar al núcleo de lo que tiene que comunicar. El desequilibrio del fenómeno de contigüidad que pasa a primer plano en el fenómeno alucinatorio, y a cuyo alrededor se organiza todo el delirio, no deja de serle análogo.
Habitualmente, siempre colocamos el significado en un primer plano de nuestro análisis, porque es, ciertamente, lo más seductor, y lo que, en un primer abordaje, parece ser la dimensión propia de la investigación simbólica del psicoanálisis. Pero, desconociendo el papel mediador primordial del significante, desconociendo que el elemento guía es en realidad el significante, no sólo desequilibramos la comprensión original de los fenómenos neuróticos, la interpretación misma de los sueños, sino que nos volvemos absolutamente incapaces de comprender qué sucede en las psicosis.
Si un aspecto, tardío, de la investigación analítica, el concerniente a la identificación y al simbolismo, está del lado de la metáfora, no descuidemos el otro, el de la articulación y la contigüidad, con lo que en él se esboza de inicial y de estructurante en la noción de causalidad. La forma retórica que se opone a la metáfora tiene un nombre: se llama metonimia. Designa la sustitución de algo que se trata de nombrar: estamos en efecto a nivel del nombre. Se nombra una cosa mediante otra que es su continente, o una parte de ella, o que está en conexión con ella.
Si, usando la técnica de asociación verbal, tal como se practica en el laboratorio, le proponen al sujeto una palabra como choza, hay más de un modo de responder. Choza.—Quémenla. El sujeto puede también decir casucha o cabina —ahí ya está el equivalente sinonímico, si avanzamos un poquito más llegaremos a la metáfora, diciendo madriguera por ejemplo. Pero, también hay otro registro. Si el sujeto dice por ejemplo techo ya no es exactamente lo mismo. Una parte de la choza permite designarla entera, podemos hablar de una aldea de tres techos, para decir de tres casitas. Se trata ahí de evocación. El sujeto puede también decir suciedad, o pobreza. Ya no estamos en la metáfora, estamos en la metonimia.
La oposición de la metáfora y la metonimia es fundamental, ya que lo que Freud originalmente colocó en un primer plano en los mecanismos de la neurosis, al igual que en los fenómenos marginales de la vida normal o el sueño, no es ni la identificación ni la dimensión metafórica.
Todo lo contrario. De manera general, lo que Freud llama condensación en retórica se llama metáfora; lo que llama desplazamiento, es la metonimia. La estructuración, la existencia lexical del conjunto del aparato significante son determinantes para los fenómenos presentes en la neurosis, pues el significante es el instrumento con el que se expresa el significado desaparecido. Por esta razón, al atraer la atención sobre el significante, no hacemos más que volver al punto de partida del descubrimiento freudiano.
La semana que viene, retomaremos la cuestión estudiando por que en la psicosis esos juegos significantes terminan ocupando por completo al sujeto. En este caso no se trata del mecanismo de la afasia sino de cierta relación al otro como faltante, deficiente. A partir de la relación del sujeto con el significante y con el otro, con los diferentes pisos de la alteridad, otro imaginario y Otro simbólico, podremos articular esa intrusión, esa invasión psicológica del significante que se llama la psicosis.

Diálogo con Piera Aulagnier


Los temas a los que Piera Aulagnier hace referencia en esta entrevista son: El vínculo realidad psíquica-realidad. Psicosis, representación, historia. Deseo de hijo, deseo de maternidad. El lenguaje, el inconsciente y el yo. La pulsión de muerte: deseo de no deseo. Pasión de transferencia. Alienación y ética del psicoanálisis. El Psicoanálisis francés contemporaneo. La relación teórica-clínica.

Luis Hornstein. Usted teoriza sobre el principio de permanencia y el de cambio en el proceso identificatorio. Para facilitar la tarea de sus lectores y trasladando esto a su obra, ¿qué es lo que permanece y qué es lo que cambia en su proceso de investigación?

Piera Aulagnier. Creo que en mi investigación lo que persiste es una manera de concebir la teoría analítica como la que intenta esclarecer las condiciones necesarias para que el yo pueda existir y la actividad de pensamiento sea posible. En resumen, yo he privilegiado en mi investigación -lo que también creo es un hilo conductor en Freud- la problemática de la identificación. Eso es así desde el comienzo y -así lo espero- será verdadero hasta el final. Creo que por los interrogantes que nos plantea la identificación podemos entender mejor la complejidad del aparato psíquico del cual el yo cree ser el único que lo habita, siendo esa una ilusión que él defiende contra viento y marea.
Es a partir de una teoría del yo que podemos dar cuenta de los obstáculos que debe enfrentar el sujeto para poder lograr ese mínimo de autonomía que es necesario para su funcionamiento psíquico. El proceso identificatorio es la cara oculta de ese trabajo de historización.
El yo no puede advenir más que siendo su propio biógrafo. Su historia es tanto libidinal como identificatoria. Esta historia exigirá periódicamente la inversión de una parte de sus parágrafos, hará necesaria la desaparición de algunos y la invención de otros para arribar a una versión que el sujeto cree definitiva pero que debe permanecer abierta para ese trabajo de reconstrucción, de reorganización de sus contenidos, y especialmente de sus causalidades cada vez que ello se revele necesario. Es sólo porque esta versión de su historia es modificable que el sujeto puede asegurarse su propia permanencia y aceptar los inevitables cambios psíquicos y físicos. Por eso -para responder a su pregunta- lo que perdura es el privilegio que le otorgo a la problemática identificatoria.

EL VINCULO REALIDAD PSÍQUICA-REALIDAD

Luis Hornstein. Luego de haber renunciado -con razón- a convertir el análisis en una ortopedia del yo, se visualiza en los analistas franceses con más trayectoria teórica una preocupación creciente por temas vinculados a la instancia yoica, al pensamiento y al narcisismo. Laplanche, en 1970, decía que es preciso construir una teoría analítica del yo; también Pontalís escribió en 1975 que los analistas franceses se estaban enfrentando al retorno de lo represor, aludiendo a la necesidad de dar cuenta teóricamente tanto del yo como del superyó. Actualmente, tanto usted como otros (Anzieu, Mc. Dougall, Green, Rosolato, Enriquez, Dayan) se interrogan acerca del problema del yo y de la realidad. Pareciera que los analistas franceses han decidido que el yo es demasiado importante para entregarlo a la ego-psychology. ¿Cómo ve usted esta relativa convergencia?

Piera Aulagnier. Creo que efectivamente hay una tendencia en el análisis francés -que debe mucho a Lacan- a abordar de otra manera el concepto de yo [moi] freudiano. Persiste la crítica que Lacan inauguró al registro de la ego-psychology que tiene su área de influencia en Estados Unidos. Pero no diría que la mayor parte de los analistas franceses le asignan gran importancia a la relación entre el yo y la realidad. Más bien he sido criticada por algunos analistas porque le otorgo importancia a la realidad. Crítica que -debo decirlo- creo justificada. Si hay una cuestión a la que el analista está siempre enfrentado es a la relación realidad psíquica-realidad. No veo cómo puede ser estuadiada esa relación sin tomar en cuenta el vínculo que el sujeto tiene con la realidad. Para mí, desconocer uno de los aspectos de esa relación es tan absurdo como estudiar la relación lactante-madre dejando de lado a la madre como representante de la realidad. Así como en el otro extremo, no considerando la fantasmatización del niño y postular que ésta es una respuesta pasiva del niño al deseo inconsciente materno.
Asignar -como la mayoría de los analistas- un lugar predominante a la madre no implica un olvido del padre. Desde el comienzo de la vida el padre ejerce una acción modificante sobre el medio ambiente que rodea al recién nacido. Pero en la casi generalidad de los casos una persona -generalmente la madre- tiene un papel fundamental en la respuesta a las necesidades del bebé -tanto de autoconservación como libidinales-. Es, por lo tanto, la fuente de las primeras experiencias de placer y de sufrimiento. Es por eso que a partir de ella surgirá el primer signo de la presencia del padre o de su ausencia, y la elección de esos "signos" dependerá de su relación con ese padre. Ulteriormente el niño podrá recusar esos signos para forjar los suyos e instaurar una relación con el padre en acuerdo o en desacuerdo con aquella que la precedía. Es indudable que en el registro temporal la relación con la madre es previa así como el embarazo induce en ella una forma de investimiento que es diferente del investimiento con el que el padre espera a su hijo.
Creo que hay que abordar la problemática de lo psíquico teniendo siempre presente que el sujeto adviene en un espacio relacional. Hay dos tendencias que se pueden caracterizar así: la primera, que se considera heredera del pensamiento freudiano y kleiniano, para la cual el campo de la psicopatología sería totalmente reductible a un develamiento de la actividad fantasmática. Llevada al límite, pueden decir que no importa cuál sea la realidad siempre habrá una fantasmatización que será la misma, y los cambios y reelaboraciones fantasmáticas no serán jamás en función de aquello que aparece en la realidad sino en función de una economía interna (gran tolerancia o no a la frustración, desintrincación pulsional, fijaciones, etc.). Todo reenvía a la problemática interna del sujeto. Es verdad que esto exagera algo que estuvo presente en Freud en algunos de sus escritos. La segunda tendencia -que va al otro extremo- es la que se encuentra en la Escuela de Palo Alto y en ciertas teorías francesas que conciben al niño psicótico como expresión de la patología familiar o en ciertas postulaciones antipsiquiátricas que conciben la psicosis desde la sociogénesis. Creo que ambas tendencias son erróneas.
Pienso que ciertas circunstancias vividas imponen a la psique lo que llamo fantasmatización obligada. Así como ciertos encuentros en el campo objetal y social pueden perturbar un trabajo de elaboración fantasmática, de identificaciones que el yo había podido lograr antes de esos encuentros. Esa es mi posición en relación con el vínculo realidad psíquica-realidad que se diferencia de la tendencia más extendida en los analistas que tienden a otorgar una exclusividad en el registro de la causalidad a la problemática interna del sujeto.


PSICOSIS, REPRESENTACIÓN, HISTORIA

Luis Hornstein. Su teoría de la psicosis no se reduce a concebirla como mero producto de un proceso deficitario. Al definir la problemática psicótica por sus carencias se ilustran ciertas regresiones pero no se da cuenta del trabajo de reinterpretación que efectúa el psicótico. Según la mejor tradición freudiana usted utiliza la psicopatología para construir la metapsicología. Sus elaboraciones sobre el pensamiento delirante, ¿qué conclusiones le permiten extraer acerca del pensamiento en general?

Piera Aulagnier. No es una pregunta fácil. Creo que es verdad que la psicosis me ha enseñado mucho y no sé si tendría la misma concepción de la metapsicología si desde los comienzos de mi práctica no me hubiera interesado de manera privilegiada en la psicosis. Puede sonar como una boutade pero enfrentada a un psicótico siempre me he preguntado cuáles son las condiciones que permiten que un sujeto no sea psicótico. Eso es lo que primordialmente he aprendido en mi contacto con la psicosis.
Es cierto lo que usted dice, que rechazo concebir al pensamiento psicótico como efecto de no se sabe qué déficit o de una represión que no se ha producido, y que jerarquizo todo ese trabajo de construcción que debe hacer el sujeto que ha basculado hacia la psicosis para poder lograr insertarse en una temporalidad que no lo condene a vivir indefinidamente en el presente lo que ha vivido en el pasado, para intentar tener un proyecto identificatorio.
A partir de la psicosis me he planteado, efectivamente, cuáles son las condiciones que deben estar presentes en el discurso y en el comportamiento materno para preservar al niño de un devenir psicótico. Quiero decir algo que me parece importante: ningún analista que conozca todo lo posible a una pareja que ha tenido un hijo, supongamos que los hubiera analizado y conociera sus problemas, sus fantasías, sus conflictos, etc., etc., podría concluir: ya que la pareja funciona así, el niño será así. Eso es el tipo de causalidad estrictamente imposible. Felizmente existe lo impredecible en el devenir del sujeto. Eso no quiere decir que no podamos decir algo. Si se puede decir que a partir de una cierta relación en la pareja, de lo que va a representar el niño para la pareja y para cada uno de los padres, a partir de la historia que precede -y sostiene- al deseo de tener un niño en cada uno, el analista puede decir que hay grandes probabilidades de que el niño tienda a construir una defensa psicótica, neurótica o somática. Hay probabilidades pero no certezas. Y no hay certezas porque no debemos nunca olvidar el poder de metabolización, de renegociación, de transformación que la psique puede operar a partir de las experiencias que vive. Felizmente hay un margen para lo impredecible en el funcionamiento psíquico.
Volviendo al tema, ¿cuáles son las condiciones para evitar que el niño deba recurrir a una defensa psicótica? Si bien hay una primera violencia tan abusiva como necesaria que hace que la madre interprete al niño y sus expresiones corporales y que hace que el sujeto entre al campo de discurso, esta violencia primaria es positiva si es limitada en el tiempo. Pero, ¿qué pasa en ciertas relaciones madre-hijo? Uno ve la imposibilidad para la madre de aceptar que cambie aquel momento en que ella era para el niño condición de vida.

Luis Hornstein. Usted escribió que hay un deseo en la madre que si emerge es nefasto para el niño: que nada cambie.

Piera Aulagnier. Así es, "que nada cambie". En ese caso opera la violencia secundaria que puede -si el niño no encuentra una respuesta que lo proteja- conducir a una mutilación de la actividad de pensamiento. Una segunda condición es aquella que he intentado conceptuar como el derecho al secreto. Es la posibilidad que el niño tiene de poder preservar algunos pensamientos como propios y para los cuales la madre y el mundo exterior en general no tienen derecho de mirada.
Por supuesto es preciso considerar lo que significa en el inconsciente de la madre el ser madre. En la madre hay una realidad psíquica ya historizada que anticipa aquello que se juega, en su encuentro con el niño y que decodifica los primeros signos de éste a través del filtro de su propia historia, escribiendo de esa manera los primeros parágrafos de eso que devendrá la historia del niño. La relación de esa madre con el niño, por su propia historia infantil, por aquello que retorna desde su Otra escena, por su relación con su propio cuerpo; todos estos elementos organizan el tipo y calidad de investimiento libidinal del niño.

DESEO DE HIJO, DESEO DE MATERNIDAD

Luis Hornstein. Usted plantea que el niño hereda un anhelo que prueba que él mismo no es la realización plena del deseo materno y esa no estagnación fetichista de sí mismo le permite ser sucesor de un deseo que circula. También diferencia usted el deseo de hijo del deseo de maternidad.

Piera Aulagnier. Sí; la diferencia que yo establezco es que en ciertos casos si uno escucha el discurso manifiesto de la madre, o si uno presta atención al vínculo con el niño se puede constatar que tienen el deseo de tener un niño, pero es necesario diferenciar el deseo de hijo con toda la evolución que ello implica: tener un hijo de la madre, tener un hijo del padre hasta llegar a desear un hijo del hombre que se lo puede dar. Este deseo de hijo debe ser diferenciado del deseo de maternidad que es el deseo de repetir en forma especular su relación con la madre. Este deseo es catastrófico para el niño. Lo catastrófico es que para estas mujeres es imposible aceptar lo nuevo. En francés decimos "nuevo nacido" (recién nacido). Estas mujeres pueden aceptar que alguien haya nacido pero no que sea algo nuevo. En El aprendíz de historiador elaboré una hipótesis acerca de otro tipo de drama que se encuentra en algunas mujeres, al que llamé el crimen de lesa Tánatos. En esos casos, el nacimiento es vivido como la consumación de un crimen -eso me parece evidente en la madre de Philippe-. Traté de mostrar cómo en ella hay una desconexión del registro temporal.
En un texto recién publicado analicé otra particularidad que llamé traumatismo del encuentro; hay ciertas mujeres que al enfrentarse al niño no pueden establecer una relación entre la representación psíquica del niño que esperaban y del niño real que está ante ellas. Sabemos que todo investimiento de un objeto real presupone el investimiento de la representación psíquica de ese objeto.

Luis Hornstein. Eso me recuerda su viejo concepto de cuerpo imaginado, previo al de sombra hablada.

Piera Aulagnier. Sí, ciertamente, pero si bien es algo que va en el mismo sentido, hay diferencia -por suerte, porque pasaron 20 años-. Cuando hablaba de cuerpo imaginado me refería a madres que ubicaba del lado de la psicosis. En estos casos, a los que me refiero actualmente, se trata de madres que no pueden enfrentar lo imprevisto del cuerpo del niño real. Es una situación absolutamente dramática y lo vinculo a ciertas formas de autismo precoz. El infans debe ser investido por la libido materna pero, ¿cómo investir a alguien del cual no se tiene representación psíquica? No es posible investir una representación que rompe la propia historia y que no puede insertarse en ella. El recién nacido se sitúa fuera de su historia y pone en riesgo la totalidad de su construcción identificatoria.


EL LENGUAJE, EL INCONSCIENTE Y EL YO

Luis Hornstein. Hay en su obra una ausencia que llama la atención: el superyó.

Piera Aulagnier. Usted tiene razón. Aunque no puedo decir que yo no tenga un superyó. Cuando me refiero a esa instancia, utilizo el término ideal del yo. En mi manera de concebir la psique, la acción del superyó la veo en los ideales que el yo se propone con todas sus exigencias y sus excesos posibles. Tal vez haya otra razón y es que utilizo el término yo que no es equivalente al yo [moi] freudiano y que, a partir de esto, para mí el ideal del yo tome el lugar que en la metapsicología freudiana tiene el superyó. Creo que ésa es la razón.


Luis Hornstein. Cuando usted insiste en la diferencia entre el yo [moi] freudiano y su yo ¿en qué piensa?

Piera Aulagnier. Pienso esencialmente que mi concepción del yo debe mucho a Lacan. Para mí el yo es una instancia que está directamente vinculada al lenguaje. No hay lugar en mi concepción metapsicológica para el concepto freudiano yo-ello indiferenciado. En ese sentido, no se puede hacer una equivalencia entre la manera como Freud se sirve del concepto de yo [moi] y lo que he definido como yo. Definí un concepto para mí fundamental que es el yo anticipado y no se puede hablar de un yo [moi] anticipado en el discurso maternal. En esto soy fiel (fiel no quiere decir que no lo interprete a mi manera) al lugar que Lacan da al discurso en el nacimiento de esa instancia que llamo yo y que se constituye por la apropiación de esos primeros enunciados identificantes construidos por la madre. El yo anticipado es un yo historizado que inscribe al niño desde el comienzo en un orden temporal y simbólico. Mi diferencia con Lacan es que para mí el yo no está condenado al desconocimiento ni es una instancia pasiva. Si bien sus primeros identificados son provistos por el discurso materno, el yo es también una instancia identificante y no es un producto pasivo del discurso del Otro. Si todo discurso es engañoso es también engañoso el discurso que dice que todo discurso es engañoso. Una cosa es decir que no hay verdad definitiva y otra decir que toda verdad es un error que será reemplazada por otro error. Este enunciado es paradójico y sólo se sostiene porque aquel que lo enuncia está convencido de que estos enunciados acerca de lo que es verdadero y falso son verdaderos. He ahí la paradoja. Si se lleva esto hasta sus últimas consecuencias se descalifica toda relación con la realidad.

Luis Hornstein. ¿Por qué utiliza el término metabolización?

Piera Aulagnier. Para subrayar que para mí la psique es en todos sus procesos una actividad de representación. Alguien a quien aprecio mucho, André Green, me ha preguntado por qué no utilicé en lugar de metabolización el término de transformación y decir que la psique transforma una información exterior en representación.
Le respondí que para mí metabolización tiene un sentido más duro, más esencial que transformación, ya que alude a la transformación de lo heterogéneo en lo propio.

Luis Hornstein. ¿Usted dice que el yo está estructurado desde el lenguaje?

Piera Aulagnier. Porque para mí el yo se origina en los primeros enunciados producidos por el discurso maternal. Por el contrario, no creo que el ello esté estructurado como un lenguaje.

Luis Hornstein. A eso iba mi pregunta, ¿y el inconsciente reprimido?

Piera Aulagnier. En eso soy freudiana. Lo reprimido alude a un cierto número de representaciones y de representacines identificatorias que se han vuelto incompatibles con la posición que el yo ha advenido a ocupar. Creo que en mi manera de concebir, lo reprimido permanezco muy fiel a la manera como Freud concebía lo reprimido.

LA PULSION DE MUERTE: DESEO DE NO DESEO

Luis Hornstein. En "Condenado a investir" usted dice que la pulsión de muerte se manifiesta clínicamente como un movimiento de desinvestidura del objeto; desinvestidura que no se realiza en beneficio de otro objeto sino que amenaza todo objeto. Define como meta de Tánatos el deseo de no deseo. Postula que el sufrimiento que se prolongue en el tiempo corre el riesgo de facilitar el trabajo de desinvestidura propio de Tánatos. Usted parece postular un sufrimiento elaborativo todavía al servicio de Eros y otro no elaborativo. Parafraseando a Freud, ¿habría un sufrimiento traumático y otro señal?

Piera Aulagnier. Postulo efectivamente que hay un tipo de sufrimiento que está ligado al investimiento preservado del objeto y se sufre por la pérdida. Generalmente ése es el registro del sufrimiento neurótico y es cierto que ese sufrimiento nos permite trabajar analíticamente, ya que se repite en la relación transferencial. Es el trabajo del duelo del que hablaba Freud pues está ligado al desinvestimiento de un objeto para poder recuperar la libido y ponerla al servicio de otro investimiento.
El otro tipo de sufrimiento se encuentra especialmente en la psicosis y en depresiones graves. Deja en la vida psíquica un agujero, un borramiento de toda huella de que un objeto había sido investido. Esta desinvestidura no se realiza en beneficio de otro objeto sino que amenaza todo objeto, toda experiencia que para poseer una existencia psíquica exige la actividad de ligar, propia de Eros. Todo acto de desinvestidura logrado no deja ninguna huella y conduce a la abolición, la disolución, el borramiento definitivo de la representación del objeto. La victoria de la pulsión de muerte conlleva una nada en ese conjunto de objetos que constituyen el capital representativo del sujeto y en el conjunto de soportes del que podría disponer su capital libidinal. Por ello propuse hace tiempo que la meta de Tánatos es un deseo de no deseo y su forma de lograrlo es a través de una desinvestidura que, más allá del objeto preciso al que parece apuntar, concierne a la totalidad de los objetos investidos por Eros. La meta última de la pulsión de muerte es la desaparición de la totalidad de los soportes cuya investidura es simultáneamente la manifestación, la exigencia y la meta de las pulsiones eróticas. Es -entonces- la meta de Tánatos hacer desaparecer a todo objeto cuya ausencia se hace responsable del surgimiento del deseo y que obliga a reconocerse deseante de un objeto que falta. La meta de Eros es lograr que la desinvestidura se desarrolle paralelamente a la búsqueda y la localización de un nuevo soporte que pueda ser investido libidinalmente. No uso el concepto de pusión de muerte en forma metafórica, sino que para mí -como para Freud- el dualismo pulsional Eros-Tánatos está siempre en juego en el conflicto psíquico al cual accedemos clínicamente. Para mí la pulsión de muerte no es una categoría metafísica.
En el tipo de sufrimiento en que no hay investimiento del objeto para que el análisis sea posible hay que crear ciertas condiciones. Estas no están dadas de entrada, a diferencia del neurótico que ya está libidinalmente dispuesto para ingresar al campo transferencial. En aquellos casos no es así y es preciso todo un trabajo previo para hacer que la relación analítica sea posible. Desgraciadamente no creo que haya reglas generalizables. Todo va a depender de nuestra capacidad y de nuestra posibilidad de ubicarnos en la historia singular. Lo poco que persiste de la capacidad de investimiento hace que la relación sea muy frágil.
Hay que ser muy cuidadoso porque en estos casos los errores pueden ser muy graves para el sujeto -no me refiero al analista sino al sujeto que consulta-. Toda forma de aproximación muy brusca puede producir la interrupción del vínculo. Nuestra principal tarea es darle el mínimo de sentido al sufrimiento que él padece; si lo logramos el análisis se vuelve posible.

PASIÓN DE TRANSFERENCIA. ALIENACIÓN Y ETICA DEL PSICOANALISIS

Luis Hornstein. Desde hace tiempo usted enfatiza la importancia del proyecto terapéutico. ¿Cómo vincular esta reivindicación de la dimensión terapéutica del análisis con sus elaboraciones sobre la pasión de transferencia y la alineación? ¿Cómo se relaciona ello con la ética del psicoanálisis?

Piera Aulagnier. Para retomar la última parte de su pregunta no veo cómo la ética del psicoanalista puede olvidar su función terapéutica. El sujeto no viene a vernos porque forma parte de una intellegentsia, tampoco porque está movido por no sé qué deseo de saber, sino que viene porque sufre y para que lo ayudemos a superar su conflicto psicótico, neurótico u otro que es causa de su sufrimiento. Por ello es que pienso que la dimensión terapéutica es parte integrante de lo que hago cotidianamente cuando trabajo como analista.
Usted me pregunta cómo ligar esta reivindicación de la dimensión terapéutica con mi elaboración sobre la pasión transferencial y la alineación como consecuencia. Creo justamente que es el olvido de esta dimensión terapéutica el responsable mayor en convertir el amor de transferencia necesario en una pasión transferencial que no puede conducir sino a la alineación. Creo que la pasión transferencial tiene como principal responsable a un deseo inconsciente del analista. Es el analista quien induce en la mayor parte de los casos la pasión.

Luis Hornstein. Usted escribió que tanto el silencio abusivo como la interpretación a ultranza favorecen la pasión transferencial. El exceso de silencio, porque demuestra al analizando la insignificancia de su discurso y de todo discurso y porque el analista da cuerpo a una ilusión de que sabe todas las verdades universales que el discurso no hace otra cosa que velar y disfrazar. En dicha postura todo aquello que el analizando podría decir y pensar es entendido como confirmación de la mentira característica de todo discurso, como montaje artificioso, como señuelo. La interpretación prefabricada porque enfrenta al sujeto con un modelo generalizable. En ambos casos la creencia en la singularidad de la historia será implícitamente denunciada como una dimensión engañosa que es preciso perder para alcanzar la suprema sabiduría que lleva a proclamar que lo que el analizando puede elaborar de sus determinaciones históricas corresponde al registro de lo imaginario. Se pierden entonces las referencias freudianas mayores en cuanto al hacer consciente lo inconsciente, el lugar de las interpretaciones y construcciones y la función esencial que Freud le asignaba a la reelaboración.

Piera Aulagnier. No critiqué tanto la interpretación prefabricada por generar una pasión transferencial, sino más bien por otras razones. Pero sí el silencio a ultranza. Este genera en el analizando una idealización. Es fácil idealizar a un mudo.
Además creo que la pasión transferencial es favorecida por una serie de comportamientos y técnicas de moda en cierta práctica del análisis. Si uno atiende a un paciente cinco minutos, sólo puede esperar dos consecuencias: o bien la fuga del paciente -y por razones muy largas de explicar no es lo más frecuente- o bien, y eso es muy grave, lleva al analizando a renunciar a juzgar lo que efectivamente pasa en la relación analítica por una idealización masiva del analista que conduce a una relación de alienación. Cada vez estoy más convencida de que la modalidad técnica de conducir una cura es la responsable de la alienación y, en general, el analista es también víctima de su alienación en una teoría para la cual él es incapaz de asumir una posición crítica.

EL PSICOANALISIS FRANCES CONTEMPORÁNEO

Luis Hornstein. A pesar de tener una tradición clínica de varias décadas, en nuestro país estamos pendientes de la Otra escena que es siempre Europa. Usted dice que hay épocas de valorización excesiva de la teoría y épocas de decepción y vuelta a la clínica. En nuestro país ya se dio la decepción con la escuela kleiniana a la que siguió luego una ilusión con los desarrollos de Lacan. A comienzos de la década del 70 la lectura de Lacan tuvo en nuestro medio gran importancia ya que -por la hegemonía absoluta del kleinismo- no se leía casi a Freud. Gracias a Lacan recuperamos a Freud y es indudable que los aportes de Lacan posibilitaron comprensiones inéditas de dimensiones esenciales de la obra de Freud. En resumen: Lacan nos hizo pensar. Pero para algunos las formulaciones de Lacan padecen de una petrificación ontológica y se convierten en verdades absolutas; para ellos se da un cogito modificado: "El piensa (Lacan), luego yo existo".
Me parece útil profundizar la categoría de alienación cultural para dar cuenta de algunos procesos que ocurren en países dependientes como el nuestro. Me interesaría saber su opinión al respecto.

Piera Aulagnier. Usted sabe, no creo que la alienación sea un fenómeno de su país, creo sí que es patrimonio de vuestro país la forma que asumió el terror social en el gobierno militar. Creo que la alienación del pensamiento no es un hecho particular de un país dado. La alienación tiene por meta la exclusión de toda duda, de toda causa del conflicto e implica la muerte de la actividad de pensamiento. Poder reconocerse un derecho a pensar implica renunciar a encontrar en la escena de la realidad una voz que garantice lo verdadero y lo falso, y presupone el duelo por la certeza perdida. Tener que pensar, tener que dudar de lo pensado, tener que verificarlo: tales son las exigencias que el yo no puede esquivar.
En algún texto planteé que la duda es el equivalente de la castración en el registro del pensamiento. Aquel que aliena su pensamiento a un discurso le otorga el mismo grado de certeza que en la psicosis tiene la reconstrucción delirante con respecto a la realidad. Todo pensamiento -sobre todo si tiene cierto valor- hace que mucha gente se precipite en él para no tener que seguir pensando. Esa no es una particularidad argentina. En Francia también tenemos modas y hay modas peligrosas.

Luis Hornstein. Hablando de modas. Sabemos que el estructuralismo había evacuado al acontecimiento y, en el límite, a la historia misma. Al definir al yo como historiador, al jerarquizar la realidad histórica y los efectos de los encuentros como lo que hace pasar de una potencialidad a sus manifestaciones clínicas pareciera que usted se ha distanciado del estructuralismo. ¿Es así?

Piera Aulagnier. Usted sabe, siempre estuve muy lejos del estructuralismo. Eso no es nuevo. Lacan estuvo siempre interesado en lo que podía aportar el estructuralismo al psicoanálisis, pero yo siempre me sentí alejada del estructuralismo. No creo que el estructuralismo aportara gran cosa al pensamiento analítico.

Luis Hornstein. A partir de las dos revistas -a mi juicio- más representativas del análisis francés actual, Nouvelle Revue y Topique, se puede inferir que hay cambios. Pareciera que ya han sobrepasado la época de las duras escisiones, y que los debates son más conceptuales que creenciales. ¿Es así? ¿Cómo describiría la coyuntura del análisis francés hoy?

Piera Aulagnier. Algo que es preciso decir es que en las nuevas generaciones no existen esas barreras entre los diversos grupos analíticos. Dejo de lado algunos grupitos lacanianos que son una cuestión aparte. Soy frecuentemente invitada por diversas instituciones, y no soy en este caso una excepción. Estoy en Argentina invitada por la A.P.A. a pesar de que yo y mi grupo no pertenecemos a la I.P.A. Hay en este momento una apertura y se valora a cada analista por lo que él aporta independientemente de la institución a la que pertenezca.

Luis Hornstein. Usted es una de las fundadoras del cuarto grupo. Uno de los objetivos fue encarar de manera diferente la formación de analistas. Después de más de 17 años, ¿cómo evaluaría la experiencia?

Piera Aulagnier. Yo diría de las sociedades analíticas que no hay buena sociedad así como no hay buen salvaje, como lo creía Rousseau. Diría que no es más mala que las otras. En el cuarto grupo intentamos un sistema de formación que respeta al máximo la libertad del sujeto que quiere devenir analista. La propuesta que creo central en el cuarto grupo es que la institución no obstaculice el proceso analítico de aquel que quiere ser analista. Tenemos muchas exigencias: que el candidato haya hecho un análisis con quien él quiera, que haga dos supervisiones, que tenga un trabajo de elaboración, de discusión con algunos analistas de nuestro grupo durante un tiempo que permita una suerte de reconocimiento recíproco. No es fácil devenir analista en el cuarto grupo.

LA RELACION TEORIA-CLINICA

Luis Hornstein. En Freud hay armonía entre las elaboraciones metapsicológicas y sus consecuencias técnicas. En los anglosajones hay una referencia clínica constante que incluso descuida -relativamente- los aspectos teóricos. En Francia por tradición se tiene tendencia al teoricismo, lo que implica un cierto menosprecio de la investigación clínica. En su último libro escribe que un trabajo clínico expone mucho más al analista que una elaboración teórica y advierte contra los riesgos de convertir a la clínica en algo inefable. ¿Está usted sola en esta empresa o hay otros analistas franceses que están dispuestos a asumir ese riesgo? En otras palabras, ¿hay un retorno a la clínica?

Piera Aulagnier. Creo que después de años de fascinación teórica -y no puedo negar que personalmente tengo una fascinación por la teoría y casi podría decir que para mí la investigación teórica es mi forma de toxicomanía-, pienso, le decía, que desde hace una docena de años se visualiza en el análisis francés, efectivamente, un mayor interés por la clínica. Eso creo que es verdaderamente cierto. Es verdad que, a pesar de esto que le digo, en Francia no se ha llegado todavía a la importancia que le asignan a la clínica los trabajos anglosajones. En El aprendíz de historiador le consagro más de cien páginas al caso de Philippe, cosa poco frecuente en Francia y habitual en la literatura anglosajona. Es verdad también que yo le reprocharía el pragmatismo -a pesar de todo lo positivo que pueda tener- a los anglosajones, de dejar de lado la teoría y de conformarse con ciertas aproximaciones. No creo que uno se pueda interesar verdaderamente en la teoría sin acordar el mismo interés a la clínica, que debe ser -como usted dice- el campo de la puesta a prueba de la teoría. ¿Qué valor puede tener una teoría que no se confronta con la clínica?
Creo que es verdad, que los analistas más jóvenes, sobre todo en el campo analítico francés, le acuerdan más importancia a la clínica. Tal vez porque se enfrentan a cuadros psicopatológicos nuevos que no pertenecen simplemente al registro de las neurosis y que corresponden a esas problemáticas que se suelen llamar borderline, estructuras narcisistas o del orden de lo psicosomático. Tal vez el hecho de verse enfrentados tan masivamente a un tipo de sintomatología que plantea nuevos problemas explica, parcialmente, este mayor interés por la clínica.