Las aberraciones sexuales.
El hecho de la existencia de necesidades sexuales en el hombre y el
animal es expresado en la biología mediante el supuesto de una «pulsión
sexual». En eso se procede por analogía con la pulsión de nutrición: el hambre.
El lenguaje popular carece de una designación equivalente a la palabra
«hambre»; la ciencia usa para ello «libido».
Llamamos objeto sexual a la
persona de la que parte la atracción sexual, y meta sexual a la acción hacia la cual esfuerza la pulsión.
1. Desviaciones con respecto al
objeto sexual.
Hay hombres cuyo objeto sexual no es la mujer, sino el hombre, y
mujeres que no tienen por tal objeto al hombre, sino a la mujer. A esas
personas se las llama de sexo contrario o, mejor, invertidas; y al hecho mismo,
inversión.
A. La inversión.
a. Pueden ser invertidos absolutos, vale decir, su objeto ,sexual tiene
que ser de su mismo sexo.
b. Pueden ser invertidos anfígenos (hermafroditas psicosexuales), vale
decir, su objeto sexual puede pertenecer tanto a su mismo sexo como al otro; la
inversión no tiene entonces el carácter de la exclusividad.
c. Pueden ser invertidos ocasionales.
Algunos toman la inversión como algo natural, otros se sublevan contra
el hecho de su inversión y la sienten como una compulsión patológica.
Este carácter puede conservarse durante toda la vida, o bien
desaparecer en algún momento, o bien representar un episodio en la vía hacia el
desarrollo normal; y aun puede exteriorizarse sólo más tarde en la vida, trascurrido
un largo período de actividad sexual normal.
Concepción de la Inversión. La primera apreciación de la inversión consistió en
concebirla como un signo innato de degeneración nerviosa.
Degeneración. Se ha hecho costumbre imputar a la
degeneración todo tipo de manifestación patológica que no sea de origen
estrictamente traumático o infeccioso. Parece más adecuado hablar de
degeneración sólo cuando: 1) coincidan varias desviaciones graves respecto de
la norma; 2) la capacidad de rendimiento y de supervivencia aparezcan
gravemente deterioradas. Varios hechos hacen ver que los invertidos no son
degenerados en este sentido legítimo de] término:
1. Hallamos la inversión en personas que no presentan ninguna otra
desviación grave respecto de la norma.
2. La hallamos en personas cuya capacidad -de rendimiento no sólo no
está deteriorada, sino que poseen un desarrollo intelectual y una cultura ética
particularmente elevados.
Carácter Innato. Como es lógico, el carácter innato se ha
aseverado únicamente respecto de la primera clase de invertidos, que en ningún
momento de su vida se presentó en ellas otra orientación de la pulsión sexual. Los
que sostienen esta opinión se inclinan a separar el grupo de los invertidos
absolutos de todos los demás.
Opuesta a esta concepción es la que afirma que la inversión es un
carácter adquirido de la pulsión sexual. Se apoya en las siguientes
consideraciones:
1. En muchos invertidos (aun absolutos) puede rastrearse una impresión
sexual que los afectó en una época temprana de su vida y cuya secuela duradera
fue Ia inclinación homosexual.
3. La inversión puede eliminarse por vía de sugestión hipnótica, lo
cual sería asombroso si se tratara de un carácter innato.
Se demuestra que muchas personas están sometidas a esas mismas influencias
sexuales sin por ello convertirse en invertidas o permanecer duraderamente
tales. Así, nos vemos llevados a esta conjetura: la alternativa
innato-adquirido es incompleta, o no abarca todas las situaciones que la
inversión plantea.
Dos ideas quedan en pie: en la inversión interviene de algún modo una
disposición bisexual, sólo que no sabemos en qué consiste más allá de la
conformación anatómica; además, intervienen perturbaciones que afectan a la
pulsión sexual en su desarrollo.
Objeto Sexual de los Invertidos.
La teoría del hermafroditismo
psíquico presupone que el objeto sexual de los invertidos es el contrario al
normal.
Pero si bien esto se aplica a toda una serie de invertidos, se
encuentra muy lejos de denotar un carácter universal de la inversión. No cabe
ninguna duda de que una gran parte de los invertidos masculinos han conservado
el carácter psíquico de la virilidad, presentan relativamente escasos
caracteres secundarios del otro sexo y en verdad buscan en su objeto sexual
rasgos psíquicos femeninos. De otro modo sería incomprensible el hecho de que
la prostitución masculina, que hoy como en la Antigüedad se ofrece a
los invertidos, copie a las mujeres en todas las exteriorizaciones del vestido
y el porte.
Meta Sexual de los Invertidos. De ningún
modo puede hablarse de meta sexual única en el caso de la inversión. En los
hombres, la masturbación es con igual frecuencia la meta exclusiva, y las restricciones
de la meta sexual son aquí todavía más comunes que en el amor heterosexual.
También entre las mujeres invertidas son múltiples las metas sexuales; entre
estas, el contacto con la mucosa bucal parece privilegiada.
Conclusiones. La experiencia recogida con los casos
considerados anormales nos enseña que entre pulsión sexual y objeto sexual no hay
sino una soldadura. Debemos aflojar, los lazos entre pulsión y objeto.
Probablemente, la pulsión sexual es al comienzo independiente de su objeto, y
tampoco debe su génesis a los encantos de este.
2. Desviaciones con respecto a la meta sexual.
La unión de los genitales es considerada la meta sexual normal en el
acto que se designa como coito y que lleva al alivio de la tensión sexual y a
la extinción temporaria de la pulsión sexual (satisfacción análoga a la
saciedad en el caso del hambre). En efecto, ciertas maneras intermedias de
relacionarse con el objeto sexual (jalones en la vía hacia el coito), como el
palparlo y mirarlo, se reconocen como metas sexuales preliminares.
Las perversiones son, o bien: a) trasgresiones anatómicas respecto de
las zonas del cuerpo destinadas a la unión sexual, o b) demoras en relaciones
intermediarias con el objeto sexual, relaciones que normalmente se recorren con
rapidez como jalones en la vía hacia la meta sexual definitiva.
A. Trasgresiones anatómicas.
Sobrestimación del Objeto
Sexual. Abarca todo su cuerpo
y tiende a incluir todas las sensaciones que parten del objeto sexual. Esta
sobrestimación sexual es lo que apenas tolera la restricción de la meta sexual
a la unión de los genitales propiamente dichos y contribuye a elevar quehaceres
relativos a otras partes del cuerpo a la condición de metas sexuales.
Uso sexual de la mucosa de los
labios y de la boca. El uso
de la boca como órgano sexual es considerado perversión cuando los labios
(lengua) de una persona entran en contacto con los genitales de la otra, mas no
cuando ambas ponen en contacto sus mucosas labiales. Quien, considerándolas
perversiones, cede en ello a un nítido sentimiento de asco que lo resguarda de
aceptar una meta sexual de esa clase. Este factor del asco estorba el camino a
la sobrestimación libidinosa del objeto sexual, pero a su vez puede ser vencido
por la libido. En el asco se querría discernir uno de los poderes que han
producido la restricción de la meta sexual. Ellos se detienen, por regla general,
ante los genitales; pero no cabe duda de que también los genitales del otro
sexo, en sí y por sí, pueden constituir objeto de asco, y esta conducta es una
de las características de los histéricos. La fuerza de la pulsión sexual gusta
de afirmarse venciendo este asco.
Uso sexual del orificio anal. En lo que respecta al empleo del ano, se
reconoce con mayor claridad todavía que en el caso anterior que es el asco lo
que pone a esta meta sexual el sello de la perversión.
Significatividad de otros lugares
del cuerpo. En las
transgresiones anatómicas se anuncia, junto a la sobrestimación sexual, otro
factor que es ajeno al conocimiento popular. Ciertos lugares del cuerpo, como
las mucosas bucal y anal, que aparecen una y otra vez en estas prácticas, elevan
el reclamo, por así decir, de ser considerados y tratados ellos mismos como
genitales. Llegaremos a enterarnos de que este reclamo está justificado por el
desarrollo de la pulsión sexual y es satisfecho en la sintomatología de ciertos
estados patológicos.
Sustituto inapropiado del objeto
sexual. Fetichismo. Un
aspecto totalmente particular ofrecen los casos en que el objeto sexual normal
es sustituido por otro que guarda relación con él, pero es completamente
inapropiado para servir a la meta sexual normal. El sustituto del objeto sexual
es, en general, una parte del cuerpo muy poco apropiada a un fin sexual (el
pie, los cabellos), o un objeto inanimado que mantiene una relación demostrable
con la persona sexual, preferiblemente con la sexualidad de esta (prenda de
vestir, ropa interior). Los casos en que se exige al objeto sexual una
condición fetichista para que pueda alcanzarse la meta sexual (determinado
color de cabellos, ciertas ropas, aun defectos físicos) constituyen la
transición hacia los casos de fetichismo en que se renuncia a una meta sexual
normal o perversa. Requisito previo en todos los casos parece ser cierta rebaja
de la Puja hacia
la meta sexual normal (endeblez ejecutiva del aparato sexual). Cierto grado de
este tipo de fetichismo pertenece regularmente al amor normal, en particular en
los estadios del enamoramiento en que la meta sexual normal es inalcanzable o
su cumplimiento parece postergado: (Procúrame
un pañuelo de su seno, una liga para el
amor que siento)
El caso patológico sobreviene sólo cuando la aspiración al fetiche se
fija, excediéndose de la condición mencionada, y remplaza a la meta sexual
normal; y además, cuando el fetiche se desprende de esa persona determinada y
pasa a ser un objeto sexual por sí mismo. Estas son las condiciones generales
para que meras variaciones de la pulsión sexual se conviertan en desviaciones
patológicas.
En la elección del fetiche se manifiesta la influencia persistente de
una impresión sexual recibida casi siempre en la primera infancia.
En otros casos es una conexión simbólica de pensamientos, las más de
las veces no conciente para el individuo, la que ha llevado a sustituir el
objeto por el fetiche.
B. Fijaciones de metas sexuales
Provisionales.
Tocar y mirar. Al menos para los seres humanos, un cierto
grado de uso del tacto parece indispensable para el logro de la meta sexual
normal.
La impresión óptica sigue siendo el camino más frecuente por el cual se
despierta la excitación libidinosa. La ocultación del cuerpo, que progresa
junto con la cultura humana, mantiene despierta la curiosidad sexual, que
aspira a completar el objeto sexual mediante el desnudamiento de las partes
ocultas. El placer de ver se convierte en perversión cuando: a) se circunscribe
con exclusividad a los genitales; b) se une a la superación del asco (voyeur:
el que mira a otro en sus funciones excretorias), o c) suplanta a la meta sexual normal, en lugar de servirle
de preliminar. Este último caso es, marcadamente el de los exhibicionistas,
quienes, enseñan sus genitales para que la otra parte les muestre los suyos
como contraprestación.
En la perversión cuya aspiración consiste en mirar y ser mirado la meta
sexual se presenta en doble configuración, en forma activa y pasiva.
El poder que se contrapone al placer de ver y que llegado el caso es
suprimido por este (como ocurría en el caso anterior con el asco) es la
vergüenza.
Sadismo y masoquismo. La inclinación a infligir dolor al objeto
sexual y su contraparte, ha sido
bautizada como sadismo y masoquismo (pasivo). El sadismo respondería, a un
componente agresivo de la pulsión sexual, componente que se ha vuelto autónomo,
exagerado, elevado por desplazamiento al
papel principal.
La designación «masoquismo» abarca todas las actitudes pasivas hacia la
vida y el objeto sexuales, la más extrema de las cuales es el condicionamiento
de la satisfacción al hecho de padecer un dolor físico o anímico infligido por
el objeto sexual. A menudo puede reconocerse que el masoquismo no es otra cosa
que tina prosecución del sadismo vuelto hacia la persona propia, la cual en un
principio hace las veces del objeto sexual.
El dolor así superado se alinea junto con el asco y la vergüenza, que
se oponían a la libido en calidad de resistencias.
También se ha sostenido que todo dolor contiene, en sí y por sí, la
posibilidad de una sensación placentera. La propiedad más llamativa de esta
perversión reside en que su forma activa y su forma pasiva habitualmente se
encuentran juntas en una misma persona. Un sádico es siempre también al mismo
tiempo un masoquista, aunque uno de los dos aspectos de la perversión, el
pasivo o el activo, puede haberse desarrollado en él con más fuerza y
constituir su práctica sexual prevaleciente.
3. Consideraciones generales
sobre todas las perversiones.
Variación y enfermedad. Los médicos que primero estudiaron las
perversiones se inclinaron, a atribuirles el carácter de un signo patológico o
degenerativo. La experiencia cotidiana ha mostrado que la mayoría de estas
trasgresiones, son un ingrediente de la vida sexual que raramente falta en las
personas sanas, quienes las juzgan como a cualquier otra intimidad. En ninguna
persona sana faltará algún complemento de la meta sexual normal que podría
llamarse perverso, y esta universalidad basta por sí sola para mostrar cuán
inadecuado es usar reprobatoriamente el nombre de perversión.
En muchas de estas perversiones la cualidad de la nueva meta sexual es
tal que requiere una apreciación particular. Algunas de ellas se alejan tanto
de lo normal por su contenido que no podemos menos que declararlas
«patológicas», en particular aquellas en que la pulsión sexual ejecuta
asombrosas operaciones (lamer excrementos, abusar de cadáveres) superando las
resistencias (vergüenza, asco, horror, dolor).
Dos resultados. El estudio de las perversiones nos ha
procurado esta intelección: la pulsión sexual tiene que luchar contra ciertos
poderes anímicos en calidad de resistencias; entre ellos, se destacan de la
manera más nítida la vergüenza y el asco. Podemos conjeturar que acaso la
pulsión sexual no es algo simple, sino que consta de componentes que en las
perversiones vuelven a separarse.
4. La pulsión sexual en los
neuróticos.
El psicoanálisis. Para conseguir una información exhaustiva y
certera acerca de la vida sexual de los llamados psiconeuróticos existe un
único medio: someterlos a la exploración psicoanalítica, de la que se sirve el
procedimiento terapéutico introducido por Josef Breuer y por mí en 1893, y
entonces llamado «catártico».
Como he expresado en otro lugar, los síntomas son la práctica sexual de
los enfermos.
El psicoanálisis elimina los síntomas de los histéricos bajo la premisa
de que son el sustituto de una serie de procesos anímicos investidos de afecto,
deseos y aspiraciones, a los que en virtud de un particular proceso psíquico
(la represión) se les ha denegado {frustrado} el acceso a su tramitación en una
actividad psíquica susceptible de conciencia. Y estas formaciones de
pensamiento que han quedado relegadas al estado de lo inconciente aspiran a una
expresión proporcionada a su valor afectivo, a una descarga, y en el caso de la
histeria la encuentran en el proceso de la conversión en fenómenos somáticos:
precisamente, los síntomas histéricos. Ahora bien, siguiendo ciertas reglas,
con ayuda de una técnica particular, es posible retrasformar los síntomas en
representaciones ahora devenidas concientes, investidas de afecto; y así se
consigue la averiguación más exacta acerca de la naturaleza y el linaje de
estas formaciones psíquicas antes inconcientes.
Resultados logrados por el
psicoanálisis. Por este
camino se averiguó que los síntomas son un sustituto de aspiraciones que toman
su fuerza de la fuente de la pulsión sexual.
Neurosis y perversión. El psicoanálisis muestra que los síntomas en
modo alguno nacen únicamente a expensas de la pulsión sexual llamada normal sino
que constituyen la expresión convertida de pulsiones que se designarían
perversas si pudieran exteriorizarse directamente, sin difracción por la
conciencia, en designios de la fantasía y en acciones. Por tanto, los síntomas
se forman en parte a expensas de una sexualidad anormal; la neurosis es, por
así decir, el negativo de la perversión.
a. En la vida anímica inconciente de todos los neuróticos se encuentran
mociones de inversión, de fijación de la libido en personas del mismo sexo.
b. En el inconciente de los psiconeuróticos pueden pesquisarse, como
formadoras de síntoma, todas las inclinaciones a la trasgresión anatómica;
entre ellas, con particular frecuencia e intensidad, las que reclaman para las
mucosas bucal y anal el papel de los genitales.
c. Entre los formadores de síntoma de las psiconeurosis desempeñan un
papel sobresaliente las pulsiones parciales, que las más de las veces se
presentan en pares de opuestos.
a. Toda vez que se descubre en el inconciente una pulsión parcial,
susceptible de ir aparcada con un opuesto, por regla general puede demostrarse
que también este último produce efectos. Por tanto, toda perversión «activa» es
acompañada aquí por su contraparte pasiva.
5. Pulsiones parciales y zonas
erógenas.
Por «pulsión» podemos entender al comienzo nada más que la agencia
representante {Repräsentanz} psíquica de una fuente de estímulos intrasomática
en continuo fluir; ello a diferencia del «estímulo», que es producido por
excitaciones singulares provenientes de fuera. Así, «pulsión» es uno de los
conceptos del deslinde de lo anímico respecto de lo corporal.
Lo que distingue a las pulsiones unas de otras y las dota de
propiedades específicas es su relación con sus fuentes somáticas y con sus
metas.
7. Referencia al infantilismo de
la sexualidad.
Es discutible,
según dijimos, que las perversiones se remonten a condiciones innatas o nazcan,
tal como lo supuso Binet respecto del fetichismo, en virtud de vivencias
contingentes. Ahora se nos ofrece esta resolución del dilema: en la base de las
perversiones hay en todos los casos algo innato, pero algo que es innato en
todos los hombres. Se trata de unas raíces innatas de la pulsión sexual, dadas
en la constitución misma, que en una serie de casos (perversiones) sé
desarrollan hasta convertirse en los portadores reales de la actividad sexual,
otras veces experimentan una sofocación (represión) insuficiente, a raíz de lo
cual pueden atraer a sí mediante un rodeo, en calidad de síntomas patológicos,
una parte considerable de la energía sexual
Los neuróticos han
conservado el estado infantil de su sexualidad o han sido remitidos a él. De
ese modo, nuestro interés se dirige a la vida sexual del niño; estudiaremos el
juego de influencias en virtud del cual el proceso de desarrollo de la
sexualidad infantil desemboca en la perversión, en la neurosis o en la vida
sexual normal.
II. La
sexualidad infantil.
El descuido de lo infantil. Forma parte de la opinión popular acerca de la pulsión
sexual la afirmación de que ella falta en la infancia y sólo despierta en el
período de la vida llamado pubertad.
Amnesia infantil. Aludo a la peculiar amnesia que en la mayoría de los
seres humanos cubre los primeros años de
su infancia, hasta el sexto o el octavo año de vida.
¿Por qué nuestra
memoria quedó tan retrasada respecto de nuestras otras actividades anímicas?
Máxime cuando tenemos fundamento para creer que en ningún otro período de la
vida la capacidad de reproducción y de recepción es mayor, justamente, que en
los años de la infancia.
Esas mismas
impresiones que hemos olvidado dejaron, no obstante, las más profundas huellas
en nuestra vida anímica y pasaron a ser determinantes para todo nuestro
desarrollo posterior. No puede tratarse, pues, de una desaparición real de las
impresiones infantiles, sino de una amnesia semejante a la que observamos en
los neuróticos respecto de vivencias posteriores y cuya esencia consiste en un
mero apartamiento de la conciencia (represión). Ahora bien, ¿cuáles son las
fuerzas que provocan esta represión de las impresiones infantiles.
La existencia de la
amnesia infantil proporciona otro punto de comparación entre el estado anímico
del niño y el del psiconeurótico.
Sin amnesia
infantil, podríamos decir, no habría amnesia histérica. (ver nota) En mi
opinión, pues, la amnesia infantil, que convierte la infancia de cada individuo
en un tiempo anterior, por así decir prehistórico, y le oculta los comienzos de
su propia vida sexual, es la culpable de que no se haya otorgado valor al período
infantil en el desarrollo de la vida sexual.
1. El período de latencia sexual de la infancia y sus
rupturas.
Las inhibiciones sexuales. Durante este período de latencia total o meramente
parcial se edifican los poderes anímicos que más tarde se presentarán como
inhibiciones en el camino de la pulsión sexual y angostarán su curso a la
manera de unos diques (el asco, el sentimiento de vergüenza, los reclamos
ideales en lo estético y en lo moral). En el niño civilizado se tiene la
impresión de que el establecimiento de esos diques es obra de la educación, y
sin duda alguna ella contribuye en mucho. Pero en realidad este desarrollo es
de condicionamiento orgánico, fijado hereditariamente, y llegado el caso puede
producirse sin ninguna ayuda de la educación.
Formación reactiva y sublimación. Mediante esa desviación de las fuerzas
pulsionales sexuales de sus metas, y su orientación hacia metas nuevas (un
proceso que merece el nombre de sublimación), se adquieren poderosos
componentes para todos los logros culturales. Puede, asimismo, arriesgarse una
conjetura acerca del mecanismo de tal sublimación. Las mociones sexuales de
estos años infantiles serían, por una parte, inaplicables, pues las funciones
de la reproducción están diferidas, lo cual constituye el carácter principal
del período de latencia; por otra parte, serían en sí perversas, esto es,
partirían de zonas erógenas y se sustentarían en pulsiones que dada la
dirección del desarrollo del individuo sólo provocarían sensaciones de
displacer. Por eso suscitan fuerzas anímicas contrarias (mociones reactivas)
que construyen, para la eficaz sofocación de ese displacer, los mencionados
diques psíquicos: asco, vergüenza y moral.
2. Las exteriorizaciones de la sexualidad infantil.
El chupeteo. El chupeteo que aparece ya en el lactante y puede
conservarse hasta la madurez o persistir toda la vida, consiste en un contacto
de succión con la boca (los labios), repetido rítmicamente, que no tiene por
fin la nutrición. La acción de mamar con fruición cautiva por entero la
atención y lleva al adormecimiento o incluso a una reacción motriz en una
suerte de orgasmo. No es raro que el mamar con fruición se combine con el
frotamiento de ciertos lugares sensibles del cuerpo, el pecho, los genitales
externos. Por esta vía, muchos niños pasan del chupeteo a la masturbación.
Autoerotismo. La pulsión no está dirigida a otra persona; se
satisface en el cuerpo propio, es autoerótica. La acción del niño chupeteador
se rige por la búsqueda de un placer -ya vivenciado, y ahora recordado-. Su
primera actividad, la más importante para su vida, el mamar del pecho materno
no pudo menos que familiarizarlo con ese placer. Diríamos que los labios del
niño se comportaron como«una zona erógena, y la estimulación por el cálido
aflujo de leche fue la causa de la sensación placentera. Al comienzo, la
satisfacción de la zona erógena se asoció con la satisfacción de la necesidad
de alimentarse. El quehacer sexual se apuntala primero en una de las funciones
que sirven a la conservación de la vida, y sólo más tarde se independiza de
ella.
La necesidad de
repetir la satisfacción sexual se divorcia entonces de la necesidad de buscar
alimento. El niño no se sirve de un objeto ajeno para mamar; prefiere una parte
de su propia piel porque le resulta más cómodo, porque así se independiza del
mundo exterior al que no puede aún dominar, y porque de esa manera se procura,
por así decir, una segunda zona erógena, si bien de menor valor. El menor valor
de este segundo lugar lo llevará más tarde a buscar en otra persona la parte
correspondiente, los labios.
No todos los niños
chupetean. Cabe suponer que llegan a hacerlo aquellos en quienes está
constitucionalmente reforzado el valor erógeno de la zona de los labios. Si
sobreviene la represión, sentirán asco frente a la comida y producirán vómitos
histéricos. Siendo la zona labial un campo de acción recíproca, la represión
invadirá la pulsión de nutrición. En el chupeteo o el mamar con fruición hemos
observado ya los tres caracteres esenciales de una exteriorización sexual
infantil. Esta nace apuntalándose en una de las funciones corporales
importantes para la vida; todavía no conoce un objeto sexual, pues es
autoerótica, y su meta sexual se encuentra bajo el imperio de una zona erógena.
3. La meta sexual de la sexualidad infantil.
Caracteres de las zonas erógenas. Una zona erógena es un sector de piel o de
mucosa en el que estimulaciones de cierta clase provocan una sensación
placentera de determinada cualidad.
Existen zonas
erógenas predestinadas, como lo muestra el chupeteo; pero este mismo ejemplo
nos enseña también que cualquier otro sector de piel o de mucosa puede prestar
los servicios de una zona erógena, para lo cual es forzoso que conlleve una
cierta aptitud. Por tanto, para la producción de una sensación placentera, la
cualidad del estímulo es más importante que la complexión de las partes del
cuerpo. El niño chupeteador busca por su cuerpo y escoge algún sector para
mamárselo con fruición; después, por acostumbramiento, este pasa a ser el
preferido. Cuando por casualidad tropieza con uno de los sectores predestinados
(pezones, genitales), desde luego será este el predilecto. Tal capacidad de
desplazamiento reaparece en la sintomatología de la histeria de manera
enteramente análoga. En esta neurosis, la represión afecta sobre todo a las
zonas genitales en sentido estricto, las que prestan su estimulabilidad a las
restantes zonas erógenas, que de otro modo permanecerían relegadas en la vida
adulta; entonces, estas se comportan en un todo como los genitales. Las zonas
erógenas e histerógenas exhiben los mismos caracteres.
Meta sexual infantil. La meta sexual de la pulsión infantil consiste en
producir la satisfacción mediante la estimulación apropiada de la zona erógena
que, de un modo u otro, se ha escogido. Para que se cree una necesidad de
repetirla, esta satisfacción tiene que haberse vivenciado antes. Ya tomamos
conocimiento de la organización previa que cumple este fin respecto de la zona
de los labios: el enlace simultáneo de este sector del cuerpo con la nutrición.
En cuanto estado, la necesidad de repetir la satisfacción se trasluce por dos
cosas: un peculiar sentimiento de tensión, que posee más bien el carácter del
displacer, y una sensación de estímulo o de picazón condicionada centralmente y
proyectada a la zona erógena periférica. Por eso la meta sexual puede
formularse también así: procuraría sustituir la sensación de estímulo
proyectada sobre la zona erógena, por aquel estímulo externo que la cancela al
provocar la sensación de la satisfacción. Este estímulo externo consistirá la
mayoría de las veces en una manipulación análoga al mamar.
4. Las exteriorizaciones sexuales masturbatorias
Activación de la zona anal. La zona anal, a semejanza de la zona de los labios, es
apta por su posición para proporcionar un apuntalamiento de la sexualidad en
otras funciones corporales. Debe admitirse que el valor erógeno de este sector
del cuerpo es originariamente muy grande.
Los trastornos
intestinales tan frecuentes en la infancia se ocupan de que no falten
excitaciones intensas en esta zona.
Los niños que sacan
partido de la estimulabilidad erógena de la zona anal se delatan por el hecho
de que retienen las heces hasta que la acumulación de estas provoca fuertes
contracciones musculares y, al pasar por el ano, pueden ejercer un poderoso
estímulo sobre la mucosa.
El contenido de los
intestinos tiene para el lactante todavía otros importantes significados.
Evidentemente, lo trata como a una parte de su propio cuerpo; representa el
primer «regalo» por medio del cual el pequeño ser puede expresar su obediencia
hacia el medio circundante exteriorizándolo, Ni su desafío, rehusándolo. A
partir de este significado de «regalo», más tarde cobra el de «hijo», el cual,
según una de las teorías sexuales infantiles, se adquiere por la comida y es
dado a luz por el intestino.
En niños mayores no
es nada rara una genuina estimulación masturbatoria de la zona anal con ayuda
del dedo y provocada por una picazón de condicionamiento central o sostenida
periféricamente.
Activación de las zonas genitales. Tanto en los varones como en las niñas se
relaciona con la micción (glande, clítoris), y en los primeros está dentro de
un saco de mucosa, de manera que no puede faltarle estimulación por
secreciones, que desde temprano son capaces de encender la excitación sexual.
Las activaciones sexuales de esta zona erógena, que corresponde a las partes
sexuales reales, son sin duda el comienzo, de la posterior vida sexual
«normal».
Es preciso
distinguir tres fases en la masturbación infantil. La primera corresponde al
período de lactancia, la segunda al breve florecimiento de la práctica sexual
hacia el cuarto año de vida, y sólo la tercera responde al onanismo de la
pubertad, el único que suele tenerse en cuenta.
La segunda fase de la masturbación infantil. Después del período de lactancia, en algún
momento de la niñez, por lo común antes del cuarto año, la pulsión sexual suele
despertar de nuevo en esta zona genital y durar un lapso, basta que una nueva
sofocación la detiene, o proseguir sin interrupción. Todos los detalles de esta
segunda activación sexual infantil dejan tras sí las más profundas
(inconcientes) huellas en la memoria de la persona, determinan el desarrollo de
su carácter si permanece sana, y la sintomatología de su neurosis si enferma
después de la pubertad.
Pulsiones parciales. Tenemos que admitir que también la vida sexual
infantil, a pesar del imperio que ejercen las zonas erógenas, muestra
componentes que desde el comienzo envuelven a otras personas en calidad de
objetos sexuales.
5. La investigación sexual infantil.
Complejo de castración y envidia del pene. El varoncito se aferra con energía a esta
convicción, la defiende obstinadamente frente a la contradicción que muy pronto
la realidad le opone, y la abandona sólo tras serias luchas interiores
(complejo de castración). Las formaciones sustitutivas de este pene perdido de
la mujer cumplen un importante papel en la conformación de múltiples
perversiones.
El supuesto dé que
todos los seres humanos poseen idéntico genital (masculino) es la primera de
las asombrosas teorías sexuales infantiles, grávidas de consecuencias. De poco
le sirve al niño que la ciencia biológica dé razón a su prejuicio y deba
reconocer al clítoris femenino como un auténtico sustituto del pene. En cuanto
a la niñita, no incurre en tales rechazos cuando ve los genitales del varón con
su conformación diversa. Al punto está dispuesta a reconocerla, y es presa de
la envidia del pene, que culmina en el deseo de ser un varón, deseo tan
importante luego.
6. Fases de desarrollo de la organización sexual.
Hasta ahora hemos
destacado los siguientes caracteres de la vida sexual infantil: es
esencialmente autoerótica (su objeto se encuentra en el cuerpo propio) y sus
pulsiones parciales singulares aspiran a conseguir placer cada una por su
cuenta, enteramente desconectadas entre sí. El punto de llegada del desarrollo
lo constituye la vida sexual del adulto llamada normal; en ella, la consecución
de placer se ha puesto al servicio de la función de reproducción, y las
pulsiones parciales, bajo el primado de una única zona erógena, han formado una
organización sólida para el logro de la meta sexual en un objeto ajeno.
Llamaremos
pregenitales a las organizaciones de la vida sexual en que las zonas genitales
todavía no han alcanzado su papel hegemónico.
Una primera
organización sexual pregenital es la oral o, si se prefiere, canibálica. La
actividad sexual no se ha separado todavía de la nutrición, ni se han
diferenciado opuestos dentro de ella. El objeto de una actividad es también el
de la otra; la meta sexual consiste en la incorporación del objeto. El chupeteo
puede verse como un resto de esta fase hipotética que la
patología nos forzó a suponer; en ella la actividad sexual, desasida de la
actividad de la alimentación, ha resignado el objeto ajeno a cambio de tino
situado en el cuerpo propio.
Una segunda fase
pregenital es la de la organización sádico-anal. Aquí ya se ha desplegado la
división en opuestos, que atraviesa la vida sexual; empero, no se los puede llamar
todavía masculino y femenino, sino que es preciso decir activo y pasivo.
Los dos tiempos de la elección de objeto. La elección de objeto se realiza en dos
tiempos, La primera se inicia entre los dos
y los cinco años, y el período de latencia la detiene o la hace
retroceder; se caracteriza por la naturaleza infantil de sus metas sexuales. La
segunda sobreviene con la pubertad y determina la conformación definitiva de la
vida sexual.
Los resultados de
la elección infantil de objeto se prolongan hasta una época tardía; o bien se
los conserva tal cual, o bien experimentan una renovación en la época de la
pubertad.
La elección de
objeto de la época de la pubertad tiene que renunciar a los objetos infantiles
y empezar de nuevo como corriente sensual.
7. Fuentes de la sexualidad infantil.
Los orígenes de la
pulsión sexual hemos hallado hasta aquí que la excitación sexual nace: a) como
calco de una satisfacción vivenciada a raíz de otros procesos orgánicos; b) por
una apropiada estimulación periférica de zonas erógenas, y c) como expresión de
algunas «pulsiones» cuyo origen todavía no comprendemos bien
Actividad muscular. Es sabido que una intensa actividad muscular
constituye para el niño una necesidad de cuya satisfacción extrae un placer
extraordinario. El placer provocado por las sensaciones de movimiento pasivo es
de naturaleza sexual o genera excitación sexual. Es un hecho, que muchas
personas informan haber vivenciado los primeros signos de la excitación en sus
genitales en el curso de juegos violentos o de riñas con sus compañeros de
juego, situación en la cual, además de todo el esfuerzo muscular, operaba un
estrecho contacto con la piel del oponente. En la promoción de la excitación
sexual por medio de la actividad muscular habría que reconocer una de las
raíces de la pulsión sádica.
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