Freud, S. - Tres ensayos de teoría sexual (1905)


  
Las aberraciones sexuales. 
El hecho de la existencia de necesidades sexuales en el hombre y el animal es expresado en la biología mediante el supuesto de una «pulsión sexual». En eso se procede por analogía con la pulsión de nutrición: el hambre. El lenguaje popular carece de una designación equivalente a la palabra «hambre»; la ciencia usa para ello «libido».
Llamamos objeto sexual a la persona de la que parte la atracción sexual, y meta sexual a la acción hacia la cual esfuerza la pulsión.

1. Desviaciones con respecto al objeto sexual.
Hay hombres cuyo objeto sexual no es la mujer, sino el hombre, y mujeres que no tienen por tal objeto al hombre, sino a la mujer. A esas personas se las llama de sexo contrario o, mejor, invertidas; y al hecho mismo, inversión.
A. La inversión.
a. Pueden ser invertidos absolutos, vale decir, su objeto ,sexual tiene que ser de su mismo sexo.
b. Pueden ser invertidos anfígenos (hermafroditas psicosexuales), vale decir, su objeto sexual puede pertenecer tanto a su mismo sexo como al otro; la inversión no tiene entonces el carácter de la exclusividad.
c. Pueden ser invertidos ocasionales.
Algunos toman la inversión como algo natural, otros se sublevan contra el hecho de su inversión y la sienten como una compulsión patológica.
Este carácter puede conservarse durante toda la vida, o bien desaparecer en algún momento, o bien representar un episodio en la vía hacia el desarrollo normal; y aun puede exteriorizarse sólo más tarde en la vida, trascurrido un largo período de actividad sexual normal.
Concepción de la Inversión.  La primera apreciación de la inversión consistió en concebirla como un signo innato de degeneración nerviosa.
Degeneración. Se ha hecho costumbre imputar a la degeneración todo tipo de manifestación patológica que no sea de origen estrictamente traumático o infeccioso. Parece más adecuado hablar de degeneración sólo cuando: 1) coincidan varias desviaciones graves respecto de la norma; 2) la capacidad de rendimiento y de supervivencia aparezcan gravemente deterioradas. Varios hechos hacen ver que los invertidos no son degenerados en este sentido legítimo de] término:
1. Hallamos la inversión en personas que no presentan ninguna otra desviación grave respecto de la norma.
2. La hallamos en personas cuya capacidad -de rendimiento no sólo no está deteriorada, sino que poseen un desarrollo intelectual y una cultura ética particularmente elevados.
Carácter Innato. Como es lógico, el carácter innato se ha aseverado únicamente respecto de la primera clase de invertidos, que en ningún momento de su vida se presentó en ellas otra orientación de la pulsión sexual. Los que sostienen esta opinión se inclinan a separar el grupo de los invertidos absolutos de todos los demás.
Opuesta a esta concepción es la que afirma que la inversión es un carácter adquirido de la pulsión sexual. Se apoya en las siguientes consideraciones:
1. En muchos invertidos (aun absolutos) puede rastrearse una impresión sexual que los afectó en una época temprana de su vida y cuya secuela duradera fue Ia inclinación homosexual.
3. La inversión puede eliminarse por vía de sugestión hipnótica, lo cual sería asombroso si se tratara de un carácter innato.
Se demuestra que muchas personas están sometidas a esas mismas influencias sexuales sin por ello convertirse en invertidas o permanecer duraderamente tales. Así, nos vemos llevados a esta conjetura: la alternativa innato-adquirido es incompleta, o no abarca todas las situaciones que la inversión plantea.
Dos ideas quedan en pie: en la inversión interviene de algún modo una disposición bisexual, sólo que no sabemos en qué consiste más allá de la conformación anatómica; además, intervienen perturbaciones que afectan a la pulsión sexual en su desarrollo.
Objeto Sexual de los Invertidos. La teoría del hermafroditismo psíquico presupone que el objeto sexual de los invertidos es el contrario al normal.
Pero si bien esto se aplica a toda una serie de invertidos, se encuentra muy lejos de denotar un carácter universal de la inversión. No cabe ninguna duda de que una gran parte de los invertidos masculinos han conservado el carácter psíquico de la virilidad, presentan relativamente escasos caracteres secundarios del otro sexo y en verdad buscan en su objeto sexual rasgos psíquicos femeninos. De otro modo sería incomprensible el hecho de que la prostitución masculina, que hoy como en la Antigüedad se ofrece a los invertidos, copie a las mujeres en todas las exteriorizaciones del vestido y el porte.
Meta Sexual de los Invertidos.  De ningún modo puede hablarse de meta sexual única en el caso de la inversión. En los hombres, la masturbación es con igual frecuencia la meta exclusiva, y las restricciones de la meta sexual son aquí todavía más comunes que en el amor heterosexual. También entre las mujeres invertidas son múltiples las metas sexuales; entre estas, el contacto con la mucosa bucal parece privilegiada.
Conclusiones. La experiencia recogida con los casos considerados anormales nos enseña que entre pulsión sexual y objeto sexual no hay sino una soldadura. Debemos aflojar, los lazos entre pulsión y objeto. Probablemente, la pulsión sexual es al comienzo independiente de su objeto, y tampoco debe su génesis a los encantos de este.

2. Desviaciones con respecto a la meta sexual.
La unión de los genitales es considerada la meta sexual normal en el acto que se designa como coito y que lleva al alivio de la tensión sexual y a la extinción temporaria de la pulsión sexual (satisfacción análoga a la saciedad en el caso del hambre). En efecto, ciertas maneras intermedias de relacionarse con el objeto sexual (jalones en la vía hacia el coito), como el palparlo y mirarlo, se reconocen como metas sexuales preliminares.
Las perversiones son, o bien: a) trasgresiones anatómicas respecto de las zonas del cuerpo destinadas a la unión sexual, o b) demoras en relaciones intermediarias con el objeto sexual, relaciones que normalmente se recorren con rapidez como jalones en la vía hacia la meta sexual definitiva.
A. Trasgresiones anatómicas.
Sobrestimación del Objeto Sexual. Abarca todo su cuerpo y tiende a incluir todas las sensaciones que parten del objeto sexual. Esta sobrestimación sexual es lo que apenas tolera la restricción de la meta sexual a la unión de los genitales propiamente dichos y contribuye a elevar quehaceres relativos a otras partes del cuerpo a la condición de metas sexuales.
Uso sexual de la mucosa de los labios y de la boca. El uso de la boca como órgano sexual es considerado perversión cuando los labios (lengua) de una persona entran en contacto con los genitales de la otra, mas no cuando ambas ponen en contacto sus mucosas labiales. Quien, considerándolas perversiones, cede en ello a un nítido sentimiento de asco que lo resguarda de aceptar una meta sexual de esa clase. Este factor del asco estorba el camino a la sobrestimación libidinosa del objeto sexual, pero a su vez puede ser vencido por la libido. En el asco se querría discernir uno de los poderes que han producido la restricción de la meta sexual. Ellos se detienen, por regla general, ante los genitales; pero no cabe duda de que también los genitales del otro sexo, en sí y por sí, pueden constituir objeto de asco, y esta conducta es una de las características de los histéricos. La fuerza de la pulsión sexual gusta de afirmarse venciendo este asco.
Uso sexual del orificio anal. En lo que respecta al empleo del ano, se reconoce con mayor claridad todavía que en el caso anterior que es el asco lo que pone a esta meta sexual el sello de la perversión.
Significatividad de otros lugares del cuerpo. En las transgresiones anatómicas se anuncia, junto a la sobrestimación sexual, otro factor que es ajeno al conocimiento popular. Ciertos lugares del cuerpo, como las mucosas bucal y anal, que aparecen una y otra vez en estas prácticas, elevan el reclamo, por así decir, de ser considerados y tratados ellos mismos como genitales. Llegaremos a enterarnos de que este reclamo está justificado por el desarrollo de la pulsión sexual y es satisfecho en la sintomatología de ciertos estados patológicos.
Sustituto inapropiado del objeto sexual. Fetichismo. Un aspecto totalmente particular ofrecen los casos en que el objeto sexual normal es sustituido por otro que guarda relación con él, pero es completamente inapropiado para servir a la meta sexual normal. El sustituto del objeto sexual es, en general, una parte del cuerpo muy poco apropiada a un fin sexual (el pie, los cabellos), o un objeto inanimado que mantiene una relación demostrable con la persona sexual, preferiblemente con la sexualidad de esta (prenda de vestir, ropa interior). Los casos en que se exige al objeto sexual una condición fetichista para que pueda alcanzarse la meta sexual (determinado color de cabellos, ciertas ropas, aun defectos físicos) constituyen la transición hacia los casos de fetichismo en que se renuncia a una meta sexual normal o perversa. Requisito previo en todos los casos parece ser cierta rebaja de la Puja hacia la meta sexual normal (endeblez ejecutiva del aparato sexual). Cierto grado de este tipo de fetichismo pertenece regularmente al amor normal, en particular en los estadios del enamoramiento en que la meta sexual normal es inalcanzable o su cumplimiento parece postergado: (Procúrame un pañuelo de su seno,  una liga para el amor que siento)
El caso patológico sobreviene sólo cuando la aspiración al fetiche se fija, excediéndose de la condición mencionada, y remplaza a la meta sexual normal; y además, cuando el fetiche se desprende de esa persona determinada y pasa a ser un objeto sexual por sí mismo. Estas son las condiciones generales para que meras variaciones de la pulsión sexual se conviertan en desviaciones patológicas.
En la elección del fetiche se manifiesta la influencia persistente de una impresión sexual recibida casi siempre en la primera infancia.
En otros casos es una conexión simbólica de pensamientos, las más de las veces no conciente para el individuo, la que ha llevado a sustituir el objeto por el fetiche.

B. Fijaciones de metas sexuales Provisionales.
Tocar y mirar. Al menos para los seres humanos, un cierto grado de uso del tacto parece indispensable para el logro de la meta sexual normal.
La impresión óptica sigue siendo el camino más frecuente por el cual se despierta la excitación libidinosa. La ocultación del cuerpo, que progresa junto con la cultura humana, mantiene despierta la curiosidad sexual, que aspira a completar el objeto sexual mediante el desnudamiento de las partes ocultas. El placer de ver se convierte en perversión cuando: a) se circunscribe con exclusividad a los genitales; b) se une a la superación del asco (voyeur: el que mira a otro en sus funciones excretorias), o c) suplanta  a la meta sexual normal, en lugar de servirle de preliminar. Este último caso es, marcadamente el de los exhibicionistas, quienes, enseñan sus genitales para que la otra parte les muestre los suyos como contraprestación.
En la perversión cuya aspiración consiste en mirar y ser mirado la meta sexual se presenta en doble configuración, en forma activa y pasiva.
El poder que se contrapone al placer de ver y que llegado el caso es suprimido por este (como ocurría en el caso anterior con el asco) es la vergüenza.
Sadismo y masoquismo. La inclinación a infligir dolor al objeto sexual y su contraparte,  ha sido bautizada como sadismo y masoquismo (pasivo). El sadismo respondería, a un componente agresivo de la pulsión sexual, componente que se ha vuelto autónomo, exagerado, elevado por desplazamiento  al papel principal.
La designación «masoquismo» abarca todas las actitudes pasivas hacia la vida y el objeto sexuales, la más extrema de las cuales es el condicionamiento de la satisfacción al hecho de padecer un dolor físico o anímico infligido por el objeto sexual. A menudo puede reconocerse que el masoquismo no es otra cosa que tina prosecución del sadismo vuelto hacia la persona propia, la cual en un principio hace las veces del objeto sexual.
El dolor así superado se alinea junto con el asco y la vergüenza, que se oponían a la libido en calidad de resistencias.
También se ha sostenido que todo dolor contiene, en sí y por sí, la posibilidad de una sensación placentera. La propiedad más llamativa de esta perversión reside en que su forma activa y su forma pasiva habitualmente se encuentran juntas en una misma persona. Un sádico es siempre también al mismo tiempo un masoquista, aunque uno de los dos aspectos de la perversión, el pasivo o el activo, puede haberse desarrollado en él con más fuerza y constituir su práctica sexual prevaleciente.

3. Consideraciones generales sobre todas las perversiones.
Variación y enfermedad. Los médicos que primero estudiaron las perversiones se inclinaron, a atribuirles el carácter de un signo patológico o degenerativo. La experiencia cotidiana ha mostrado que la mayoría de estas trasgresiones, son un ingrediente de la vida sexual que raramente falta en las personas sanas, quienes las juzgan como a cualquier otra intimidad. En ninguna persona sana faltará algún complemento de la meta sexual normal que podría llamarse perverso, y esta universalidad basta por sí sola para mostrar cuán inadecuado es usar reprobatoriamente el nombre de perversión.
En muchas de estas perversiones la cualidad de la nueva meta sexual es tal que requiere una apreciación particular. Algunas de ellas se alejan tanto de lo normal por su contenido que no podemos menos que declararlas «patológicas», en particular aquellas en que la pulsión sexual ejecuta asombrosas operaciones (lamer excrementos, abusar de cadáveres) superando las resistencias (vergüenza, asco, horror, dolor).
Dos resultados. El estudio de las perversiones nos ha procurado esta intelección: la pulsión sexual tiene que luchar contra ciertos poderes anímicos en calidad de resistencias; entre ellos, se destacan de la manera más nítida la vergüenza y el asco. Podemos conjeturar que acaso la pulsión sexual no es algo simple, sino que consta de componentes que en las perversiones vuelven a separarse.

4. La pulsión sexual en los neuróticos.
El psicoanálisis. Para conseguir una información exhaustiva y certera acerca de la vida sexual de los llamados psiconeuróticos existe un único medio: someterlos a la exploración psicoanalítica, de la que se sirve el procedimiento terapéutico introducido por Josef Breuer y por mí en 1893, y entonces llamado «catártico».
Como he expresado en otro lugar, los síntomas son la práctica sexual de los enfermos.
El psicoanálisis elimina los síntomas de los histéricos bajo la premisa de que son el sustituto de una serie de procesos anímicos investidos de afecto, deseos y aspiraciones, a los que en virtud de un particular proceso psíquico (la represión) se les ha denegado {frustrado} el acceso a su tramitación en una actividad psíquica susceptible de conciencia. Y estas formaciones de pensamiento que han quedado relegadas al estado de lo inconciente aspiran a una expresión proporcionada a su valor afectivo, a una descarga, y en el caso de la histeria la encuentran en el proceso de la conversión en fenómenos somáticos: precisamente, los síntomas histéricos. Ahora bien, siguiendo ciertas reglas, con ayuda de una técnica particular, es posible retrasformar los síntomas en representaciones ahora devenidas concientes, investidas de afecto; y así se consigue la averiguación más exacta acerca de la naturaleza y el linaje de estas formaciones psíquicas antes inconcientes.
Resultados logrados por el psicoanálisis. Por este camino se averiguó que los síntomas son un sustituto de aspiraciones que toman su fuerza de la fuente de la pulsión sexual.
Neurosis y perversión. El psicoanálisis muestra que los síntomas en modo alguno nacen únicamente a expensas de la pulsión sexual llamada normal sino que constituyen la expresión convertida de pulsiones que se designarían perversas si pudieran exteriorizarse directamente, sin difracción por la conciencia, en designios de la fantasía y en acciones. Por tanto, los síntomas se forman en parte a expensas de una sexualidad anormal; la neurosis es, por así decir, el negativo de la perversión.
a. En la vida anímica inconciente de todos los neuróticos se encuentran mociones de inversión, de fijación de la libido en personas del mismo sexo.
b. En el inconciente de los psiconeuróticos pueden pesquisarse, como formadoras de síntoma, todas las inclinaciones a la trasgresión anatómica; entre ellas, con particular frecuencia e intensidad, las que reclaman para las mucosas bucal y anal el papel de los genitales.
c. Entre los formadores de síntoma de las psiconeurosis desempeñan un papel sobresaliente las pulsiones parciales, que las más de las veces se presentan en pares de opuestos.
a. Toda vez que se descubre en el inconciente una pulsión parcial, susceptible de ir aparcada con un opuesto, por regla general puede demostrarse que también este último produce efectos. Por tanto, toda perversión «activa» es acompañada aquí por su contraparte pasiva.

5. Pulsiones parciales y zonas erógenas.
Por «pulsión» podemos entender al comienzo nada más que la agencia representante {Repräsentanz} psíquica de una fuente de estímulos intrasomática en continuo fluir; ello a diferencia del «estímulo», que es producido por excitaciones singulares provenientes de fuera. Así, «pulsión» es uno de los conceptos del deslinde de lo anímico respecto de lo corporal.
Lo que distingue a las pulsiones unas de otras y las dota de propiedades específicas es su relación con sus fuentes somáticas y con sus metas.

7. Referencia al infantilismo de la sexualidad.
Es discutible, según dijimos, que las perversiones se remonten a condiciones innatas o nazcan, tal como lo supuso Binet respecto del fetichismo, en virtud de vivencias contingentes. Ahora se nos ofrece esta resolución del dilema: en la base de las perversiones hay en todos los casos algo innato, pero algo que es innato en todos los hombres. Se trata de unas raíces innatas de la pulsión sexual, dadas en la constitución misma, que en una serie de casos (perversiones) sé desarrollan hasta convertirse en los portadores reales de la actividad sexual, otras veces experimentan una sofocación (represión) insuficiente, a raíz de lo cual pueden atraer a sí mediante un rodeo, en calidad de síntomas patológicos, una parte considerable de la energía sexual
Los neuróticos han conservado el estado infantil de su sexualidad o han sido remitidos a él. De ese modo, nuestro interés se dirige a la vida sexual del niño; estudiaremos el juego de influencias en virtud del cual el proceso de desarrollo de la sexualidad infantil desemboca en la perversión, en la neurosis o en la vida sexual normal.

II. La sexualidad infantil.

El descuido de lo infantil. Forma parte de la opinión popular acerca de la pulsión sexual la afirmación de que ella falta en la infancia y sólo despierta en el período de la vida llamado pubertad.
Amnesia infantil. Aludo a la peculiar amnesia que en la mayoría de los seres humanos  cubre los primeros años de su infancia, hasta el sexto o el octavo año de vida.
¿Por qué nuestra memoria quedó tan retrasada respecto de nuestras otras actividades anímicas? Máxime cuando tenemos fundamento para creer que en ningún otro período de la vida la capacidad de reproducción y de recepción es mayor, justamente, que en los años de la infancia.
Esas mismas impresiones que hemos olvidado dejaron, no obstante, las más profundas huellas en nuestra vida anímica y pasaron a ser determinantes para todo nuestro desarrollo posterior. No puede tratarse, pues, de una desaparición real de las impresiones infantiles, sino de una amnesia semejante a la que observamos en los neuróticos respecto de vivencias posteriores y cuya esencia consiste en un mero apartamiento de la conciencia (represión). Ahora bien, ¿cuáles son las fuerzas que provocan esta represión de las impresiones infantiles.
La existencia de la amnesia infantil proporciona otro punto de comparación entre el estado anímico del niño y el del psiconeurótico.
Sin amnesia infantil, podríamos decir, no habría amnesia histérica. (ver nota) En mi opinión, pues, la amnesia infantil, que convierte la infancia de cada individuo en un tiempo anterior, por así decir prehistórico, y le oculta los comienzos de su propia vida sexual, es la culpable de que no se haya otorgado valor al período infantil en el desarrollo de la vida sexual.

1. El período de latencia sexual de la infancia y sus rupturas.
Las inhibiciones sexuales. Durante este período de latencia total o meramente parcial se edifican los poderes anímicos que más tarde se presentarán como inhibiciones en el camino de la pulsión sexual y angostarán su curso a la manera de unos diques (el asco, el sentimiento de vergüenza, los reclamos ideales en lo estético y en lo moral). En el niño civilizado se tiene la impresión de que el establecimiento de esos diques es obra de la educación, y sin duda alguna ella contribuye en mucho. Pero en realidad este desarrollo es de condicionamiento orgánico, fijado hereditariamente, y llegado el caso puede producirse sin ninguna ayuda de la educación.
Formación reactiva y sublimación. Mediante esa desviación de las fuerzas pulsionales sexuales de sus metas, y su orientación hacia metas nuevas (un proceso que merece el nombre de sublimación), se adquieren poderosos componentes para todos los logros culturales. Puede, asimismo, arriesgarse una conjetura acerca del mecanismo de tal sublimación. Las mociones sexuales de estos años infantiles serían, por una parte, inaplicables, pues las funciones de la reproducción están diferidas, lo cual constituye el carácter principal del período de latencia; por otra parte, serían en sí perversas, esto es, partirían de zonas erógenas y se sustentarían en pulsiones que dada la dirección del desarrollo del individuo sólo provocarían sensaciones de displacer. Por eso suscitan fuerzas anímicas contrarias (mociones reactivas) que construyen, para la eficaz sofocación de ese displacer, los mencionados diques psíquicos: asco, vergüenza y moral.

2. Las exteriorizaciones de la sexualidad infantil.
El chupeteo. El chupeteo que aparece ya en el lactante y puede conservarse hasta la madurez o persistir toda la vida, consiste en un contacto de succión con la boca (los labios), repetido rítmicamente, que no tiene por fin la nutrición. La acción de mamar con fruición cautiva por entero la atención y lleva al adormecimiento o incluso a una reacción motriz en una suerte de orgasmo. No es raro que el mamar con fruición se combine con el frotamiento de ciertos lugares sensibles del cuerpo, el pecho, los genitales externos. Por esta vía, muchos niños pasan del chupeteo a la masturbación.
Autoerotismo. La pulsión no está dirigida a otra persona; se satisface en el cuerpo propio, es autoerótica. La acción del niño chupeteador se rige por la búsqueda de un placer -ya vivenciado, y ahora recordado-. Su primera actividad, la más importante para su vida, el mamar del pecho materno no pudo menos que familiarizarlo con ese placer. Diríamos que los labios del niño se comportaron como«una zona erógena, y la estimulación por el cálido aflujo de leche fue la causa de la sensación placentera. Al comienzo, la satisfacción de la zona erógena se asoció con la satisfacción de la necesidad de alimentarse. El quehacer sexual se apuntala primero en una de las funciones que sirven a la conservación de la vida, y sólo más tarde se independiza de ella.
La necesidad de repetir la satisfacción sexual se divorcia entonces de la necesidad de buscar alimento. El niño no se sirve de un objeto ajeno para mamar; prefiere una parte de su propia piel porque le resulta más cómodo, porque así se independiza del mundo exterior al que no puede aún dominar, y porque de esa manera se procura, por así decir, una segunda zona erógena, si bien de menor valor. El menor valor de este segundo lugar lo llevará más tarde a buscar en otra persona la parte correspondiente, los labios.
No todos los niños chupetean. Cabe suponer que llegan a hacerlo aquellos en quienes está constitucionalmente reforzado el valor erógeno de la zona de los labios. Si sobreviene la represión, sentirán asco frente a la comida y producirán vómitos histéricos. Siendo la zona labial un campo de acción recíproca, la represión invadirá la pulsión de nutrición. En el chupeteo o el mamar con fruición hemos observado ya los tres caracteres esenciales de una exteriorización sexual infantil. Esta nace apuntalándose en una de las funciones corporales importantes para la vida; todavía no conoce un objeto sexual, pues es autoerótica, y su meta sexual se encuentra bajo el imperio de una zona erógena.

3. La meta sexual de la sexualidad infantil.
Caracteres de las zonas erógenas. Una zona erógena es un sector de piel o de mucosa en el que estimulaciones de cierta clase provocan una sensación placentera de determinada cualidad.
Existen zonas erógenas predestinadas, como lo muestra el chupeteo; pero este mismo ejemplo nos enseña también que cualquier otro sector de piel o de mucosa puede prestar los servicios de una zona erógena, para lo cual es forzoso que conlleve una cierta aptitud. Por tanto, para la producción de una sensación placentera, la cualidad del estímulo es más importante que la complexión de las partes del cuerpo. El niño chupeteador busca por su cuerpo y escoge algún sector para mamárselo con fruición; después, por acostumbramiento, este pasa a ser el preferido. Cuando por casualidad tropieza con uno de los sectores predestinados (pezones, genitales), desde luego será este el predilecto. Tal capacidad de desplazamiento reaparece en la sintomatología de la histeria de manera enteramente análoga. En esta neurosis, la represión afecta sobre todo a las zonas genitales en sentido estricto, las que prestan su estimulabilidad a las restantes zonas erógenas, que de otro modo permanecerían relegadas en la vida adulta; entonces, estas se comportan en un todo como los genitales. Las zonas erógenas e histerógenas exhiben los mismos caracteres.
Meta sexual infantil. La meta sexual de la pulsión infantil consiste en producir la satisfacción mediante la estimulación apropiada de la zona erógena que, de un modo u otro, se ha escogido. Para que se cree una necesidad de repetirla, esta satisfacción tiene que haberse vivenciado antes. Ya tomamos conocimiento de la organización previa que cumple este fin respecto de la zona de los labios: el enlace simultáneo de este sector del cuerpo con la nutrición. En cuanto estado, la necesidad de repetir la satisfacción se trasluce por dos cosas: un peculiar sentimiento de tensión, que posee más bien el carácter del displacer, y una sensación de estímulo o de picazón condicionada centralmente y proyectada a la zona erógena periférica. Por eso la meta sexual puede formularse también así: procuraría sustituir la sensación de estímulo proyectada sobre la zona erógena, por aquel estímulo externo que la cancela al provocar la sensación de la satisfacción. Este estímulo externo consistirá la mayoría de las veces en una manipulación análoga al mamar.

4. Las exteriorizaciones sexuales masturbatorias
Activación de la zona anal. La zona anal, a semejanza de la zona de los labios, es apta por su posición para proporcionar un apuntalamiento de la sexualidad en otras funciones corporales. Debe admitirse que el valor erógeno de este sector del cuerpo es originariamente muy grande.
Los trastornos intestinales tan frecuentes en la infancia se ocupan de que no falten excitaciones intensas en esta zona.
Los niños que sacan partido de la estimulabilidad erógena de la zona anal se delatan por el hecho de que retienen las heces hasta que la acumulación de estas provoca fuertes contracciones musculares y, al pasar por el ano, pueden ejercer un poderoso estímulo sobre la mucosa.
El contenido de los intestinos tiene para el lactante todavía otros importantes significados. Evidentemente, lo trata como a una parte de su propio cuerpo; representa el primer «regalo» por medio del cual el pequeño ser puede expresar su obediencia hacia el medio circundante exteriorizándolo, Ni su desafío, rehusándolo. A partir de este significado de «regalo», más tarde cobra el de «hijo», el cual, según una de las teorías sexuales infantiles, se adquiere por la comida y es dado a luz por el intestino.
En niños mayores no es nada rara una genuina estimulación masturbatoria de la zona anal con ayuda del dedo y provocada por una picazón de condicionamiento central o sostenida periféricamente.
Activación de las zonas genitales. Tanto en los varones como en las niñas se relaciona con la micción (glande, clítoris), y en los primeros está dentro de un saco de mucosa, de manera que no puede faltarle estimulación por secreciones, que desde temprano son capaces de encender la excitación sexual. Las activaciones sexuales de esta zona erógena, que corresponde a las partes sexuales reales, son sin duda el comienzo, de la posterior vida sexual «normal».
Es preciso distinguir tres fases en la masturbación infantil. La primera corresponde al período de lactancia, la segunda al breve florecimiento de la práctica sexual hacia el cuarto año de vida, y sólo la tercera responde al onanismo de la pubertad, el único que suele tenerse en cuenta.
La segunda fase de la masturbación infantil. Después del período de lactancia, en algún momento de la niñez, por lo común antes del cuarto año, la pulsión sexual suele despertar de nuevo en esta zona genital y durar un lapso, basta que una nueva sofocación la detiene, o proseguir sin interrupción. Todos los detalles de esta segunda activación sexual infantil dejan tras sí las más profundas (inconcientes) huellas en la memoria de la persona, determinan el desarrollo de su carácter si permanece sana, y la sintomatología de su neurosis si enferma después de la pubertad.
Pulsiones parciales. Tenemos que admitir que también la vida sexual infantil, a pesar del imperio que ejercen las zonas erógenas, muestra componentes que desde el comienzo envuelven a otras personas en calidad de objetos sexuales.

5. La investigación sexual infantil.
Complejo de castración y envidia del pene. El varoncito se aferra con energía a esta convicción, la defiende obstinadamente frente a la contradicción que muy pronto la realidad le opone, y la abandona sólo tras serias luchas interiores (complejo de castración). Las formaciones sustitutivas de este pene perdido de la mujer cumplen un importante papel en la conformación de múltiples perversiones.

El supuesto dé que todos los seres humanos poseen idéntico genital (masculino) es la primera de las asombrosas teorías sexuales infantiles, grávidas de consecuencias. De poco le sirve al niño que la ciencia biológica dé razón a su prejuicio y deba reconocer al clítoris femenino como un auténtico sustituto del pene. En cuanto a la niñita, no incurre en tales rechazos cuando ve los genitales del varón con su conformación diversa. Al punto está dispuesta a reconocerla, y es presa de la envidia del pene, que culmina en el deseo de ser un varón, deseo tan importante luego.

6. Fases de desarrollo de la organización sexual.
Hasta ahora hemos destacado los siguientes caracteres de la vida sexual infantil: es esencialmente autoerótica (su objeto se encuentra en el cuerpo propio) y sus pulsiones parciales singulares aspiran a conseguir placer cada una por su cuenta, enteramente desconectadas entre sí. El punto de llegada del desarrollo lo constituye la vida sexual del adulto llamada normal; en ella, la consecución de placer se ha puesto al servicio de la función de reproducción, y las pulsiones parciales, bajo el primado de una única zona erógena, han formado una organización sólida para el logro de la meta sexual en un objeto ajeno.
Llamaremos pregenitales a las organizaciones de la vida sexual en que las zonas genitales todavía no han alcanzado su papel hegemónico.
Una primera organización sexual pregenital es la oral o, si se prefiere, canibálica. La actividad sexual no se ha separado todavía de la nutrición, ni se han diferenciado opuestos dentro de ella. El objeto de una actividad es también el de la otra; la meta sexual consiste en la incorporación del objeto. El chupeteo puede verse como un resto de esta fase hipotética   que la patología nos forzó a suponer; en ella la actividad sexual, desasida de la actividad de la alimentación, ha resignado el objeto ajeno a cambio de tino situado en el cuerpo propio.
Una segunda fase pregenital es la de la organización sádico-anal. Aquí ya se ha desplegado la división en opuestos, que atraviesa la vida sexual; empero, no se los puede llamar todavía masculino y femenino, sino que es preciso decir activo y pasivo.
Los dos tiempos de la elección de objeto. La elección de objeto se realiza en dos tiempos, La primera se inicia entre los dos  y los cinco años, y el período de latencia la detiene o la hace retroceder; se caracteriza por la naturaleza infantil de sus metas sexuales. La segunda sobreviene con la pubertad y determina la conformación definitiva de la vida sexual.
Los resultados de la elección infantil de objeto se prolongan hasta una época tardía; o bien se los conserva tal cual, o bien experimentan una renovación en la época de la pubertad.
La elección de objeto de la época de la pubertad tiene que renunciar a los objetos infantiles y empezar de nuevo como corriente sensual.

7. Fuentes de la sexualidad infantil.
Los orígenes de la pulsión sexual hemos hallado hasta aquí que la excitación sexual nace: a) como calco de una satisfacción vivenciada a raíz de otros procesos orgánicos; b) por una apropiada estimulación periférica de zonas erógenas, y c) como expresión de algunas «pulsiones» cuyo origen todavía no comprendemos bien
Actividad muscular. Es sabido que una intensa actividad muscular constituye para el niño una necesidad de cuya satisfacción extrae un placer extraordinario. El placer provocado por las sensaciones de movimiento pasivo es de naturaleza sexual o genera excitación sexual. Es un hecho, que muchas personas informan haber vivenciado los primeros signos de la excitación en sus genitales en el curso de juegos violentos o de riñas con sus compañeros de juego, situación en la cual, además de todo el esfuerzo muscular, operaba un estrecho contacto con la piel del oponente. En la promoción de la excitación sexual por medio de la actividad muscular habría que reconocer una de las raíces de la pulsión sádica.



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