Ulloa, F. - La dificíl relación del psicoanálisis con la no menos difícil circunstancia de la salud mental



Extraído del libro "Novela clínica psicoanalítica"

1. La salud mental, un desafío para el psicoanálisis en su siglo de vida

El abordaje psicoanalítico en el contexto de la articulación entre salud mental y pobreza supone trabajar con organizaciones institucionales en tanto estas obtienen los bienes necesarios para la organización y subsistencia de las gentes. Llega así el psicoanálisis al ámbito de la pobreza, donde el sujeto está en máxima emergencia. Aquí, el abordaje clínico debe entramarse en el tríptico salud mental / ética / derechos humanos.
Es todo un síntoma que justo las instituciones más pobres deban ocuparse de los sectores empobrecidos, aunque no necesariamente psicoanalistas pobres encaminan estas prácticas.
En este abordaje clínico resulta importante que haya una tensión benéfica entre la abstinencia y la no neutralización del operador. En fin, todo lo anterior pretende ilustrar la forma en que un psicoanalista que se proponga enfrentar al sujeto en emergencia, deberá presentar un equipamiento conceptual y metodológico nada pobre, capaz de representar la agonía del sujeto coartado. Así podrá asumir la responsabilidad de enfrentar las situaciones de mortificación.

2. Cultura de la mortificación y proceso de manicomialización. Una reactualización de las neurosis actuales

La cultura de la mortificación permite explicar la disminución de las relaciones sexuales en la población. La expresión ‘mortificación’ alude a mortecino, apagado, cansado, malhumorado, lo que se acompaña con diversos grados de fatiga crónica, similar a las neurosis actuales citadas por Freud (neurastenia, hipocondría, neurosis de angustia). Desaparece la valentía, merma la inteligencia, la autocrítica, no hay alegría, se resiente la vida erótica, no hay transgresiones (a lo sumo infracciones). Es como una reactualización de las neurosis actuales mencionadas.
La cultura de la mortificación puede compararse con la institución de la ternura, que se asocia con debilidad, invalidez infantil y aspectos débiles del amor, pero en tanto producto del vínculo materno-infantil, es el motor primerísimo de la cultura, de una cultura que se imprimirá en el sujeto infantil. La ternura es abrigo frente a la intemperie, alimento y sobre todo buen trato como escudo contra la violencia del vivir.
Esta comparación nos ayuda a entender más la mortificación sobre todo en un aspecto terminal: el maltrato máximo que es la manicomialización, que conjuga dos cosas: locura y maltrato. La locura suele promover el maltrato, y este incrementa el sufrimiento de la locura. El maltrato comienza repudiando el porqué y como de los síntomas, en especial los delirantes. No hay diagnóstico ni pronóstico salvo el mismo encierro. El manicomio, institución del maltrato, inspira desalmados, cuerpos sin vida, el paradigma opuesto a la ternura. lo manicomial es la forma terminal del maltrato, el cual empieza en ciertas protoescenas de maltrato previas que se dan en la escuela, la familia, el trabajo, etc.
Hubo intentos por des-manicomializar, pero fueron fragmentarios y aislados. En la cultura de la mortificación, la intimidación apaga la intimidad necesaria para que un discurso y accionar válidos sean escuchados. Pero es una tarea urgente que debe realizarse en los programas de salud y los sociales.
Ulloa desarrolla a continuación su concepto del síndrome de violentación institucional (SVI), que lo relacionará con el de encerrona trágica y con el de neurosis actuales.
Toda cultura institucional supone cierta violentación legítimamente acordada que permite su normal funcionamiento. Se configura el SVI cuando esta violentación se hace arbitraria, adoptando distintos niveles de gravedad. En estos casos, el trabajo empieza a perder sentido de vocación y se convierte en automatismo sintomático perdiendo eficacia y habilidad creativa. Es común observar esto en los pacientes. También el SVI se ve en el personal del hospital, y como consecuencia se produce un maltrato del paciente.
Esta violentación institucional implica la presencia de una intimidación que conspira contra la necesaria intimidad para investir de interés personal la tarea desarrollada: hay un desinterés por lo propio. El SVI se manifiesta en tres síntomas: fragmentación del entendimiento, que lleva a un aislamiento que atenta contra la cooperación solidaria. También hay renegación, un repudio que impide ver el contexto, el clima de hostilidad. Finalmente, también hay un desdueñamiento del propio cuerpo tanto para el placer como para la acción.
La encerrona trágica, por su parte, se puede ejemplificar con la mesa de torturas. Es toda situación donde alguien para vivir, trabajar, sanarse y hasta tener una muerte asistida, depende de algo o alguien que lo maltrata o lo destrata, sin tomar en cuenta su situación de invalidez. Todo ello produce un dolor psíquico infernal. Es un cuadro tumultuoso que suele dar paso a la resignación, y el ejemplo es el manicomio y su maltrato de los pacientes.
Las neurosis actuales, por su lado, fueron conceptualizadas por Freud en términos de falta de descarga sexual (neurosis de angustia) o exceso de descarga (neurastenia). Se trata de neurosis no transferenciales, por lo que la cura pasaba por suprimir la conducta patógena. Desde el punto de vista institucional, este énfasis en la supresión de las causas que originan la mortificación resulta legítimo. Se trata de atender los efectos tóxicos de estos cuadros, tanto psíquicos (disminución de la inteligencia y el deseo) como corporales (desgano).
Estos síntomas van entrando luego en procesos adaptativos, en una suerte de ‘estabilidad mortificada’, donde puede hacerse un rastreo histórico de las causas (en oposición a las causas actuales de las neurosis actuales).
Una institución donde lo instituido obstaculiza los dinamismos instituyentes configura una neurosis actual, más allá de la individualidad de los miembros. La cultura de la mortificación es una cultura de las neurosis actuales. El analista corre el riesgo de quedar atrapado allí, sin hacer una exploración histórico-genética del problema.
Si bien puede reconocerse en algunas circunstancias institucionales una auténtica cultura de la mortificación con sus SVI, sus encerronas tráficas y su actual neurosis, esto no es tampoco universal. El psicoanálisis aquí, puesto que aborda la subjetividad, no debe dejar de operar porque se trata de sujetos en emergencia, y ha de tener en cuenta la dimensión social y política del problema. 

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