Historiales clínicos - De la historia de una neurosis infantil (Caso de "El hombre de los lobos")

 Edicion amorrortu. Volumen XVII

Esta es la historia de una neurosis infantil, más conocida como el caso del Hombre de los Lobos, y fue escrita en 1914 y publicada en 1918.
Freud expone el caso de Sergei Pankejeff , aristócrata ruso al que atiende de 1910 a 1914. Pankejeff, tras haber contraído una infección gonorreica a los dieciocho años, había desarrollado una severa neurosis caracterizada por la parálisis de los movimientos intestinales necesarios para la defecación, depresión y trastorno obsesivo. Los diez años anteriores al contagio sexual habían sido normales para el paciente pero durante su infancia había sufrido una grave perturbación neurótica compuesta de zoofobia y trastorno obsesivo de contenido religioso. Freud va a centrarse en los trastornos infantiles del paciente pues está convencido de que las neurosis adultas tienen sus raíces en el desarrollo de la sexualidad infantil. Este fue uno de los motivos principales por los que se enfrentó a Jung y Adler, quienes consideraban la sexualidad infantil como un factor no determinante de  los trastornos.

El paciente relata a Freud que, habiendo sido hasta los cuatro años un niño totalmente normal, a partir de ese momento sufrió una alteración del carácter y se mostraba siempre “descontento, excitable y rabioso; todo le irritaba y en tales casos gritaba y pateaba salvajemente”. Esta transformación parece coincidir en el tiempo con un miedo feroz a los animales que su hermana aprovechaba para atormentarle. Solía mostrarle una estampa de un libro de cuentos en la que aparecía un lobo andando a dos pies, estampa que desencadenaba en él verdadero terror. Estos miedos se transformaron en un trastorno obsesivo de contenido religioso. Antes de dormir tenía que rezar durante horas, santiguarse numerosas veces y besar todas las estampas religiosas que colgaban de las paredes. Sin embargo, al tiempo que rezaba no podía dejar de blasfemar, lo que le obligaba por penitencia a prolongar infinitamente sus rezos. Así, por ejemplo, asociaba a Dios con las palabras cochino o basura y a la Santísima Trinidad con tres montones de estiércol. En aquella época también ejecutaba un curioso ritual: cuando veía a algún mendigo o enfermo respiraba profundamente y luego expiraba como para expulsar de sí su mala influencia.

Pankejeff comunica durante la terapia extraños sueños en los que aparece agrediendo a su hermana y arrancándole sus velos o algo así. Estos sueños hacen emerger un recuerdo verdadero antitético, es decir, un recuerdo en el que él era agredido por su hermana y quedaba cuestionada su masculinidad. Había ocurrido que a los tres años y medio su hermana le había cogido el miembro y había jugueteado con él diciéndole que aquello era normal y que su amada chacha lo hacía con todo el mundo. Cuando en la pubertad intentó aproximarse físicamente a su hermana y esta lo rechazó, el sujeto, para vengarse de ella, rebajarla y reafirmarse, se aficionó a las criadas, de inteligencia inferior a la suya.
El intento de seducción de la hermana no le produjo sino asco así que orientó su libido hacia la chacha. Empezó a juguetear con su miembro delante de ella pero esta lo rechazó y le advirtió que a los niños que hacían eso se les quedaba en aquel sitio una herida. Es el primer aviso de castración, un elemento decisivo en la posterior investigación de Freud. Este fracaso impidió su correcto desarrollo sexual y experimentó una regresión a la fase anal en su vertiende sádica: se dedicó a matratar cruelmente a su chacha y a los animales, arrancando las alas a las moscas, pisoteando escarabajos, cortando en pedazos las orugas… Sin embargo, también estaba presente el tipo masoquista de la fase anal: fantaseaba con niños a los que los azotaban en su miembro. Y esto nos lleva al tercer objeto de su corta vida sexual: su padre. Había pasado de su hermana a la chacha para terminar en su padre, al que molestaba con su maldad para obligarlo a castigarle.
Esta etapa de maldad y perversidad se trunca por causa de un sueño que le provocará en adelante una intensa angustia, es el sueño de los lobos.

«Soñé que era de noche y estaba acostado en mi cama (mi cama tenía los pies hacia la ventana, a través de la cual se veía una hilera de viejos nogales. Sé que cuando tuve este sueño era una noche de invierno). De pronto, se abre sola la ventana, y veo, con gran sobresalto, que en las ramas del grueso nogal que se alza ante la ventana hay encaramados unos cuantos lobos blancos. Eran seis o siete, totalmente blancos, y parecían más bien zorros o perros de ganado, pues tenían grandes colas como los zorros y enderezaban las orejas como los perros cuando ventean algo. Presa de horrible miedo, sin duda de ser comido por los lobos, empecé a gritar…. y desperté. Mi niñera acudió para ver lo que me pasaba, y tardé largo rato en convencerme de que sólo había sido un sueño: tan clara y precisamente había visto abrirse la ventana y a los lobos posados en el árbol. Por fin me tranquilicé sintiéndome como salvado de un peligro, y volví a dormirme.
El único movimiento del sueño fue el de abrirse la ventana, pues los lobos permanecieron quietos en las ramas del árbol, a derecha e izquierda del tronco, y mirándome. Parecía como si toda su atención estuviera fija en mí. Creo que fue éste mi primer sueño de angustia. Tendría por entonces tres o cuatro años, cinco a lo más. Desde esta noche hasta mis once o doce años tuve siempre miedo de ver algo terrible en sueños.» El sujeto dibujó la imagen de su sueño tal y como la había descrito.


Aunque el papel terrorífico del lobo en cuentos infantiles como Caperucita Roja puede estar asociado al sueño, la “tenaz sensación de realidad” con la que el sujeto lo experimenta le indica a Freud que debe buscar en otro lugar diferente su significado. Cree, por sus estudios sobre la interpretación de los sueños, que la sensación de realidad revela que existe un material latente que aspira a ser recordado como real y no mera fantasía. La quietud de los lobos es, a su vez la transfiguración por antítesis de algún episodio violento. Sus largas colas son símbolos fálicos y con ellas se relaciona una historia contada en aquella época por su abuelo en la que un lobo pierde la cola. Otra vez la castración. El lobo, por último, en tanto que inspira miedo y respeto, parece simbolizar al padre. Con todos estos elementos Freud cree que el sueño esconde la contemplación a una edad temprana por parte de Pankejeff de la “escena primordial“, el coito entre sus padres. Además en una posición especialmente significativa pues deja a la vista los genitales, “erguido el padre, y agachada, en posición animal, la madre”, coitus a tergo, more ferarum. Una de las consecuencias futuras de esta visión que apoya la interpretación de Freud es que el sujeto desarrollará un impulso obsesivo, inexplicable y irreprimible hacia las mujeres que adopten esa postura. Uno de tales furiosos impulsos le costará la gonorrea anteriormente citada. El miedo al lobo, que tanto angustiaba a Pankejeff, era, según

Freud, una advertencia del yo contra el secreto deseo de adoptar el papel de la madre, un papel sexualmente pasivo, homosexual y, por tanto, castrante.

Ahora bien, ¿qué grado de veracidad tienen estos recuerdos construidos a partir de sueños? ¿qué influencia pueden haber tenido en el desarrollo psicológico del paciente estas dificultosas reconstrucciones? Muchos se apartaron de Freud, entre ellos Jung y Adler, por insistir en que tener en cuenta estos supuestos hechos de la infancia era el único camino válido del psicoanálisis. De todos modos, Freud está dispuesto a admitir que Pankejeff sólo hubiera visto sexo entre animales y que hubiese trasladado la escena a sus padres vestidos de blanco. Incluso así, la fantasía reconstruida es fundamental para el tratamiento del paciente.

El historial de la neurosis del sujeto puede dividirse en cuatro fases:
  1. La época prehistórica, desde el nacimiento hasta el incidente con la hermana (3 años y tres meses). Esta etapa incluye la contemplación de la escena primordial al año y medio.
  2. La alteración del carácter con tendencias sádicas (maltrato de la chacha y animales) y masoquistas (deseo de ser azotado por el padre). Esta etapa termina con el sueño de los lobos (cuatro años).
  3. Angustia y zoofobia que terminan con la iniciación religiosa del paciente (cuatro años y medio).
  4. Neurosis obsesiva de contenido religioso hasta los diez años.
Toca examinar ahora la última transformación, la desaparición de la zoofobia gracias a la religión. En un primer momento, la Historia Sagrada le planteó severas dudas: ¿por qué Dios Padre omnipotente había hecho a los hombres malos? ¿porqué había creado el infierno? ¿por qué Cristo había dudado piediendo a su padre que apartase de él ese cáliz y lamentándose más tarde de que lo hubiese abandonado? Sin embargo, aparte de estas cuestiones típicas de la teodicea infantil, también se planteó curiosas dudas de inspiración gnóstica. Por ejemplo, ¿tenía Cristo trasero? ¿tenía Cristo necesidad de defecar?
La solución a su angustia y zoofobia fue posible gracias a su identificación con Cristo, solución fácil pues ambos habían nacido en Nochebuena. La duda sobre si Cristo tenía trasero aludía a su homosexualidad reprimida y significaba en el fondo si podría ser utilizado por el Padre como mujer. Las dudas respecto al comportamiento de Dios y la asociación de la idea de Dios con las de basura o cochino reflejaban la hostilidad hacia su padre. La costumbre de exhalar cuando estaba en presencia de mendigos o inválidos para alejar su mala influencia estaba también referida al padre, al que por aquella época había visto enfermo en un sanatorio. El exhalar estaba asociado a una respiración profunda que imitaba a la de su padre durante el coito.

Las creencias religiosas le permitieron sublimar la relación con su padre. Identificándose con Cristo podía amar al Padre sin sentirse culpable y sin tener, por tanto, que ejercer represión alguna sobre sus deseos homosexuales.
A los diez años, un nuevo tutor  lo apartó de todas las supersticiones religiosas y se convirtió en sustituto amigable de la figura del padre. Sin embargo, justo antes de desaparecer los síntomas de la neurosis tuvo una grave reacción: no podía dejar de pensar en tres montones de estiércol cuando pensaba en la Santísima Trinidad. Esto es un fenómeno típico en los niños. Cuando se les regaña por hacer ruido, lo hacen aún más insoportable justo antes de dejarlo. El objetivo es demostrarse a sí mismos que lo dejan por su propia voluntad y no por habérseles ordenado.
El nuevo tutor orientó su sadismo hacia la carrera militar, los uniformes, las armas y los caballos. Esta obsesión castrense le proporciona, además, una reconfortante sensación de virilidad y orienta su deseo hacia las mujeres. Sin embargo, la neurosis había sido superada gracias a la represión de la homosexualidad predominante en el sujeto y sólo cuando en el tratamiento con Freud consigue liberarla es posible la verdadera curación.

El erotismo anal era el aspecto esencial en la sexualidad del sujeto. En este tipo de neurosis normalmente se asocia el dinero con el excremento. Cuando Pankejeff era generoso defecaba involuntariamente. Sin embargo, durante años el sujeto fue incapaz de hacer una deposición voluntaria. Sólo defecaba mediante enemas. Cuando al año y medio contempló la escena primordial interrumpió el acto de sus padres mediante una deposición.  En otro sujeto, probablemente la excitación sexual habría producido una erección o una micción pero no en el caso de Pankejeff . Este toma inmediatamente una actitud sexual pasiva.
El significado del excremento es múltiple. En principio el niño lo percibe como un regalo, una parte de sí mismo que ofrece a la persona querida. Luego, por antítesis, puede utilizarlo como modo de protesta. Así, el grumus merdae que dejan los ladrones, al mismo tiempo, burla e indemnización. El excremento también puede identificarse con el “niño”. Cuando en su etapa masoquista maltrataba animales pequeños estos significaban siempre niños. Este odio era el reflejo de los celos hacia su madre que obtenía satisfacción sexual de su padre y podía darle hijos. Esta utilización sexual de excremento es típica del complejo de castración y la adopción de un papel sexual femenino.

Un episodio relevante en la orientación homosexual del deseo de Pankejeff fue su relación con una de las criadas, Grusha. Habiéndola visto fregando el suelo en la misma postura que su madre en la escena primordial había intentado seducirla orinando donde fregaba. La respuesta de la criada fue una amenaza de castración que hizo retroceder la libido desde los genitales hasta la zona anal.
En cualquier caso, según Freud, la curación de Pankejeff pasa por la liberación de la libido homsexual. El siguiente texto es indicativo de ello, además de ofrecer una visión sintética de la complejidad de la contemplación de la escena primordial:
 El nuevo nacimiento [curación] tiene por condición que la irrigación le sea administrada por otro hombre, y esta condición sólo puede significar que el sujeto se ha identificado con su madre, que el auxiliar desempeña el papel del padre y que la irrigación repite la cópula cuyo fruto es la deposición, el niño excremental, o sea el paciente mismo. La fantasía del nuevo nacimiento aparece pues, íntimamente enlazada con la condición de la satisfacción sexual por el hombre. La traducción sería ahora la siguiente: Sólo cuando le es dado sustituir a la mujer, o sea a su madre, para hacerse satisfacer por el padre y darle un hijo es cuando desaparece su enfermedad. En consecuencia, la fantasía del nuevo matrimonio era tan sólo, en este caso, una reproducción mutilada y censurada de la fantasía optativa homosexual. Examinando más detenidamente la situación, observamos que el enfermo no hace sino repetir en esta condición de su curación la situación de la escena primordial: Por entonces quiso sustituirse a la madre, y como ya supusimos antes, produjo, en la misma escena, el niño excremental, hallándose todavía fijado a aquella escena, decisiva para su vida sexual, y cuyo retorno en el sueño de los lobos marcó el comienzo de su enfermedad. La escena primordial ha quedado transformada en una condición de su curación.

Aquello que su lamento representa y aquello que es representado por la excepción del mismo puede ser fundido en una unidad que nos revela entonces todo su sentido. El sujeto desea volver al claustro materno, pero no tan sólo para volver luego a nacer, sino para ser alcanzado en él, ocasión del coito, por su padre, recibir de él la satisfacción y darle un hijo. Ser parido por el padre, como al principio supuso; ser sexualmente satisfecho por él y darle un hijo, a costa de esto último, de su virilidad y expresado en el lenguaje del erotismo anal: con estos deseos queda cerrado el círculo de la fijación al padre y encuentra la homosexualidad su expresión suprema y más íntima. Creo que el presente ejemplo arroja también luz sobre el sentido y el origen de las fantasías de volver al claustro materno y ser parido de nuevo. La primera nace frecuentemente, como en nuestro caso, de la adhesión al padre. El sujeto desea hallarse en el claustro materno para sustituir a la madre en el coito y ocupar su lugar en cuanto al padre. La fantasía del nuevo nacimiento es, probablemente siempre una atenuación, un eufemismo, por decirlo así, de la fantasía del coito incestuoso con la madre o, para emplear el término propuesto por H. Silberer una abreviatura anagógica de la misma. El sujeto desea volver a la situación durante la cual se hallaba en los genitales de la madre, deseo en el cual se identifica el hombre con su propio pene y se deja representar por él. En este punto se nos revelan ambas fantasías como antítesis en las cuales se expresará, según la actitud masculina o femenina del sujeto correspondiente, el deseo del coito con el padre o con la madre. No puede rechazarse la posibilidad de que en el lamento y en la condición de curación de nuestro paciente aparezcan unidas ambas fantasías y, por tanto, ambos deseos incestuosos.

Freud terminó la terapia con Pankejeff en 1914, justo antes de la explosión de la primera guerra mundial. Cuando esta terminó, Pankejeff se instaló en Viena. A pesar de que lo había perdido todo en la guerra, patria, fortuna y familia, tras el tratamiento el sujeto “se ha sentido normal y se ha conducido irreprochablemente. Es muy posible que su misma desgracia haya contribuido a afirmar su restablecimiento, satisfaciendo su sentimiento de culpabilidad”. Sin embargo, los enemigos del psicoanálisis aifrman que Pankejeff estuvo enfermo toda su vida y recibía una subvención de la Asociación de Psicoanálisis a cambio de no dejarse ver demasiado.

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