Saviani, D. - Educación y posmodernidad

1. Posmodernidad
La posmodernidad es algo que ya se va configurando a partir de la década de 1950 y que está centrado en el problema de la informática, es decir, en una sociedad altamente automatizada, una sociedad de consumo de masas, referenciada por los medios de comunicación, por los signos; es, por lo tanto, un período en que los hombres se relacionan más con los símbolos que con la propia realidad. La posmodernidad lleva esa marca.
Lo moderno está ligado a una revolución centrada en las máquinas, en la conquista del mundo material, es decir, en la producción material, en la producción de nuevos objetos, en tanto que la posmodernidad está centrada en la producción de comunicación, en la producción de informática y, por ende, en la producción de símbolos. En vez de experimentar como lo hacía la modernidad, para ver como se comporta la naturaleza, la posmodernidad simula en modelos; es decir, toma una teoría, simula las consecuencias de esta teoría y utiliza básicamente para esta simulación las computadoras, y de acuerdo con el resultado de esa simulación, se producen o no los objetos. El mundo posmoderno está, pues, impregnado por la cibernética, por la robótica industrial, por los circuitos electrónicos, etc.
Desde la década de 1950 no solo comienza a circular la expresión “posmoderno”;, también se difunden las expresiones “posliberal”, neoliberal”, o “neocapitalismo”. Estas concepciones llevan la marca de una supuesta realidad estructuralmente nueva, o sea, de una sociedad nueva. El anonimato, aspecto vinculado con la cultura de masas, la sociedad de masas, la sociedad de consumo, los de comunicación de masas, está en la base de la organización de la empresa actual. Y esta forma de las sociedades anónimas es interpretada por la ideología neoliberal como si configurase la socialización del capital: el capital está socializado, porque está distribuido en un número infinito de capitalistas, ya que la sociedad anónima es justamente lo contrapuesto a la sociedad limitada.
Hoy, la clase dominante no sería ya la de los capitalistas, porque no son los capitalistas quienes determinan los rumbos de la empresa; son, ahora los gestores, los administradores, los ejecutivos, en otras palabras los tecnoburócratas.
La expresión “socialización del capital”, aplicada al mecanismo de las sociedades anónimas, es un bluff. La expresión esconde el fundamento real de dichas sociedades; ellas no se basan en la socialización del capital, sino por el contrario, en su concentración. Es la monopolización del capital lo que hace que la organización de las empresas adopte predominantemente la forma de sociedades anónimas. A medida que el capital se concentra, surgen los grandes monopolios que tienden a eliminar la competencia. Cuando una gran empresa se convierte en el fenómeno denominado multinacional, al inaugurar una filial en otro país, elimina a los competidores. Los pequeños capitalistas, que ven inviabilizados sus negocios, se tornan socios minoritarios, pasan a obtener dividendos del gran emprendimiento que es controlado por el gran capital y, en ese sentido, asumen un carácter parasitario.
Los gestores constituyen una franja social de ejecutores de las directivas que emanan de los intereses del gran capital. Quien dirige es el capital mayoritario; el ejecutivo tiene una relativa autonomía de decisiones ya que si estas entran en conflicto con los intereses del capital dominante tienden a ser apartados de sus cargos.
El fenómeno de las multinacionales implica una normalización, es decir, una igualación del consumo en las diferentes regiones del globo. Esta normalización también es un elemento del concepto posmoderno que se extiende desde el ámbito de la economía al ámbito de la cultura. Y la fase del capitalismo monopolista es un período culturalmente problemático.
El hecho de que la cultura fuera impulsada y tuviera un gran avance en los orígenes de la época moderna, de la sociedad moderna, de la sociedad capitalista, se debió a que la burguesía se había constituido como clase revolucionaria y, en ese sentido, era portadora de una nueva fase de humanidad que implicaba también un avance cultural. Pero, en la medida en que se va consolidando en el poder, la burguesía se esteriliza desde el punto de vista cultural. Surge un período en que la cultura se normaliza, pierde su creatividad, su vigor, su sistematicidad y se torna fragmentada. Esta fragmentación y superficialidad es una de las características de la denominada posmodernidad, y plantea, a su vez, un fenómeno peculiar de este período, el cual es el de la contradicción, el contrapunto, a veces paradojal, entre el avance material y esta especie de estagnación (esa palabra no es un error de tipeo! Jeje) cultural.
Con el ingreso a la denominada era de la automatización, estaríamos en el umbral de aquello que, con Marx y Gramsci, denominamos el “reino de la libertad”. Y ¿qué es el reino de la libertad? Es aquel período en que la humanidad consigue transferir las formas de producir su propia existencia hacia procesos objetivos. En ese sentido, la humanidad se libera y dispone de tiempo para usufructuar, para cultivar el propio espíritu, para disfrutar según sus deseos, sus gustos. Entonces, lo estético aflora plenamente. Grandes porciones de la población mundial mueren de hambre. Toda esa problemática queda oscurecida por la denominada posmodernidad, que significa gozar el ahora.
Hoy el período de la posmodernidad sustituye la frase de Descartes “pienso, luego existo”, por esta otra: “digito, ergo sum” (“tecleo, luego existo”). La posibilidad de objetivar los procesos de razonamiento corresponde a la fase en que el hombre sustituye por máquinas no solo las operaciones manuales sino también las operaciones mentales. Pero, lo que la ideología poscapitalista, la ideología de la posmodernidad enmascara o esconde es justamente el hecho de que todo ese proceso es producto de la mente humana, es un producto de la acción de los hombres en la Historia.
Lo que ahora ocurre, como ocurrió en la era de la máquina, es un proceso de fetichización
En el período de la modernidad, que tenía como referencia a las máquinas, se forjó  la ilusión de que las máquinas dominaban. Por eso los proletarios, durante la revolución industrial, eran inducidos a destruirlas porque las identificaban con sus enemigos. Las máquinas se volvían contra los trabajadores porque eran propiedad privada de los capitalistas.
En la época de la posmodernidad existe un fenómeno semejante, es decir, hay una identificación y hay una subordinación de los hombres a las máquinas actuales, a las computadoras.

2. El libro didáctico
El libro didáctico está obviamente ligado a la escuela. Vamos a referirnos a la historia de la educación para llegar a la problemática de la escuela, un fenómeno típico de la modernidad.
 El origen de la educación se confunde con el origen del propio hombre. A medida que el hombre se diferencia de la naturaleza, tiende a superarla, a transformarla para poder existir. El hombre comienza así su proceso educativo en estrecha relación con la realidad, con la materia, actuando sobre la naturaleza. En esos orígenes había un modo de producción comunal: los hombres se apropian colectivamente de los medios de existencia, se apropian de la naturaleza, primero bajo la forma de recolección y después bajo la forma de producción agrícola y de crianza de animales., el pasaje de la primera forma, de la forma primitiva, a la fijación a  la tierra como principal medio de producción, da origen a las clases y ahí se sitúa el origen de la escuela. Hasta entonces la educación se confundía con el proceso de la existencia.
A partir del momentos en que los hombres se fijan a la tierra surge la apropiación privada de la tierra. Se produce la constitución de las clases: una clase de propietarios de la tierra y una clase de no propietarios. De ahí surge la posibilidad de vivir son trabajar. Es en ese contexto que surge la escuela. Escuela en griego significa “lugar de ocio”. La escuela esa el local en que se reunían  los ociosos, ya que podían disponer de tiempo libre y dedicarse a las tareas que, por entonces, constituían la escuela. La clase que disponía de ocio se dedicaba  a los ejercicios físicos. Ese es el origen de la palabra gimnasio. Aquellos que tenían que trabajar para proveer al propio sustento y al del señor, es decir, los esclavos, esos no practicaban gimnasia, esos no hacían ejercicios físicos, o mejor, hacían ejercicio físicos, pero el ejercicio era el trabajo mismo. Por consiguiente, en sus orígenes la forma escolar era una forma subordinada, periférica de la educación. La educación propiamente dicha, la educación que abarcaba  a la mayoría de la población, era el trabajo mismo. La escuela era algo restringido porque se refería solo a una parcela privilegiada que vivía del ocio.
Esa misma situación se mantiene en la Edad  Media. Surgieron en la Edad Media las escuelas parroquiales, las escuelas monarcales y las escuelas catedralicias. Las escuelas catedralicias constituyen el origen de las universidades.
 “Ocio con dignidad”. Significaba pues ocupar el tiempo libre de una forma digna en lugar de dedicarse a las actividades consideradas indignas.
Pero ¿qué sucede con el surgimiento de la sociedad moderna, de la sociedad capitalista? Sucede que el eje de la organización social se desplaza del campo hacia la ciudad, de la agricultura a la industria. En la Edad Media la ciudad se subordinaba al campo, la industria se subordinaba a la agricultura. La modernidad desplaza el eje de este proceso desde el campo a la ciudad. Los excedentes producidos en la Edad Media posibilitan una intensificación de los intercambios, de las actividades mercantiles; esto configura, entonces, determinados centros de trueque, las ferias, que son el origen de las ciudades en la época capitalista,
Las ferias se convierten en ciudades. Se pasa entonces de una fase de intercambio de mercancías a una fase de producción para el comercio. Si hasta entonces hubo una sociedad fundada en lazos naturales, es decir, en las ideas de comunidad, ahora, la idea de comunidad es superada por la idea de sociedad, es decir, algo construido por los hombres y que ya no es considerado como producto, como una prolongación de la propia naturaleza. En la organización de la sociedad moderna, aparece el derecho positivo en lugar del derecho consuetudinario. Siendo la ciudad un hecho artificial, de ahí deviene no solo la sociedad contractual sino también la exigencia de generalización de aquellos elementos que integran la vida de la ciudad; entonces, la generalización de la escritura es considerada como una exigencia de este tipo de sociedad. Y es así que la forma escolar de la educación deja de ser la forma secundaria y subordinada y pasa a ser una forma dominante de la educación. Educar pasa a ser escolarizar. No es casual que sea precisamente la sociedad burguesa la que va a levantar la bandera de la escuela pública, universal, gratuita, obligatoria y laica.
Hoy hemos llegado a una situación en que podemos pensar a la escuela sin la educación, pero ya no podemos pensar a la educación sin la escuela. Para ser más preciso: podemos pensar en la educación extra-escolar pero no podemos pensarla sin la escuela.
Puesto que educación escolar es definida positivamente, se puede efectuar la eliminación de uno de los términos y hablar simplemente de escuela, y todo el mundo entienda que se trata de educación; o se puede hablar de educación sin añadir el adjetivo escolar  y todo el mundo entiende en seguida que el término educación evoca por sí la cuestión escolar.
La escuela está hipertrofiada, tanto vertical como horizontalmente. En sentido vertical existe no solo la tendencia a ampliar el tiempo de escolaridad de nivel secundario hasta la universidad, del grado al posgrado, y así sucesivamente, sino también una tendencia a ampliarla anticipando su inicio: la educación denominada pre-escolar o educación infantil
La escuela es, por lo tanto una expresión de modernidad. Este fenómeno de la tendencia a la hipertrofia de la escuela está asociado a una tendencia contraria, que podríamos denominar de atrofia escolar. Es una situación en cierto modo paradojal: porque, por un lado, hace mucho tiempo que existe una reivindicación expansiva de la escuela y, por otra parte, hay una tendencia a su vaciamiento, a su desvalorización.
Esta desvalorización de la escuela tiene que ver con la dificultad que el período neo-capitalista, la era posmoderna, encara al lidiar con la cuestión de la cultura. Como ya se ha señalado, esta es una época de decadencia, de crisis cultural. Y consiguientemente, también es una época de crisis para la educación y para la escuela.
La decadencia de la cultura se expresa en la mencionada crisis de la educación y de la escuela.
Ciertos ejemplos muestran el vaciamiento del trabajo pedagógico en la escuela y eso está relacionado con la crisis cultural característica de la era de la posmodernidad. La escuela se impregnó de la atmósfera propia del “nuliverso posmoderno”.
Clásico es lo que resistió a los embates del tiempo, lo que aunque haya surgido en un tiempo determinado, sobrevive a esa época, tiene un carácter en cierto modo permanente  y, por eso mismo, se mantiene válido para épocas posteriores. Lo que es contemporáneo también puede alcanzar el status de clásico. Y lo clásico en la escuela es la transmisión-asimilación del saber sistematizado. Un currículum es, pues, una escuela funcionando, es decir, una escuela que desempeña la función que le es propia. Por lo tanto, el contenido del libro didáctico no debe estar constituido por lo antiguo o lo tradicional ni por lo moderno o posmoderno: su criterio debe ser lo clásico.
¿Cuál es la marca distintiva de la época moderna? Es la revolución industrial. ¿Y cuál es la marca de la revolución industrial? La máquina a vapor, las locomotoras. Y puesto que los medios de comunicación y de transporte fueron revolucionados por la introducción de la máquina a vapor, ¿hubiera tenido sentido pensar en llevar la máquina a vapor al salón de clase, en llevarla adentro de la escuela? Obviamente, no se trata de eso. La escuela debe garantizar la comprensión de las nociones, de los conocimientos, de los principios científicos que hicieron posible la construcción de la máquina a vapor. La cuestión de la relación entre la computadora y la escuela se plantea de forma semejante. La función de la escuela no es enseñar a teclear. Le corresponde, eso sí , garantizar la comprensión de las bases, es decir, proporcionar un dominio más sólido con respecto a aquello que fundamente a la posibilidad de existencia de las computadoras de modo tal que, a partir de allí, el hombre pueda lidiar con ellas y comprender sus mecanismos. Colocar a los individuos en contacto directo con estos artefactos puede dar lugar a una relación muy familiar; pero una familiaridad obtenida por identidad, por indiferenciación, una relación fetichizada.

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