Si se quiere apreciar la importancia que tuvo Pinel para sus contemporáneos, el carácter fundante que atribuyeron a su obra y la tradición que origina en él la psiquiatría moderna, es necesario considerar no los aspectos positivos de su obra, sino el espíritu de su trabajo.
En efecto, ni en el plano clínico, donde no agrega nada esencial a las descripciones de los Antiguos o de sus predecesores inmediatos, ni en el plano nosológico, ni en el plano institucional y terapéutico en el que toda la época instituyó nuevas prácticas sólo se encuentra en Pinel un espíritu claro y sintético muy dotado para la observación y provisto de un dinamismo poco común.
En cambio, en el plano del método, veremos que funda una tradición: la de la Clínica, como camino consciente y sistemático.
Pinel se vincula con el grupo de los Ideólogos, que representa en Francia la síntesis de las comentes de pensamiento renovadoras y radicalizantes que marcaron el siglo XVIII Comparte con ellos los principios metodológicos que les parecen estar en la base de todo trabajo verdaderamente científico. Herederos de la tradición nominalista, consideraban que el conocimiento es un proceso cuya base es la observación empírica de los fenómenos que constituyen la realidad. A esos fenómenos, materiales brutos de la percepción, el sabio debe agruparlos y clasificarlos en función de sus analogías y de sus diferencias; constituirá así clases, géneros, especies, evitando introducir en ese trabajo de análisis y síntesis su subjetividad propia bajo la forma de "ídolos", cuyo origen Bacon denunció en el linde de la edad clásica: los ídolos de la tribu, antropomorfismo espontáneo del pensamiento; los ídolos de la caverna, inercia que no cuestiona las nociones inculcadas por la educación, es decir la cultura ambiente; los ídolos del foro, seducción de las palabras y de la retórica, pero también clasificaciones establecidas del lenguaje vulgar; los ídolos del teatro, prestigio de los grandes sistemas filosóficos.
En la cima del edificio, las categorías obtenidas de la experiencia recibirán finalmente el nombre que les da existencia en la ciencia. Este es el sentido del aforismo de Condillac:
"la Ciencia no es más que una lengua bien hecha". En efecto, una lengua que funcionase correctamente nombraría a lo real y no a los ídolos que son una herramienta sospechosa para el conocimiento.
Una disciplina sirve de modelo y de ideal a esta investigación: la historia natural y, Particularmente, la obra de Bufón 2. En toda la obra de Pinel se encontrará el llamado a un método finalmente "histórico" en la consideración de la locura, a "el espíritu de orden y de investigación que reinan en todas las partes de la historia natural"3. Se dedicará a la aplicación rigurosa de la doctrina en el campo completo de la práctica médica: en el campo clínico, es su obra Medicina clínica o la medicina hecha más precisa y más exacta por la aplicación del Análisis; en la nosología, es la gran Nosografía Filosófica o el Método del Análisis aplicado a la Medicina; finalmente, en el dominio particular de la alienación, es el "Tratado médico-filosófico de la Alienación Mental".
La filosofía de la que se trata, el análisis, es el método del cual acabamos de hablar, tal como los ideólogos lo reciben de Locke y de Condillac. Es interesante saber que es con su maestro, el médico Sydenham, con quien Locke, que también se inició en la profesión médica, encuentra los lineamientos de su teoría. Sydenham es uno de los iniciadores del retorno a Hipócrates que marca todo el siglo XVIII, es decir, del retorno, más allá de los dogmas explicativos de Galileo, a la observación empírica y clínica. Ciertamente, el galenismo surge de la sistematización de las doctrinas de Hipócrates, pero éstas estaban en equilibrio en Hipócrates con un verdadero culto de la observación clínica, que desaparece en Galeno detrás del sistema. Sydenham transmitirá a Locke4 una confianza en la observación y una desconfianza en la teoría que volvemos a encontrar en Pinel, vía Condillac y los Ideólogos, y cuyo último avatar será el positivismo de Auguste Comte: el hombre puede confiar en sus facultades de observación y de análisis; los fenómenos tal como se le aparecen no son la esencia de la realidad última, pero son suficientemente "paralelos" a ella como para que pueda fundar en ellos un saber a la vez siempre aproximativo y, sin embargo, valedero. No conocerá jamás, empero, verdaderamente lo real (tal como Dios lo conoce) y es por lo tanto inútil que se consuma en vanos sistemas explicativos. Por el contrario, conocerá suficientemente lo que se le presenta de lo real, para obtener de él un conocimiento pragmáticamente eficaz y esto es lo único que importa.
En el plano metodológico entonces se encontrará en Pinel un llamado a la frecuentación lo más extensa posible de lo real, es decir, en este caso, de la clínica, a esto se debe su confianza en las opiniones de hombres "sin saber" como Pussin, el inspector de Bicétre. Al mismo tiempo, recomienda formarse mediante el estudio de la historia natural y la práctica de las matemáticas5 en el espíritu de análisis, pues una observación simplemente empírica sigue siendo intuitiva, no adquiere ningún estatuto en la ciencia, no es acumulativa: debe pasar al lenguaje, adquirir una estructura enunciable; la clínica debe devenir progresivamente una lectura, un texto escrito en la "lengua bien hecha" de Condillac6. Al mismo tiempo, la clínica debe crearse un lenguaje, palabras nuevas, de sentido preciso que, a diferencia de las palabras imprecisas y demasiado sometidas al deslizamiento de sentido de la lengua vulgar, evocarán inmediatamente los fenómenos que engloban. Por el análisis progresivo, por la frecuentación asidua del campo de la observación, se constituirá un saber, cada vez más preciso aunque siempre limitado al campo de los fenómenos.
Naturalmente es válido interrogarse sobre esta epistemología un poco ingenua, pero queda en pie un hecho: Pinel abre la exploración sistemática de un campo y el ordenamiento de los fenómenos que lo constituyen. Este camino ha sido el fundamento sobre el cual se constituyó después el saber realmente positivo de la psiquiatría, una vez que, como a menudo en el nacimiento de las ciencias, un hallazgo inesperado habrá suministrado un método nuevo para explorar y clasificar los fenómenos. El postulado sobre el que reposa la doctrina que Pinel, antes que Comte, retoma de Sydenham, Locke y Condillac, se muestra, en efecto, sistemáticamente erróneo frente al avance del conocimiento científico: la incognoscibilidad de la esencia real de los fenómenos es una verdad asintótica; en cada etapa del progreso de los conocimientos, parte de lo que parecía constituir el problema de la esencia en la etapa precedente cae en el orden de lo conocido y de lo explicado. El postulado positivista conducirá a Comte a rechazar, entre otros, el conocimiento de la constitución físico-química de los planetas, que la espectroscopia permitirá algunos años más tarde; pensará lo mismo en lo referente a la constitución física de la materia, la matematización y los estudios microscópicos en biología, etc... Igualmente, lo que parecía inaccesible a Pinel, fundará un conocimiento concreto en la segunda mitad del siglo XIX.
Desde este punto de vista, la psiquiatría seguirá con un retraso de medio siglo la evolución de la medicina: Pinel fue de aquellos que constituyeron la clínica médica como observación y análisis sistemático de los fenómenos perceptibles de la enfermedad; resultado de ello es su Nosografía. Allí aisló las grandes clases sintomáticas en las cuales la anatomía patológica no juega más que un papel secundario en la clasificación: las flegmasías o las hemorragias son clasificadas según el lugar donde se producen en el cuerpo. Pero esto no constituye un elemento del nivel causal, sino uno de los síntomas del proceso mórbido, el que permanece inaccesible. Menos de diez años más tarde, Bichat planteará el principio de base del método anátomo-clínico: la lesión local explica el cuadro clínico y éste no hace más que manifestarla en el exterior. Michel Foucault, que presenta un notable cuadro de la evolución de los conocimientos y de las doctrinas en medicina durante este período, opone demasiado estas dos etapas: una surge de la otra; Bichat invoca a Pinel y la organización de la clínica ha suministrado tan sólo las bases necesarias al método anátomo-clínico que, por otra parte, no hace caducar a la primera. El camino empírico sigue siendo una condición previa necesaria para la investigación; debe reconocerse, sin embargo, que cambia de aspecto al volverse orientado (hacia la investigación de signos focales).
De la misma manera, veremos a Falret y su descendencia (Laségue, Falret hijo, Morel, Kahlbaum) desbordar y conmocionar la clínica de Pinel y de Esquirol. Sin embargo, por una parte, es sobre este fundamento como pudo realizarse la "revolución" de la segunda mitad del siglo XIX; por la otra, y esto proviene de la especificidad del campo psiquiátrico, la observación pura permanecerá al menos sectorialmente válida: sigue siendo la condición necesaria, sino la finalidad última, del conocimiento.
Ahora que el pensamiento de Pinel nos es más familiar, que hemos captado que el último error que debe cometerse en relación a su obra es tratarla como un sistema explicativo8, podemos comenzar a estudiar sus ideas positivas, las tesis muy prudentes y bastante eclécticas que constituyen su doctrina psiquiátrica.
Pinel considera la alienación mental como una enfermedad en el sentido de las enfermedades orgánicas, una perturbación de las funciones intelectuales, es decir, de las funciones superiores del sistema nervioso9. Por eso las ubica en la clase de las neurosis 10 es decir, de las afecciones del sistema nervioso "sin inflamación ni lesión de estructura", y que por lo tanto no entran ni en la clase de las flegmasías, ni en la de las hemorragias o las lesiones orgánicas: son también afecciones sin fiebre. Debe indicarse sin embargo que, tanto para la alienación mental como para las otras neurosis, cita numerosas causas lesionales junto a alteraciones idénticas de la función sin lesión perceptible: lo importante es que la lesión no es constante y que por lo tanto representa un elemento contingente. En el capítulo de las lesiones orgánicas, sólo encontraremos un capítulo sobre "las lesiones del cerebro y de sus meninges" a partir de la quinta edición (1813); incluso sólo tiene cinco páginas y un contenido puramente crítico (en particular para la doctrina de Gall) que volveremos a encontrar después en el Tratado de la alienación mental.
La alienación mental forma parte de las neurosis cerebrales, siendo el cerebro el asiento de la mente; estas neurosis cerebrales son de dos tipos: abolición de la función (afecciones comatosas), perturbación de la función (vesanias). Las vesanias comprenden la alienación mental, la locura propiamente dicha y algunas otras "enfermedades mentales" que no hacen del sujeto un alienado en sentido estricto:
la hipocondría: cuya perturbación no supera la interpretación permanente e inquieta de las sensaciones viscerales que Pinel considera como suficientemente reales, atribuyéndoles frecuentemente un fundamento orgánico.
el sonambulismo: que es una locura corta, una locura limitada al período del sueño; Pinel, por otra parte, incluye en él a la pesadilla. la hidrofobia: es decir la rabia, que en la primera edición había incluido dentro de las neurosis espasmódicas a causa del espasmo laríngeo, y que termina clasificando dentro de las vesanias, a causa de los trastornos psíquicos excitados y depresivos que constata en la misma. Es entonces una transición hacia las neurosis motrices y viscerales, así como la hipocondría es una transición, por sus múltiples parestesias, hacia las neurosis de los sentidos. Efectivamente, una clasificación adecuada incluye clases de transición entre sus gran des divisiones, siendo la naturaleza un continuo de formas.
Además, es necesario precisar que la alienación mental no forma una clase en la nosografía, se vuelve a encontrar simplemente las cuatro especies que la constituyen en las vesanías. Ella no es, en efecto, más que una categoría empírica, social, (las enfermedades mentales crónicas justifican la internación), a eso se debe su dispersión en el seno de una obra específicamente clasificatoria como la nosografía.
Ubicado el lugar y el estatuto de la locura, veamos su estudio concreto. En primer lugar las grandes clases en las que se reparten las manifestaciones mórbidas:
En efecto, ni en el plano clínico, donde no agrega nada esencial a las descripciones de los Antiguos o de sus predecesores inmediatos, ni en el plano nosológico, ni en el plano institucional y terapéutico en el que toda la época instituyó nuevas prácticas sólo se encuentra en Pinel un espíritu claro y sintético muy dotado para la observación y provisto de un dinamismo poco común.
En cambio, en el plano del método, veremos que funda una tradición: la de la Clínica, como camino consciente y sistemático.
Pinel se vincula con el grupo de los Ideólogos, que representa en Francia la síntesis de las comentes de pensamiento renovadoras y radicalizantes que marcaron el siglo XVIII Comparte con ellos los principios metodológicos que les parecen estar en la base de todo trabajo verdaderamente científico. Herederos de la tradición nominalista, consideraban que el conocimiento es un proceso cuya base es la observación empírica de los fenómenos que constituyen la realidad. A esos fenómenos, materiales brutos de la percepción, el sabio debe agruparlos y clasificarlos en función de sus analogías y de sus diferencias; constituirá así clases, géneros, especies, evitando introducir en ese trabajo de análisis y síntesis su subjetividad propia bajo la forma de "ídolos", cuyo origen Bacon denunció en el linde de la edad clásica: los ídolos de la tribu, antropomorfismo espontáneo del pensamiento; los ídolos de la caverna, inercia que no cuestiona las nociones inculcadas por la educación, es decir la cultura ambiente; los ídolos del foro, seducción de las palabras y de la retórica, pero también clasificaciones establecidas del lenguaje vulgar; los ídolos del teatro, prestigio de los grandes sistemas filosóficos.
En la cima del edificio, las categorías obtenidas de la experiencia recibirán finalmente el nombre que les da existencia en la ciencia. Este es el sentido del aforismo de Condillac:
"la Ciencia no es más que una lengua bien hecha". En efecto, una lengua que funcionase correctamente nombraría a lo real y no a los ídolos que son una herramienta sospechosa para el conocimiento.
Una disciplina sirve de modelo y de ideal a esta investigación: la historia natural y, Particularmente, la obra de Bufón 2. En toda la obra de Pinel se encontrará el llamado a un método finalmente "histórico" en la consideración de la locura, a "el espíritu de orden y de investigación que reinan en todas las partes de la historia natural"3. Se dedicará a la aplicación rigurosa de la doctrina en el campo completo de la práctica médica: en el campo clínico, es su obra Medicina clínica o la medicina hecha más precisa y más exacta por la aplicación del Análisis; en la nosología, es la gran Nosografía Filosófica o el Método del Análisis aplicado a la Medicina; finalmente, en el dominio particular de la alienación, es el "Tratado médico-filosófico de la Alienación Mental".
La filosofía de la que se trata, el análisis, es el método del cual acabamos de hablar, tal como los ideólogos lo reciben de Locke y de Condillac. Es interesante saber que es con su maestro, el médico Sydenham, con quien Locke, que también se inició en la profesión médica, encuentra los lineamientos de su teoría. Sydenham es uno de los iniciadores del retorno a Hipócrates que marca todo el siglo XVIII, es decir, del retorno, más allá de los dogmas explicativos de Galileo, a la observación empírica y clínica. Ciertamente, el galenismo surge de la sistematización de las doctrinas de Hipócrates, pero éstas estaban en equilibrio en Hipócrates con un verdadero culto de la observación clínica, que desaparece en Galeno detrás del sistema. Sydenham transmitirá a Locke4 una confianza en la observación y una desconfianza en la teoría que volvemos a encontrar en Pinel, vía Condillac y los Ideólogos, y cuyo último avatar será el positivismo de Auguste Comte: el hombre puede confiar en sus facultades de observación y de análisis; los fenómenos tal como se le aparecen no son la esencia de la realidad última, pero son suficientemente "paralelos" a ella como para que pueda fundar en ellos un saber a la vez siempre aproximativo y, sin embargo, valedero. No conocerá jamás, empero, verdaderamente lo real (tal como Dios lo conoce) y es por lo tanto inútil que se consuma en vanos sistemas explicativos. Por el contrario, conocerá suficientemente lo que se le presenta de lo real, para obtener de él un conocimiento pragmáticamente eficaz y esto es lo único que importa.
En el plano metodológico entonces se encontrará en Pinel un llamado a la frecuentación lo más extensa posible de lo real, es decir, en este caso, de la clínica, a esto se debe su confianza en las opiniones de hombres "sin saber" como Pussin, el inspector de Bicétre. Al mismo tiempo, recomienda formarse mediante el estudio de la historia natural y la práctica de las matemáticas5 en el espíritu de análisis, pues una observación simplemente empírica sigue siendo intuitiva, no adquiere ningún estatuto en la ciencia, no es acumulativa: debe pasar al lenguaje, adquirir una estructura enunciable; la clínica debe devenir progresivamente una lectura, un texto escrito en la "lengua bien hecha" de Condillac6. Al mismo tiempo, la clínica debe crearse un lenguaje, palabras nuevas, de sentido preciso que, a diferencia de las palabras imprecisas y demasiado sometidas al deslizamiento de sentido de la lengua vulgar, evocarán inmediatamente los fenómenos que engloban. Por el análisis progresivo, por la frecuentación asidua del campo de la observación, se constituirá un saber, cada vez más preciso aunque siempre limitado al campo de los fenómenos.
Naturalmente es válido interrogarse sobre esta epistemología un poco ingenua, pero queda en pie un hecho: Pinel abre la exploración sistemática de un campo y el ordenamiento de los fenómenos que lo constituyen. Este camino ha sido el fundamento sobre el cual se constituyó después el saber realmente positivo de la psiquiatría, una vez que, como a menudo en el nacimiento de las ciencias, un hallazgo inesperado habrá suministrado un método nuevo para explorar y clasificar los fenómenos. El postulado sobre el que reposa la doctrina que Pinel, antes que Comte, retoma de Sydenham, Locke y Condillac, se muestra, en efecto, sistemáticamente erróneo frente al avance del conocimiento científico: la incognoscibilidad de la esencia real de los fenómenos es una verdad asintótica; en cada etapa del progreso de los conocimientos, parte de lo que parecía constituir el problema de la esencia en la etapa precedente cae en el orden de lo conocido y de lo explicado. El postulado positivista conducirá a Comte a rechazar, entre otros, el conocimiento de la constitución físico-química de los planetas, que la espectroscopia permitirá algunos años más tarde; pensará lo mismo en lo referente a la constitución física de la materia, la matematización y los estudios microscópicos en biología, etc... Igualmente, lo que parecía inaccesible a Pinel, fundará un conocimiento concreto en la segunda mitad del siglo XIX.
Desde este punto de vista, la psiquiatría seguirá con un retraso de medio siglo la evolución de la medicina: Pinel fue de aquellos que constituyeron la clínica médica como observación y análisis sistemático de los fenómenos perceptibles de la enfermedad; resultado de ello es su Nosografía. Allí aisló las grandes clases sintomáticas en las cuales la anatomía patológica no juega más que un papel secundario en la clasificación: las flegmasías o las hemorragias son clasificadas según el lugar donde se producen en el cuerpo. Pero esto no constituye un elemento del nivel causal, sino uno de los síntomas del proceso mórbido, el que permanece inaccesible. Menos de diez años más tarde, Bichat planteará el principio de base del método anátomo-clínico: la lesión local explica el cuadro clínico y éste no hace más que manifestarla en el exterior. Michel Foucault, que presenta un notable cuadro de la evolución de los conocimientos y de las doctrinas en medicina durante este período, opone demasiado estas dos etapas: una surge de la otra; Bichat invoca a Pinel y la organización de la clínica ha suministrado tan sólo las bases necesarias al método anátomo-clínico que, por otra parte, no hace caducar a la primera. El camino empírico sigue siendo una condición previa necesaria para la investigación; debe reconocerse, sin embargo, que cambia de aspecto al volverse orientado (hacia la investigación de signos focales).
De la misma manera, veremos a Falret y su descendencia (Laségue, Falret hijo, Morel, Kahlbaum) desbordar y conmocionar la clínica de Pinel y de Esquirol. Sin embargo, por una parte, es sobre este fundamento como pudo realizarse la "revolución" de la segunda mitad del siglo XIX; por la otra, y esto proviene de la especificidad del campo psiquiátrico, la observación pura permanecerá al menos sectorialmente válida: sigue siendo la condición necesaria, sino la finalidad última, del conocimiento.
Ahora que el pensamiento de Pinel nos es más familiar, que hemos captado que el último error que debe cometerse en relación a su obra es tratarla como un sistema explicativo8, podemos comenzar a estudiar sus ideas positivas, las tesis muy prudentes y bastante eclécticas que constituyen su doctrina psiquiátrica.
Pinel considera la alienación mental como una enfermedad en el sentido de las enfermedades orgánicas, una perturbación de las funciones intelectuales, es decir, de las funciones superiores del sistema nervioso9. Por eso las ubica en la clase de las neurosis 10 es decir, de las afecciones del sistema nervioso "sin inflamación ni lesión de estructura", y que por lo tanto no entran ni en la clase de las flegmasías, ni en la de las hemorragias o las lesiones orgánicas: son también afecciones sin fiebre. Debe indicarse sin embargo que, tanto para la alienación mental como para las otras neurosis, cita numerosas causas lesionales junto a alteraciones idénticas de la función sin lesión perceptible: lo importante es que la lesión no es constante y que por lo tanto representa un elemento contingente. En el capítulo de las lesiones orgánicas, sólo encontraremos un capítulo sobre "las lesiones del cerebro y de sus meninges" a partir de la quinta edición (1813); incluso sólo tiene cinco páginas y un contenido puramente crítico (en particular para la doctrina de Gall) que volveremos a encontrar después en el Tratado de la alienación mental.
La alienación mental forma parte de las neurosis cerebrales, siendo el cerebro el asiento de la mente; estas neurosis cerebrales son de dos tipos: abolición de la función (afecciones comatosas), perturbación de la función (vesanias). Las vesanias comprenden la alienación mental, la locura propiamente dicha y algunas otras "enfermedades mentales" que no hacen del sujeto un alienado en sentido estricto:
la hipocondría: cuya perturbación no supera la interpretación permanente e inquieta de las sensaciones viscerales que Pinel considera como suficientemente reales, atribuyéndoles frecuentemente un fundamento orgánico.
el sonambulismo: que es una locura corta, una locura limitada al período del sueño; Pinel, por otra parte, incluye en él a la pesadilla. la hidrofobia: es decir la rabia, que en la primera edición había incluido dentro de las neurosis espasmódicas a causa del espasmo laríngeo, y que termina clasificando dentro de las vesanias, a causa de los trastornos psíquicos excitados y depresivos que constata en la misma. Es entonces una transición hacia las neurosis motrices y viscerales, así como la hipocondría es una transición, por sus múltiples parestesias, hacia las neurosis de los sentidos. Efectivamente, una clasificación adecuada incluye clases de transición entre sus gran des divisiones, siendo la naturaleza un continuo de formas.
Además, es necesario precisar que la alienación mental no forma una clase en la nosografía, se vuelve a encontrar simplemente las cuatro especies que la constituyen en las vesanías. Ella no es, en efecto, más que una categoría empírica, social, (las enfermedades mentales crónicas justifican la internación), a eso se debe su dispersión en el seno de una obra específicamente clasificatoria como la nosografía.
Ubicado el lugar y el estatuto de la locura, veamos su estudio concreto. En primer lugar las grandes clases en las que se reparten las manifestaciones mórbidas:
La manía propiamente dicha, en la que el delirio es general, es decir, que concierne a todos los objetos, estando lesionadas muchas de las "funciones del entendimiento" (percepción, memoria, juicio, afectividad, imaginación, etc.) y que se acompaña de una viva agitación.
Pinel distingue, no obstante, una subvariedad que será la prenda de importantes batallas futuras: la "manía sin delirio" o "manía razonante", en la que las funciones del entendimiento están intactas y en la que no subsisten más que la alteración de la afectividad y la excitación, a menudo furiosa.
La melancolía, en la que el delirio está limitado a un objeto o a una serie particular de objetos, las facultades mentales permanecen intactas fuera de ese "núcleo" delirante y el comportamiento sigue siendo coherente y comprensible, si se tiene en cuenta las ideas delirantes. El estado afectivo y el tema del delirio pueden ser de naturaleza triste o de naturaleza alegre y exaltada.
La demencia o abolición del pensamiento, y Pinel precisa que alude como tal al pensamiento en el sentido de Condillac, es decir, el juicio. La demencia es entonces la incoherencia en la manifestación de las facultades mentales, el desorden y la movilidad, la existencia "automática"; la destrucción de la función de síntesis, se habría dicho un poco más adelante. El idiotismo u obliteración de las facultades intelectuales y afectivas, es decir, la supresión más o menos completa de la actividad mental, quedando el sujeto reducido a una existencia vegetativa, con restos esporádicos de actividad psíquica (ensoñaciones dulces, sonidos semiarticulados, crisis de excitación). Puede ser congénita o adquirida, y entonces a menudo transitoria.
Subrayemos enseguida el error profundo que constituiría toda tentativa de identificar estas categorías, puramente sintomáticas, con nuestras entidades actuales. Los términos que sobrevivieron podrían fácilmente inducir al error, y todavía se ve a historiadores según los cuales Pinel habría descripto la melancolía o la manía, pero no habría aislado la paranoia o habría confundido esquizofrenia e idiotez. Pinel, naturalmente, vio todo, pero no con nuestra mirada; su nosología apunta a crear grandes clases fenoménicas, de comportamientos, persuadido como está de que esas grandes divisiones recubren algo de la esencia de lo real. Nosotros pensamos con categorías muy diferentes: son para nosotros los pequeños signos los que importan y los que definen el fenómeno. La manía de Pinel (e inclusive, excluyendo la manía sin delirio) incluye los estados de agitación, ya sea los que consideramos actualmente maníacos o epilépticos, confusionales, esquizofrénicos, delirantes, ansiosos, histéricos. Por otra parte, estas categorías pueden "complicarse": accesos maníacos en la demencia, el idiotismo, o la melancolía, idiotismo terminando la manía o lo contrario, etc.
Es la misma concepción que hace de la alienación mental una unidad, pues empírica y metodológicamente forma un grupo homogéneo de fenómenos, claramente diferente de las otras enfermedades y, por ende, detrás de los fenómenos corresponden a algo de las esencias. Es el lugar para precisar un punto que tendrá una cierta importancia en lo que sigue: la Nosografía clasifica las enfermedades mentales en grandes categorías, sirviéndose para ello de los síntomas más notorios; es entonces con las fiebres en parte y sobre todo con las flegmasías (inflamaciones: segunda clase) donde es clasificado el delirio febril agudo, siendo allí el delirio un síntoma y no el fenómeno esencial. Por lo tanto, sin que el problema esté bien explicitado, Pinel mismo comienza el trabajo de separación de las locuras sintomáticas y de las locuras idiopáticas o esenciales que continuará como veremos a lo largo de todo el siglo XIX a través de Georget, Baillarger, Magnan y finalmente Kraepelin.
Para el trabajo de descripción clínica que emprende y que debe proseguirse, a partir de las grandes clases que ha definido, hacia una precisión y una fineza cada vez más grande, Pinel recomienda continuamente utilizar, tanto como se pueda, el trabajo de los psicólogos y en particular el de Locke y Condillac. Para estudiar en su detalle las perturbaciones de las funciones mentales en la locura, lo mejor es empaparse con sus observaciones, con el análisis que realizaron de las funciones de la mente normal, lo que facilitará la descripción de los trastornos de esas funciones en el alienado.
Así, lo que no constituía más que un pequeño capítulo de la primera edición del tratado se transformará en la segunda sección de la segunda edición, ancestro de todos los capítulos de semiología de los tratados posteriores, donde se examinan las perturbaciones de las diversas facultades del entendimiento: sensibilidad, percepción, pensamiento, memoria, juicio, emociones y afecciones morales, imaginación, carácter. La división es tomada de los análisis clásicos de esas facultades en aquella época. Incluso allí, Pinel da pruebas de prudencia y eclecticismo y, por ejemplo, no se privará, a propósito de la manía sin delirio, de criticar a Locke, a pesar de su 'justa admiración" por haber supuesto siempre una lesión intelectual, es decir, una idea delirante como fuente de la locura. El horror a los sistemas no se limita en él a los de sus adversarios: aconseja para evitar "las divagaciones del Ideologismo" no pedir prestado a esas ciencias "accesorias" ideas sino "con una suerte de sobriedad, sólo tomar aquellas que son las menos cuestionadas" y agregarles la observación.
Pinel distingue, no obstante, una subvariedad que será la prenda de importantes batallas futuras: la "manía sin delirio" o "manía razonante", en la que las funciones del entendimiento están intactas y en la que no subsisten más que la alteración de la afectividad y la excitación, a menudo furiosa.
La melancolía, en la que el delirio está limitado a un objeto o a una serie particular de objetos, las facultades mentales permanecen intactas fuera de ese "núcleo" delirante y el comportamiento sigue siendo coherente y comprensible, si se tiene en cuenta las ideas delirantes. El estado afectivo y el tema del delirio pueden ser de naturaleza triste o de naturaleza alegre y exaltada.
La demencia o abolición del pensamiento, y Pinel precisa que alude como tal al pensamiento en el sentido de Condillac, es decir, el juicio. La demencia es entonces la incoherencia en la manifestación de las facultades mentales, el desorden y la movilidad, la existencia "automática"; la destrucción de la función de síntesis, se habría dicho un poco más adelante. El idiotismo u obliteración de las facultades intelectuales y afectivas, es decir, la supresión más o menos completa de la actividad mental, quedando el sujeto reducido a una existencia vegetativa, con restos esporádicos de actividad psíquica (ensoñaciones dulces, sonidos semiarticulados, crisis de excitación). Puede ser congénita o adquirida, y entonces a menudo transitoria.
Subrayemos enseguida el error profundo que constituiría toda tentativa de identificar estas categorías, puramente sintomáticas, con nuestras entidades actuales. Los términos que sobrevivieron podrían fácilmente inducir al error, y todavía se ve a historiadores según los cuales Pinel habría descripto la melancolía o la manía, pero no habría aislado la paranoia o habría confundido esquizofrenia e idiotez. Pinel, naturalmente, vio todo, pero no con nuestra mirada; su nosología apunta a crear grandes clases fenoménicas, de comportamientos, persuadido como está de que esas grandes divisiones recubren algo de la esencia de lo real. Nosotros pensamos con categorías muy diferentes: son para nosotros los pequeños signos los que importan y los que definen el fenómeno. La manía de Pinel (e inclusive, excluyendo la manía sin delirio) incluye los estados de agitación, ya sea los que consideramos actualmente maníacos o epilépticos, confusionales, esquizofrénicos, delirantes, ansiosos, histéricos. Por otra parte, estas categorías pueden "complicarse": accesos maníacos en la demencia, el idiotismo, o la melancolía, idiotismo terminando la manía o lo contrario, etc.
Es la misma concepción que hace de la alienación mental una unidad, pues empírica y metodológicamente forma un grupo homogéneo de fenómenos, claramente diferente de las otras enfermedades y, por ende, detrás de los fenómenos corresponden a algo de las esencias. Es el lugar para precisar un punto que tendrá una cierta importancia en lo que sigue: la Nosografía clasifica las enfermedades mentales en grandes categorías, sirviéndose para ello de los síntomas más notorios; es entonces con las fiebres en parte y sobre todo con las flegmasías (inflamaciones: segunda clase) donde es clasificado el delirio febril agudo, siendo allí el delirio un síntoma y no el fenómeno esencial. Por lo tanto, sin que el problema esté bien explicitado, Pinel mismo comienza el trabajo de separación de las locuras sintomáticas y de las locuras idiopáticas o esenciales que continuará como veremos a lo largo de todo el siglo XIX a través de Georget, Baillarger, Magnan y finalmente Kraepelin.
Para el trabajo de descripción clínica que emprende y que debe proseguirse, a partir de las grandes clases que ha definido, hacia una precisión y una fineza cada vez más grande, Pinel recomienda continuamente utilizar, tanto como se pueda, el trabajo de los psicólogos y en particular el de Locke y Condillac. Para estudiar en su detalle las perturbaciones de las funciones mentales en la locura, lo mejor es empaparse con sus observaciones, con el análisis que realizaron de las funciones de la mente normal, lo que facilitará la descripción de los trastornos de esas funciones en el alienado.
Así, lo que no constituía más que un pequeño capítulo de la primera edición del tratado se transformará en la segunda sección de la segunda edición, ancestro de todos los capítulos de semiología de los tratados posteriores, donde se examinan las perturbaciones de las diversas facultades del entendimiento: sensibilidad, percepción, pensamiento, memoria, juicio, emociones y afecciones morales, imaginación, carácter. La división es tomada de los análisis clásicos de esas facultades en aquella época. Incluso allí, Pinel da pruebas de prudencia y eclecticismo y, por ejemplo, no se privará, a propósito de la manía sin delirio, de criticar a Locke, a pesar de su 'justa admiración" por haber supuesto siempre una lesión intelectual, es decir, una idea delirante como fuente de la locura. El horror a los sistemas no se limita en él a los de sus adversarios: aconseja para evitar "las divagaciones del Ideologismo" no pedir prestado a esas ciencias "accesorias" ideas sino "con una suerte de sobriedad, sólo tomar aquellas que son las menos cuestionadas" y agregarles la observación.
El rechazo de todo sistema totalizante no impide a Pinel profesar una doctrina bastante precisa sobre la alienación mental, que ahora resumiremos.
Hemos visto que, como Cabanis, es partidario de una concepción materialista psico-fisiologista: la mente es una manifestación del funcionamiento del cerebro y las "relaciones de lo físico y de lo moral en el hombre" le parecen fundamentales y permanentes. La locura, la concibe entonces como un desarreglo de las facultades cerebrales, y propondrá a ese desarreglo cierto número de causas:
1) causas físicas primero:
—directamente cerebrales: un golpe violento sufrido en la cabeza, una conformación viciosa del cráneo (mantiene en particular esta causa para algunos casos de idiotismo congénito, a los que consagra la séptima sección de la segunda edición del tratado).
—simpáticas, es decir que alcanzan el cerebro como consecuencia de sus lazos con los otros órganos del cuerpo: supresión brusca de un exutorio o de una hemorragia, de una afección cutánea o de un herpes, gota, consecuencias de diversas fiebres.
Se relacionan con este orden de causas, las causas fisiológicas (partos, edad crítica de las mujeres) y el hábito de la ebriedad.
La herencia, a la cual Pinel le otorga un lugar destacado, ya que es el primer parágrafo del capítulo de causas.
Finalmente, las famosas causas morales, que se pueden ordenar en dos rúbricas, en constante interacción por otra parte:
—las pasiones intensas y fuertemente contrariadas o prolongadas.
—los excesos de todo tipo, las irregularidades de las costumbres y del modo de vida y la "institución" (en el sentido de maestro: la educación) viciosa, ya sea por molicie o por dureza excesiva, que es factor predisponente .
Todavía debe precisarse cómo comprende Pinel la acción, de las causas morales que considera como las más numerosas y las más importantes en la producción de la alienación mental: les atribuye más de la mitad de los casos. Actúan por la acción que ejercen sobre los órganos de la "economía", es decir, sobre el organismo considerado como un todo funcional, perturbándolos. Pinel cita aquí extensamente a Crichton (o Crighton) quien elabora un catálogo de los efectos diversos ejercidos por las pasiones tales como la alegría, la cólera, el miedo, la tristeza, sobre el estado de las vísceras y de las grandes funciones: circulación y respiración . Una vez adquirida esta perturbación visceral, el cerebro se altera por vía de "simpatías", de modo que las causas morales son una rúbrica de las causas físicas simpáticas. La perturbación parte "de la región del estómago y de los intestinos desde donde se propaga, como por una especie de irradiación, la perturbación del entendimiento". Además de retomar el viejo tema hipocrático (melancolía = bilis negra), las posiciones doctrinales materialistas de los Ideólogos se expresan aquí. Las perturbaciones de los sentimientos afectivos y del carácter constituyen uno de los síntomas más importantes de la locura (cf. la tesis de Esquirol), que tiene frecuentemente los rasgos de una exaltación pasional.
Puede subrayarse que las causas no son en ningún caso específicas para los diferentes tipos de locura, exceptuando, quizá, el idiotismo congénito, pero éste es tan solo una parte del idiotismo. Pinel tiende más bien a atribuir la forma del acceso a la "constitución" del individuo, es decir, al tipo físico: color de los cabellos o de los ojos, conformación física, sexo; así los hombres robustos de cabellos negros tienen una mayor predisposición a los accesos de excitación, las mujeres, sobre todo rubias, estarían más inclinadas a la melancolía. La alienación aparece aquí como uno de los tipos de reacción del organismo.
Las mismas ideas fundarán la concepción general del tratamiento. Por lo menos, al igual que los dogmas y los sistemas que florecían todavía en aquella época, (humorismo galénico, solidismo de Willis y Boorhave, iatroquimismo de Paracelso, animismo de Stalh, etc...) Pine condena a los empíricos y a su búsqueda de un remedio "específico" por vía del azar, con toda la charlatanería que esto puede implicar. Rechaza el activismo terapéutico, el intervencionismo desatado e intempestivo de ambos, y la práctica de la época no podía más que reforzarle esas ideas: las purgas y los vomitivos sistemáticos de los antiguos (eléboro) habían sido suplantados por la sangría y, regularmente, Pinel recibía del Hotel-Dieu alienados exangües y moribundos; si escapaban al tratamiento, a menudo quedaban dementes e incurables. De Hipócrates retomará la idea de que la enfermedad tal como se nos presenta es esencialmente una reacción saludable del organismo contra la acción de causas que perturban su equilibrio, cuya terminación natural es la cura. Citemos un poco más extensamente, por una vez, un pasaje que resume todo lo que hemos dicho hasta aquí de la naturaleza de la locura: "Una afección intensa o, para hablar más generalmente, un estimulante cualquiera actúa fuertemente sobre el centro de las fuerzas epigástricas, produce en ellas una conmoción profunda que se repite sobre los plexos abdominales, provocando encogimientos espasmódicos, una constipación pertinaz, ardores de las entrañas. Inmediatamente después se excita una reacción general más o menos fuerte, de acuerdo con la sensibilidad individual; el rostro se colorea, la circulación se vuelva más animada, el centro de las fuerzas epigástricas parece recibir una impulsión secundaria de una naturaleza totalmente diferente de la primitiva, la contracción muscular está llena de energía; generalmente se excita una fogosidad ciega y una agitación incoercible; el entendimiento mismo es arrastrado en esa suerte de movimientos saludables y combinados. Sus funciones se alteran, muchas a la vez o parcialmente, y a veces redoblan la vivacidad. En medio de esta perturbación tumultuosa cesan las afecciones gástricas o abdominales, luego de una duración más o menos prolongada; la calma llega, y trae consigo en general una cura que es más sólida cuanto más violento ha sido el acceso, como lo demuestran las observaciones más reiteradas. Si el acceso está por debajo del grado de energía necesaria, la misma escena puede renovarse en un orden periódico, pero a menudo los accesos así repetidos disminuyen en intensidad y terminan por desaparecer". Es fácil comprender las consecuencias de una tal posición: es el "método expectante" de Hipócrates. El médico debe abstenerse al máximo de toda intervención que fuera a perturbar el desarrollo del ciclo natural de la enfermedad. Cuando el organismo haya desarrollado su reacción sobrevendrá "crisis", por la cual la enfermedad finalizará, por la eliminación de la "materia mórbida". Pinel consagra así un parágrafo a un caso de cura por erupciones cutáneas "críticas". Sin embargo, al médico le queda un papel importante: la ayuda que pueda brindar a lo largo del ciclo mórbido; podrá utilizar allí los medicamentos en el momento oportuno para ayudar al organismo en su tarea. Purgantes, evacuantes, vesicatorios, antiespasmódicos, baños fríos o tibios, e incluso sangrías, tienen de este modo un papel que cumplir, a condición de ser "moderados" y de ir en la dirección de la naturaleza; ya no se trata de tratamientos empíricos, utilizados sistemáticamente, sino de indicaciones terapéuticas limitadas y cuidadosamente regladas en base a la observación del caso individual, en la gran tradición de Hipócrates .
Hemos visto que, como Cabanis, es partidario de una concepción materialista psico-fisiologista: la mente es una manifestación del funcionamiento del cerebro y las "relaciones de lo físico y de lo moral en el hombre" le parecen fundamentales y permanentes. La locura, la concibe entonces como un desarreglo de las facultades cerebrales, y propondrá a ese desarreglo cierto número de causas:
1) causas físicas primero:
—directamente cerebrales: un golpe violento sufrido en la cabeza, una conformación viciosa del cráneo (mantiene en particular esta causa para algunos casos de idiotismo congénito, a los que consagra la séptima sección de la segunda edición del tratado).
—simpáticas, es decir que alcanzan el cerebro como consecuencia de sus lazos con los otros órganos del cuerpo: supresión brusca de un exutorio o de una hemorragia, de una afección cutánea o de un herpes, gota, consecuencias de diversas fiebres.
Se relacionan con este orden de causas, las causas fisiológicas (partos, edad crítica de las mujeres) y el hábito de la ebriedad.
La herencia, a la cual Pinel le otorga un lugar destacado, ya que es el primer parágrafo del capítulo de causas.
Finalmente, las famosas causas morales, que se pueden ordenar en dos rúbricas, en constante interacción por otra parte:
—las pasiones intensas y fuertemente contrariadas o prolongadas.
—los excesos de todo tipo, las irregularidades de las costumbres y del modo de vida y la "institución" (en el sentido de maestro: la educación) viciosa, ya sea por molicie o por dureza excesiva, que es factor predisponente .
Todavía debe precisarse cómo comprende Pinel la acción, de las causas morales que considera como las más numerosas y las más importantes en la producción de la alienación mental: les atribuye más de la mitad de los casos. Actúan por la acción que ejercen sobre los órganos de la "economía", es decir, sobre el organismo considerado como un todo funcional, perturbándolos. Pinel cita aquí extensamente a Crichton (o Crighton) quien elabora un catálogo de los efectos diversos ejercidos por las pasiones tales como la alegría, la cólera, el miedo, la tristeza, sobre el estado de las vísceras y de las grandes funciones: circulación y respiración . Una vez adquirida esta perturbación visceral, el cerebro se altera por vía de "simpatías", de modo que las causas morales son una rúbrica de las causas físicas simpáticas. La perturbación parte "de la región del estómago y de los intestinos desde donde se propaga, como por una especie de irradiación, la perturbación del entendimiento". Además de retomar el viejo tema hipocrático (melancolía = bilis negra), las posiciones doctrinales materialistas de los Ideólogos se expresan aquí. Las perturbaciones de los sentimientos afectivos y del carácter constituyen uno de los síntomas más importantes de la locura (cf. la tesis de Esquirol), que tiene frecuentemente los rasgos de una exaltación pasional.
Puede subrayarse que las causas no son en ningún caso específicas para los diferentes tipos de locura, exceptuando, quizá, el idiotismo congénito, pero éste es tan solo una parte del idiotismo. Pinel tiende más bien a atribuir la forma del acceso a la "constitución" del individuo, es decir, al tipo físico: color de los cabellos o de los ojos, conformación física, sexo; así los hombres robustos de cabellos negros tienen una mayor predisposición a los accesos de excitación, las mujeres, sobre todo rubias, estarían más inclinadas a la melancolía. La alienación aparece aquí como uno de los tipos de reacción del organismo.
Las mismas ideas fundarán la concepción general del tratamiento. Por lo menos, al igual que los dogmas y los sistemas que florecían todavía en aquella época, (humorismo galénico, solidismo de Willis y Boorhave, iatroquimismo de Paracelso, animismo de Stalh, etc...) Pine condena a los empíricos y a su búsqueda de un remedio "específico" por vía del azar, con toda la charlatanería que esto puede implicar. Rechaza el activismo terapéutico, el intervencionismo desatado e intempestivo de ambos, y la práctica de la época no podía más que reforzarle esas ideas: las purgas y los vomitivos sistemáticos de los antiguos (eléboro) habían sido suplantados por la sangría y, regularmente, Pinel recibía del Hotel-Dieu alienados exangües y moribundos; si escapaban al tratamiento, a menudo quedaban dementes e incurables. De Hipócrates retomará la idea de que la enfermedad tal como se nos presenta es esencialmente una reacción saludable del organismo contra la acción de causas que perturban su equilibrio, cuya terminación natural es la cura. Citemos un poco más extensamente, por una vez, un pasaje que resume todo lo que hemos dicho hasta aquí de la naturaleza de la locura: "Una afección intensa o, para hablar más generalmente, un estimulante cualquiera actúa fuertemente sobre el centro de las fuerzas epigástricas, produce en ellas una conmoción profunda que se repite sobre los plexos abdominales, provocando encogimientos espasmódicos, una constipación pertinaz, ardores de las entrañas. Inmediatamente después se excita una reacción general más o menos fuerte, de acuerdo con la sensibilidad individual; el rostro se colorea, la circulación se vuelva más animada, el centro de las fuerzas epigástricas parece recibir una impulsión secundaria de una naturaleza totalmente diferente de la primitiva, la contracción muscular está llena de energía; generalmente se excita una fogosidad ciega y una agitación incoercible; el entendimiento mismo es arrastrado en esa suerte de movimientos saludables y combinados. Sus funciones se alteran, muchas a la vez o parcialmente, y a veces redoblan la vivacidad. En medio de esta perturbación tumultuosa cesan las afecciones gástricas o abdominales, luego de una duración más o menos prolongada; la calma llega, y trae consigo en general una cura que es más sólida cuanto más violento ha sido el acceso, como lo demuestran las observaciones más reiteradas. Si el acceso está por debajo del grado de energía necesaria, la misma escena puede renovarse en un orden periódico, pero a menudo los accesos así repetidos disminuyen en intensidad y terminan por desaparecer". Es fácil comprender las consecuencias de una tal posición: es el "método expectante" de Hipócrates. El médico debe abstenerse al máximo de toda intervención que fuera a perturbar el desarrollo del ciclo natural de la enfermedad. Cuando el organismo haya desarrollado su reacción sobrevendrá "crisis", por la cual la enfermedad finalizará, por la eliminación de la "materia mórbida". Pinel consagra así un parágrafo a un caso de cura por erupciones cutáneas "críticas". Sin embargo, al médico le queda un papel importante: la ayuda que pueda brindar a lo largo del ciclo mórbido; podrá utilizar allí los medicamentos en el momento oportuno para ayudar al organismo en su tarea. Purgantes, evacuantes, vesicatorios, antiespasmódicos, baños fríos o tibios, e incluso sangrías, tienen de este modo un papel que cumplir, a condición de ser "moderados" y de ir en la dirección de la naturaleza; ya no se trata de tratamientos empíricos, utilizados sistemáticamente, sino de indicaciones terapéuticas limitadas y cuidadosamente regladas en base a la observación del caso individual, en la gran tradición de Hipócrates .
El tratamiento moral, en cambio, cuenta con todo su apoyo y su nombre quedó ligado a él. Si se debe dejar el cuerpo librado a su reacción natural, por el contrario, en la alienación mental, la mente alterada puede ser conducida nuevamente a la razón con ayuda de la institución curativa, pues finalmente se pueden relacionar las concepciones de Pinel con un concepto de ese orden. Aún una vez más la Ideología funda la teoría, en particular el sensualismo por el cual, siguiendo a Locke y a Condillac, explica el origen de las ideas y en el que funda su confianza en la maleabilidad y, por ende, en la perfectibilidad de la mente humana. Los contenidos de la mente dependen de las percepciones y de las sensaciones y modificando éstas, se modifica, por intermedio, obviamente, de las pasiones, de la afectividad, único motor humano, todo el estado mental. El medio ambiente del alienado jugará entonces un papel capital en la cura. Es necesario aislarlo en una institución especial, primero para retirarlo de sus percepciones habituales, de aquellas que han engendrado la enfermedad o al menos acompañado su inicio; luego para poder controlar completamente sus condiciones de vida. Allí será sometido a una disciplina severa y paternal, en un mundo completamente regulado por la ley médica. Por el juego dosificado de las amenazas, las recompensas y los consuelos, por la demostración a la vez de un gran cuidado y de una gran firmeza, se lo someterá progresivamente a la tutela médica y a la ley colectiva de la institución, al "trabajo mecánico" y a la "policía interior" que la reglan. El objetivo es "subyugar y domar al alienado poniéndolo en estrecha dependencia de un hombre que, por sus cualidades físicas y morales, sea adecuado para ejercer sobre él un poder irresistible y para cambiar el círculo vicioso de sus ideas". Para obtener este resultado, es necesario conducirse de una manera que suscite el respeto del alienado y su confianza; y para obtener esa "transferencia paterna" Pinel no carece de ideas. Primero, si a menudo es necesario intimidar al alienado, por ejemplo con demostraciones de fuerza es necesario, sin embargo, no emplear nunca la violencia ni los métodos degradantes: la dulzura y la comprensión bastarán a menudo; los agitados, por ejemplo, los furiosos, no serán encadenados, sino que se los dejará "divagar" por el parque del asilo, munidos simplemente del chaleco de fuerza, o en el peor de los casos, se los encerrará en celdas.
En ciertos casos, se montan estratagemas: representaciones diversas que "realizan" más o menos el delirio del enfermo, como ese melancólico convencido de que estaba en la lista de sospechosos de la Convención y a quien tres hombres disfrazados de jueces van a darle un certificado atestiguando su patriotismo.
A veces es el sarcasmo, el miedo, la confianza, un contrato firmado con el enfermo, la visita inesperada y cuidadosamente calculada de personas queridas que determinan el choque afectivo buscado y que sacan brutalmente al sujeto de su delirio. Otras veces, la vida regular del asilo, el aislamiento y el reposo, las ocupaciones que distraen (trabajo, la recuperación del pasatiempo favorito después de una larga interrupción) bastan.
En ciertos casos, se montan estratagemas: representaciones diversas que "realizan" más o menos el delirio del enfermo, como ese melancólico convencido de que estaba en la lista de sospechosos de la Convención y a quien tres hombres disfrazados de jueces van a darle un certificado atestiguando su patriotismo.
A veces es el sarcasmo, el miedo, la confianza, un contrato firmado con el enfermo, la visita inesperada y cuidadosamente calculada de personas queridas que determinan el choque afectivo buscado y que sacan brutalmente al sujeto de su delirio. Otras veces, la vida regular del asilo, el aislamiento y el reposo, las ocupaciones que distraen (trabajo, la recuperación del pasatiempo favorito después de una larga interrupción) bastan.
Todo esto implica cierto número de recomendaciones institucionales: la proscripción de la violencia y de las vejaciones inútiles (cadenas, visitas de extraños) ciertamente, pero también la existencia de un personal numeroso y bien entrenado, habituado a observar y a comprender a los enfermos, un supervisor jefe que controle perfectamente a sus hombres y que esté totalmente consagrado al médico, locales que permitan aislar las diferentes variedades de alienados entre sí, sustraer a los idiotas de la mirada, espacio, posibilidades de trabajo para los enfermos. En suma, el asilo debe ser un centro de reeducación modelo y "panóptico" en el que la sumisión es el primer paso hacia la cura; como lo hemos visto anteriormente, una educación mal hecha predispone a la locura; en el asilo, por el contrario, el sujeto adquirirá una educación modelo que se prolongará en los consejos profilácticos para evitar una recaída.
Vemos nuevamente perfilarse aquí las posiciones, éticas esta vez, de los Ideólogos: su movimiento es esencialmente filantrópico y social. En todos los dominios apunta a una reforma de las costumbres, a una sociedad sana y reglada, lejos de la decadencia del Ancien Régime o del tumulto revolucionario. Creyeron un instante haber encontrado en el primer cónsul al hombre que realizaría sus grandes proyectos sociales. De todas maneras, estuvieron en el origen de un vasto movimiento de asunción y de regulación del espacio social, por ejemplo, en el dominio de las prisiones.
Para concluir, comentaremos la posición de Pinel en relación a la anatomía patológica de la alienación mental. Esta posición está determinada por su desconfianza hacia los sistemas explicativos. Como reacción contra la opinión más corriente de la época, Pinel rechaza las teorías que dan cuenta de la locura por un daño material en el cerebro, o más bien rechaza la extensión a todo caso de locura de algunas constataciones aisladas: las autopsias que practicó no le mostraron nada constante ni específico; si existían lesiones, ellas podían deberse a la enfermedad que causó la muerte y no tener ninguna relación con la locura, le sucedió encontrar lesiones en personas que no habían presentado manifestaciones delirantes; finalmente, la mayoría de las veces ninguna lesión era perceptible en la locura. Concluye entonces que es probable que en la inmensa mayoría de los casos (exceptuados los idiotismos congénitos en los que una malformación cráneo-encefálica le parece frecuente), la locura está exenta de daño material del cerebro. Esta toma de posición tiene una primera consecuencia, la de proporcionar a la idea de la curabilidad de la locura una base teórica: el cerebro no está dañado, la mente solamente está alterada en su funcionamiento, de donde surge la acción posible del tratamiento moral y la curabilidad potencial de la locura en una proporción que estima muy elevada, al menos para la manía y la melancolía no complicada. En la demencia y el idiotismo las curas son raras: el entendimiento está tan disociado que el sujeto permanece inaccesible a las percepciones exteriores y, por lo tanto, a las influencias exteriores, éstas son sin embargo, posibles, especialmente en el idiotismo adquirido, mediante el uso del tratamiento físico estimulante. Pinel se yergue así contra el dogma de la incurabilidad de la locura, bastante extendido en esa época, y es esto lo que hace que le otorgue tanta importancia a la "manía" intermitente que constituye el tema de su primera memoria psiquiátrica (1797); aquella que versa sobre el tratamiento moral, y no es una coincidencia, es del año siguiente; la intermitencia es, en efecto, el modelo y la prueba de la curabilidad. Precisemos que la "manía" intermitente tiene aquí el sentido amplio de alienación mental; Pinel no ha separado, todavía, sus categorías nosológicas: cita allí, por ejemplo, cinco insensatos aquejados de una suerte de obliteración de las facultades del entendimiento o de lo que se puede nombrar una "demencia de imbecilidad". Se trata del género de casos que denominará más tarde idiotismo adquirido: ¡aquí lo da como ejemplo de manía intermitente! Entonces, no se puede comprender aquí manía más que en el sentido amplio de locura, es lamentable que Pinel mismo, en la memoria nosológica de 1799, remita, en el parágrafo sobre la manía (esta vez en el sentido restringido), a la memoria sobre la manía intermitente para establecer el carácter típico de un acceso de manía periódica para la manía en general. Es probablemente este género de imperfecciones debidas a la constitución heterogénea de la primera edición del tratado lo que llevará a su reestructuración completa en la segunda edición.
Pero, esta desconfianza hacia la anatomía patológica tendrá una consecuencia más importante a mediano plazo; la de colocar muy rápidamente a Pinel contra la corriente del gran movimiento anátomo-patológico que Bichat inauguró. Su posición escéptica en relación a la clase de las fiebres le valdrá los ataques furiosos de Broussais y finalmente una derrota completa. En relación a las neurosis y, por lo tanto, a la locura, será muy rápidamente atacado por el mismo Broussais y abandonado por una parte de sus alumnos. Sin embargo, por un tiempo su posición permanecerá más sólida, pues se corresponde más con la realidad objetiva. Veremos cómo Bayle tendrá finalmente razón, con bastantes dificultades, por otra parte. Pero es importante ubicar la suerte de hiato que se introduce entre Pinel y su escuela psiquiátrica por un lado y el resto de la medicina de la época por otro. Puede ser atribuido en gran medida a la especificidad de los problemas que plantea el campo psiquiátrico y que, como veremos, es el factor dinámico de su organización en saber.
Por el momento retengamos sobre todo la distancia que Pinel introduce entre la observación de los fenómenos y el ensayo de presentar una teoría explicativa sobre los mismos, que oriente el comportamiento del practicante. Esa distancia fundamental y la jerarquía que se introduce así entre observación y explicación es la que funda la clínica y la que constituye la ruptura que opera, con una consciencia aguda de su originalidad, Philipe Pinel. Rompe así, en efecto, con esa suerte de unidad sincrética que hacía interpenetrarse sin límite neto la forma mórbida y el concepto que daba cuenta de ella.
Vemos nuevamente perfilarse aquí las posiciones, éticas esta vez, de los Ideólogos: su movimiento es esencialmente filantrópico y social. En todos los dominios apunta a una reforma de las costumbres, a una sociedad sana y reglada, lejos de la decadencia del Ancien Régime o del tumulto revolucionario. Creyeron un instante haber encontrado en el primer cónsul al hombre que realizaría sus grandes proyectos sociales. De todas maneras, estuvieron en el origen de un vasto movimiento de asunción y de regulación del espacio social, por ejemplo, en el dominio de las prisiones.
Para concluir, comentaremos la posición de Pinel en relación a la anatomía patológica de la alienación mental. Esta posición está determinada por su desconfianza hacia los sistemas explicativos. Como reacción contra la opinión más corriente de la época, Pinel rechaza las teorías que dan cuenta de la locura por un daño material en el cerebro, o más bien rechaza la extensión a todo caso de locura de algunas constataciones aisladas: las autopsias que practicó no le mostraron nada constante ni específico; si existían lesiones, ellas podían deberse a la enfermedad que causó la muerte y no tener ninguna relación con la locura, le sucedió encontrar lesiones en personas que no habían presentado manifestaciones delirantes; finalmente, la mayoría de las veces ninguna lesión era perceptible en la locura. Concluye entonces que es probable que en la inmensa mayoría de los casos (exceptuados los idiotismos congénitos en los que una malformación cráneo-encefálica le parece frecuente), la locura está exenta de daño material del cerebro. Esta toma de posición tiene una primera consecuencia, la de proporcionar a la idea de la curabilidad de la locura una base teórica: el cerebro no está dañado, la mente solamente está alterada en su funcionamiento, de donde surge la acción posible del tratamiento moral y la curabilidad potencial de la locura en una proporción que estima muy elevada, al menos para la manía y la melancolía no complicada. En la demencia y el idiotismo las curas son raras: el entendimiento está tan disociado que el sujeto permanece inaccesible a las percepciones exteriores y, por lo tanto, a las influencias exteriores, éstas son sin embargo, posibles, especialmente en el idiotismo adquirido, mediante el uso del tratamiento físico estimulante. Pinel se yergue así contra el dogma de la incurabilidad de la locura, bastante extendido en esa época, y es esto lo que hace que le otorgue tanta importancia a la "manía" intermitente que constituye el tema de su primera memoria psiquiátrica (1797); aquella que versa sobre el tratamiento moral, y no es una coincidencia, es del año siguiente; la intermitencia es, en efecto, el modelo y la prueba de la curabilidad. Precisemos que la "manía" intermitente tiene aquí el sentido amplio de alienación mental; Pinel no ha separado, todavía, sus categorías nosológicas: cita allí, por ejemplo, cinco insensatos aquejados de una suerte de obliteración de las facultades del entendimiento o de lo que se puede nombrar una "demencia de imbecilidad". Se trata del género de casos que denominará más tarde idiotismo adquirido: ¡aquí lo da como ejemplo de manía intermitente! Entonces, no se puede comprender aquí manía más que en el sentido amplio de locura, es lamentable que Pinel mismo, en la memoria nosológica de 1799, remita, en el parágrafo sobre la manía (esta vez en el sentido restringido), a la memoria sobre la manía intermitente para establecer el carácter típico de un acceso de manía periódica para la manía en general. Es probablemente este género de imperfecciones debidas a la constitución heterogénea de la primera edición del tratado lo que llevará a su reestructuración completa en la segunda edición.
Pero, esta desconfianza hacia la anatomía patológica tendrá una consecuencia más importante a mediano plazo; la de colocar muy rápidamente a Pinel contra la corriente del gran movimiento anátomo-patológico que Bichat inauguró. Su posición escéptica en relación a la clase de las fiebres le valdrá los ataques furiosos de Broussais y finalmente una derrota completa. En relación a las neurosis y, por lo tanto, a la locura, será muy rápidamente atacado por el mismo Broussais y abandonado por una parte de sus alumnos. Sin embargo, por un tiempo su posición permanecerá más sólida, pues se corresponde más con la realidad objetiva. Veremos cómo Bayle tendrá finalmente razón, con bastantes dificultades, por otra parte. Pero es importante ubicar la suerte de hiato que se introduce entre Pinel y su escuela psiquiátrica por un lado y el resto de la medicina de la época por otro. Puede ser atribuido en gran medida a la especificidad de los problemas que plantea el campo psiquiátrico y que, como veremos, es el factor dinámico de su organización en saber.
Por el momento retengamos sobre todo la distancia que Pinel introduce entre la observación de los fenómenos y el ensayo de presentar una teoría explicativa sobre los mismos, que oriente el comportamiento del practicante. Esa distancia fundamental y la jerarquía que se introduce así entre observación y explicación es la que funda la clínica y la que constituye la ruptura que opera, con una consciencia aguda de su originalidad, Philipe Pinel. Rompe así, en efecto, con esa suerte de unidad sincrética que hacía interpenetrarse sin límite neto la forma mórbida y el concepto que daba cuenta de ella.
mmmmm
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