Para Feyerabend, la
ciencia es una actividad esencialmente anárquica: escapa a cualquier teoría del
conocimiento que pretenda recoger en un único modelo de racionalidad el
material de su propia historia. Las revoluciones científicas acontecen cuando
los grandes científicos sostienen teorías y puntos de vista incompatibles con los
principios considerados evidentes, violando los criterios de racionalidad
aceptados.
Todas las
metodologías tienen limitaciones y la única regla que queda en pie es la de que
todo vale. No es aconsejable que las elecciones y disociaciones de los
científicos estén obligadas por las reglas establecidas por las metodologías de
las ciencias o implícitas en ella.
El anarquismo
científico brinda la posibilidad de tener un punto diferente para cada
problema, poner todos los puntos de vista y luego aplicar una conclusión. Todo
es aceptado por esta perspectiva.
La epistemología de
Feyerabend desplaza la atención centrada en la dimensión racional de la ciencia
para enfocarla en el contexto histórico y sociocultural. Su trabajo da -a
veces- la impresión de un análisis ejecutado por un etnógrafo que se afana en
comprender los elementos simbólicos y la
forma de vida que han desarrollado los nativos del mundo occidental en la
estructuración de una peculiar cosmovisión.
1. El pluralismo metodológico.
En el prólogo a la
edición castellana de su Tratado contra el método (TCM), Feyerabend afirma que
uno de los problemas capitales sobre la ciencia es saber cual es su estructura,
cómo se construye y evoluciona.
Aquí es rotundo: la
ciencia no presenta una estructura, no existen unos elementos que se presenten
en cada desarrallo científico. O sea, que no hay elementos que se den en toda
investigación científica y que no aparezcan en otros dominios. Al tratar de
resolver un problema los científicos usan indistintamente un método u otro, no
existe una racionalidad que guíe la investigación científica. Al contrario, el
científico hará uso de fuentes muy diversas que le vengan al caso para apoyar
su investigación: sugerencias heurísticas, concepciones del mundo, disparates
metafísicos, y otros medios muy dispares.
Ya aquí se apunta el
problema del método científico, y la conclusión que se sigue es que no tiene
sentido formular de una forma general, cuestiones tales como qué criterio
seguiría para preferir una teoría a otra. Dicho más claro, la investigación con
éxito no obedece a estándares generales: ya se apoya en una regla, ya en otra,
y no siempre se conocen explícitamente los movimientos que la hacen avanzar. La
consecuencia es drástica: se va a pique cualquier intento de formular una
metodología racionalista de la ciencia, y nos encontramos con que la ciencia se
encuentra mucho más cerca de las artes de lo que nos pensabamos (este punto se
desarrollará en el último epígrafe de este texto).
Como mantiene Javier
Echeverría, entre otros, la idea de un método preciso y común a las ciencias
adviene con la modernidad. Recordemos, al margen, que Aristóteles en su
Metafísica y en otros tantos escritos no se cansó nunca de repetir que no
existe un único método correcto en las ciencias y mucho menos que el hipotético
deductivo sea el superior o más científico, sino que es el objeto de una
ciencia el que determina el método apropiado o correcto en dicha disciplina.
Feyerabend, deudor de
las tesis kuhnianas y de la historia de la ciencia, mantendrá que “la idea de
un método que contenga principios firmes, inalterables y absolutamente
obligatorios que rijan el quehacer científico tropieza con dificultades
considerables al ser confrontada con los resultados de la investigación
histórica. Es más, no hay una sóla regla, por plausible que sea, y por
firmemente basada que esté en la epistemología, que no sea infringida en una
ocasión o en otra”.
Afirma a continuación
que estas infracciones, lejos de ser accidentales, son necesarias para el
progreso. La violación de las reglas metodológicas, o incluso adoptar la
opuesta son siempre aconsejables en una determinada situación. Así a veces es
aconsejable elaborar e introducir hipótesis ad hoc, otras que contradicen
resultados experimentales, etc. En suma, esta práctica liberal es razonable y
absolutamente necesaria para el desarrollo del conocimiento.
Es más, el atomismo
antiguo, la revolución copernicana, o la teoría ondulatoria de la luz surgieron
de la violación de reglas metodológicas bien asentadas. Con esto se quiere
ejemplificar que las revoluciones científicas generalmente han traído con ellas
cambios metodológicos importantes, de ahí que “la idea de un método fijo, o la
idea de una teoría fija de la racionalidad, descansa sobre una concepción
excesivamente ingenua del hombre y de su entorno social”.
Al encontrarse con
esto, Feyerabend se cobija en el anarquismo (epistemológico), y más
concretamente con el liberalismo anarquista, concebido como un intento de
aumentar la libertad, y el correspondiente intento de descubrir los secretos de
la naturaleza y del hombre, por tanto el rechazo de criterios universales y de
todas las tradiciones rígidas (que implicaría el rechazo de una gran parte de
la ciencia contemporánea).
El anarquista
epistemológico se opondrá entonces a todo tipo de restricción de su libertad
(en el quehacer científico y metodológico), y mantendrán siempre la abolición
de toda ley, obligación o deber. Su actitud será totalmente libre ante el juego
científico. No obstante el término anarquista está cargado de connotaciones
políticas demasiado pesadas, y además no se encuadra debidamente en lo que
Feyerabend quería señalar. De manera que posteriormente preferirá el
calificativo de dadaísta para su metodología: espero, dice en la introducción
de su TCM, que tras la lectura del presente panfleto, el lector me recuerde
como un frívolo dadaísta, y no como un anarquista serio.
El término dadaísta
sin duda es más acertado, lejos de las connotaciones puritanas del anarquista,
el dadaísta está convencido de que la vida sólo empezará a merecer la pena
cuando nos tomemos las cosas a la ligera, cuando eliminemos del lenguaje los
significados putrefactos acumulados durante siglos. Un dadaísta no sólo no
tiene ningún programa, sino que está en contra de todos los programas, e
incluso para ser un buen dadaísta se ha de ser también un antidadaísta.
Pues bien, a la vista
de todo lo anterior, y tras un minucioso análisis de la historia de la ciencia,
Feyerabend afirmará que no hay ninguna regla, por muy fundamental o necesaria
que sea para la ciencia, que no haya sido violada. Si ha esto le unimos, como
hemos visto anteriormente, que esta continua infracción metodológica es
totalmente necesaria para el progreso, se sigue facilmente que el único
principio que no inhibe el progreso es: todo sirve. Tal sería el único
principio defendible (o sea el único que ha sido respetado universalmente) bajo
cualquier circunstancia y etapa del desarrollo de la humanidad.
Pero conviene matizar
este principio. En Adios a la
Razón , advierte que este principio puede leerse de dos
maneras muy distintas. Una vendría a decir: yo (o sea, Feyerabend) adopto dicho
lema y sugiero que se use como base del pensamiento; y la otra: yo no la
adopto, pero describo simplemente el destino de un amante de los principios que
toma en consideración la historia: el único principio que le queda será el todo
sirve. Feyerabend acusa de falta de pensamiento claro a los críticos irritados,
que desgraciadamente no han sido bendecidos con un exceso de inteligencia, ya
que sólo han sabido leer el principio de la primera manera, cuando lo que se
decía explícitamente era lo segundo. Y de hecho remite a un pasaje de su TCM
donde dice claramente: “mi intención no es sustituir un conjunto de reglas
generales por otro conjunto; por el contrario, mi intención es convencer al
lector de que todas las metodologías, incluidas las más obvias, tienen sus
límites (...) e incluso de la irracionalidad de alguna de las reglas que la
metodología considera básicas. De hecho el argumento de la contrainducción es
una parte de la crítica de métodos tradicionales, no el punto de partida de una
nueva metodología como parecen suponer muchos críticos”.
Por lo tanto para
matizar y examinar esta tesis fuerte, Feyerabend tiene que analizar el
desarrollo del advenimiento de las teorías científicas, y ello le conduce en
primer lugar a otra de sus tesis radicales: la contrainducción.
Su exposición
comienza con la afirmación de que se puede hacer avanzar la ciencia procediendo
contrainductivamente. Si partimos de la regla de la contrastación, que mide el
éxito de las teorías según el acuerdo entre la teoría y los datos que favorecen
a la misma, nos percatamos de que constituye la esencia del empirismo y de las
teorías de la confirmación y de la corroboración. Pero si hacemos caso de la contrarregla
que nos dice que es aconsejable o necesaria para la ciencia, no sólo ignorar
las reglas, sino adoptar las opuestas, debemos pues, introducir y elaborar
hipótesis que sean inconsistentes con las teorías y/o hechos bien establecidos,
esto es, debemos proceder contrainductivamente (además de inductivamente,
señala en su Contra el Método). Esto por dos razones:
En primer lugar un
científico debe adoptar una metodología pluralista, debiendo comparar sus ideas
con otras ideas, en vez de con la experiencia. Dicho de otra manera, la
evidencia relevante para la contrastación de una teoría T a menudo sólo puede
ser sacada a la luz con la ayuda de otra teoría T' incompatible con T.
Y ello porque el
conocimiento no consiste en una serie de teorías autoconsistentes que tiende a
converger en una perspectiva ideal; no consiste en un acercamiento gradual a la
verdad. Por el contrario, el conocimiento es un océano, siempre en aumento, de
alternativas incompatibles entre sí (y tal vez inconmensurables).
La segunda
contrarregla en favor de la contrainducción viene dada por el hecho de que no
existe una sola teoría interesante que concuerde con todos los hechos de su
dominio.
Aquí habrá que
señalar que ninguna experiencia, que ningún experimento está libre de teoría.
Es decir, todo enunciado factual está contaminado de una serie de supuestos
ontológicos o metodológicos que vician la vara de medir. El supuesto empirista,
que podemos remontar a la
Metafísica de Aristóteles, de que los sentidos son capaces de
ver el mundo tal y como es, estaría (desde esta perspectiva dadaísta) a años
luz de acercarse a la verdadera situación del hombre en el mundo.
De acuerdo con Hume,
afirma Feyerabend, “las teorías no pueden derivarse de los hechos”. El
requisito de aceptar sólo aquellas teorías que se sigan de los hechos nos deja
sin ninguna teoría. De aquí que la ciencia, tal y como la conocemos, sólo puede
existir si abandonamos este requisito y revisamos nuestra metodología. Es más:
casi ninguna teoría es consistente con los hechos.
A la luz de la
fisiología, se advierte que la impresión sensorial se da en la medida en que
existe un órgano receptor capaz de registrarla. Esto muestra que la impresión
es un acto subjetivo, sin ningún correlato objetivo. Por otra parte, como ya se
ha señalado, el examen histórico nos enseña que toda evidencia está contaminada
de supuestos teóricos.
Todo este carácter
histórico-fisiológico de la evidencia, le permite mantener que el hecho no
describe meramente un estado de cosas objetivo, sino que también expresa un
punto de vista subjetivo y mítico que concierne a este estado de cosas, lo que
nos obliga a echar una ojeada nueva a la metodología. Por tanto, sería
extremadamente imprudente dejar que la evidencia juzgue directamente nuestras
teorías sin mediación ninguna. Un juicio directo e indiscriminado de las
teorías por los hechos está sujeto a eliminar ideas simplemente porque no se
ajusten al sistema de alguna cosmología más antigua.
De todo esto se
deduce (como segunda regla contrametodológica) que hay que buscar sistemas
conceptuales que choquen con los datos experimentales aceptados, e incluso que
propongan nuevas formas de percepción del mundo, hasta entonces ignoradas.
Actuando así, se procede contrainductivamente. En lugar de inferir hipótesis y
leyes inductivamente a partir de las observaciones contrastadas, el científico
progresista actúa a la inversa.
Feyerabend emplea
varios capítulos a la tarea de ejemplificar este supuesto mediante el argumento
de la torre. En semejante análisis (que va desde los capítulos 6 al 16) se
tocan además del problema de las interpretaciones naturales (que es lo que
ahora viene al caso), el problema de la irracionalidad en la ciencia, y el de
la inconmensurabilidad entre las teorías, que serán desarrollados en epígrafes
separados.
En cuanto al tema de
la contrastación de las teorías, que como hemos visto hace proponer a la
epistemología dadaísta las reglas contrainductivas, se dedica el análisis
histórico del argumento de la torre que emplearon los aristotélicos para
refutar las teorías copernicanas.
Este argumento
involucra, en palabras del propio Feyerabend, interpretaciones naturales, que
servirán para ilustrar tanto la tesis del “todo vale”, como de la necesidad de
proceder contrainductivamente como requisito necesario para el progreso
científico.
Repetimos: la
naturaleza del fenómeno es apariencia más enunciado. No se trataría de dos
actos distintos, uno consistente en una evidencia, un dato objetivo, y otro en
su expresión mediante un lenguaje observacional que implicaría cierta
cosmología, sino de un sólo acto. Esta unidad sería el resultado de un proceso
de aprendizaje que daría forma al fenómeno, dando la impresión de que los
hechos hablan por sí mismos. Pero como ya hemos advertido, eso no es cierto ya que
los fenómenos son lo que los enunciados afirman que son.
En consecuencia,
estas operaciones mentales que están tan conectadas a las sensaciones serán lo
que Feyerabend llamará interpretaciones naturales. Es más, hablando en boca de
Galileo, estas serían necesarias ya que los sentidos por sí solos sin la ayuda
de la razón no pueden darnos una descripción verdadera de la naturaleza. Y lo
que es todavía más rotundo, es imposible eliminar, ni siquiera parcialmente, el
manojo de las interpretaciones naturales.
Luego la única manera
de eliminar un determinado punto de vista del dominio de la observación, es
proceder contrainductivamente y emplear otras interpretaciones y ver lo que
pasa. Y precisamente esto es lo que ocurrió con la discusión entre Galileo y los
aristotélicos, ya que este introdujo un nuevo lenguaje observacional, que le
permitió reinterpretar las observaciones y llevárselas a su terreno. Creo que
no hace falta decir que gracias a este proceso contrainductivo hubo cierto
progreso.
Por si queda alguna
duda, para Feyerabend, el procedimiento de Galileo es totalmente legítimo.
Entonces es completamente razonable introducir lenguajes observacionales
alternativos y compararlos, tanto con el idioma original como con la teoría
bajo examen. Procediendo de esta forma podemos estar seguros de que la
comparación es correcta.
Pero acabar aquí el
análisis histórico, y mantener que la teoría heliocéntrica salió adelante
gracias, tan solo, al proceso contrainductivo es dejar las cosas a medias. Si
Galileo tuvo éxito fue gracias a que utilizó la propaganda y otros trucos. Con
esto entramos con la crítica de la racionalidad.
2. La oposición a la razón como fuente de progreso.
Comencemos por el
problema de la 'adhoccidad'. Para la mayoría de los filósofos de la ciencia
(como Popper y Lakatos), sostener y aceptar teorías ad hoc resulta siempre
irracional. Es habitual sostener, dice Feyerabend, que los buenos científicos
deben rehusar a hacer hipótesis de tal tipo. No obstante mantienen que es
necesario que estas se insinúen de vez en cuando, aunque halla que oponerse a
ellas y mantenerlas bajo control (Popper), o que la adhoccidad ni es
despreciable ni está ausente del juego científico (Lakatos). Ambos coinciden en
las nuevas ideas, al ir más allá de la evidencia disponible, son comúnmente ad
hoc e incluso, dice Lakatos, no puede ser de otra forma.
Para Lakatos, los
científicos que defienden una teoría siempre tratan de preservar de la
refutación a su centro firme, y para ello construyen en su torno un cinturón
protector de hipótesis auxiliares, cambios de significado de los términos, etc.
Esta actitud en algunos casos puede ser perfectamente racional.
Feyerabend, tras el
análisis histórico, añade que se puede dar total apoyo a Lakatos sin ninguna
ambigüedad. Yo me permitiría añadir, que podría existir una diferencia entre
ambos planteamientos, en la cita anterior, salvo que Javier Echeverría quiera
engañarnos, cosa que dudo, Lakatos estaría (cerca del planteamiento de Laudan,
aunque desde otra perspectiva) dispuesto a permitir cierta racionalidad en la
adhocidad. Por el contrario Feyerabend no puede admitir esto, ya que el
problema de las hipótesis ad hoc es uno de los frentes de batalla para postular
su oposición a la razón como fuente de progreso.
Elucubraciones
aparte, lo que sostiene Feyerabend es que la adhocidad es mirada con malos ojos
por la mayoría de los epistemólogos racionalistas, mientras que el cree que es
una buena estrategia liberadora, estimulante y progresista, y que ya que no se
puede evitar ser ad hoc es mejor serlo respecto a una teoría nueva.
De hecho el análisis
histórico nos muestra que Galileo usó hipótesis ad hoc para salirse con la suya
y convertir el argumento de la torre de una refutación de Copérnico a una
confirmación.
Pero los métodos que
utiliza Galileo para imponer sus ideas no se limitan al uso de la adhocidad,
sino que pasa por un elenco de medios irracionales, tales como la propaganda,
la persuasión, o la utilización de una lengua vulgar (el italiano) en vez del
latín para sus escritos.
El copernicanismo
estaba amenazado por eventos observables, pero Galileo, sin tapujos, para
eliminar el peligro introdujo obstáculos con la ayuda de hipótesis ad hoc,
considerándolas como tendencias definidas por la obvia discrepancia que existe
entre hechos y teoría. (...) las refutaciones se hicieron ineficaces por medio
de hipótesis ad hoc y de hábiles técnicas de persuasión.
Pero este no es el
caso tan sólo de Galileo, sino que la historia de la ciencia nos hace
generalizar y afirmar que la lealtad a las nuevas ideas tendrá que conseguirse
por medios irracionales tales como la propaganda, sensibilidad, hipótesis ad
hoc y apelación a los prejuicios de todas clases. Necesitamos estos medios
irracionales para defender lo que no es otra cosa que una fe ciega, hasta que
hayamos descubierto las ciencias auxiliares, los hechos, los argumentos que
conviertan la fe en puro conocimiento.
Por lo tanto el
progreso en la ciencia surge gracias a que la razón es dejada de lado.
Pero yendo más allá,
la argumentación necesaria para desarrollar esta tesis, muestra que es
aconsejable suprimir la distinción entre contexto de descubrimiento y contexto
de justificación y prescindir de la distinción afín entre términos
observacionales y términos teóricos. Ya que ninguna de estas distinciones
desempeña papel alguno en la práctica científica.
Como hemos visto la
fase de descubrimiento puede ser, y a menudo lo es, irracional, e incluso estar
en oposición a las reconstrucciones racionales que suelen hacer los epistemólogos.
El pluralismo metodológico nos muestra que el descubrimiento científico no está
sujeto a un método fijo y en cambio si esta fundamentado en un elenco de
creencias y esperanzas. Por otra parte la ciencia sólo puede existir si se
emplean estas artimañas y se deja de lado la razón (o el contexto de
justificación). De manera que a la vista de las cosas la distinción debe ser
abandonada.
De la misma manera la
distinción entre términos observacionales y términos teóricos ha de ser
rechazada a la luz del análisis que se ha llevado a cabo. Ya ha quedado claro
que el aprendizaje no va desde la observación a la teoría sino que implica
ambos elementos. De ahí que tanto las teorías como las observaciones pueden ser
rechazadas, las teorías por estar en conflicto con las observaciones, pero
también las observaciones pueden ser abandonadas por razones teóricas. La
experiencia surge siempre junto con las suposiciones teóricas, no antes que
ellas, y una experiencia sin teoría es tan incomprensible como lo es una teoría
sin experiencia, y continúa, eliminad parte del conocimiento teórico de un
sujeto inteligente y tendréis una persona completamente desorientada e incapaz
de realizar la acción más simple.
Pues bien, con todo
esto queda seriamente tocada cualquier consideración meramente racional de la
empresa científica, y por si fuera poco, con esta última tesis sobre la
percepción y su ligazón al esquema conceptual se abre el camino al problema de
la inconmensurabilidad, uno de los puntos más importantes de su crítica a la
metodología racionalista de la ciencia.
3. La inconmensurabilidad de las teorías científicas.
Comencemos por el
principio. El término inconmensurabilidad quiere decir, literalmente,
imposibilidad de relacionar con la misma medida magnitudes diversas. En
filosofía de la ciencia, se refiere a la afirmación de que no es posible
establecer relaciones y comparaciones entre diversas teorías científicas -sean
producto de la evolución del conocimiento científico, sean simples teorías
rivales- para decidir cuál de ellas es más verosímil, o para reducirlas o
traducirlas unas a otras, cuando se presenten como maneras de hablar distintas
acerca de lo mismo.
Pues bien, quienes se
niegan a admitir, comenta Echeverría, que los científicos usan teorías
inconmensurables lo hacen para mantener el primado de la razón en la actividad
científica. Y si bien Feyerabend no negó que la ciencia tenga componentes
racionales, en cambio no aceptó que la ciencia sea sólo racional.
Como sabemos el TCM
es un extenso diálogo entre Lakatos y el propio Feyerabend, el apéndice 3 da
buena cuenta de ello y del intento de Lakatos por mantener o restaurar la
racionalidad en la actividad científica, no obstante el anarquismo
epistemológico intenta desterrar por varias vías esta concepción racionalista.
Uno de estos caminos es el de la inconmensurabilidad, que Feyerabend manifiesta
al final de dicho apéndice: el fenómeno de la inconmensurabilidad en mi opinión
plantea problemas a todas las teorías de la racionalidad, incluida la metodología
de programas de investigación. La metodología de programas de investigación
asume que las teorías rivales y los programas de investigación rivales pueden
compararse siempre haciendo referencia a su contenido. El fenómeno de la
inconmensurabilidad parece implicar que éste no es el caso.
Las tesis de la
inconmensurabilidad de las teorías científicas fue formulada por Kuhn y
Feyerabend el mismo año de 1962, y ya contaba con antecedentes históricos como
las tesis de Quine, sobre la imposibilidad de someter a contrastación hipótesis
aisladas; las tesis de la carga teórica de toda observación (aceptadas por
Popper y Hanson); y sobre todo las tesis de Quine sobre la indeterminación de
la traducción y la inescrutabilidad de la referencia.
No obstante Kuhn y
Feyerabend usaron el término de la inconmensurabilidad con independencia, el
primero lo aplicaba a los problemas, métodos y normas científicas, mientras que
el segundo hacía de él un uso más restringido (lo aplicaba sólo al lenguaje), a
la vez que más radical (afectaba a todos los términos primitivos de las teorías
rivales, y no sólo a unos pocos.
Existe un telón de
fondo que lleva a ambos a mantener esta tesis. Se trata de que ambos se
consideran relativistas epistemológicos en el sentido de niegan que exista una
verdad externa a la que los conceptos y teorías científicas se acerquen cada
vez más. No se trata de negar el progreso, se trata de negar que existan
verdades universales independientemente de la apreciación del sujeto. La
inconmensurabilidad se trataría entonces en un fuerte ataque contra el
realismo, adoptando una concepción relativista de la verdad en la que esta sólo
adquiere sentido dentro de cada uno de esos marcos conceptuales.
De hecho, para
fundamentar su tesis de la inconmensurabilidad, Feyerabend remite a la
hipótesis Sapir-Whorf y a la psicogénesis piagetiana. Trabajos consagrados que
recalcan la relatividad de la conceptualización de la experiencia del mundo
según la cultura, que crea conceptos y concepciones del mundo inconmensurables
(Whorf) y las estructuras lógicas (y prelógicas) del desarrollo de la
inteligencia (Piaget).
En particular, el
trabajo de Whorf muestra que la gramática de los lenguajes contiene una
cosmología, una concepción comprehensiva del mundo, de la sociedad y de la situación
humana. Pues de la misma manera en que los lenguajes naturales no se limitan a
reproducir ideas o eventos, sino que conforman los hechos y los estados de
cosas, también las teorías científicas conllevan concepciones del mundo. Por
eso mismo hay inconmensurabilidad entre ellas, en el sentido de que no pueden
ser interrelacionadas por medio de las relaciones lógicas ususales: inclusión,
exclusión, solapamiento, etc. También las percepciones pueden ser
inconmensurables entre sí (como muestra la Gestalt ).
Con esto tocamos un
punto crucial ya que en una obra posterior a su TCM, quizá para distanciarse
del sentido de inconmensurabilidad dado por Kuhn, quizá para suavizar su propia
tesis, manifiesta que al usar el término inconmensurable siempre quiso decir
desconexión deductiva y nada más. Lo cual no deja de ser algo casi trivial. No
obstante aquí señalaremos sus primeras definiciones de la inconmensurabilidad,
sin los matices posteriores.
En TCM expone tres
tesis sobre la inconmensurabilidad (pág. 267, 269 y 270):
A) La primera tesis
es que existen sistemas de pensamiento (acción, representación) que son
inconmensurables.
Se trata de una tesis
histórica (antropológica) que debe apoyarse en evidencia histórica
(antropológica).
B) El desarrollo de
la percepción y del pensamiento en el individuo pasa por etapas que son
inconmensurables entre sí.
C) Mi tercera tesis
afirma que los puntos de vista sobre materias básicas, son a menudo tan
diferentes unos de otros como lo son las ideologías subyacentes a las distintas
culturas. Más aún: existen teorías científicas que son mutuamente
inconmensurables aunque en apariencia se ocupen del mismo objeto. No todas las
teorías rivales tienen esta propiedad y aquellas que tienen la propiedad, sólo
la tienen mientras sean interpretadas de una forma especial, por ejemplo, sin
hacer referencia a un lenguaje de observación independiente.
Este es en grosso
modo el sentido de inconmensurabilidad entre teorías que defiende Feyerabend en
su TCM. Ejemplos de teorías inconmensurables entre sí serían el materialismo
frente al dualismo mente/cuerpo o la teoría cuántica frente a la mecánica
clásica.
4. La crítica del criterio de demarcación.
Frente al
demarcacionismo, Feyerabend trató de aproximar el conocimiento científico a otras
formas del saber. La ciencia, comenta, es mucho más semejante al mito que
cualquier filosofía científica está dispuesta a reconocer. La ciencia
constituye una de las formas de pensamiento desarrolladas por el hombre, pero
no necesariamente la mejor.
La ciencia posee un
completo sistema de creencias que son defendidos a capa y espada por los
científicos adscritos a ese paradigma. Es más, como hemos visto hasta ahora la
ausencia de un método científico es la norma (pluralismo metodológico), y en la
práctica científica el progreso acaece gracias a métodos irracionales y
acientíficos (todo sirve). De manera que la ciencia es un mito, un dogma al que
un científico se aferra, es más el dogmatismo desempeña una función importante.
La ciencia sería imposible sin él.
Por tanto como toda
secta o religión, sus acérrimos creyentes creen en su ciencia por encima de
todas las cosas. No se trata de que la ciencia sea el mejor tipo de
conocimiento dotado con el mejor método, sino que los científicos o los
sectarios cientificistas creen que es el modo más elevado de conocimiento,
porque así han sido adoctrinados.
Así pues la ciencia
se ha impuesto por la fuerza y no por el convencimiento. La ciencia no sería
más que una ideología, y como tal ha de ser tratada. Así pues, si en una
sociedad democrática la separación Estado-Iglesia es un hecho, debe
complementarse con la separación entre Ciencia y Estado.
Mientras un americano
puede elegir hoy la religión que prefiera, todavía no le está permitido exigir
que sus hijos aprendan en la escuela magia en lugar de ciencia. Existe una
separación entre estado e iglesia, pero no separación entre estado y ciencia.
Otra vez más, la
historia nos muestra un exceso de racionalismo, y esta vez viene de la mano del
criterio de demarcación. En numerosas ocasiones la ciencia ha adoptado métodos,
conocimientos, etc. de saberes considerados como pseudocientíficos. Así, la
astrología sacó provecho del pitagorismo, y la medicina actual de la antigua
medicina china (acupuntura, diagnóstico por el iris, etc.).
Combinando esta
observación con la idea de que la ciencia no posee ningún método particular,
llegamos a la conclusión de que la separación de ciencia y no ciencia no sólo
es artificial, sino que va en prejuicio del avance del conocimiento.
muy buena! gracias!!
ResponderEliminarMuy bueno, me aclaró muchas cosas. Gracias
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