La composición de
las problemáticas que nos aquejan en la actualidad, han quedado en sus formas
de enunciación, bajo la tutela de aquellos discursos disciplinares que de
antaño supieron trazar la territorialidad moderna. Dicha discursividad
persiste, al mismo tiempo que intenta asistir las problemáticas actuales, no
hace más que insinuar sistemáticamente que el mapa trazado por los discursos
disciplinares ya no se corresponden con el territorio. Ampliemos esto último.
La revolución
moderna instala una serie de pautas subjetivantes. Definimos pauta subjetivante
como una disposición a-priori, está a la vez es sostenida por la pre-condición
basada en el suelo institucional que configura un entramado de instituciones
instituyentes de la modernidad misma como proyecto desplegado en el tiempo.
Esto último produce como efecto una serie de marcas. Estas operan en una doble
vía, tanto sea sobre el sujeto individual como cohesivas del colectivo. Es
decir, al mismo tiempo que dicha marca es condición del sujeto lo es del
colectivo componiendo una aparente amalgama, la amalgama es una operación del
discurso y no de las cosas. Dicha afirmación emerge de la dificultad actual de
poder enmarcar las situaciones que dentro de los campos disciplinares se
presentan.
Siguiendo esto
último, ¿lo que estaría en crisis sería el discurso? La pregunta obligada es si
el discurso disciplinar moderno instituye al interior problemáticas invocando a
sus metodologías resolutivas, o por el contrario; la insistencia de la
discursividad disciplinar moderna en su persistencia simbolizante, no hace más
que resaltar la distancia irreparable entre las palabras y las cosas. Así como
la mirada del niño hacia la pareja parental dentro del esquema de la familia
tradicional burguesa, donde ve a sus padres como un conjunto o totalidad y su
producido discursivo como una unidad, vale decir, el discurso familiar,
"la historia oficial o la verdad". Los discursos disciplinares
sostenidos en las prácticas institucionales leen las problemáticas y aplican sus
métodos, vigilan, castigan, curan o enseñan. Deben combatir la barbarie, pero
no se les ha asignado rendirse, las prácticas no pueden abandonar su objeto, lo
llevan como su sombra, de allí la angustia ante la propia imposibilidad, el
fracaso revive los fundamentos sin cuestionarlos. Pero si los padres de ese
niño por alguna razón se separaran, éste persistiría en imponer su deseo de
unión ante el asedio de una realidad que en primera instancia se presenta
traumática. No solo por el dolor de la separación, sino porque lentamente va
viendo como las discursividades que lo sostenían van entrando en conflicto con
las percepciones, todo ese discurso que tenía sentido en los espacios comunes,
las cenas, los juegos, reuniones cumpleaños y navidades, se va desvaneciendo
ante una realidad que se despliega bajo una dinámica que no logra decodificar
por sí mismo. Los elementos no han desaparecido, siguen existiendo, son
percibidos e identificados, lo que se desvanece es el "vínculo", las
articulaciones, las ligazones. El niño ante el naufragio de los sentidos
conocidos puede sentir que el discurso sigue vigente, pero quién ha
desaparecido es él para ese discurso, es él quién ha desaparecido y no el
discurso. Tal es el estado actual de la adolescencia ante las instituciones, en
particular nos ocuparemos de las Instituciones Educativas.
La adolescencia
Encontramos dos
grandes ejes teóricos para definir la adolescencia, el primero se corresponde
con las teorías clásicas, estas han ubicado como una instancia de pasaje entre
la niñez y la adultez, se corresponden con una lectura madurativa o del
desarrollo. Sostenemos que la primer afirmación no es incorrecta sino que es
insuficiente, lo cual implica que el concepto es más extenso de los que se
presupone, variar el concepto lleva a cambiar el eje desde el cual se la piensa
y clasifica dando lugar a una segunda definición ya no madurativa sino
cultural.
La segunda
definición propone una variación sobre el concepto, no solo como un tiempo
determinado sino como una construcción cultural que ubica a un individuo dentro
de una serie de prácticas e identificaciones. Entonces la adolescencia pasa de
ser un tiempo cronológico vital para ser pensada como una posición subjetiva,
que no se corresponde con un tiempo específico, sino como un trabajo psíquico
constructivo de identidades, instancia a la cual se puede no ingresar y nunca
tramitar, o por el contrario, se ingresa y el sujeto puede nunca salirse de
ella.
La complejidad del
concepto propone la revisión de una serie de contradicciones o usos múltiples
del mismo, por un lado la definíamos anteriormente como puente que une las
costas entre la adultez y la niñez. Por otro lado la adolescencia se presenta
como un proceso constitutivo de identidad en tanto proceso intrínseco necesario.
A la vez la adolescencia aparece como discurso social, donde en la actualidad
se presenta como sinónimo de juventud constante, objeto de consumo y mercado
fértil, tiempo de la vida que vino para quedarse y no como instancia de
transición. También la adolescencia se corresponde con el armado y tránsito por
instituciones que le son propias, la institución que supo albergarla fue el
colegio secundario, posteriormente la universidad, la militancia política etc.
Encontramos
entonces cuatro vectores que componen una estratificación por los cuales se ha
pensado y se la sigue pensando, 1- como tiempo vital más o menos establecido
alrededor de la pubertad 2- como producción cultural 3- como trabajo psíquico
4- como espacio institucional.
Cada uno de estos
ubica toda su complejidad y conflictiva tanto interna como hacia los otros
estratos.
Es precisamente
dentro del sistema educativo donde dicha estratificación muestran su más
profunda convulsión, ya que la educación y su institución paroxística, la
escuela, precisa que determinadas ficciones institucionales se cumplan de un
modo mínimamente estable, el cumplimiento de dicha ficción a base de repetición
la llamamos subjetividad escolar.
La convulsión es el
efecto entonces, entre el discurso que sostiene la ficción educativa y la
persistencia de un producido inclasificable por la lógica clasificatoria que
determina que está dentro o fuera del campo, es dicha lógica quién regula las
acciones dentro del marco institucional. Lo que se instituye en la práctica es
la distorsión.
Tomemos para
ejemplificar algunos de los conflictos más visibles, la escuela solía tomar
como referencia la edad cronológica para ubicar a un alumno dentro del sistema
dentro de determinados parámetros. Dicho parámetro hoy no se corresponde, la
edad cronológica no solo no coincide con los parámetros preestablecidos, sino
que la distorsión satura las posibilidades del método pedagógico. No es lo
mismo enseñarle los contenidos de primer grado a un niño de seis o siete años
que a uno de quince, esto no solo implica una revisión del método de enseñanza
sino a la vez reestablecer un orden de prioridad de los contenidos, pero a la
vez, amerita un debate de la pertinencia de la institución ante determinada
problemática. Vemos entonces la distorsión entre el primer y cuarto estrato, no
coincide tiempo cronológico del alumno con su topos institucional, algo se
desquicia, las secuencias dejan de repetirse repercutiendo sobre la experiencia
como una distorsión. Se rompen las secuencias previsibles, el muchacho de
quince "sabe" menos que el de siete ¿esto lo hace necesariamente un
alumno de segundo grado? Claro que no, la cuestión es si esta situación tiene
lugar en el sistema. No alcanza con ver lo evidente, sino si ello tiene espacio
en la compleja red burocrática que compone lo escolar. Lo que surge en la
institución como una discordancia no es más que la ruptura de un discurso y el
vacío que instala la ausencia de repetición que estabiliza la práctica. Muerta
la repetición toda situación es siempre nueva y para la cual no hay recursos
simbólicos de intervención. Siguiendo con la situación hipotética, qué lugar
tienen un joven de quince si "sabe" menos que el de siete.
Ubicábamos
anteriormente la adolescencia como producción cultural y como trabajo psíquico.
El primero se corresponde con el proyecto de inclusión de un individuo en la
cultura, vale decir del colectivo. El segundo implica que operaciones
subjetivas debe realizar el sujeto para incluirse. A estas operaciones subjetivas
las nominamos trabajo psíquico, el trabajo psíquico del adolescente consiste en
una metabolización compleja, es un trabajo de descomposición recomposición de
los enunciados constitutivos originarios fijados a las instancias
significativas primarias para producir nuevas representaciones orientadas a una
transformación y conformación de una nueva identidad, dicha identidad compone
tanto los destinos sexuales como identitarios del sujeto en su conjunto. Para
ello el adolescente debe desprenderse y re-prenderse, desprenderse de las
ligaduras a la infancia, incluyendo tanto lazos como instituciones y
metodologías infantiles. Si todo va bien, el desprendimiento va acompañado de
un proceso en simultaneo de aprehensión y creación de nuevas formas culturales,
por lo general el adolescente no hace éste trabajo solo, los grupos, las
expresiones artísticas u otras producciones acompañan su despliegue creativo
para diferenciarse de la generación anterior. Esta última compone de alguna
manera la función social de la adolescencia, diferenciar las generaciones.
Diferenciación que no en todas las culturas es posible. Las "fallas"
por así decir en éste proceso, pueden determinar el proyecto de inclusión o no
de un adolescente. Éste último puede ser actor, tanto de su propio proyecto
inclusivo, como de la tragedia de su expulsión. Y al ser expulsado, el
adolescente comienza a transitar caminos marginales o paralelos de la
inclusión, como ser, la delincuencia, las adicciones, una vida compulsiva, la
violencia y otras formas desubjetivadas del lazo y de la ética
Pero no todo
depende solo de él, el trabajo del adolescente no ocurre en solitario, sino en
un marco cultural que hace de sostén, sostén sobre el cual oponerse, sobre el
cual producir, sobre el cual transformar. Lo que destituye el sostén es la
indiferencia, el no registro, la ubicación sobre el otro como humanidad
sobrante, al cual no se le cede, ni se espera por parte del otro que ocupe
algún lugar.
El humano se
caracteriza por crear cultura, haciendo de esta última no solo una construcción
simbólica trascendental sino inmanente, el humano es creador de los lazos y
formas de la vincularidad. El concepto de cultura compone un trabajo complejo
entre lo individual y lo colectivo, Freud[15] despliega el concepto de cultura
bajo dos grandes conjuntos vinculados entre sí, el primero de estos la ubica
como toda construcción humana para ampararse de las fuerzas de la naturaleza.
La segunda como aquello que regula los lazos entre los hombres garantizando
tanto la transmisión de los logros culturales, como la inclusión de los
individuos en ella. Consideramos que son las instituciones culturales quienes
reúnen ambos aspectos, estas son construcciones humanas que despliegan
funciones sociales hominizantes limitando la exposición de los sujetos de modo
directo, siguiendo las expresiones freudianas, a las fuerzas de la naturaleza.
Las instituciones a
la vez regulan los lazos bajo las identificaciones producidas por el poder
instituyente del discurso institucional, implantando una lógica que regula las
formas con las cueles se decodifica la realidad, desplegándose así una lógica
clasificatoria ordenadora de lo simbólico que establece un criterio de lo que
está dentro o fuera, lo posible o lo imposible, lo verdadero y lo falso. El
campo educativo mediante la operatoria sus instituciones, se monta sobre la
lógica clasificatoria disciplinar moderna, y está en tanto producción cultural
intenta establecer un régimen de estabilidad y repetición, vale decir que el
producto reproduzca al productor o que al menos lo reconozca. Pero la cultura
en tanto actividad hominizante, fuente de identificaciones ofrece un suelo
dinámico, impone un trabajo constante, la operatoria de inclusión y el trabajo
identificatorio acompañan al individuo por toda la vida, a esta operación la
denominamos proyecto identificatorio. Este último no siempre encuentra
referencias claras, la cultura no ofrece un marco coordinado de producciones
simbólicas, más bien opera en constante defasaje entre las los discursos,
instituciones y el proyecto identificatorio. Éste es el caso entre la
adolescencia en la actualidad y el campo educativo, estos elementos se
encuentran desfasados, la pregunta es que hace la institución con el defasaje.
Si el proyecto identificatorio es lo que sostiene al Yo en un continuo en el
tiempo y lo lanza al futuro, como trascurre el trabajo adolescente si éste
queda enquistado en el presente continuo. Qué lugar puede ocupar la institución
escolar ante esta problemática. Qué se vuelve prioritario para el muchacho de
quince años que sabe menos que el de siete, aprender a leer y escribir o
establecer un proyecto que lo ubique como individuo en el mundo?.
A partir de estas
elucidaciones podemos abordar las problemáticas de la repitencia adolescente y
la exclusión proponiendo una nueva categoría que es la de expulsión.
Repitencia,
exclusión, expulsión.
Todo campo se funda
bajo un criterio demarcativo, instituye su propia legalidad y una serie de
practicas derivadas, la repitencia escolar es el efecto de la practica escolar,
es una condición de inclusión, establece una excepción en un proceso continuo
propio del tránsito institucional educativo. Un alumno no coincide con lo que
el sistema espera de él, debe repetir para seguir en condiciones de habitar el
espacio y continuar su trayecto. La repitencia está reglamentada, es el
producto de una metodología específica. Es la chance que se permite la
institución y sus herramientas metodológicas de poder ser eficaz donde no lo ha
sido, esto ocurre más allá de las causas de la repitancia. En otras palabras,
el sistema sobrevive a su propia falla, la repitencia entonces, es un intento
de reparación. La pedagogía, desde su lógica interna encuentra allí, una de las
últimas (o la última) trinchera de su práctica: enseñar, lograr que el alumno
aprenda.
Por otra parte,
quién repite acepta la legalidad de la lógica de la repetición, consideramos
fundamental, tomar la repetición no solo como "fracaso" sino como un
orden de inclusión. El alumno que repite sigue en el sistema.
La exclusión
profundiza lo anterior, dice "alguien no puede estar ahí", el loco no
puede convivir con la sociedad, el enfermo no puede estar en contacto con el
cuerpo social, el delincuente no puede estar con las personas decentes. El
muchacho de quince no puede estar con los de siete, ¿cuál sería entonces su
lugar?.
La exclusión es desde
los parámetros de la modernidad, una lógica de la reclusión, hay registro de lo
que no puede estar con el conjunto de las personas, es un existente que debe
ser puesto en condiciones para poder ingresar nuevamente. Si las
rehabilitaciones son eficaces y instituciones encargadas de la reclusión
revierten el estado del excluido, éste puede volver. La lógica disciplinar
excluye todo lo que altera el orden. En la exclusión el modelo panóptico basado
en los discursos disciplinares de la modernidad sigue vigente, la exclusión es
la puesta en acto del discurso disciplinar, allí se celebra su visualización
más nítida.
La expulsión, se
diferencia de las otras, allí se visualiza una dinámica que atraviesa a las
otras aunque difícilmente se haga visible si los cuerpos persisten en el
interior de las instituciones bajo la tutela discursiva y metodológica
disciplinar. Tanto la repitencia como la exclusión son operaciones
disciplinares, son el efecto de la decodificación institucional de una
problemática, son la traducción del acontecer a la vigencia de la propia
práctica. Para ser claros en la diferenciación entre los tres términos
propuestos, la repitencia es representativa de lo que, más allá de su
excepción, aún reúne condiciones de habitar el espacio. La exclusión es
representativa de lo que no puede estar dentro y por lo tanto debe ser ubicado
por fuera, lo excluido ha estado dentro y aún estando fuera, guarda la
potencialidad de ingresar si las condiciones se generan. Lo expulsado, a
diferencia de los otros, es lo que está por fuera, lo impertinente, lo que no
reúne condiciones de habitabilidad, lo que no existe para el discurso
hegemónico, lo que no tiene lugar. Lo expulsado no solo es lo que se encuentra
por fuera, sino aquello que no logra establecer ni los vínculos, ni las
operaciones subjetivas de inclusión necesaria para habitar el espacio
colectivo.
La adolescencia
expulsada es aquella humanidad sobrante, aquel puente al cual se le han
desintegrado las costas, un vivir en pleno estado de contingencia por fuera de
cualquier proyecto posible. Entonces la expulsión va más allá de estar
físicamente dentro o fuera de las instituciones, es estar dentro o no de un
proyecto. La adolescencia expulsada es aquello que irrumpe sistemáticamente en
el interior de las instituciones manteniendo a estas en un estado de
perplejidad constante. No se trata específicamente de una condición económica
marginal del sujeto, sino de la consistencia subjetiva del proyecto.
Las problemáticas
más sobresalientes que aparecen en la adolescencia expulsada son: Alumnos que
han permanecido por años en la institución sin presentar ningún registro del
trayecto realizado. El incremento de prácticas compulsivas, adictivas,
sexuales, son efecto de la negación del otro como un semejante humano y del sí
mismo. Estas descomponen el suelo necesario para la composición de todo vínculo
ético, tanto sea entre pares como con las legalidades institucionales. Esto
último constituye actualmente la base de la violencia escolar como su modo más
visible de expresión. Aquí vemos el pasaje de la rebeldía adolescente a la
desobediencia. El conflicto no emerge como efecto de una oposición sino como un
no registro del otro y la legalidad que los incluye y trasciende.
Hacia una forma de
propuesta:
El análisis del
sistema educativo compone el más claro diagnosticador social, no solo porque en
su interior se despliega la articulación de las prácticas e instituciones
básicas de nuestra sociedad, sino que aún contiene la potencialidad
instituyente de nuevas prácticas y transformaciones, en tanto la institución
educativa se disponga a poner a pensar sus fundamentos.
La problemática
propia de la adolescencia en tránsito por las instituciones escolares se ofrece
como una analizador potente del estado general del sistema. La escuela opera
por supuestos, históricamente no estaba obligada a tener que generar las
condiciones que permiten el aprendizaje como un proceso posible, la escuela se
respaldaba en otras instituciones sociales, la más cercana para dar un ejemplo
es la familia. Agotados los supuestos, la escuela al igual que el adolescente
queda como un puente entre dos costas que se han desintegrado. Por lo tanto, es
hoy una función prioritaria de la escuela crear condiciones de existencia, de
sentido para que todo proyecto se despliegue. Esta función no es atributo o
monopolio de la pedagogía, pero si de la enseñanza, la enseñanza como
transmisión cultural constitutiva del suelo necesario para la composición de un
proyecto identificatorio tanto individual como grupal.
En la práctica con
adolescentes, se torna imprescindible que ellos tengan un espacio sistemático
para poder pensarse a si mismos, un pensarse porque sí, sin ninguna
funcionalidad específica y sin esperar un rendimiento secundario. El
dispositivo para hacerlo no tiene porque tener un formato definido, simplemente
debe existir.
Las escuelas
deberían dar esta posibilidad y ubicar dicha actividad al mismo nivel que los
contenidos curriculares.
Una propuesta tan
simple, pone a prueba la capacidad del sistema educativo de poder pensarse así
mismos y el sentido de su práctica.
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