Para Lacan la psicosis es el resutado de la forclusión del significante del nombre del padre. (ésta es la tesis central de su escrito “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”). El término forclusión proviene del vocabulario jurídico y designa la “prescripción de un derecho no ejercido dentro de los plazos establecidos”. Lacan lo propone como traducción del término verwerung utilizado por Freud. No tendría tanto que ver con la idea de un rechazo sino más bien con una falla en la constitución misma de lo simbólico, incluso con una carencia básica de un significante primordial, un significante que no llegó a inscribirse en el lugar donde se lo esperaba, no llegó a ubicarse en el exterior de la cadena significante, no llegó a constituirse como el elemento excluido que haría consistente al conjunto.
Podríamos decir que, si la eficacia del nombre del padre es solidaria de la constitución de lo simbólico y de una limitación del goce, la forclusión es solidaria del significante en lo real y de emergencias correlativas de goce.
Ahora bien, para que se produzca el desencadenamiento de la psicosis en necesario que el sujeto se sienta requerido, por un llamado proveniente del campo del Otro, a responder desde una referencia que no posee. En los términos de Lacan: “al llamado del nombre del padre responde, no la ausencia del padre real, pues esta ausencia es más que compatible con la presencia del significante, sino con la carencia del significante mismo”.
También plantea Lacan que la relación que un padre mantiene con la Ley debe ser considerada en sí misma y destaca los efectos devastadores que puede producir un padre que ocupa realmente el lugar de legislador o que se lo adjudica, como ocurre en el caso del padre de Schreber, quien cae en la impostura de creerse El padre, El educador, El médico, es decir que se presenta como encarnando el ideal. Es eso lo que Scherber “manda a pasear” en el comienzo de la psicosis, cuando Flechsig, con su “grandilocuencia” y con sus promesas de remisión total de la enfermedad, no hace otra cosa que representar para el sujeto un padre impostor.
Pero, podríamos ahora preguntarnos, ¿cuál es el legado que un padre debe dejar a su hijo? En el seminario II Lacan plantea lo siguiente:
“El padre, el nombre del padre, sostiene la estructura del deseo con la Ley – pero la herencia del padre, que nos designa Kierkegaard, es su pecado.”
O sea, sus faltas o, en términos psicoanalíticos, su castración. En otras palabras, lo más importante que un padre puede transmitir a un hijo es que, en realidad, la tarea de educar está marcada por un imposible, que la justicia es siempre falible, que un padre nunca puede ser un padre perfecto.
Esto nos permite pensar el desencadenamiento de la psicosis desde otra perspectiva: la apelación al nombre del padre no se produce en cualquier momento, sino sólo cuando el sujeto se ve comprometido por su deseo en un acto, en tanto el acto, (a diferencia de lo que pasa en la fantasía donde todo es posible), implica la confrontación con lo imposible.
Los fenómenos clínicos que produce la forclusión se caracterizan, en oposición al síntoma neurótico que es efecto de una sustitución metafórica, por lo que Lacan llama inercia dialéctica. Es lo que sucede cuando el significante ha perdido sus lazos con la cadena significante, ha quedado aislado, en lo real, como un significante que no se liga a nada.
La expresión “el significante en lo real” no significa que lo real constituye un lugar al que sería trasladado el significante. No es el real del mundo exterior, y tampoco se puede decir que preexiste al significante. Más bien hay que entenderlo como la imposibilidad de sentido propia del significante, teniendo en cuenta que el significante se caracteriza por no poder significarse a sí mismo y que sólo encuentra su razón de ser por su oposición al resto de los significantes. Ser lo que los otros no son, o no ser lo que los otros son.
Entonces, si lo real del significante es la imposibilidad de sentido, que sólo alcanza en su articulación significante, al encontrar un sentido por sí mismo, el significante pierde su real, se desrealiza como significante para realizarse como sentido. El significante en lo real no es otra cosa que la ausencia de lo real como excluido del significante.
El neologismo es un claro ejemplo del significante en lo real. Se caracteriza por ser un término indefinible, un significante que no puede ser sustituido por otro, que está siempre como fuera de contexto, como una especie de adoquín en medio de la cadena significante. Otro ejemplo lo encontramos en la certeza. A pesar de las contrapruebas que puede recibir de la realidad, el sujeto psicótico tiene la certeza de que algo de lo que sucede le concierne, se refiere a él, le está dirigido.
En una nota agregada a su escrito “De una cuestión preliminar…” Lacan plantea que el campo de la realidad sólo se sostiene por la extracción del objeto a. Ahora bien, ¿qué sucede cuando ese objeto a, que tendría que haber permanecido como excluido de la realidad, retorna a ella?. Eso dá como resultado la alucinación que, a su vez, produce la desorganización de la realidad por al intrusión del objeto que tendría que haber quedado fuera del campo de la percepción.
Aquí me parece oportuno recordar la diferencia que establece Freud entre la enfermedad propiamente dicha, que consistiría en el retiro de la libido de sus objetos, de los intentos de restitución que, si bien se nos presentan como si fueran la enfermedad, serían verdaderas tentativas de autocuración. Así, el delirio, lejos de constituir un síntoma negativo que habría que eliminar, sería la manera que encuentra el psicótico de reconstruir su realidad. Si además tenemos en cuenta que el desencadenamiento de la psicosis implica la irrupción de un goce mortífero, no regulado, el trabajo que realiza el delirio representa el intento espontáneo, por parte del sujeto psicótico, de comenzar la elaboración de ese goce invasor.
Sólo teniendo en cuenta estas consideraciones puede el analista encontrar su lugar y, en todo caso, su eficacia.
Por estructura, el analista es convocado a ocupar el lugar del Otro del delirio. No tiene otra alternativa. La transferencia va a estar caracterizada por la certeza psicótica de ser odiado en el caso del delirio persecutorio o de ser amado en el caso de la erotomanía. En ambos casos existe la presuposición de que la libido viene del Otro y de que el sujeto ocupa el lugar del objeto del goce del Otro.
Es desde ahí que el analista podrá operar, en primer lugar, absteniéndose de responder a la solicitud del sujeto de encarnar el Otro que sabe y a la vez goza, y en segundo lugar, tratando de orientar el goce por la senda de lo soportable.
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