Elizalde, M. - El estatuto del nombre propio y su especificidad en los fenómenos psicosomáticos


La cuestión del nombre propio y su degradación
En este trabajo nos interesa recorrer algunos articuladores conceptuales con relación a la función del nombre propio, para indagar luego su especificidad, sus vicisitudes, en los fenómenos psicosomáticos.
Seguimos esta línea de indagación, por un lado a partir de ciertos interrogantes surgidos durante el Seminario: "Cuando Freud incorpora lo que se ha dado en llamar su "segunda tópica", el ELLO pasa a configurar un lugar determinante en el inconsciente propiamente dicho que excede el sistema inconsciente y su dominio deseante, y que comprende el campo de la pulsión con su propia lógica de inscripción, vinculada a marcas, huellas o letras (...) Su naturaleza [de imposición de goce del ELLO], congruente con el fenómeno traumático y la determinación holofrásica constituye una serie clínica y representa ese núcleo real que se resiste a la simbolización en la Neurosis de Angustia o el fenómeno psicosomático". Una de las preguntas ejes será justamente acerca de dicha imposición de goce y de la forma de inscripción en los fenómenos psicosomáticos.
Por otra parte, el recorrido en este escrito retoma la hipótesis de Jean Guir, quien considera, en los fenómenos psicosomáticos, una degradación del nombre propio en nombre común.
En este punto nos interesa, entonces, ensayar dicha hipótesis y considerar sus alcances para la dirección de la cura. Para esto, haremos un recorrido por el estatuto de nombre propio y su articulación a la letra.
Si bien el tema de los fenómenos psicosomáticos nos lleva necesariamente a considerar cuestiones tales como el estatuto de la holofrase, la ausencia de afánisis, la especificidad de goce, la inducción significante, entre otras, en este escrito decidimos hacer un recorte específico para profundizarlo conceptualmente.
El nombre propio y la escritura
Para abordar la cuestión del nombre propio, tal como la puntualiza Lacan en el Seminario "La identificación", creemos oportuno articular algunos términos en relación a la lógica del significante.
Lacan establece la relación del significante como batería de significantes con un rasgo único, einziger Zug, que, "en rigor, podría ser sustituido a todos los elementos de lo que constituye la cadena significante, soportar esta cadena por si sólo, y simplemente por ser siempre el mismo".
'Siempre el mismo', mismidad que remite a su función de soporte de la diferencia en la cadena significante, mismidad sin referente, puro trazo que inicia la serie, donde el inicio ordena el retorno de "lo mismo". De tal manera, Lacan en el rasgo unario sitúa la función del significante, redefiniéndolo y situándolo con respecto a la diferencia y a la autodiferencia: lo que distingue al significante es sólo ser lo que los otros no son.
"Es en tanto pura diferencia que la unidad, en su función significante se estructura, se constituye".
El seminario de Lacan contornea la cuestión del uno y su función con respecto a la cadena o serie, pues es justamente esta lógica la que opera en la articulación del sujeto al significante. El uno, unario, permite indicar un comienzo sin origen de una serie que se pone en movimiento a partir de una diferencia; y es a partir de dicha estructura que se constituye el significante.
[...] nada es pensable propiamente sin partir de esto que formulo: el uno como tal es el Otro. Es a partir de esto, de esta estructura básica del uno como diferencia que podemos ver aparecer este origen, de donde se puede ver el significante constituirse, si puedo decir: es en el Otro que la A (de Autre) del A es A, la gran A, como se dice, la gran palabra es soltada.
Si la fecundidad del significante reside en no poder ser en ningún caso idéntico a sí mismo, esta imposibilidad estructural del significante es correlativa de la noción de identificación constitutiva del sujeto más allá de una supuesta identidad.
"Si planteo que no hay tautología posible, no es en tanto la primera a y la segunda a quieran decir cosas distintas; es en el mismo estatuto de a que está inscripto que a no puede ser a, y es con esto que terminé mi discurso la última vez, designándoles en Saussure el punto dónde se dice que a como significante no puede definirse de ninguna manera sino como no siendo lo que los otros significantes son".
El significante se definirá a partir de esta lógica por no ser los otros significantes, de lo cual depende que aún no puede ser él mismo.
Si la constitución del sujeto se opera a partir de identificaciones, y no ya de una presupuesta identidad, dicha constitución se soportará en esa trama de remisiones diferidas por un juego de diferencias. El sujeto se identifica con un significante definido por ser lo que no es, por no ser él mismo, y por remitir a una cadena. Y es como efecto del significante que surge el sujeto como tal.
"El significante como tal sirve para connotar la diferencia en estado puro, y la prueba es que en su primera aparición, el 1 manifiestamente designa la multiplicidad actual".
A partir de este planteo, Lacan interroga el estatuto del nombre, y más especialmente del nombre propio. Indica entonces que en el nombre propio se encuentra la función misma del significante. El nombre propio se presenta como ese significante que constituye el sujeto como uno unario, con una determinada eficacia simbólica: al contar seres y objetos le permite incluirse como aquel que cuenta y se cuenta.
Interroguemos qué es un nombre, y cuál es su función discursiva.
"El nombre es esa marca abierta a la lectura [...] en el significante existe este costado que espera la lectura y es en este nivel donde se sitúa el nombre".
Juan Ritvo, en su artículo Epifanías del nombre del padre y el trauma del nombre propio, plantea una posible articulación entre el nombre propio y el nombre del padre, a partir de la noción de serie tal como fuera trabajada por Lacan en el Seminario 'La identificación':
"No obstante hay una discordancia entre el nombre y el nombre del padre. Ningún nombre, ni siquiera el primero, puede carecer de interpretante. El interpretante es nombre de nombre, nombre que al nombrar la relación del primer nombre con la inexistencia primordial, muestra el abismo que hay entre nombre y nombre; si predico la igualdad de a consigo mismo, agrego un excedente y simultáneamente un defecto: lo impredicable que se sustrae a toda predicación; es decir, la identidad. Toda serie nominal se expande (y halla su límite) entre un no inicial -no del nombre- y el aún que infinitiza la serie- todavía vivo, todavía puedo desear, todavía puedo perder".
Así, no hay nombre primero ni nombre de ese nombre. El nombre del padre funciona como estructura nominal que pone en juego constante una pérdida, pérdida de identidad y a la vez posibilidad de identificación. Se trata de la lógica de la repetición que posibilita una consistencia inacabada, en la medida en que remite a un resto, sin concepto, objeto vacío que producirá nuevos suplementos.
"El nombre propio, simulacro de propio, ejercicio activo de pseudonimia, es como una luz parpadeante en alta mar. (...) Marca diferencial que nada expresa y que, por ello, se presta a dividir al sujeto: al deflacionarse la novela familiar, el sujeto se topa con el núcleo traumático del nombre propio, que consiste en una casi nada significante, en un cuerpo sin esencia, en una verdad sin sustancia".
Lacan propone dar cuenta de la función paterna, en tanto que instauradora de la ley simbólica, por una escritura significante basada en la escritura de la metáfora. "El padre simbólico es el significante o un dato irreductible del mundo significante". El nombre del padre se plantea entonces como significante de la función paterna.
"El Nombre-del-Padre consiste principalmente en la puesta en regla del sujeto con su deseo, respecto del juego de los significantes que lo animan y constituyen su ley".
El Nombre-del-Padre soporta y transmite la represión y la castración simbólica, inscribiendo a través del nombre al sujeto como eslabón intermediario en la secuencia de las generaciones.
"En efecto, el Nombre-del-Padre, al venir en el lugar del Otro inconsciente a simbolizar el falo (originariamente reprimido), redobla en consecuencia la marca de la falta en el Otro (que es también la del sujeto: su rasgo unario) y, por medio de los efectos metonímicos ligados al lenguaje, instituye un objeto causa del deseo. Se establece así entre Nombre-del-Padre y objeto causa del deseo una correlación (...)".
"El enunciado del nombre propio tiene un doble efecto de enunciación; el primero, que llamaré de retroceso hacia delante, instituye una nominación latente pero elidida en la playa dormida de la memoria; el segundo, de avance hacia atrás, descubre el archipiélago y la resaca de una nominación latente y elidida. (...) Lo elidido es el ombligo del nombre propio, ombligo reductible en última instancia, a la ausencia originaria del nombre originario. Elisión virtual que es causa de acto de lectura, lectura plural de los nombres del padre (...)".
Podemos indicar, entonces, que el nombre propio no particulariza sino que identifica a quién llegará hasta allí para identificarse como Otro:
"Identificación, no identidad; es decir, diferencia que se trastoca en autodiferencia, división en acto en el corazón de la ausencia de ser".
Algunas conjeturas sobre el nombre propio y la letra
Philippe Julien, en su ensayo 'El nombre propio y la letra', se detiene en la argumentación de Lacan con respecto al nombre propio y su vinculación con la letra.
Una primera cuestión a señalar es la relación sujeto / significante. Tal como ya detalláramos, el significante representa al sujeto para otro significante, en un estatuto diferencial del signo saussuriano que representa una cosa para alguien. La representación tiene efecto de sujeto en tanto que representado para otro significante; representación en el campo del Otro que Lacan relaciona a la identificación freudiana al trazo unario.
Dice Julien:
"Ein einziger Zug: nombre propio al sujeto. Ahora bien, ¿qué ocurre con este trazo? Responder es plantear la pregunta sobre lo que distingue el nombre propio como tal, por este sesgo, en efecto, aparecerá lo que hay de letra en el significante".
El autor plantea entonces que hay nombre propio cuando se ha establecido un lazo entre una emisión vocal y algo del orden de la letra, afinidad entre tal denominación y una marca inscripta tomada como objeto, tal que lo que hace nombre propio no es el nexo con el sonido sino con la escritura.
El autor expone ciertas conjeturas de Lacan al respecto. Por un lado, establece que la letra no es pura notación del fonema; no es sólo transcripción de la lengua sino que se encontraba ya allí en su materialidad y en un segundo momento sirve para transcribir la lengua por un vuelco funcional.
Una segunda observación de Lacan nos indica que la letra no es la abstracción de una figura concreta en su origen, sino su negación. No se trata del recuerdo en la memoria de la figura del objeto sino su borramiento por el Uno que marca la unicidad del objeto. La escritura nace con la negación:
"El trazo unario destruye y niega todo lo que el objeto tiene de viviente para nuestros sentidos, para retener sólo su unicidad".
Ahora bien, para Julien, el nombre propio muestra más claramente que cualquier otro nombre las conjeturas planteadas en tanto letra o trazo distintivo, marca que lejos de traducirse se transfiere tal cual es. Este planteo se sostiene en la pregunta acerca de ese trazo distintivo que es el nombre propio en su letra y su relación con einziger Zug, trazo del Ideal del Yo:
"¿Es aquello en lo que el sujeto se identifica en el punto donde se ve como siendo visto en el Otro, lugar de los significantes, visto amable, amado y así... narcisísticamente amando en tanto que amado? Para responder a ello es necesario interrogarse sobre lo que ocurre con el sujeto en su relación al nombre".
Tal como lo planteara Lacan en el Seminario IX, a medida que el sujeto habla hay elisión del nombre del sujeto del inconsciente significante original, para siempre urvenrdrängt, lugar del nombre para siempre ausente y elidido del sujeto del inconsciente.
El sujeto humano llega a un universo donde el discurso lo precede y, como metáfora, el Nombre-del-Padre habrá sido, como vimos, el padre del nombre. Al hablar, el hombre desvanece, borra su nombre de sujeto del inconsciente, significante original reprimido para siempre. El nombre propio funciona en cierto sentido como significante 'sigla', que pone en evidencia que el sujeto es vasallo del lenguaje y, más exactamente, de la letra. El nombre propio está pues, articulado a una letra constituyente, que está allí ya antes de ser leída y que recubre el origen en falta.
El nombre propio al nivel del yo (moi) sutura la ausencia del nombre del sujeto del inconsciente. Podemos entonces pensar que el sujeto del inconsciente -en la medida en que no se representa en un signo sino en un significante para otro significante- no tiene nombre que lo designe y es esa falta, casillero vacío, el que permite la puesta en juego del movimiento deseante. El nombre propio se presenta, desde esta perspectiva, como la sutura de la falla que en el Ideal del Yo provoca el inconsciente.
Julien dice:
"La relación entre el inconciente y el nombre propio se establece según el siguiente proceso: 1) El unbewusst freudiano, la equivocación, lejos de confortar al Ideal del Yo introduce en él una falla; 2) En la medida en que el nombre propio tiene función de rasgo del Ideal, trata de subsanarla suturando esta falla; 3) Pero las formaciones del inconciente hacen fracasar la sutura, no pura y simplemente, sino fragmentando las letras del nombre propio para instituir un agujero específico".
El ensayo de Julien se detiene luego en demostrar -a partir del olvido del nombre Signorelli por Freud y a partir de sueños en los que se pone en juego el nombre propio- que lo determinante en el nombre propio, tomado como trazo unario del ideal(24), es la materialidad de la letra.
Roland Chemama, por su parte, plantea que la letra es la base material del significante pero a la vez lo que se distingue de él como lo real se distingue de lo simbólico, estableciéndose un lazo privilegiado entre el nombre propio, el sujeto y el rasgo unario / letra:
"El sujeto se nombra, y esta nominación equivale a la lectura del rasgo uno, pero enseguida se coagula en ese significante uno y se eclipsa, de tal manera que el sujeto se designa por el borramiento de este trazo, como una tachadura [rature, término que en francés se asocia fácilmente con rater: errar el blanco, verbo muy usado y popular, y con la división del sujeto por la barra -sujeto tachado-]".
Cabe puntualizar aquí algunas consideraciones. Creemos que quizás resulte interesante entender a la letra como una paradoja; es una marca - y si es leída se convierte en simbólica- pero a la vez es real, es la marca de lo real. En este sentido es valiosa la idea de Lacan de que toda paradoja en un vagido de lo real. La letra es un vagido de lo real, el punto límite que busca desprender la inscripción psíquica y su borradura de la ilusión de un supuesto conjunto universal de signos, para dar lugar a lo real y sus efectos en la constitución psíquica.
En este punto nos preguntamos ¿Por qué la lógica del significante no alcanzaría - en la elaboración de Lacan- para dar cuenta de la relación del sujeto al lenguaje? ¿Se trata de una necesidad argumental para dar cabida a lo real en la lógica significante, una cabida tal que muestre la insuficiencia significante o simbólica en su capacidad de designación del sujeto? Más aún, ¿los efectos de esa insuficiencia en el sujeto mismo? ¿O se trata de un efecto de lo real mismo en el trabajo de elaboración teórica, esto es, la necesidad que genera lo real en tanto imposible en quien se aboca, como Lacan, a construir conjeturas acerca del sujeto del inconsciente? ¿Queda Lacan, como quienes ensayamos en psicoanálisis, impulsado por eso real a no cesar de argumentar y de allí la necesidad de introducir una nueva perspectiva sobre la letra?
Creemos que estos puntos de tensión que el concepto de letra aporta, nos pueden resultar de utilidad a la hora de pensar sus avatares en los fenómenos psicosomáticos.
Eduardo Foulkes retoma la cuestión del nombre propio desde su función significante, pero resalta a la vez la cuestión de la voz, su lado pulsional. En su aspecto significante, el nombre propio se presenta como una forma muy específica de la nominación, en tanto que certifica una falta y la bordea simbólicamente. La nominación opera en la medida en que se sitúa un significante en el lugar de una falta; todo nombre articula una ausencia en juego, un real no nombrable. Pero en el nombre propio mantiene un estatuto diferencial con respecto a los nombres comunes, pues la falta que articula hace al sujeto mismo:
"En cuanto al nombre propio, conserva toda la vitalidad de la nominación del sujeto y resiste -detrás del goce del Ego y de la función de narcisización que procura-, como garante imprescindible de la nominación, y como borde del agujero del propio cuerpo".
Cuando pensamos el cuerpo en relación a la palabra en su potencialidad anatómica, debemos retener su doble estirpe de objeto y significante, es decir, de voz y de elemento simbólico del habla. El significante, al igual que la voz, también unifica, pero lo hace al calor de la metáfora, en cambio, ésta es sensación corporal, goce propio, especie de pasaje al acto de la unificación, nos diría Lacan, en tanto que acto de institución subjetiva. Con el nombre propio, el Yo conforma su anatomía imaginaria, erógena, siempre en expansión metafórica, pero con el, él también se ejercita en lo no anatómico de su cuerpo o en lo no propio de la anatomía".
La cita precedente resulta de interés en tanto pone de relieve la articulación del nombre propio en los tres registros. Nos señala por un lado que el nombre propio opera como sostén imaginario, unificación yoica, a la vez que en tanto significante certifica y sutura una falta, y circunscribe un real innombrable.
Esta articulación en torno al nombre propio fue planteada a su vez por Foulkes durante el desarrollo del seminario: el nombre propio en su vertiente simbólica designa el referente; en su vertiente imaginaria, representa el significado; y en su sesgo real, aporta lo que ex-siste al significante. El anudamiento de la nominación pone pues en juego esa triple articulación.
Recordemos el planteo de Jean Guir. El autor propone que en las afecciones psicosomáticas se pondría en juego una ruptura de la estructura del nombre propio y su degradación en nombre común, a partir de la propuesta de Lacan de cierta falla en la afánisis del sujeto. En estos fenómenos se trataría pues de una 'suplencia orgánica sobre una falla simbólica que modifica el fenotipo del sujeto':
"A las fallas que el lenguaje presenta en ciertos puntos del discurso, el cuerpo responde de una manera particular: la naturaleza y localización de estos fenómenos en los sujetos revelarán las verdaderas estructuras elementales del parentesco en el seno de la familia".
Retomamos esta cita pues nos da lugar a considerar que si el nombre propio es posible por la operación del Nombre-del-padre, ¿qué significaría entonces una 'degradación' en nombre común? ¿se trata de una manera de formular la no puesta en juego del sujeto en tanto tal en los fenómenos psicosomáticos?
Si reconsideramos la articulación del nombre propio y el rasgo unario, ¿podría este 'degradarse' y dejar de operar en tanto marca primordial?
¿Podría degradarse el lazo -que el nombre propio soporta- entre una emisión vocal y la letra, su nexo no con el sonido sino con la escritura?
Creemos que el término 'degradación' desliza un sentido de deterioro, de algo que ya estaba allí y se resquebraja, pierde su estructura. Por los planteos precedentes creemos que más bien podría pensarse en una insuficiencia del nombre propio, en tanto hay allí identificación al rasgo, pero como vimos, se trata de una identificación que falla en alguno de sus puntos.
Si el trazo unario 'destruye y niega todo lo que el objeto tiene de viviente para nuestros sentidos, para retener sólo su unicidad' - tal la cita de Julien- podemos inferir que en las afecciones psicosomáticas algo de esa destrucción / negación que debe ejecutar la inscripción de la letra no ha operado. Hay una negación primordial en insuficiencia.
Entendemos que Foulkes piensa la afirmación de Guir en la misma dirección:
"Ulcera, asma, psoriasis, son los nombres comunes que vienen a desplazar de su lugar al nombre propio, absorbiendo su identidad y eclipsando junto con la sospecha al ser del sujeto, ya que hay una falla de la "falla" que lo constituye".
Foulkes avanza en esta dirección y se pregunta acerca de la causa de esta degradación del nombre, proponiendo una falla de la Metáfora Paterna en su capacidad de remitir al sujeto a otro significante que el del deseo materno. La falla se opera en la remisión significante tal que el significante del deseo materno se impone al sujeto, como en el caso del reflejo condicionado, donde una campana, que nada tiene que ver con la comida, produce una modificación orgánica.
El fenómeno psicosomático pues, "(...) representa al significante de una nominación fallida del cuerpo erógeno. Es correcto afirmar que se trata de una filiación suplente que intenta suplir una filiación simbólica no advenida, que si calificamos de parcial, no es tanto por tratarse de un pedazo de cuerpo, sino por representar un fuera de combate reversible del Nombre del Padre en lugar de su inexistencia como ocurre en la psicosis".
Tal como lo expusiéramos, el nombre propio, nombre que no es un nombre, nombre del inconsciente, tiene valor de ombligo en tanto marca de un corte y opera como condición de la existencia. Hemos puntualizado al respecto que funciona como el significante privilegiado en torno al cual se amarra el sujeto y se constituye desapareciendo; opera como el sostén de las identificaciones que fundan la operación reflexiva, en el sentido lógico del término, y la autoreferencia imaginaria; como trazo unario permite no sólo decir yo (como shifter), sino también y fundamentalmente nombrarse.
Si el nombre propio es un significante privilegiado que nombra al sujeto del inconsciente, y en tanto tal lo ausenta -afánisis-, en el fenómeno psicosomático no hay -o hay en forma fallida- tal ausencia que hace posible la función del sujeto deseante. Hay una falla en la nominación del sujeto que le permita ser uno, uno diferente de otros, y por ende del Otro; hay una imposibilidad puntual de marcar una diferencia, de inscribir una diferencia.
Si el trazo unario presenta una doble valencia, una de sutura y otra de significante de la falta en el Otro como señalización del vacío, tal inscripción no ha operado, en las afecciones psicosomáticas, en forma acabada. En un punto parece no haber marca del vacío ni sutura del mismo; hay organismo, soma, superficie de inscripción del deseo / goce del Otro(33) como inscripción de lo mismo. Este punto es, como vemos, paradojal, porque como inscripción registra una diferencia, pero en cierto aspecto en el fenómeno psicosomático la diferencia se inscribe inoperante, no articula su eficacia para el sujeto. La ineficacia se traduciría en la imposibilidad del sujeto de 'ser lo que los otros no son' y más aún, de no articular la autodiferencia, posibilidad que da el significante de ser diferente a sí mismo. El fenómeno psicosomático, en este sentido, pareciera hacer consistir una cierta identidad, dar consistencia al ser en lugar de cavar un vacío para el deseo. El trazo unario en estas afecciones pareciera pues funcionar dando espesura al ser y no otorgando un lugar al sujeto del deseo inconsciente.
Retomando la línea de pensamiento planteada por Philippe Julien, el unbewusst freudiano, inconsciente / equivocación, enclava en una falla en el Ideal de Yo, y el nombre propio, como función de rasgo del Ideal, sutura dicha falla; las formaciones del inconsciente hacen pues fracasar la sutura para instaurar un agujero específico.
Si las formaciones del inconsciente hacen naufragar esa sutura: ¿Cuál es la operatoria de los fenómenos psicosomáticos? Al parecer, por el contrario, estas afecciones fallan en tanto no se logra 'instituir un agujero específico'.
Si el nombre propio opera como marca diferencial -que nada expresa y que se presta a dividir al sujeto, tal que éste se topa con el núcleo traumático del nombre propio, esa casi nada significante, cuerpo sin esencia, verdad sin sustancia- en los fenómenos psicosomáticos parecerá tratarse más bien de un significante que lejos de habilitar al sujeto, da una consistencia muda a una 'esencia' del cuerpo, sustancializa la verdad, signo que nombra acabadamente a 'la cosa' nunca perdida. En el punto del fenómeno psicosomático, el cuerpo se esencia y allí nada tiene que decir ni que desear.

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