Introducción
La oposición
entre psicología individual y psicología social o de las masas, que a primera
vista quizá nos parezca muy sustancial, pierde buena parte de su nitidez si se
la considera más a fondo.
La relación
del individuo con sus padres y hermanos, con su objeto de amor, con su maestro
y con su médico, vale decir, todos los vínculos que han sido hasta ahora indagados
preferentemente por el psicoanálisis, tienen derecho a reclamar que se los considere
fenómenos sociales. Ahora bien, cuando se habla de psicología social o de las masas,
se suele prescindir de estos vínculos y distinguir como objeto de la indagación
la influencia simultánea ejercida sobre el individuo por un gran número de personas
con quienes está ligado por algo, al par que en muchos aspectos pueden serle ajenas.
Por tanto, la psicología de las masas trata del individuo como miembro de un
linaje, de un pueblo, de una casta, de un estamento, de una institución, o como
integrante de una multitud organizada en forma de masa durante cierto lapso y
para determinado fin. Obtendremos ambas cosas citando un libro que con justicia
se ha hecho famoso, el de Le Bon, Psicología de las masas.
¿Qué es entonces una «masa», qué le presta la capacidad de influir
tan decisivamente sobre la vida anímica del individuo, y en qué consiste la
alteración anímica que impone a este último?
Responder esas tres preguntas es la tarea de una psicología
teórica de las masas. Hay ideas y sentimientos que sólo emergen o se convierten
en actos en los individuos ligados en masas.
Tomándonos la
libertad de jalonar la exposición de Le Bon mediante nuestras glosas, hagamos
notar en este punto: Si los individuos dentro de la masa están ligados en una
unidad, tiene que haber algo que los una, y este medio de unión podría ser
justamente lo característico de la masa.
«Es fácil verificar la gran diferencia que existe entre un
individuo perteneciente a una masa y un individuo aislado, pero es más difícil
descubrir las causas de esa diferencia.
En la masa, opina Le Bon, desaparecen las adquisiciones de los
individuos y, por tanto, su peculiaridad.
Así se engendraría un carácter promedio en los individuos de la
masa. Y tendrá tanto menos motivo para controlarse cuanto que, por ser la masa
anónima, y por ende irresponsable, desaparece totalmente el sentimiento de la
responsabilidad que frena de continuo a los individuos».
Nos bastaría con decir que el individuo, al entrar en la masa,
queda sometido a condiciones que le permiten echar por tierra las represiones
de sus mociones pulsionales inconcientes. Hace ya mucho afirmamos que el núcleo
de la llamada conciencia moral es la «angustia social» (ver nota).
En la multitud, todo sentimiento y todo acto son contagiosos, y en
grado tan alto que el individuo sacrifica muy fácilmente su interés personal al
interés colectivo. Esta aptitud es enteramente contraria a su naturaleza, y el
ser humano sólo es capaz de ella cuando integra una masa».
«Una tercera causa, por cierto la más importante, determina en los
individuos de una masa particulares propiedades, muy opuestas a veces a las del
individuo aislado.
Tal es aproximadamente el estado del individuo perteneciente a una
masa psicológica.
«Los principales rasgos del individuo integrante de la masa son,
entonces: la desaparición de la personalidad conciente, de los sentimientos e
ideas en el mismo sentido por sugestión y contagio, y la tendencia a trasformar
inmediatamente en actos las ideas sugeridas. El individuo deja de ser él mismo;
se ha convertido en un autómata carente de voluntad».
Acaso la mejor interpretación de sus tesis consista en referir el
contagio al efecto que los miembros singulares de la masa ejercen unos sobre
otros, mientras que los fenómenos de sugestión discernibles en la masa
-equiparados por Le Bon al influjo hipnótico- remitirían a otra fuente.
Resta todavía un punto de vista importante para formular un juicio
sobre el individuo de la masa: «Además, por el mero hecho de pertenecer a una
masa organizada, el ser humano desciende varios escalones en la escala de la
civilización. Aislado, era quizás un individuo culto; en la masa es un bárbaro,
vale decir, una criatura que actúa por instinto. Le Bon se detiene
particularmente en la merma de rendimiento intelectual experimentada por el individuo
a raíz de su fusión en la masa (ver
nota).
Dejemos ahora a los individuos y atendamos a la descripción del
alma de las masas tal como Le Bon la bosqueja.
La masa es impulsiva, voluble y excitable. Abriga un sentimiento
de omnipotencia; el concepto de lo imposible desaparece para el individuo
inmerso en la masa (ver nota).
La masa es extraordinariamente influible y crédula; es acrítica,
lo improbable no existe para ella. Los sentimientos de la masa son siempre muy
simples y exaltados. Por eso no conoce la duda ni la incerteza (ver nota).
(Ver nota)
Inclinada ella misma a todos los extremos, la masa sólo es
excitada por estímulos desmedidos. Quiere ser dominada y sometida, y temer a
sus amos.
Para juzgar correctamente la moralidad de las masas es preciso
tener en cuenta que al reunirse los individuos de la masa desaparecen todas las
inhibiciones y son llamados a una libre satisfacción pulsional todos los
instintos crueles, brutales, destructivos, que dormitan en el individuo como
relictos del tiempo primordial. Pero, bajo el influjo de la sugestión, las
masas son capaces también de elevadas muestras de abnegación, desinterés,
consagración a un ideal. Mientras que en el individuo aislado la ventaja
personal es a menudo el móvil exclusivo, rara vez predomina en las masas. Puede
hablarse de una moralización del individuo por la masa.
Otros rasgos de la caracterización de Le Bon echan viva luz sobre
la licitud de identificar el alma de las masas con el alma de los primitivos.
Pero lo mismo ocurre en la vida anímica inconciente de los individuos, de los
niños y de los neuróticos, como el psicoanálisis lo ha demostrado hace tiempo
(ver nota).
Además, la masa está sujeta al poder verdaderamente mágico de las
palabras; estas provocan las más temibles tormentas en el alma de las masas, y
pueden también apaciguarla.
Y por último: Las masas nunca conocieron la sed de la verdad. La
masa es un rebaño obediente que nunca podría vivir sin señor.
Si la necesidad de la masa solicita un conductor, este tiene que
corresponderle con ciertas propiedades personales. Para suscitar la creencia de
la masa, él mismo tiene que estar fascinado por una intensa creencia (en una
idea); debe poseer una voluntad poderosa, imponente, que la masa sin voluntad
le acepta. Le Bon enumera después las diversas clases de conductores y los
medios por los cuales influyen sobre la masa.
Se tiene la impresión de que las consideraciones de Le Bon sobre
el papel del conductor y el prestigio no están a la altura de su brillante descripción
del alma de las masas.
Las dos tesis que contienen las opiniones más importantes de Le
Bon (la inhibición colectiva del rendimiento intelectual y el aumento de la
afectividad en la masa) habían sido formuladas poco antes por Sighele (ver
nota). Sin duda, todos los fenómenos antes descritos del alma de las masas han
sido correctamente observados; pero también es posible individualizar otras
exteriorizaciones de la formación de masa, opuestas por completo a aquellas, y
de las cuales se deriva por fuerza una estimación mucho más alta del alma de
las masas.
También Le Bon estaba dispuesto a admitir que, en ciertas
circunstancias, la eticidad de las masas puede ser más alta que la de los
individuos que la componen, y que sólo las colectividades son capaces de un
altruismo y una consagración elevados: «Mientras en el individuo aislado la
ventaja personal es a menudo el móvil exclusivo, rara vez predomina en las
masas» (1895 [traducción al alemán], pág. 38).
En vista de estas contradicciones totales, parece que la labor de
la psicología de las masas no daría fruto alguno. Es probable que bajo el nombre
de «masas» se hayan reunido formaciones muy diversas, que deberían separarse.
Es innegable que las pinturas de estos autores se han visto influidas por los
caracteres de las masas revolucionarias, en particular las de la gran
Revolución Francesa. Las afirmaciones opuestas provienen de la apreciación de
aquellas masas o asociaciones estables a que los seres humanos consagran su
vida y que se encarnan en las instituciones de la sociedad. Las masas de la
primera variedad son con respecto a las de la segunda, por así decir, como las
olas breves, pero altas, del mar con respecto a las mareas.
En el caso más simple -dice-, la masa (group) no posee
organización alguna, o la tiene ínfima. Designa «multitud» (crowd) a una masa
así. Mientras más fuertes sean estas relaciones de comunidad («this mental
homogeneity»), con tanto mayor facilidad se forma a partir de los individuos
una masa psicológica, y tanto más llamativas son las manifestaciones de un
«alma de la masa».
Mc-Dougall explica este «ser-arrastrado» del individuo por lo que
llama el «principle of direct induction of emotion by way of the primitive
sympathetic response», vale decir, el contagio de sentimientos que ya conocemos
(ver nota). Y esta compulsión {Zwang} automática se vuelve tanto más fuerte
cuantas más son las personas en que se nota simultáneamente el mismo afecto.
Las mociones afectivas más groseras y simples son las que tienen las mayores
probabilidades de difundirse de tal modo en una masa.
Este mecanismo del incremento del afecto es favorecido aún por
algunas otras influencias que parten de la masa.
Tampoco McDougall cuestiona la tesis de la inhibición colectiva de
la inteligencia dentro de la masa.
El juicio global de McDougall sobre el rendimiento psíquico de una
masa simple, «no organizada», no es más amable que el de Le Bon.
Puesto que McDougall opone la conducta de las masas altamente
organizadas a la aquí descrita, sentimos una particular urgencia en averiguar
en qué consiste esa organización y cuáles son los factores que la producen. El
autor enumera cinco de estas «principal conditions» para que la vida anímica de
la masa se eleve de nivel.
La primera condición básica es cierto grado de continuidad en la
persistencia de la masa. Puede ser material o formal; la primera, cuando las
mismas personas permanecen un tiempo prolongado en la masa, y la segunda,
cuando dentro de la masa se desarrollan ciertas posiciones que pueden asignarse
a personas que se releven unas a otras.
La segunda condición es que se haya creado en los individuos de la
masa una determinada representación acerca de la naturaleza, función,
operaciones y exigencias de aquella, de suerte que de ahí pueda derivarse para
ellos un vínculo afectivo con la masa en su conjunto.
La tercera es que la masa esté en relación con otras formaciones
de masa semejantes a ella pero divergentes en muchos puntos.
Según McDougall, cuando se cumplen estas condiciones quedan
canceladas las desventajas psíquicas de la formación de masa.
A nuestro parecer, la condición que McDougall llama «organización»
de la masa puede describirse más justificadamente de otro modo. La tarea
consiste en procurar a la masa las mismas propiedades que eran características del
individuo y se le borraron por la formación de masa. Y si de tal modo
reconocemos que la meta es dotar a la masa con los atributos del individuo, nos
viene a la memoria una sustanciosa observación de W. Trotter (ver nota) quien
discierne en la inclinación a formar masa una continuación biológica del
carácter pluricelular de todos los organismos superiores. (ver nota agregada en
1923)
Sugestión y
libido
Hemos partido del hecho básico de que en una masa el individuo
experimenta, por influencia de ella, una alteración a menudo profunda de su
actividad anímica., Se nos dijo que estos elementos, con frecuencia indeseados,
pueden contrarrestarse, al menos en parte, mediante una «organización» más
elevada de las masas, pero ello no puso en entredicho el hecho básico de la
psicología de las masas: las dos tesis del incremento del afecto y de la
inhibición del pensamiento en la masa primitiva. Ahora nuestro interés consiste
en hallar la explicación psicológica de ese cambio anímico que los individuos
sufren en la masa.
La explicación alternativa que nos ofrecen los autores que
escriben sobre sociología y psicología de las masas es siempre la misma, aunque
bajo nombres variables: la palabra ensalmadora «sugestión».
Ahora bien, en el psicoanálisis estas pulsiones de amor son
llamadas a potiori, y en virtud de su origen, pulsiones sexuales.
Ensayemos, entonces, con esta premisa: vínculos de amor (o,
expresado de manera más neutra, lazos sentimentales) constituyen también la
esencia del alma de las masas.
La primera, que evidentemente la masa se mantiene cohesionada en
virtud de algún poder.
Dos masas
artificiales: Iglesia y ejército
Recordemos, de la morfología de las masas, que pueden distinguirse
muy diferentes clases de masas y orientaciones opuestas en su conformación. Hay
masas muy efímeras, y las hay en extremo duraderas; homogéneas, que constan de
individuos de la misma clase, y no homogéneas; masas naturales y artificiales,
que para su cohesión requieren, además, una compulsión externa; masas
primitivas y articuladas, altamente organizadas. Y en total oposición a lo que
es habitual, nuestra indagación no escogerá como punto de partida una formación
de masa relativamente simple, sino masas de altos grados de organización,
duraderos, artificiales. Los ejemplos más interesantes de tales formaciones son
la Iglesia -la comunidad de los creyentes- y el ejército.
Iglesia y ejército son masas artificiales, vale decir, se emplea
cierta compulsión externa para prevenir su disolución (ver nota) e impedir
alteraciones de su estructura. Respecto de cada individuo de la masa creyente,
El se sitúa como un bondadoso hermano mayor; es para ellos un sustituto del
padre. Todas las exigencias que se dirigen a los individuos derivan de este
amor de Cristo. Un sesgo democrático anima a la Iglesia, justamente porque
todos son iguales ante Cristo, todos tienen idéntica participación en su amor.
La respuesta sería que constituyen un caso diverso de ligazón de masas, ya no
tan simple, y como lo muestran los ejemplos de grandes conductores militares
-César, Wallenstein, Napoleón-, tales ideas no son indispensables para la
pervivencia de un ejército.
Notemos que en estas dos masas artificiales cada individuo tiene
una doble ligazón libidinosa: con el conductor (Cristo, general en jefe) y con
los otros individuos de la masa. Nos está pareciendo que vamos por el camino correcto,
que permitiría esclarecer el principal fenómeno de la psicología de las masas:
la falta de libertad del individuo dentro de ellas.
Otro indicio de lo mismo, a saber, que la escencia de una masa
consistiría en las ligazones libidinosas existentes en ella, nos lo proporciona
también el fenómeno del pánico, que puede estudiarse mejor en las masas
militares. El pánico se genera cuando una masa de esta clase se descompone. Lo
que sucede es que la angustia pánica supone el aflojamiento de la estructura
libidinosa de la masa y esta reacciona justificadamente ante él, y no a la
inversa (que los vínculos libidinosos de la masa se extingan por la angustia
frente al peligro).
Estas observaciones en modo alguno contradicen la tesis de que la
angustia crece enormemente en la masa por inducción (contagio). Si le damos la
acepción de «angustia de masas», podemos establecer una vasta analogía. De
igual modo, el pánico nace por el aumento del peligro que afecta a todos, o por
el cese de las ligazones afectivas que cohesionaban a la masa; y este último
caso es análogo a la angustia neurótica (ver nota). No hay duda posible: el
pánico significa la descomposición de la masa; trae por consecuencia el cese de
todos los miramientos recíprocos que normalmente se tienen los individuos de la
masa.
La descomposición de una masa religiosa no es tan fácil de observar.
Lo que sale a la luz, a raíz de esa descomposición de la masa
religiosa supuesta en la novela, no es angustia, para la cual no hay ocasión;
son impulsos despiadados y hostiles hacia otras personas, a los que el amor de
Cristo, igual para todos, había impedido exteriorizarse antes (ver nota).
Otras tareas
y orientaciones de trabajo
Hemos investigado hasta ahora dos masas artificiales, y hallamos
que están gobernadas por lazos afectivos de dos clases. Uno, la ligazón con el
conductor, parece -al menos para las masas consideradas- más influyente que el
otro, la ligazón de los individuos entre sí.
Habría que partir de la comprobación de que una multitud de seres
humanos no es una masa hasta que no se establecen en ella los mencionados
lazos, pero debería admitirse que en cualquier multitud se manifiesta con harta
facilidad la tendencia a la formación de una masa psicológica. Averiguar si las
masas con conductor son las más originarias y completas, y si en las otras el
conductor puede ser sustituido por una idea, algo abstracto, respecto de lo
cual las masas religiosas, con su jefatura invisible, constituirían la
transición; si ese . Cabe preguntarse, además, si el conductor es realmente
indispensable para la esencia de la masa, y cosas por el estilo.
Pero todas estas cuestiones, acaso tratadas en parte en la
bibliografía sobre psicología de las masas, no podrían desviar nuestro interés
de los problemas psicológicos básicos que la estructura de una masa nos ofrece.
Lo primero que nos cautiva es una reflexión que promete demostrarnos, por el
camino más corto, que son ligazones libidinales las que caracterizan a una
masa.
Consideremos el modo en que los seres humanos en general se
comportan afectivamente entre sí.
Pero toda esta intolerancia desaparece, de manera temporaria o
duradera, por la formación de masa y en la masa. El amor por sí mismo no
encuentra más barrera que el amor por lo ajeno, el amor por objetos (ver nota).
Esta se apuntala en la satisfacción de las grandes necesidades vitales, y
escoge como sus primeros objetos a las personas que participan en dicho
desarrollo (ver nota).
Por tanto, si en la masa aparecen restricciones del amor propio
narcisista que no tienen efecto fuera de ella. he ahí un indicio concluyente de
que la esencia de la formación de masa consiste en ligazones libidinosas recíprocas
de nuevo tipo entre sus miembros.
Ahora una pregunta se impone, acuciante, a nuestro interés: ¿Cuál
es la índole de esas ligazones existentes en el interior de la masa? En la
doctrina psicoanalítica de las neurosis nos hemos ocupado hasta ahora casi
exclusivamente de la ligazón que establecen con sus objetos aquellas pulsiones
de amor que persiguen todavía metas sexuales directas. Es manifiesto que en la
masa no puede tratarse de esta clase de metas. Ahora bien, ya dentro del marco
de la ordinaria investidura sexual de objeto, hemos notado fenómenos que
corresponden a un desvío de la pulsión respecto de su meta sexual. Ahora
dedicaremos mayor atención a estos fenómenos del enamoramiento, con la fundada
expectativa de hallar en ellos relaciones trasferibles a los lazos interiores
de las masas. De hecho, por el psicoanálisis averiguamos que existen todavía
otros mecanismos de ligazón afectiva: las llamadas identificaciones; son
procesos insuficientemente conocidos, difíciles de exponer, cuya indagación nos
alejará un buen rato del tema de la psicología de las masas.
El varoncito manifiesta un particular interés hacia su padre;
querría crecer y ser como él, hacer sus veces en todos los terrenos. Digamos,
simplemente: toma al padre como su ideal.
Contemporáneamente a esta identificación con el padre, y quizás
antes, el varoncito emprende una cabal investidura de objeto de la madre según
el tipo del apuntalamiento [anaclítico] (ver nota). Muestra entonces dos lazos
psicológicamente diversos: con la madre, una directa investidura sexual de objeto;
con el padre, una identificación que lo toma por modelo. El pequeño nota que el
padre le significa un estorbo junto a la madre; su identificación con él cobra
entonces una tonalidad hostil, y pasa a ser idéntica al deseo de sustituir tal
padre también junto a la madre. Puede ocurrir después que el complejo de Edipo
experimente una inversión, que se tome por objeto al padre en una actitud
femenina, un objeto del cual las pulsiones sexuales directas esperan su
satisfacción; en tal caso, la identificación con el padre se convierte en la
precursora de la ligazón de objeto que recae sobre él. Lo mismo vale para la
niña, con las correspondientes sustituciones (ver nota).
Es fácil expresar en una fórmula el distingo entre una
identificación de este tipo con el padre y una elección de objeto que recaiga
sobre él. La primera ligazón ya es posible, por tanto, antes de toda elección
sexual de objeto. La identificación puede ser la misma que la del complejo de
Edipo, que implica una voluntad hostil de sustituir a la madre, y el síntoma
expresa el amor de objeto por el padre; realiza la sustitución de la madre bajo
el influjo de la conciencia de culpa: «Has querido ser tu madre, ahora lo eres
al menos en el sufrimiento». 0 bien el síntoma puede ser el mismo que el de la
persona amada («Dora», por ejemplo, imitaba la tos de su padre); en tal caso no
tendríamos más alternativa que describir así el estado de cosas: La identificación
remplaza a la elección de objeto; la elección de objeto ha regresado hasta la
identificación.
Hay un tercer caso de formación de síntoma, particularmente
frecuente e importante, en que la identificación prescinde por completo de la
relación de objeto con la persona copiada. Mientras más significativa sea esa
comunidad, tanto más exitosa podrá ser la identificación parcial y, así, corresponder
al comienzo de una nueva ligazón.
Ya columbramos que la ligazón recíproca entre los individuos de la
masa tiene la naturaleza de una identificación de esa clase (mediante una
importante comunidad afectiva), y podemos conjeturar que esa comunidad reside
en el modo de la ligazón con el conductor. Llamativa en esta identificación es
su amplitud: trasmuda al yo respecto de un componente en extremo importante (el
carácter sexual), según el modelo de lo que hasta ese momento era el objeto.
Como he dicho en otro lugar, la sombra del objeto ha caído sobre el yo (ver
nota). La introyección del objeto es aquí de una evidencia innegable.
Pero antes de que podamos aplicar este material a la comprensión
de la organización libidinosa de una masa debemos tomar en cuenta algunas otras
relaciones recíprocas entre objeto y yo (ver nota).
En una serie de casos, el enamoramiento no es más que una
investidura de objeto de parte de las pulsiones sexuales con el fin de alcanzar
la satisfacción sexual directa, lograda la cual se extingue; es lo que se llama
amor sensual, común.
La notable historia de desarrollo por la que atraviesa la vida
amorosa de los seres humanos viene a agregar un segundo factor. Pero es más
común que el adolescente logre cierto grado de síntesis entre el amor no
sensual, celestial, y el sensual, terreno; en tal caso, su relación con, el
objeto sexual se caracteriza por la cooperación entre pulsiones no inhibidas y
pulsiones de meta inhibida. Pero esto nos permite orientarnos mejor;
discernimos que el objeto es tratado como el yo propio, y por tanto en el enamoramiento
afluye al objeto una medida mayor de libido narcisista (ver nota). El objeto,
por así decir, ha devorado al yo.
Esto ocurre con particular facilidad en el caso de un amor
desdichado, inalcanzable; en efecto, toda satisfacción sexual rebaja la
sobrestimación sexual. Las coincidencias son llamativas. La misma sumisión
humillada, igual obediencia y falta de crítica hacia el hipnotizador como hacia
el objeto amado (ver nota). Además, la total ausencia de aspiraciones de meta
sexual no inhibida contribuye a que los fenómenos adquieran extrema pureza.
Ahora bien, por otra parte podemos decir -si se admite la
expresión- que el vínculo hipnótico es una formación de masa de dos. La
hipnosis no es un buen objeto de comparación para la formación de masa porque
es, más bien, idéntica a esta. De la compleja ensambladura de la masa ella
aísla un elemento: el comportamiento del individuo de la masa frente al conductor.
Esta restricción del número diferencia a la hipnosis de la formación de masa,
así como la ausencia de aspiración directamente sexual la separa del
enamoramiento.
Es interesante ver que justamente las aspiraciones sexuales de
meta inhibida logren crear ligazones tan duraderas entre los seres humanos.
Ahora bien, las elucidaciones anteriores nos han preparado
acabadamente para indicar la fórmula de la constitución libidinosa de una masa;
al menos, de una masa del tipo considerado hasta aquí, vale decir, que tiene un
conductor y no ha podido adquirir secundariamente, por un exceso de «organización»,
las propiedades de un individuo. Esta condición admite representación gráfica:
El instinto
gregario
Por poco tiempo gozaremos de la ilusión de haber resuelto con esta
fórmula el enigma de la masa.
Tenemos derecho a decirnos que las extensas ligazones afectivas
que discernimos en la masa bastan por sí solas para explicar uno de sus caracteres:
la falta de autonomía y de iniciativa en el individuo, la uniformidad de su reacción
con la de todos los otros, su rebajamiento a individuo-masa, por así decir. El
individuo se siente incompleto («íncomplete») cuando está solo. Además, por
largo tiempo no se observa en el niño nada de un instinto gregario o sentimiento
de masa. Rivales al comienzo, han podido identificarse entre sí por su parejo
amor hacia el mismo objeto. Hasta donde hoy podemos penetrar ese proceso, dicho
cambio parece consumarse bajo el influjo de una ligazón tierna común con una
persona situada fuera de la masa. Ya al elucidar las dos masas artificiales, la
Iglesia y el ejército, averiguamos que su premisa era que todos fueran amados
de igual modo por uno, el conductor. Pero no olvidemos que la exigencia de
igualdad de la masa sólo vale para los individuos que la forman, no para el conductor.
Todos los individuos deben ser iguales entre sí, pero todos quieren ser gobernados
por uno.
La masa y la
horda primordial
En 1912 recogí la conjetura de Darwin, para quien la forma
primordial de la sociedad humana fue la de una horda gobernada despóticamente
por un macho fuerte.
Las masas humanas vuelven a mostrarnos la imagen familiar del
individuo hiperfuerte en medio de una cuadrilla de compañeros iguales, esa
misma imagen contenida en nuestra representación de la horda primordial.
De este modo, la masa se nos aparece como un renacimiento de la
horda primordial. Así como el hombre primordial se conserva virtualmente en
cada individuo, de igual modo la horda primordial se restablece a partir de una
multitud cualquiera de seres humanos; en la medida en que estos se encuentran
de manera habitual gobernados por la formación de masa, reconocemos la
persistencia de la horda primordial en ella. Tenemos que inferir que la
psicología de la masa es la psicología más antigua del ser humano; lo que hemos
aislado como psicología individual, dejando de lado todos los restos de masa,
se perfiló más tarde, poco a poco, y por así decir sólo parcialmente a partir
de la antigua psicología de la masa. La psicología individual tiene que ser por
lo menos tan antigua como la psicología de masa, pues desde el comienzo hubo
dos psicologías: la de los individuos de la masa y la del padre, jefe,
conductor. Los individuos estaban ligados del mismo modo que los hallamos hoy,
pero el padre de la horda primordial era libre.
El padre primordial de la horda no era todavía inmortal, como pasó
a serlo más tarde por divinización. Cuando moría debía ser sustituido; lo
remplazaba probablemente un hijo más joven que hasta entonces había sido individuo-masa
como los demás. Los compelió, por así decir, a la psicología de masa. Sus celos
sexuales y su intolerancia pasaron a ser, en último análisis, la causa de la
psicología de la masa (ver nota).
Al que fue su continuador se le abrió también la posibilidad de la
satisfacción sexual y, por tanto, la de salir de las condiciones de la
psicología de masa. En un apéndice [AE, 18, págs. 130 y sigs.] volveremos sobre
este vínculo del amor con la formación del carácter.
La fuerza inquebrantable de la familia en cuanto formación de masa
natural descansa en que esa premisa necesaria, el idéntico amor del padre,
puede realizarse en ella.
Pero todavía esperamos algo más de la reconducción de la masa a la
horda primordial. Debe allanarnos lo que hay aún de misterioso y no comprendido
en la formación de masa, y que se oculta tras las enigmáticas palabras de
«hipnosis» y «sugestión». Es que sólo así podemos concebir la relación de un
individuo de la horda primordial con el padre primordial. El conductor de la
mas, sigue siendo el temido padre primordial; la masa quiere siempre ser
gobernada por un poder irrestricto, tiene un ansía extrema de autoridad: según
la expresión de Le Bon, sed de sometimiento. El padre primordial es el ideal de
la masa, que gobierna al yo en remplazo del ideal del yo. Hay buenos fundamentos
para llamar a la hipnosis una masa de dos; en cuanto a la sugestión, le cabe
esta definición: es un convencimiento que no se basa en la percepción ni en el
trabajo de pensamiento, sino en una ligazón erótica (ver nota).
Cada individuo es miembro de muchas masas, tiene múltiples
ligazones de identificación y ha edificado su ideal del yo según los más
diversos modelos. Estas formaciones de masa duraderas y permanentes llaman
menos la atención del observador, por sus efectos uniformes y continuados, que
las masas efímeras, de creación súbita, de acuerdo con las cuales Le Bon
bosquejó su brillante caracterización psicológica del alma de las masas; y en
estas masas ruidosas, efímeras, que por así decir se superponen a las otras, se
nos presenta el asombroso fenómeno: desaparece sin dejar huellas, si bien sólo
temporariamente, justo aquello que hemos reconocido como el desarrollo
individual.
Comprendimos ese asombroso fenómeno diciendo que el individuo
resigna su ideal del yo y lo permuta por el ideal de la masa corporizado en el
conductor. Los otros, cuyo ideal del yo no se habría corporizado en su persona
en otras circunstancias sin que mediase corrección, son arrastrados después por
vía «sugestiva», vale decir, por identificación.
Según discernimos, lo que pudimos aducir para esclarecer la
estructura libidinosa de una masa se reconduce a la diferenciación entre el yo
y el ideal del yo, y al doble tipo de ligazón así posibilitado: identificación,
e introducción del objeto en remplazo del ideal del yo. Son las que se producen
tras la pérdida de un objeto amado, sea por su muerte o a raíz de
circunstancias que obligaron a retirar la libido del objeto. Hasta ahora sólo
comprendemos aquellos casos en que el objeto fue resignado porque se había
mostrado indigno del amor. En las psicógenas, el yo sería estimulado a
rebelarse por el maltrato que experimenta de parte de su ideal, en el caso de
la identificación con un objeto reprobado (ver nota).
A. La diferencia entre identificación del yo con un objeto y
remplazo del ideal del yo por este encuentra una interesante ilustración en las
dos grandes masas artificiales que estudiamos inicialmente, el ejército y la
Iglesia cristiana. (Ver nota)
La situación es diferente en la Iglesia católica. En ambos
lugares, por tanto, la Iglesia exige completar la posición libidinal dada por
la formación de masa. de objeto, y el amor de objeto, ahí donde está la identificación.
Este complemento, es evidente, rebasa la constitución de la masa. Uno puede ser
un buen cristiano aun siéndole ajena la idea de ponerse en el lugar de Cristo,
y abrazar con su amor a todos los seres humanos, como El lo hizo.
B. Dijimos [AE, 18, pág. 117] que sería posible indicar en el
desarrollo anímico de la humanidad el punto en que se consumó, también para los
individuos, el progreso de la psicología de masa a la psicología individual
(ver nota).
Fue tal vez por esa época que la privación añorante movió a un
individuo a separarse de la masa y asumir el papel del padre.
El mito es, por tanto, aquel paso con que el individuo se sale de
la psicología de masa. En efecto, se presenta y refiere a esta masa las hazañas
de su héroe, inventadas por él. Ahora bien, estos comprenden al poeta, pueden
identificarse con el héroe sobre la base de la misma referencia añorante al
padre primordial (ver nota).
Pero sólo con la exaltación del padre primordial, jamás olvidado,
recibió la divinidad los rasgos que todavía hoy le conocemos (ver nota).
Las pulsiones sexuales de meta inhibida tienen, respecto de las no
inhibidas, una gran ventaja funcional. Todas las ligazones en que descansa la
masa son del tipo de las pulsiones de meta inhibida. Pero con esto nos
acercamos a la elucidación de un nuevo tema: el vínculo de las pulsiones
sexuales directas con la formación de masa.
D. Las dos últimas observaciones nos han preparado para este
descubrimiento: las aspiraciones sexuales directas son desfavorables para la
formación de masa.
Las dos personas comprometidas entre sí con el fin de la satisfacción
sexual se manifiestan contra la pulsión gregaria, contra el sentimiento de
masa, en la medida en que buscan la soledad. La repulsa al influjo de la masa
se exterioriza como sentimiento de vergüenza. Las mociones afectivas de los
celos, de extrema violencia, son convocadas para proteger la elección de objeto
sexual contra su deterioro por obra de una ligazón de masa.
Hay abundantes indicios de que el enamoramiento se introdujo sólo
más tarde en las relaciones sexuales entre hombre y mujer, de modo que también
el antagonismo entre amor sexual y formación de masa se desarrolló tardíamente.
En las grandes masas artificiales, Iglesia y ejército, no hay
lugar para la mujer como objeto sexual. Aun donde se forman masas mixtas de hombres
y mujeres, la diferencia entre los sexos no desempeña papel alguno.
Aun para el individuo que en todos los otros aspectos está
sumergido en la masa, las aspiraciones sexuales directas conservan una parte de
quehacer individual. Donde se vuelven híperintensas, descomponen toda formación
de masa. Parece cierto que el amor homosexual es mucho más compatible con las
formaciones de masa, aun donde se presenta como aspiración sexual no inhibida;
hecho asombroso, cuyo esclarecimiento nos llevaría lejos.
A esta circunstancia se debe que la neurosis vuelva asociales a
sus víctimas, sacándolas de las habituales formaciones de masa. Puede decirse
que la neurosis ejerce sobre la masa el mismo efecto destructivo que el enamoramiento.
Por eso se ha intentado, con razón, dar un uso terapéutico al antagonismo entre
neurosis y formación de masa.
El enamoramiento se basa en la presencia simultánea de
aspiraciones sexuales directas y de meta inhibida, al par que el objeto atrae
hacia sí una parte de la libido yoica narcisista. Sólo da cabida al yo y al
objeto.
La hipnosis comparte con el enamoramiento el circunscribirse a
esas dos personas, pero se basa enteramente en aspiraciones sexuales de meta
inhibida y pone al objeto en el lugar del ideal del yo.
La masa multiplica este proceso; coincide con la hipnosis en
cuanto a la naturaleza de las pulsiones que la cohesionan y a la sustitución
del ideal del yo por el objeto, pero agrega la identificación con otros
individuos, la que quizá fue posibilitada originariamente por su idéntico vínculo
con el objeto.
Ambos estados, hipnosis y formación de masa, son sedimentaciones
hereditarias que provienen de la filogénesis de la libido humana: la hipnosis
como disposición, la masa además como relicto directo. En esa medida, tiene como
la hipnosis y la formación de masa el carácter de una regresión, que falta en
el enamoramiento.
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