Freud, S. - Psicología de las masas y análisis del yo (1921)


Introducción

La oposición entre psicología individual y psicología social o de las masas, que a primera vista quizá nos parezca muy sustancial, pierde buena parte de su nitidez si se la considera más a fondo.

La relación del individuo con sus padres y hermanos, con su objeto de amor, con su maestro y con su médico, vale decir, todos los vínculos que han sido hasta ahora indagados preferentemente por el psicoanálisis, tienen derecho a reclamar que se los considere fenómenos sociales. Ahora bien, cuando se habla de psicología social o de las masas, se suele prescindir de estos vínculos y distinguir como objeto de la indagación la influencia simultánea ejercida sobre el individuo por un gran número de personas con quienes está ligado por algo, al par que en muchos aspectos pueden serle ajenas. Por tanto, la psicología de las masas trata del individuo como miembro de un linaje, de un pueblo, de una casta, de un estamento, de una institución, o como integrante de una multitud organizada en forma de masa durante cierto lapso y para determinado fin. Obtendremos ambas cosas citando un libro que con justicia se ha hecho famoso, el de Le Bon, Psicología de las masas.

¿Qué es entonces una «masa», qué le presta la capacidad de influir tan decisivamente sobre la vida anímica del individuo, y en qué consiste la alteración anímica que impone a este último?

Responder esas tres preguntas es la tarea de una psicología teórica de las masas. Hay ideas y sentimientos que sólo emergen o se convierten en actos en los individuos ligados en masas.

Tomándonos la libertad de jalonar la exposición de Le Bon mediante nuestras glosas, hagamos notar en este punto: Si los individuos dentro de la masa están ligados en una unidad, tiene que haber algo que los una, y este medio de unión podría ser justamente lo característico de la masa.

«Es fácil verificar la gran diferencia que existe entre un individuo perteneciente a una masa y un individuo aislado, pero es más difícil descubrir las causas de esa diferencia.

En la masa, opina Le Bon, desaparecen las adquisiciones de los individuos y, por tanto, su peculiaridad.

Así se engendraría un carácter promedio en los individuos de la masa. Y tendrá tanto menos motivo para controlarse cuanto que, por ser la masa anónima, y por ende irresponsable, desaparece totalmente el sentimiento de la responsabilidad que frena de continuo a los individuos».

Nos bastaría con decir que el individuo, al entrar en la masa, queda sometido a condiciones que le permiten echar por tierra las represiones de sus mociones pulsionales inconcientes. Hace ya mucho afirmamos que el núcleo de la llamada conciencia moral es la «angustia social» (ver nota).

En la multitud, todo sentimiento y todo acto son contagiosos, y en grado tan alto que el individuo sacrifica muy fácilmente su interés personal al interés colectivo. Esta aptitud es enteramente contraria a su naturaleza, y el ser humano sólo es capaz de ella cuando integra una masa».

«Una tercera causa, por cierto la más importante, determina en los individuos de una masa particulares propiedades, muy opuestas a veces a las del individuo aislado.

Tal es aproximadamente el estado del individuo perteneciente a una masa psicológica.

«Los principales rasgos del individuo integrante de la masa son, entonces: la desaparición de la personalidad conciente, de los sentimientos e ideas en el mismo sentido por sugestión y contagio, y la tendencia a trasformar inmediatamente en actos las ideas sugeridas. El individuo deja de ser él mismo; se ha convertido en un autómata carente de voluntad».

Acaso la mejor interpretación de sus tesis consista en referir el contagio al efecto que los miembros singulares de la masa ejercen unos sobre otros, mientras que los fenómenos de sugestión discernibles en la masa -equiparados por Le Bon al influjo hipnótico- remitirían a otra fuente.

Resta todavía un punto de vista importante para formular un juicio sobre el individuo de la masa: «Además, por el mero hecho de pertenecer a una masa organizada, el ser humano desciende varios escalones en la escala de la civilización. Aislado, era quizás un individuo culto; en la masa es un bárbaro, vale decir, una criatura que actúa por instinto. Le Bon se detiene particularmente en la merma de rendimiento intelectual experimentada por el individuo a raíz de su fusión en la masa  (ver nota).

Dejemos ahora a los individuos y atendamos a la descripción del alma de las masas tal como Le Bon la bosqueja.

La masa es impulsiva, voluble y excitable. Abriga un sentimiento de omnipotencia; el concepto de lo imposible desaparece para el individuo inmerso en la masa (ver nota).

La masa es extraordinariamente influible y crédula; es acrítica, lo improbable no existe para ella. Los sentimientos de la masa son siempre muy simples y exaltados. Por eso no conoce la duda ni la incerteza (ver nota).

(Ver nota)

Inclinada ella misma a todos los extremos, la masa sólo es excitada por estímulos desmedidos. Quiere ser dominada y sometida, y temer a sus amos.

Para juzgar correctamente la moralidad de las masas es preciso tener en cuenta que al reunirse los individuos de la masa desaparecen todas las inhibiciones y son llamados a una libre satisfacción pulsional todos los instintos crueles, brutales, destructivos, que dormitan en el individuo como relictos del tiempo primordial. Pero, bajo el influjo de la sugestión, las masas son capaces también de elevadas muestras de abnegación, desinterés, consagración a un ideal. Mientras que en el individuo aislado la ventaja personal es a menudo el móvil exclusivo, rara vez predomina en las masas. Puede hablarse de una moralización del individuo por la masa.

Otros rasgos de la caracterización de Le Bon echan viva luz sobre la licitud de identificar el alma de las masas con el alma de los primitivos. Pero lo mismo ocurre en la vida anímica inconciente de los individuos, de los niños y de los neuróticos, como el psicoanálisis lo ha demostrado hace tiempo (ver nota).

Además, la masa está sujeta al poder verdaderamente mágico de las palabras; estas provocan las más temibles tormentas en el alma de las masas, y pueden también apaciguarla.

Y por último: Las masas nunca conocieron la sed de la verdad. La masa es un rebaño obediente que nunca podría vivir sin señor.

Si la necesidad de la masa solicita un conductor, este tiene que corresponderle con ciertas propiedades personales. Para suscitar la creencia de la masa, él mismo tiene que estar fascinado por una intensa creencia (en una idea); debe poseer una voluntad poderosa, imponente, que la masa sin voluntad le acepta. Le Bon enumera después las diversas clases de conductores y los medios por los cuales influyen sobre la masa.

Se tiene la impresión de que las consideraciones de Le Bon sobre el papel del conductor y el prestigio no están a la altura de su brillante descripción del alma de las masas.

Las dos tesis que contienen las opiniones más importantes de Le Bon (la inhibición colectiva del rendimiento intelectual y el aumento de la afectividad en la masa) habían sido formuladas poco antes por Sighele (ver nota). Sin duda, todos los fenómenos antes descritos del alma de las masas han sido correctamente observados; pero también es posible individualizar otras exteriorizaciones de la formación de masa, opuestas por completo a aquellas, y de las cuales se deriva por fuerza una estimación mucho más alta del alma de las masas.

También Le Bon estaba dispuesto a admitir que, en ciertas circunstancias, la eticidad de las masas puede ser más alta que la de los individuos que la componen, y que sólo las colectividades son capaces de un altruismo y una consagración elevados: «Mientras en el individuo aislado la ventaja personal es a menudo el móvil exclusivo, rara vez predomina en las masas» (1895 [traducción al alemán], pág. 38).

En vista de estas contradicciones totales, parece que la labor de la psicología de las masas no daría fruto alguno. Es probable que bajo el nombre de «masas» se hayan reunido formaciones muy diversas, que deberían separarse. Es innegable que las pinturas de estos autores se han visto influidas por los caracteres de las masas revolucionarias, en particular las de la gran Revolución Francesa. Las afirmaciones opuestas provienen de la apreciación de aquellas masas o asociaciones estables a que los seres humanos consagran su vida y que se encarnan en las instituciones de la sociedad. Las masas de la primera variedad son con respecto a las de la segunda, por así decir, como las olas breves, pero altas, del mar con respecto a las mareas.

En el caso más simple -dice-, la masa (group) no posee organización alguna, o la tiene ínfima. Designa «multitud» (crowd) a una masa así. Mientras más fuertes sean estas relaciones de comunidad («this mental homogeneity»), con tanto mayor facilidad se forma a partir de los individuos una masa psicológica, y tanto más llamativas son las manifestaciones de un «alma de la masa».

Mc-Dougall explica este «ser-arrastrado» del individuo por lo que llama el «principle of direct induction of emotion by way of the primitive sympathetic response», vale decir, el contagio de sentimientos que ya conocemos (ver nota). Y esta compulsión {Zwang} automática se vuelve tanto más fuerte cuantas más son las personas en que se nota simultáneamente el mismo afecto. Las mociones afectivas más groseras y simples son las que tienen las mayores probabilidades de difundirse de tal modo en una masa.

Este mecanismo del incremento del afecto es favorecido aún por algunas otras influencias que parten de la masa.

Tampoco McDougall cuestiona la tesis de la inhibición colectiva de la inteligencia dentro de la masa.

El juicio global de McDougall sobre el rendimiento psíquico de una masa simple, «no organizada», no es más amable que el de Le Bon.

Puesto que McDougall opone la conducta de las masas altamente organizadas a la aquí descrita, sentimos una particular urgencia en averiguar en qué consiste esa organización y cuáles son los factores que la producen. El autor enumera cinco de estas «principal conditions» para que la vida anímica de la masa se eleve de nivel.

La primera condición básica es cierto grado de continuidad en la persistencia de la masa. Puede ser material o formal; la primera, cuando las mismas personas permanecen un tiempo prolongado en la masa, y la segunda, cuando dentro de la masa se desarrollan ciertas posiciones que pueden asignarse a personas que se releven unas a otras.




La segunda condición es que se haya creado en los individuos de la masa una determinada representación acerca de la naturaleza, función, operaciones y exigencias de aquella, de suerte que de ahí pueda derivarse para ellos un vínculo afectivo con la masa en su conjunto.

La tercera es que la masa esté en relación con otras formaciones de masa semejantes a ella pero divergentes en muchos puntos.

Según McDougall, cuando se cumplen estas condiciones quedan canceladas las desventajas psíquicas de la formación de masa.

A nuestro parecer, la condición que McDougall llama «organización» de la masa puede describirse más justificadamente de otro modo. La tarea consiste en procurar a la masa las mismas propiedades que eran características del individuo y se le borraron por la formación de masa. Y si de tal modo reconocemos que la meta es dotar a la masa con los atributos del individuo, nos viene a la memoria una sustanciosa observación de W. Trotter (ver nota) quien discierne en la inclinación a formar masa una continuación biológica del carácter pluricelular de todos los organismos superiores. (ver nota agregada en 1923)




Sugestión y libido




Hemos partido del hecho básico de que en una masa el individuo experimenta, por influencia de ella, una alteración a menudo profunda de su actividad anímica., Se nos dijo que estos elementos, con frecuencia indeseados, pueden contrarrestarse, al menos en parte, mediante una «organización» más elevada de las masas, pero ello no puso en entredicho el hecho básico de la psicología de las masas: las dos tesis del incremento del afecto y de la inhibición del pensamiento en la masa primitiva. Ahora nuestro interés consiste en hallar la explicación psicológica de ese cambio anímico que los individuos sufren en la masa.

La explicación alternativa que nos ofrecen los autores que escriben sobre sociología y psicología de las masas es siempre la misma, aunque bajo nombres variables: la palabra ensalmadora «sugestión».

Ahora bien, en el psicoanálisis estas pulsiones de amor son llamadas a potiori, y en virtud de su origen, pulsiones sexuales.

Ensayemos, entonces, con esta premisa: vínculos de amor (o, expresado de manera más neutra, lazos sentimentales) constituyen también la esencia del alma de las masas.

La primera, que evidentemente la masa se mantiene cohesionada en virtud de algún poder.




Dos masas artificiales: Iglesia y ejército




Recordemos, de la morfología de las masas, que pueden distinguirse muy diferentes clases de masas y orientaciones opuestas en su conformación. Hay masas muy efímeras, y las hay en extremo duraderas; homogéneas, que constan de individuos de la misma clase, y no homogéneas; masas naturales y artificiales, que para su cohesión requieren, además, una compulsión externa; masas primitivas y articuladas, altamente organizadas. Y en total oposición a lo que es habitual, nuestra indagación no escogerá como punto de partida una formación de masa relativamente simple, sino masas de altos grados de organización, duraderos, artificiales. Los ejemplos más interesantes de tales formaciones son la Iglesia -la comunidad de los creyentes- y el ejército.

Iglesia y ejército son masas artificiales, vale decir, se emplea cierta compulsión externa para prevenir su disolución (ver nota) e impedir alteraciones de su estructura. Respecto de cada individuo de la masa creyente, El se sitúa como un bondadoso hermano mayor; es para ellos un sustituto del padre. Todas las exigencias que se dirigen a los individuos derivan de este amor de Cristo. Un sesgo democrático anima a la Iglesia, justamente porque todos son iguales ante Cristo, todos tienen idéntica participación en su amor. La respuesta sería que constituyen un caso diverso de ligazón de masas, ya no tan simple, y como lo muestran los ejemplos de grandes conductores militares -César, Wallenstein, Napoleón-, tales ideas no son indispensables para la pervivencia de un ejército.

Notemos que en estas dos masas artificiales cada individuo tiene una doble ligazón libidinosa: con el conductor (Cristo, general en jefe) y con los otros individuos de la masa. Nos está pareciendo que vamos por el camino correcto, que permitiría esclarecer el principal fenómeno de la psicología de las masas: la falta de libertad del individuo dentro de ellas.

Otro indicio de lo mismo, a saber, que la escencia de una masa consistiría en las ligazones libidinosas existentes en ella, nos lo proporciona también el fenómeno del pánico, que puede estudiarse mejor en las masas militares. El pánico se genera cuando una masa de esta clase se descompone. Lo que sucede es que la angustia pánica supone el aflojamiento de la estructura libidinosa de la masa y esta reacciona justificadamente ante él, y no a la inversa (que los vínculos libidinosos de la masa se extingan por la angustia frente al peligro).

Estas observaciones en modo alguno contradicen la tesis de que la angustia crece enormemente en la masa por inducción (contagio). Si le damos la acepción de «angustia de masas», podemos establecer una vasta analogía. De igual modo, el pánico nace por el aumento del peligro que afecta a todos, o por el cese de las ligazones afectivas que cohesionaban a la masa; y este último caso es análogo a la angustia neurótica (ver nota). No hay duda posible: el pánico significa la descomposición de la masa; trae por consecuencia el cese de todos los miramientos recíprocos que normalmente se tienen los individuos de la masa.

La descomposición de una masa religiosa no es tan fácil de observar.

Lo que sale a la luz, a raíz de esa descomposición de la masa religiosa supuesta en la novela, no es angustia, para la cual no hay ocasión; son impulsos despiadados y hostiles hacia otras personas, a los que el amor de Cristo, igual para todos, había impedido exteriorizarse antes (ver nota).




Otras tareas y orientaciones de trabajo




Hemos investigado hasta ahora dos masas artificiales, y hallamos que están gobernadas por lazos afectivos de dos clases. Uno, la ligazón con el conductor, parece -al menos para las masas consideradas- más influyente que el otro, la ligazón de los individuos entre sí.

Habría que partir de la comprobación de que una multitud de seres humanos no es una masa hasta que no se establecen en ella los mencionados lazos, pero debería admitirse que en cualquier multitud se manifiesta con harta facilidad la tendencia a la formación de una masa psicológica. Averiguar si las masas con conductor son las más originarias y completas, y si en las otras el conductor puede ser sustituido por una idea, algo abstracto, respecto de lo cual las masas religiosas, con su jefatura invisible, constituirían la transición; si ese . Cabe preguntarse, además, si el conductor es realmente indispensable para la esencia de la masa, y cosas por el estilo.

Pero todas estas cuestiones, acaso tratadas en parte en la bibliografía sobre psicología de las masas, no podrían desviar nuestro interés de los problemas psicológicos básicos que la estructura de una masa nos ofrece. Lo primero que nos cautiva es una reflexión que promete demostrarnos, por el camino más corto, que son ligazones libidinales las que caracterizan a una masa.




Consideremos el modo en que los seres humanos en general se comportan afectivamente entre sí.

Pero toda esta intolerancia desaparece, de manera temporaria o duradera, por la formación de masa y en la masa. El amor por sí mismo no encuentra más barrera que el amor por lo ajeno, el amor por objetos (ver nota). Esta se apuntala en la satisfacción de las grandes necesidades vitales, y escoge como sus primeros objetos a las personas que participan en dicho desarrollo (ver nota).

Por tanto, si en la masa aparecen restricciones del amor propio narcisista que no tienen efecto fuera de ella. he ahí un indicio concluyente de que la esencia de la formación de masa consiste en ligazones libidinosas recíprocas de nuevo tipo entre sus miembros.

Ahora una pregunta se impone, acuciante, a nuestro interés: ¿Cuál es la índole de esas ligazones existentes en el interior de la masa? En la doctrina psicoanalítica de las neurosis nos hemos ocupado hasta ahora casi exclusivamente de la ligazón que establecen con sus objetos aquellas pulsiones de amor que persiguen todavía metas sexuales directas. Es manifiesto que en la masa no puede tratarse de esta clase de metas. Ahora bien, ya dentro del marco de la ordinaria investidura sexual de objeto, hemos notado fenómenos que corresponden a un desvío de la pulsión respecto de su meta sexual. Ahora dedicaremos mayor atención a estos fenómenos del enamoramiento, con la fundada expectativa de hallar en ellos relaciones trasferibles a los lazos interiores de las masas. De hecho, por el psicoanálisis averiguamos que existen todavía otros mecanismos de ligazón afectiva: las llamadas identificaciones; son procesos insuficientemente conocidos, difíciles de exponer, cuya indagación nos alejará un buen rato del tema de la psicología de las masas.

El varoncito manifiesta un particular interés hacia su padre; querría crecer y ser como él, hacer sus veces en todos los terrenos. Digamos, simplemente: toma al padre como su ideal.

Contemporáneamente a esta identificación con el padre, y quizás antes, el varoncito emprende una cabal investidura de objeto de la madre según el tipo del apuntalamiento [anaclítico] (ver nota). Muestra entonces dos lazos psicológicamente diversos: con la madre, una directa investidura sexual de objeto; con el padre, una identificación que lo toma por modelo. El pequeño nota que el padre le significa un estorbo junto a la madre; su identificación con él cobra entonces una tonalidad hostil, y pasa a ser idéntica al deseo de sustituir tal padre también junto a la madre. Puede ocurrir después que el complejo de Edipo experimente una inversión, que se tome por objeto al padre en una actitud femenina, un objeto del cual las pulsiones sexuales directas esperan su satisfacción; en tal caso, la identificación con el padre se convierte en la precursora de la ligazón de objeto que recae sobre él. Lo mismo vale para la niña, con las correspondientes sustituciones (ver nota).

Es fácil expresar en una fórmula el distingo entre una identificación de este tipo con el padre y una elección de objeto que recaiga sobre él. La primera ligazón ya es posible, por tanto, antes de toda elección sexual de objeto. La identificación puede ser la misma que la del complejo de Edipo, que implica una voluntad hostil de sustituir a la madre, y el síntoma expresa el amor de objeto por el padre; realiza la sustitución de la madre bajo el influjo de la conciencia de culpa: «Has querido ser tu madre, ahora lo eres al menos en el sufrimiento». 0 bien el síntoma puede ser el mismo que el de la persona amada («Dora», por ejemplo, imitaba la tos de su padre); en tal caso no tendríamos más alternativa que describir así el estado de cosas: La identificación remplaza a la elección de objeto; la elección de objeto ha regresado hasta la identificación.

Hay un tercer caso de formación de síntoma, particularmente frecuente e importante, en que la identificación prescinde por completo de la relación de objeto con la persona copiada. Mientras más significativa sea esa comunidad, tanto más exitosa podrá ser la identificación parcial y, así, corresponder al comienzo de una nueva ligazón.

Ya columbramos que la ligazón recíproca entre los individuos de la masa tiene la naturaleza de una identificación de esa clase (mediante una importante comunidad afectiva), y podemos conjeturar que esa comunidad reside en el modo de la ligazón con el conductor. Llamativa en esta identificación es su amplitud: trasmuda al yo respecto de un componente en extremo importante (el carácter sexual), según el modelo de lo que hasta ese momento era el objeto. Como he dicho en otro lugar, la sombra del objeto ha caído sobre el yo (ver nota). La introyección del objeto es aquí de una evidencia innegable.

Pero antes de que podamos aplicar este material a la comprensión de la organización libidinosa de una masa debemos tomar en cuenta algunas otras relaciones recíprocas entre objeto y yo (ver nota).

En una serie de casos, el enamoramiento no es más que una investidura de objeto de parte de las pulsiones sexuales con el fin de alcanzar la satisfacción sexual directa, lograda la cual se extingue; es lo que se llama amor sensual, común.

La notable historia de desarrollo por la que atraviesa la vida amorosa de los seres humanos viene a agregar un segundo factor. Pero es más común que el adolescente logre cierto grado de síntesis entre el amor no sensual, celestial, y el sensual, terreno; en tal caso, su relación con, el objeto sexual se caracteriza por la cooperación entre pulsiones no inhibidas y pulsiones de meta inhibida. Pero esto nos permite orientarnos mejor; discernimos que el objeto es tratado como el yo propio, y por tanto en el enamoramiento afluye al objeto una medida mayor de libido narcisista (ver nota). El objeto, por así decir, ha devorado al yo.

Esto ocurre con particular facilidad en el caso de un amor desdichado, inalcanzable; en efecto, toda satisfacción sexual rebaja la sobrestimación sexual. Las coincidencias son llamativas. La misma sumisión humillada, igual obediencia y falta de crítica hacia el hipnotizador como hacia el objeto amado (ver nota). Además, la total ausencia de aspiraciones de meta sexual no inhibida contribuye a que los fenómenos adquieran extrema pureza.

Ahora bien, por otra parte podemos decir -si se admite la expresión- que el vínculo hipnótico es una formación de masa de dos. La hipnosis no es un buen objeto de comparación para la formación de masa porque es, más bien, idéntica a esta. De la compleja ensambladura de la masa ella aísla un elemento: el comportamiento del individuo de la masa frente al conductor. Esta restricción del número diferencia a la hipnosis de la formación de masa, así como la ausencia de aspiración directamente sexual la separa del enamoramiento.

Es interesante ver que justamente las aspiraciones sexuales de meta inhibida logren crear ligazones tan duraderas entre los seres humanos.

Ahora bien, las elucidaciones anteriores nos han preparado acabadamente para indicar la fórmula de la constitución libidinosa de una masa; al menos, de una masa del tipo considerado hasta aquí, vale decir, que tiene un conductor y no ha podido adquirir secundariamente, por un exceso de «organización», las propiedades de un individuo. Esta condición admite representación gráfica:




El instinto gregario




Por poco tiempo gozaremos de la ilusión de haber resuelto con esta fórmula el enigma de la masa.

Tenemos derecho a decirnos que las extensas ligazones afectivas que discernimos en la masa bastan por sí solas para explicar uno de sus caracteres: la falta de autonomía y de iniciativa en el individuo, la uniformidad de su reacción con la de todos los otros, su rebajamiento a individuo-masa, por así decir. El individuo se siente incompleto («íncomplete») cuando está solo. Además, por largo tiempo no se observa en el niño nada de un instinto gregario o sentimiento de masa. Rivales al comienzo, han podido identificarse entre sí por su parejo amor hacia el mismo objeto. Hasta donde hoy podemos penetrar ese proceso, dicho cambio parece consumarse bajo el influjo de una ligazón tierna común con una persona situada fuera de la masa. Ya al elucidar las dos masas artificiales, la Iglesia y el ejército, averiguamos que su premisa era que todos fueran amados de igual modo por uno, el conductor. Pero no olvidemos que la exigencia de igualdad de la masa sólo vale para los individuos que la forman, no para el conductor. Todos los individuos deben ser iguales entre sí, pero todos quieren ser gobernados por uno.




La masa y la horda primordial




En 1912 recogí la conjetura de Darwin, para quien la forma primordial de la sociedad humana fue la de una horda gobernada despóticamente por un macho fuerte.

Las masas humanas vuelven a mostrarnos la imagen familiar del individuo hiperfuerte en medio de una cuadrilla de compañeros iguales, esa misma imagen contenida en nuestra representación de la horda primordial.

De este modo, la masa se nos aparece como un renacimiento de la horda primordial. Así como el hombre primordial se conserva virtualmente en cada individuo, de igual modo la horda primordial se restablece a partir de una multitud cualquiera de seres humanos; en la medida en que estos se encuentran de manera habitual gobernados por la formación de masa, reconocemos la persistencia de la horda primordial en ella. Tenemos que inferir que la psicología de la masa es la psicología más antigua del ser humano; lo que hemos aislado como psicología individual, dejando de lado todos los restos de masa, se perfiló más tarde, poco a poco, y por así decir sólo parcialmente a partir de la antigua psicología de la masa. La psicología individual tiene que ser por lo menos tan antigua como la psicología de masa, pues desde el comienzo hubo dos psicologías: la de los individuos de la masa y la del padre, jefe, conductor. Los individuos estaban ligados del mismo modo que los hallamos hoy, pero el padre de la horda primordial era libre.

El padre primordial de la horda no era todavía inmortal, como pasó a serlo más tarde por divinización. Cuando moría debía ser sustituido; lo remplazaba probablemente un hijo más joven que hasta entonces había sido individuo-masa como los demás. Los compelió, por así decir, a la psicología de masa. Sus celos sexuales y su intolerancia pasaron a ser, en último análisis, la causa de la psicología de la masa (ver nota).

Al que fue su continuador se le abrió también la posibilidad de la satisfacción sexual y, por tanto, la de salir de las condiciones de la psicología de masa. En un apéndice [AE, 18, págs. 130 y sigs.] volveremos sobre este vínculo del amor con la formación del carácter.

La fuerza inquebrantable de la familia en cuanto formación de masa natural descansa en que esa premisa necesaria, el idéntico amor del padre, puede realizarse en ella.

Pero todavía esperamos algo más de la reconducción de la masa a la horda primordial. Debe allanarnos lo que hay aún de misterioso y no comprendido en la formación de masa, y que se oculta tras las enigmáticas palabras de «hipnosis» y «sugestión». Es que sólo así podemos concebir la relación de un individuo de la horda primordial con el padre primordial. El conductor de la mas, sigue siendo el temido padre primordial; la masa quiere siempre ser gobernada por un poder irrestricto, tiene un ansía extrema de autoridad: según la expresión de Le Bon, sed de sometimiento. El padre primordial es el ideal de la masa, que gobierna al yo en remplazo del ideal del yo. Hay buenos fundamentos para llamar a la hipnosis una masa de dos; en cuanto a la sugestión, le cabe esta definición: es un convencimiento que no se basa en la percepción ni en el trabajo de pensamiento, sino en una ligazón erótica (ver nota).

Cada individuo es miembro de muchas masas, tiene múltiples ligazones de identificación y ha edificado su ideal del yo según los más diversos modelos. Estas formaciones de masa duraderas y permanentes llaman menos la atención del observador, por sus efectos uniformes y continuados, que las masas efímeras, de creación súbita, de acuerdo con las cuales Le Bon bosquejó su brillante caracterización psicológica del alma de las masas; y en estas masas ruidosas, efímeras, que por así decir se superponen a las otras, se nos presenta el asombroso fenómeno: desaparece sin dejar huellas, si bien sólo temporariamente, justo aquello que hemos reconocido como el desarrollo individual.

Comprendimos ese asombroso fenómeno diciendo que el individuo resigna su ideal del yo y lo permuta por el ideal de la masa corporizado en el conductor. Los otros, cuyo ideal del yo no se habría corporizado en su persona en otras circunstancias sin que mediase corrección, son arrastrados después por vía «sugestiva», vale decir, por identificación.

Según discernimos, lo que pudimos aducir para esclarecer la estructura libidinosa de una masa se reconduce a la diferenciación entre el yo y el ideal del yo, y al doble tipo de ligazón así posibilitado: identificación, e introducción del objeto en remplazo del ideal del yo. Son las que se producen tras la pérdida de un objeto amado, sea por su muerte o a raíz de circunstancias que obligaron a retirar la libido del objeto. Hasta ahora sólo comprendemos aquellos casos en que el objeto fue resignado porque se había mostrado indigno del amor. En las psicógenas, el yo sería estimulado a rebelarse por el maltrato que experimenta de parte de su ideal, en el caso de la identificación con un objeto reprobado (ver nota).

A. La diferencia entre identificación del yo con un objeto y remplazo del ideal del yo por este encuentra una interesante ilustración en las dos grandes masas artificiales que estudiamos inicialmente, el ejército y la Iglesia cristiana. (Ver nota)

La situación es diferente en la Iglesia católica. En ambos lugares, por tanto, la Iglesia exige completar la posición libidinal dada por la formación de masa. de objeto, y el amor de objeto, ahí donde está la identificación. Este complemento, es evidente, rebasa la constitución de la masa. Uno puede ser un buen cristiano aun siéndole ajena la idea de ponerse en el lugar de Cristo, y abrazar con su amor a todos los seres humanos, como El lo hizo.

B. Dijimos [AE, 18, pág. 117] que sería posible indicar en el desarrollo anímico de la humanidad el punto en que se consumó, también para los individuos, el progreso de la psicología de masa a la psicología individual (ver nota).

Fue tal vez por esa época que la privación añorante movió a un individuo a separarse de la masa y asumir el papel del padre.

El mito es, por tanto, aquel paso con que el individuo se sale de la psicología de masa. En efecto, se presenta y refiere a esta masa las hazañas de su héroe, inventadas por él. Ahora bien, estos comprenden al poeta, pueden identificarse con el héroe sobre la base de la misma referencia añorante al padre primordial (ver nota).

Pero sólo con la exaltación del padre primordial, jamás olvidado, recibió la divinidad los rasgos que todavía hoy le conocemos (ver nota).

Las pulsiones sexuales de meta inhibida tienen, respecto de las no inhibidas, una gran ventaja funcional. Todas las ligazones en que descansa la masa son del tipo de las pulsiones de meta inhibida. Pero con esto nos acercamos a la elucidación de un nuevo tema: el vínculo de las pulsiones sexuales directas con la formación de masa.

D. Las dos últimas observaciones nos han preparado para este descubrimiento: las aspiraciones sexuales directas son desfavorables para la formación de masa.

Las dos personas comprometidas entre sí con el fin de la satisfacción sexual se manifiestan contra la pulsión gregaria, contra el sentimiento de masa, en la medida en que buscan la soledad. La repulsa al influjo de la masa se exterioriza como sentimiento de vergüenza. Las mociones afectivas de los celos, de extrema violencia, son convocadas para proteger la elección de objeto sexual contra su deterioro por obra de una ligazón de masa.

Hay abundantes indicios de que el enamoramiento se introdujo sólo más tarde en las relaciones sexuales entre hombre y mujer, de modo que también el antagonismo entre amor sexual y formación de masa se desarrolló tardíamente.

En las grandes masas artificiales, Iglesia y ejército, no hay lugar para la mujer como objeto sexual. Aun donde se forman masas mixtas de hombres y mujeres, la diferencia entre los sexos no desempeña papel alguno.

Aun para el individuo que en todos los otros aspectos está sumergido en la masa, las aspiraciones sexuales directas conservan una parte de quehacer individual. Donde se vuelven híperintensas, descomponen toda formación de masa. Parece cierto que el amor homosexual es mucho más compatible con las formaciones de masa, aun donde se presenta como aspiración sexual no inhibida; hecho asombroso, cuyo esclarecimiento nos llevaría lejos.

A esta circunstancia se debe que la neurosis vuelva asociales a sus víctimas, sacándolas de las habituales formaciones de masa. Puede decirse que la neurosis ejerce sobre la masa el mismo efecto destructivo que el enamoramiento. Por eso se ha intentado, con razón, dar un uso terapéutico al antagonismo entre neurosis y formación de masa.

El enamoramiento se basa en la presencia simultánea de aspiraciones sexuales directas y de meta inhibida, al par que el objeto atrae hacia sí una parte de la libido yoica narcisista. Sólo da cabida al yo y al objeto.




La hipnosis comparte con el enamoramiento el circunscribirse a esas dos personas, pero se basa enteramente en aspiraciones sexuales de meta inhibida y pone al objeto en el lugar del ideal del yo.

La masa multiplica este proceso; coincide con la hipnosis en cuanto a la naturaleza de las pulsiones que la cohesionan y a la sustitución del ideal del yo por el objeto, pero agrega la identificación con otros individuos, la que quizá fue posibilitada originariamente por su idéntico vínculo con el objeto.

Ambos estados, hipnosis y formación de masa, son sedimentaciones hereditarias que provienen de la filogénesis de la libido humana: la hipnosis como disposición, la masa además como relicto directo. En esa medida, tiene como la hipnosis y la formación de masa el carácter de una regresión, que falta en el enamoramiento.

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