Durkheim, E. - La división del trabajo social. Las formas anormales.


CAPÍTULO  I
LA DIVISION DEL TRABAJO ANOMICO
Si, normalmente, la división del trabajo produce la solida-ridad social, ocurre, sin embargo, que los resultados son muy diferentes e incluso opuestos
A tres tipos reduciremos las formas excepcionales del fenómeno que estudiamos. A grandes rasgos se puede adelantar que los problemas estarán relacionados con la anomia, la desigualdad social y la inadecuada organización de la división del trabajo
Un primer caso de ese género nos lo proporcionan las crisis industriales o comerciales, con las quiebras, que son otras tantas rupturas parciales de la solidaridad orgánica; son testimonio, en efecto, de que, en ciertas partes del organismo, ciertas funciones sociales no se ajustan unas a otras. Ahora bien, a medida que el trabajo se divide más, esos fenómenos parecen devenir más frecuentes, al menos en ciertos casos.

La división del trabajo ejercería, pues, en virtud de su misma naturaleza, una influencia disolvente que sería sensible de modo especial allí donde las funciones se hallan muy especializadas. La diversidad de las funciones es útil y necesaria; pero como la unidad, que no es menos indispensable, no surge espontáneamente, el cuidado de realizarla y de mantenerla deberá constituir en el organismo social una función especial, representada por un órgano independiente. Este órgano es el Estado o el gobierno.
Como los órganos son estrechamente solidarios, allí donde las funciones se hallan muy repartidas lo que al uno le afecta le alcanza a los otros, y los acontecimientos sociales adquieren con más facilidad un interés general.

Sin embargo, lo que hace la unidad de las sociedades organizadas, como de todo or-ganismo, es el consensus espontáneo de las partes, es esa solidaridad interna que, no sólo es tan indispensable como la acción reguladora de los centros superiores, sino que es in-cluso la condición necesaria, pues no hacen más que tradu-cirla a otro lenguaje y, por decirlo así, consagrarla.

II
Si, en ciertos casos, la solidaridad orgánica no es todo lo que debe ser, no es ciertamente porque la solidaridad mecánica haya perdido terreno, sino porque todas las condiciones de existencia de la primera no se han realizado.
Para que la solidaridad orgánica exista no basta que haya un sistema de órganos necesarios unos a otros, y que sientan de una manera general su solidaridad; es preciso también que la forma como deben concurrir, si no en toda clase de encuentros, al menos en las circunstancias más frecuentes, sea predeterminada. De otra manera, sería necesario a cada instante nuevas luchas para que pudieran equilibrarse.

La reglamentación,como vimos es necesaria. Ahora bien, en la mayoria de los casos de conflicto, falta  reglamentación, o no existe, o no se encuentra en relación con el grado de desenvolvimiento de la división del trabajo.. Lo cierto es que esa falta de reglamentación no permite la regular armonía de las funciones. Por otra parte, las perturbaciones son, naturalmente, tanto más frecuentes cuanto más especializadas son las funciones, pues, cuanto más compleja es una organización, más se hace sentir la necesidad de una amplia reglamentación. Si la división del trabajo no produce la solidaridad, es que las relaciones de los órganos no se hallan reglamentadas; es que se encuentran en un estado de anomia.Pero, ¿de dónde procede este estado?
Puesto que la forma definida que con el tiempo toman las relaciones que se establecen espontáneamente entre las funciones sociales es la de un conjunto de reglas, cabe decir, a priori, que el estado de anomia es imposible donde quiera que los órganos solidarios se hallan en contacto suficiente y suficientemente prolongado.
 Pongamos un ejemplo claro: Encontrándose los productores muy cerca de los consumidores pueden darse fácilmente cuenta de la exten-sión de las necesidades a satisfacer. El equilibrio se estable-ce, pues, sin trabajo, y la producción se regula por sí misma. Por el contrario, a medida que el tipo organizado se desen-vuelve, la fusión de los diversos segmentos, unos en otros, lleva la de los mercados hacia un mercado único, que abraza, sobre poco más o menos, toda la sociedad. Se extiende incluso más allá y tiende a devenir universal, El contacto no es ya, pues, su-ficiente. El productor ya no puede abarcar el mercado con la vista ni incluso con el pensamiento; ya no puede represen-tarse los límites, puesto que es, por así decirlo, ilimitado. Por consecuencia, la producción carece de freno y de regla; no puede más que tantear al azar, y, en el transcurso de esos tanteos, es inevitable que la medida se sobrepase, tanto en un sentido como en el otro. De ahí esas crisis que pertur-ban periódicamente las funciones económicas. El aumento de esas crisis locales y restringidas, como son las quiebras, constituye realmente un efecto de esta misma causa.

La división del trabajo supone que el trabajador, lejos de permanecer inclinado sobre su tarea, no pierde de vista a sus colaboradores, actúa sobre ellos y recibe su acción. No es, pues, una máquina que repite los movimientos cuya dirección no percibe, sino que sabe que van dirigidos a alguna parte, hacia un fin, que percibe más o menos distintamente. Siente que sirve para algo.
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CAPITULO II
LA DIVISION COACTIVA DEL TRABAJO
I
Sin embargo, no es suficiente que haya reglas, pues, a veces, son esas reglas mismas la causa del mal. Tal ocurre en las guerras de clases. La institución de las clases o de las castas constituye una organización de la división del trabajo, y es una organización estrechamente reglamentada; sin embargo, con frecuencia da origen a una fuente de disensiones. Para que la división del trabajo produzca la solidaridad, no basta, pues, que cada uno tenga su tarea; es preciso, además, que esta tarea le convenga.

. En efecto, si la institución de las clases o de las castas da origen a veces a tiranteces dolorosas en vez de producir la solidaridad, este resultado no es, pues, una consecuencia necesaria de la división del trabajo. No se produce sino en circunstancias muy particulares, a saber, cuando es efecto de una coacción exterior.

La división coactiva del trabajo constituye, pues, el segundo tipo mórbido reconocido por nosotros. Mas es preciso no equivocarse sobre el sentido de la palabra. Lo que da origen a la coacción no son las reglamentaciones, puesto que, por el contrario, la división del trabajo, según acabamos de ver, no puede prescindir de la reglamentación. La coacción no comienza sino cuando la reglamentación; no correspondiendo ya a la verdadera naturaleza de las cosas y, por consiguiente, careciendo de base en las costumbres, no se sostienen sino por la fuerza.

II

La igualdad en las condiciones exteriores de la lucha no es sólo necesaria para ligar cada individuo a su función, sino también para coordinar las funciones unas con otras.
Mas, para que ese resultado se alcance no basta que la autoridad pública vele por el mantenimiento de los compromi-sos contraídos; es preciso también que, al menos en la mayoría de los casos, sean sostenidos espontáneamente.  Es precisa la ausencia de toda coacción
Sentada esta definición, diremos que el contrato no se halla plenamente consentido sino cuando los servicios cam-biados tienen un valor social equivalente. La condición necesaria y suficiente para que esta equivalencia sea regla de los contratos, estriba en que los contratantes se encuentren colocados en condiciones exteriores iguales. En efecto, como la apreciación de las cosas no puede ser determinada a priori, pero se desprende de los cambios mismos, es preciso que los individuos que cambian no tengan otra fuerza para hacer que se aprecie lo que vale su trabajo, que la que puedan sacar de su mérito social. De esta manera, en efecto, los valores de las cosas corresponden exactamente a los servicios que rinden y al trabajo que cuestan; pues todo factor de otra clase, capaz de hacerlas variar, es, por hipótesis, eliminado.
 Sin duda que su mérito desigual creará a los hombres situaciones desiguales en la sociedad; pero esas desigualdades no son externas más que en apariencia, pues no hacen sino traducir hacia fuera las desigualdades internas; no tienen, pues, otra influencia sobre la determinación de los valores que la de establecer entre estos últimos una graduación paralela a la jerarquía de las funciones sociales. Dicho de otra manera, no puede haber ricos y pobres de nacimiento sin que haya contratos injustos.

CAPITULO III
OTRA FORMA ANORMAL

Nos queda por describir una última forma anormal.

Sucede con frecuencia en una empresa comercial, industrial o de otra clase, que las funciones están distribuidas de tal manera que no ofrecen materia suficiente a la actividad de los individuos.. Lo que debe interesarnos es el hecho que acompaña siempre a ese desperdicio, a saber, la falta de coordinación mayor o menor de aquellas funciones. Sabido es, en efecto, que, en una administración en la que cada empleado no tiene ocupación suficiente, los movimientos se ajustan mal entre sí, las operaciones se hacen sin unidad, en una palabra, la solidaridad se resquebraja y la incoherencia y el desorden aparecen.
En la corte del Bajo Imperio, las funciones se hallaban especializadas hasta el infinito, y, por consiguiente, resultaba una verdadera anarquía. He aquí, pues, casos en que la división del trabajo, llevada muy lejos, produce una integración muy imperfecta. ¿De dónde viene esto? Siéntese uno inclinado a responder que lo que falta es un órgano regulador, una dirección. La explicación es poco satisfactoria, pues con frecuencia este estado enfermizo es obra del mismo poder director. Para que el mal desaparezca no basta que haya una acción reguladoras sino que, además, se ejerza de una cierta manera. Bien sabemos también de qué manera debe ejercerse. El primer cuidado de un jefe inteligente y experimentado será suprimir los empleos inútiles, distribuir el trabajo en forma que cada uno se halle suficientemente ocupado, aumentar, por consiguiente, la actividad funcional de cada trabajador, y renacerá entonces el orden espontáneamente, al mismo tiempo que el trabajo será más económicamente ordenado. ¿Cómo se hace esto? Es difícil verlo a primera vista, pues, en fin, si cada funcionario tiene una tarea bien determinada, si se mantiene exactamente dentro de ella, necesitará otros funcionarios a su lado y se sentirá solidarizado con los mismos. ¿Qué importa que esta tarea sea pequeña o grande, siempre que sea especial? ¿Qué importa que absorba o no su tiempo y sus fuerzas?¡Error! No se encuentran entradas de índice.
Importa mucho, por el contrario. Y es que, en efecto, de una manera general, la solidaridad depende muy estrechamente de la actividad funcional de las partes especializadas. Estos dos términos varían tanto uno como el otro, y allí donde las funciones languidecen, por más que sean especiales, se coordinan mal entre sí y sienten en forma incompleta su mutua dependencia.
El que todo crecimiento de la actividad funcional determine un crecimiento de solidaridad, procede de que las funciones de un organismo no pueden devenir más activas sino a condición de devenir también más continuas.

Cuando el movimiento que anima todas las partes de una máquina es muy rápido, no se interrumpe por que pase sin descanso de unas a otras. Se arrastran mutuamente, por decirlo así. Si, además, no es sólo una función aislada, sino todas a la vez las que devienen más activas, la continuidad de cada una de ellas todavía se aumentará.
Por consecuencia, serán más solidarias. En efecto, siendo más continuas, encuéntranse en relación de una manera más seguida y tienen, con mayor continuidad, necesidad unas de otras. Sienten, pues, mejor su dependencia. Bajo el reinado de la gran industria, el patrono se encuentra en mayor dependencia de los obreros, si quiere que actúen de concierto, pues las huelgas, deteniendo la producción, impiden sostenerse al capital. Pero el obrero, por su parte, puede holgar con menos facilidad, porque sus necesidades se han aumentado con su trabajo. Cuando, por el contrario, la actividad es menor, las necesidades son más intermitentes, y lo propio ocurre con las relaciones que unen las funciones. No sienten más que de tarde en tarde su solidaridad, que es más débil por eso mismo.

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