Para una mirada
instituida según los hábitos estatales, los chicos sin instituciones están en
banda, a la deriva. Y sin familia portadora de ley, sin escuelas productoras de
ciudadanía y sin Estado protector, se preguntan ¿cómo se puede ser un chico?
La exclusión
social se define por fuera del orden social, se pone el acento
en un estado. La exclusión nos habla de un estado en el que se encuentra el
sujeto.
En cambio la idea
de expulsión social se refiere a la relación entre ese estado de exclusión y lo
que lo hizo posible. Mientras que el excluido es meramente un producto un dato,
un resultado de la imposibilidad de integración, el expulsado es resultado de
una operación social, una producción, tiene carácter móvil.
La expulsión
social, entonces, mas que denominar
un estado cristalizado por fuera, nombra un modo de constitución social. el
nuevo orden mundial necesita de los integrados y de los expulsados. Estos ya no
serian una disfunción de la globalización, una falta, sino un modo constitutivo
de lo social.
La expulsión social provoca un desexistente, un
“desaparecido” de los escenarios públicos y de intercambio
Retoman además la noción de Agamben “nuda vida” para
conceptualizar a aquellos sujetos que han perdido visibilidad, nombre,
palabra y que transitan por una sociedad que parece no esperar nada de ellos.
Cuando un sujeto deja de realizar en sus inscripciones múltiples, trabajador,
mujer, hombre, hijo, padre, artista, estudiante, etcétera, se aproxima a la
nuda vida.
Son conocidos los descriptores de la expulsión social:
desempleo, estrategias de supervivencia que rozan con la ilegalidad, violencia,
deserción del sistema educativo, desprotección, disolución de vínculos
familiares, consumo de drogas.
Se preguntan por las subjetividades que emergen en
relación con un Estado que se ha ausentado en su función –
como la de un buen padre de familia dice la ley - normatizadora, de regulación,
contención y amparo y su sustitución por el mercado. Ya no se trata
de ciudadanos sino de consumidores.
El mercado se dirige a un sujeto que solo tiene
derechos de consumidor, y no los derechos y obligaciones conferidos al
ciudadano. El consumo, entonces no requiere la ley ni los otros, dado que es en
relación con el objeto y no con el
sujeto donde se asienta la ilusión de satisfacción. El consumo no es un bien
repartido-equitativamente; no obstante; lo que importa es que el mercado
instituye, para consumidores y no consumidores.
En otro párrafo , señala que para estar integrado
dependo de mi capacidad de gestionarme dado que es aquí, en la gestión del si
mismo y no en el lazo donde se fila la ilusión de posibilidad. Esta idea
aparece en Durkeim en la “División del
Trabajo social”, retomando a Darwin (lucha por la vida), cuando indica que en
la división del trabajo social no hay que
eliminarnos unos a otros sino especificarnos para poder vivir.
El otro como espejo, como límite, como lugar de deseo,
se opaca. Nuestra época está inundada de mandatos -de goce- en los que el otro
es prescindible. Para la satisfacción - del deseo- de consumo necesito del
objeto y no del sujeto, para trabajar necesito que el azar recaiga en mi y no
sobre el otro, porque no hay lugar para dos, para estar feliz no es al otro al
que necesito, sino de un objeto protésico, - como la droga, las
siliconas o el último modelo de algo.
Luego Duschatzky y Corea, exponen que en el marco de
estas condiciones emergentes la “legitimidad” social, encontramos que la
violencia es la marca que permea la vida de los que habitan la periferia de la
ciudad.
Aquí nos encontramos con lo que caracteriza a la posmodernidad, lo cual
lo señala Jean- François Lyotard: el
agotamiento y la desaparición de los grandes relatos de legitimación,
especialmente el relato religioso y el relato político. Se asiste incluso a la
disolución de las fuerzas sobre las que se apoyaba la modernidad clásica. Que
no dejan de tener relación con lo que conocemos bajo el nombre de
neoliberalismo, ilustran la mutación actual en la modernidad: lo posmoderno es
a la cultura lo que el neoliberalismo es a la economía.
Por lo tanto hay
una "pérdida de referentes entre
los jóvenes" una nueva condición
subjetiva cuyas claves nadie posee, tampoco los responsables de su educación.
Y resulta ilusorio creer que algunas lecciones de
moral a la antigua puedan bastar para atajar los daños.
Esto ya no funciona porque la moral hay que impartirla
"en nombre de". Pero, precisamente, ya no se sabe en nombre de quién
o de qué. La ausencia de un enunciante colectivo creíble está caracterizando la
situación del sujeto posmoderno, que debe a hacerse a sí mismo sin contar con
los recursos para ello, y sin ningún antecedente histórico o generacional con
legitimidad para remitirse a él. Ya que no hay sujeto desde los orígenes debe
haber Otro que es condición y posibilidad de subjetivación.
Como indica Duschatzky y Corea, el Estado- nación,
mediante sus instituciones principales, la familia y la escuela, ha dejado de
ser el dispositivo de la “moralidad” del sujeto. Todo parece indicar que la violencia con el otro, la violencia a modo
de descarga o pulsión descontrolada es el índice de la incapacidad del
dispositivo para instituir una subjetividad regulada por la ley simbólica.
Parece que todos por lo tanto las anteriores figuras del Otro de la
modernidad, son ciertamente posibles y están disponibles, pero ya ninguno de
ellos tiene el prestigio necesario para imponerse. Todos se han visto afectados
por los mismos síntomas de decadencia. La decadencia de la figura del Padre en
la modernidad occidental.
Por ello, el análisis del devenir decadente del Otro
en el período posmoderno debe incluir los tiempos neoliberales que vivimos,
definidos por la "libertad" económica máxima acordada a los
individuos. Lo que se llama el "mercado" no vale en absoluto como nuevo
"Otro", este pretende hacerse
cargo del conjunto del vínculo personal y el vínculo social
Como afirma Galende, las grandes instituciones que en
la modernidad iluminista mediatizaron la realización de la razón histórica como
progreso se han visto crecientemente desinvestidas por los individuos en su
función de agrupar, unificar y ordenar los proyectos del conjunto. Aun cuando
persisten sus funciones burocráticas, cada vez mas los individuos están en
ellas para su realización personal ya no para el progreso o la defensa de lo
colectivo. Además este autor agrega que el empobrecimiento de la vivencia de un
tiempo histórico, dando lugar en grandes grupos humanos a la presencia de una
experiencia del tiempo como vacío, homogéneo, en el cual se borra el sentido
del porvenir y se incrementa el puro estar en repetición. Repetición que
expresa la perdida de la experiencia de lo colectivo, el empobrecimiento del
deseo, el crecimiento de la autodestructividad y también de la agresividad
especular con el semejante.
Esta la violencia se traduce como la falla de lo simbólico que intenta ser una
respuesta de urgencia a estas situaciones de emergencia. Podría plantearse que
la violencia emerge como una modalidad de socialización, como un estar “con”
los otros o buscar a los otros, una forma incluso de vivir la temporalidad.
Vale también recordar lo que plantea Winnicott12 (1998) en relación a la
esperanza que hay en juego en una conducta antisocial.
Los adolescentes expresan y actúan una violencia a la
manera de un espejo deformante de la degradación global de los vínculos
humanos, degradación que remite al procesamiento de lo simbólico y
a las fallas de su transmisión. La destrucción de los lazos
simbólicos que entraman las relaciones humanas está en el centro de la violencia
contemporánea que nos sacude y la desligazón pulsional está en el centro del
despliegue de una violencia que se desencadena en la realidad cada día de
manera más impactante.
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