Para Rosenham, una clasificación psiquiátrica crea una realidad propia y con ello, sus propios efectos. Si se ha producido la impresión que un paciente es esquizofrénico, la expectativa es que siga siendo esquizofrénico. Si transcurrido un tiempo sin que haya hecho nada extravagante, se cree que está en remisión y que puede ser dado de alta. Pero la clasificación lo persigue más allá de la clínica, con la expectativa tácita de que volverá a conducirse como un esquizofrénico. Tal clasificación dicha por los profesionales de la psiquiatría influye tanto en el paciente como en sus familiares y amigos y no es extraño que el diagnostico actúe sobre todos ellos como una profecía que se auto-cumple, finalmente el paciente acepta el diagnóstico con todas las implicancias y expectativas adicionales y se comporta correspondiendo a esa profecía auto-cumplida, porque la realidad se entiende como una concepción subjetiva en la cual identificamos por una parte, una realidad de primer orden que se refiere a las propiedades puramente físicas y objetivamente constatable de las cosas y por otra parte una realidad de segundo orden que afecta exclusivamente a la atribución de un sentido y un valor de estas cosas y, en consecuencia, a la comunicación.
Para Rosenham, la normalidad o anormalidad, el estar sano y el estar loco, así como los diagnósticos que se deriven de ello, son posiblemente menos terminantes de lo que se cree generalmente. La pregunta que se hace el autor es ¿residen en el propio paciente las características sobresalientes que conducen al diagnóstico? Y si estas características se dan en el medio circundantes del paciente o bien en las circunstancias en que los ven los observadores. Rosenham realiza una experiencia en la cual internando a una persona normal (es decir personas que no presentan los síntomas de un trastorno psíquico) en clínica psiquiátrica y comprobar si llaman la atención como sanas mentalmente. Buscando demostrar que la normalidad y la anormalidad es suficientemente concluyente como para ser reconocida donde se la presente porque está fundada en la persona misma. Según este modo de ver los diagnósticos psiquiátricos solamente existen en el cerebro del observador y no son un resumen válido de las características que presenta el observado.
Los pseudos pacientes y su medio: Al realizar el ensayo se introdujeron variaciones similares con el fin de que los resultados tuvieran validez general, con lo cual luego de un cierto tiempo se llega a los siguientes resultados: Las personas normales no se detectan como sanas, porque los dictámenes se basan en el papel preponderante de la clasificación en la formulación del diagnóstico psiquiátrico. En cuanto los pseudo-paciente ha sido clasificado una vez de esquizofrénico, nada puede hacer para liberarse del estigma. Se distorsiona profundamente la opinión de otros acerca de él y de su propia conducta. En un sentido estricto se ha creado así una realidad. La clasificación suele ser tan poderosa que muchas de las formas de conducta de los pseudos-pacientes fueron pasadas por alto o totalmente malinterpretadas, con el fin de que correspondiera a la realidad preparada.
Una característica tácita de los diagnósticos psiquiátricos es que buscan la fuente de la confusión mental dentro del individuo y solo rara vez en la multiplicidad de estímulos que lo rodean. De allí que las formas de conducta provocadas por el entorno sean adjudicadas por lo general erróneamente a la enfermedad del paciente. Una clasificación psiquiátrica crea una realidad propia y con ello sus propios efectos. Tan pronto como se ha producido la impresión de que el paciente es esquizofrénico, la expectativa es que siga siendo esquizofrénico cuando ha transcurrido suficiente tiempo sin que haya hecho algo extravagante, se cree que está en remisión y que puede ser dado de alta, pero la clasificación lo perseguirá, con la expectativa tácita de que volverá a conducirse como esquizofrénico. Tal clasificación en boca de profesionales de la psiquiatría influye tanto en el paciente como en su familia y amigos y puede que el diagnóstico actúe sobre todos ellos como una profecía que se auto-cumple.
Consecuencias de la estigmatización y la despersonalización: Para Rosehman toda vez que la relación entre lo que sabemos y lo que debemos saber se acerca a cero, nos inclinamos a inventar “conocimiento” y a asumir que sabemos más de lo que en realidad sabemos, la estigmatización surge como una consecuencia de la necesidad de establecer diagnósticos, se sabe que los diagnósticos pueden no ser ni adecuados ni confiable y sin embargo seguimos utilizándolos, aún cuando sabemos ahora que no podemos distinguir la enfermedad mental de la salud.
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