Capítulo V
La trasposición es una proyección de contenidos inconscientes. Al principio se proyectan contenidos superficiales de lo inconsciente. En este estado el médico es interesante como posible amador. Luego aparece como el padre, según las cualidades que el verdadero padre del paciente tuviera para él. A veces el médico se le aparece también al paciente en forma maternal, algo extravagante. Todas estas proyecciones de la fantasía están apoyadas por reminiscencias personales.
Luego se presentan formas de fantasía, que tiene un carácter imposible. El médico aparece de pronto como dotado de cualidades siniestras o como un salvador. Más tarde todavía aparece como una mezcla incomprensible de ambos aspectos. Afloran a la superficie fantasías que representan así al médico. Cuando el paciente no puede advertir que es una proyección de su inconsciente propio, hay grandes dificultades que vencer.
A tales pacientes no les cabe en la cabeza que sus fantasías procedan de ellos mismos y no tengan que ver nada con el carácter del médico.
Se puede comprobar que semejantes fantasías fueron ya, en cierta época de la niñez, aplicadas al padre o a la madre.
En cada individuo, aparte de las reminiscencias personales, existen las grandes imágenes “primordiales”; son posibilidades de humana representación, heredadas en la estructura del cerebro.
En este segundo estadio de la trasposición, en que se reproducen esas fantasías, no basadas ya en reminiscencias personales (trátase de la manifestación de las capas más profundas de lo inconsciente).
Este descubrimiento conduce a la cuarta etapa de la nueva representación: el conocimiento de dos capas en lo inconsciente. Debemos distinguir un inconsciente: un inc.personal y un inc. Impersonal o sobrepersonal. Designamos también a este último con el nombre de inconsciente colectivo.
Las imágenes primordiales son los pensamientos más antiguos, generales y profundos de la humanidad.
Hemos encontrado el objeto, que la libido elige, después de haber superado la forma personal infantil de trasposición. La libido ahonda entonces más en lo profundo de lo inconsciente y anima allí lo que dormitaba desde edades primarias.
¿De dónde procede la nueva idea, que con fuerza tan elemental avasalla la conciencia? La idea de la energía y de su conservación tiene que ser una imagen primordial que dormitaba en el inconsciente colectivo.
Reanudaremos el proceso de trasposición. Hemos visto que la libido ha buscado su nuevo objeto precisamente en aquellas fantasías aparentemente extravagantes y absurdas; es decir, en los contenidos del inconsciente colectivo. Como ya he dicho, la proyección inadvertida de las imágenes primordiales en el médico es un peligro para el tratamiento ulterior.
Si el paciente no puede distinguir entre la personalidad del médico y estas proyecciones, se pierde toda posibilidad de comprensión, y la relación humana se hace imposible.
En la proyección oscilaba el enfermo entre una divinización enfermiza y un desprecio rencoroso de su médico. En la introyección incurre en una ridícula divinización de sí mismo, o en una laceración (traumatismo, lesión) moral de su propio yo. El error que en ambos casos comete consiste en atribuirse personalmente los contenidos del inconsciente colectivo. Así se considera a sí mismo como Dios y como diablo.
El concepto de Dios es una función psicológica, que no tiene nada que ver con la cuestión de la existencia de Dios. La existencia de Dios constituye definitivamente un problema imposible.
En todas partes se encuentra lo irracional, lo discordante con la razón. Y este elemento irracional es también una función psicológica; es precisamente lo inconsciente colectivo, mientras que la función de la conciencia consiste esencialmente en la razón.
No debemos identificarnos con la razón, pues el hombre no es simplemente racional, ni puede serlo, ni lo será nunca. Lo irracional, ni puede ni debe ser explicado. Los dioses no pueden ni deben morir.
El paciente ha de saber distinguir lo que en su pensamiento es Yo y lo que es no-Yo, es decir, psique colectiva. La distinción entre el Yo psicológico y el no-Yo psicológico implica que el hombre, en su función del Yo, cumpla enteramente sus deberes frente a la vida, de suerte que sea un miembro útil de la sociedad humana.
Existe el peligro de ser absorbido por lo inconsciente, cuando la función del Yo no está afianzada.
Mientras hablamos de lo inconsciente colectivo, nos encontramos en una esfera y en una zona del problema que no entra en consideración para el análisis práctico de personas jóvenes o de personas que han permanecido largo tiempo infantiles. En los casos en que aún es posible la trasposición del padre y de la madre, más vale no hablar en absoluto del inconsciente colectivo y del problema de la oposición.
Pero cuando las trasposiciones paternas y las ilusiones juveniles han sido vencidas, entonces conviene hablar del problema de la oposición y del inconsciente colectivo.
Nos hallamos frente al problema de encontrar un sentido que haga posible la continuación de la vida.
El hombre tiene un doble fin: el primero es el fin natural, la generación de la descendencia. Cumplido este fin, comienza otra fase: la del fin cultural. Para obtener el primer fin nos ayuda la naturaleza y además la educación; para obtener el último fin, hay poco o nada que nos ayude. Pero en muchos domina la falsa ambición de ser de viejos lo mismo que de jóvenes. De aquí que para muchos sea el tránsito de la fase natural a la fase cultural sumamente difícil y amargo. Muchos se agarran a la ilusión de la juventud o, por lo menos, a sus hijos, para de esta manera salvar todavía un poco de ilusión. Se advierte esto especialmente en madres, que ponen el único sentido de su vida en sus hijos y creen caer en un vacío sin fondo cuando tienen que abandonarlos. No es de admirar que muchas graves neurosis, por lo tanto, se presenten al empezar el otoño de la vida. Es una especie de segunda pubertad o segundo período de lucha.
La transición de la primavera al otoño es una inversión de los antiguos valores.
El peligro de las radicales conversiones es que toda la vida anterior queda reprimida y con ello se produce un estado de desequilibrio.
Todo lo viviente es energía y descansa en la oposición. De aquí que la inclinación a negar todos los valores anteriores a favor de sus contrarios, es enfermiza.
Lo conveniente es, no rechazar en absoluto los anteriores valores, sino conservarlos, pero al mismo tiempo reconocer sus contrarios.
Cuando el hombre se encuentra frente a un obstáculo psicológico aparentemente invencible, retrocede; hace una regresión. Vuelve a los tiempos pasados, en que se encontraba en situación semejante, y trata de aplicar los medios que entonces le sirvieron. Pero lo que sirvió en la juventud es inútil en la vejez. Entonces la regresión se prosigue hasta la niñez y acaba por llegar al tiempo anterior a la niñez.
En suma: lo inconsciente tiene en cierto modo dos capas: primero, la personal, y segundo, la colectiva. La capa personal termina con los primeros recuerdos infantiles; lo inconsciente colectivo se extiende a la época pre-infantil, es decir, a los restos de la vida ancestral.
Cuando la regresión de la energía psíquica rebasa (propasar) la época pre-infantil, y llega a las huellas y sedimentos de la vida ancestral, entonces despiertan las imágenes mitológicas.
Hay que buscar un camino que abra comunicación entre la realidad consciente y la inconsciente.
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