1. INTRODUCCION
La teoría crítica. Junto a autores como Max Horkheimer,
Adorno o Jürgen Habermars, el grupo de Francfort pretendía ofrecer una
clarificación racional(teoría) sobre la estructura de la sociedad
industrializada y las consecuencias que ha traído para la vida humana y la
cultura, resultado todo ello del concepto de razón vigente(razón
técnico-instrumental).
Esa teoría critica la configuración de la sociedad actual
por considerarla inadecuada y contraria a las exigencias de la razón; lo cual
supone contar de antemano, siquiera sea de forma proyectiva, con un concepto de
razón originaria, que permita establecer y constatar las deficiencias de la
sociedad industrializada y proyectar otra estructuración social más acorde con
la vida humana.
La teoría crítica se opone a la teoría tradicional, la cual
es entendida, en tres puntos: a) como formulación de principios generales y
últimos que describen e interpretan al mundo; b) como general y abstracta,
autónoma e independiente del marco histórico y social en que surge; c) como
pura, “mera” teoría. La teoría crítica, sin embargo: a) prosigue un
planteamiento hegeliano-marxista, enraizada en el marco y contenido social del
pensamiento e interrelacionada con la instancia material-económica; b) se hace
objeto de su propia crítica para evitar transformarse en ideología en una
suerte de purificación teórica y c) destaca la relación entre teoría y praxis,
tomando en consideración los fines últimos, poniéndose al servicio de la
transformación práctica de la sociedad.
El neopositivismo.
Última expresión de la razón técnico-instrumental y reflejo teórico del
capitalismo, se presenta como purificadora de los elementos transcendentales de
las teorías que engloba dentro del término “metafísica” que otorga
indiscriminadamente a toda estructura teórica que no esté verificada
empíricamente (ciencia) o que no sea puro análisis lógico (filosofía, según
esta paradigma). Marcuse lo critica por ser “negación de los elementos
trascendentes de la razón…”, necesarios para la teoría social, y por
representar la” réplica académica de la conducta socialmente requerida”.
Heidegger. Representa
esa razón tradicional a la que se oponía la teoría crítica que busca los
primeros principios transhistóricos, y se opone a la praxis de la teoría
crítica: “La filosofía no puede aportar jamás de una manera inmediata las
fuerzas o crear las formas de acción o condiciones que susciten una acción
histórica”. Marcuse se opone a una trascendencia de la que habla la ontología
heideggeriana y que representa la tradición metafísica occidental. La
trascendencia en Marcuse es histórica, lo cual equivale a decir que tiene
incidencia en la sociedad concreta; es una trascendencia práctica.
Freud. La
aplicación de los conceptos del psicoanálisis al esclarecimiento de fenómenos
colectivos como la religión, la cultura y la sociedad, llevó a Freud a postular
la represión de los instintos como mecanismo inevitable de psique y geanalógico
de la moral y de la religión. Sin embargo, para Marcuse la represión no es
inevitable sino un elemento histórico concreto, un instrumento de la sociedad
cerrada que crea deseos no-naturales, agresivos, que hacen perpetuar las
estructuras económicas empujando al consumismo, las estructuras jerárquicas en
todo nivel, y negando la conciencia de clase y la voluntad de cambio.
Hegel y hegelianos.
La dialéctica, la negación determinada y la tradición de la gran cultura serán
ideales e instrumentos para Marcuse, que no rechaza a la teoría tradicional
cuando sus elementos pueden ayudarlo.
2. EL HOMBRE
UNIDIMENSIONAL
LA SOCIEDAD
UNIDIMENSIONAL
Marcuse nos presenta la sociedad industrializa como una
sociedad cerrada, un universo dónde no caben alternativas de vida, donde los
intereses en oposición han sido anulados. La razón técnico-instrumental es
causa y esencia de este control de las fuerzas sociales: el aparato tecnológico
se muestra capaz de conseguir los logros del progreso y las nuevas formas de
vida que promueve se convierten en formas de adoctrinamiento. Las condiciones
adoptadas para el funcionamiento del aparato constituyen el debilitamiento de
las posibles fuerzas emancipatorias y las formas de control sofisticadas: el
proceso de mecanización con la consiguiente supresión de la individualidad;
concentración de empresas individuales en megacorporaciones; regulación de la
libre competencia entre sujetos económicos desigualmente provistos; reducción
de las prerrogativas y soberanías nacionales que impiden la organización
internacional de los recursos…; toda medida de progreso y liberalismo es una
forma de control. En esta sociedad el hombre ha perdido su sentido crítico ya
que la organización social parece satisfacer las necesidades. La libertad de
pensamiento se supone y se practica en forma de debate abierto de alternativas
dentro del status quo: la sociedad democrática supuestamente deja abierta las
alternativas pero las anula por la realidad económica y el dominio tecnológico.
El aparato técnico y científico tiene por función la dominación al obstaculizar
con sus recursos la expresión de la libertad individual: "el aparato
técnico de producción y distribución (con un sector cada vez mayor de
automatización) funciona, no como la suma total de meros instrumentos que
pueden ser aislados de sus efectos sociales y políticos, sino más bien como un
sistema que determina a priori el producto del aparato, tanto como las operaciones
realizadas para servirlo y extenderlo. En esta sociedad, el aparato productivo
tiende a hacerse totalitario en el grado en que determina, no sólo las
ocupaciones, aptitudes y actitudes socialmente necesarias, sino también las
necesidades y aspiraciones individuales"(Marcuse, 1954:25-26). El
dispositivo de control y coordinación no puede ser separado de la forma cómo se
emplea, no existe neutralidad de la tecnología. La intromisión del recurso
técnico en todos los aspectos sociales se justifica en vista de su
instrumentalidad, en el sentido de "productividad" y
"crecimiento potencial". Se publicita una necesidad del aparato
tecnológico relacionándolo con el progreso y la libertad democrática. Esta
función ideológica hace del accionar técnico un accionar político, en tanto se
vuelve justificador de un orden que no puede modificarse: "El impacto del
progreso convierte a la Razón en sumisión a los hechos de la vida y a la
capacidad dinámica de producir más y mayores hechos de la misma especie de
vida. La eficacia del sistema impide que los individuos reconozcan que el mismo
no contiene hechos que no comuniquen el poder represivo de la totalidad. Si los
individuos se encuentran a sí mismos en las cosas que dan forma a sus vidas, lo
hacen no al dar, sino al aceptar la ley de las cosas; no las leyes de la
física, sino las leyes de la sociedad" (Marcuse, 1954:41).
Las necesidades que el aparato satisface son artificiales,
creadas por la razón técnico-instrumental: las libertades conquistadas y las
necesidades demandadas se convierten en mercancía: la sexualidad se vende y se
publicita hasta el límite de la pornografía, etc.…. Siguiendo a Freud, Marcuse
encuentra en la sociedad la represión de los instintos, pero en oposición al
creador del psicoanálisis, la represión no es inevitable, es contingente e
histórica, depende de la sociedad concreta (en este caso, la industrial) y se
ocupa, como tarea de institualización, en reprimir los instintos positivos que
el llama del Eros, instinto de vida, que supone unas necesidades
estético-biológicas de belleza, serenidad, descanso y armonía. Todas estas
necesidades son reprimidas y dirigidas a la productividad. Se sustituyen por la
agresividad, esfuerzo, miseria e injusticia, que consiguen un comportamiento
humano que reproduce la represión y la dominación. Las sociedades antiguas
“sublimaban” los instintos en la “alta cultura”, aunque ésta era de una
minoría. Hoy estas antiguas culturas son meramente un producto del mercado.
Ahora todo se ha hecho cultura de masa, se ha banalizado y no posee fuerza para
provocar auténticos problemas. Bach hoy se puede reducir a la música de fondo
de una cocina. El sexo se ha comercializado. En vez de la antigua sublimación,
ahora estamos ante una “desublimación institucionalizada”, que juega con los
bajos instintos de sexo y agresión, centrando la actividad del Eros en la zona
genital sin permitir su inclinación a la emancipación. No hay dimensiones,
niveles, vivimos en una Cultura de elementos mercantilizados. Se crea una
conciencia feliz falsa pero efectiva a la hora de negar el cambio: no hay
conciencia de clase, cómo la va a haber si el médico, el empresario y el
trabajador tiene las mismas aficiones, comen en el mismo autoservicio, etc…; se
transforman las actitudes alternativas, el beatnick, el bohemio, el hippie, se
convierten en piezas de la sociedad, son alternativas de vida ya no
incompatibles con el sistema ya que se crean en él y se prepara a los
individuos para pensar su presencia como dentro de la sociedad; todo desafío,
toda reacción contra la vida y el mundo, se dirigen hacia el progreso personal,
hacia la “carrera” del individuo, el cumplimiento del “sueño americano” se
convierte en la vía, dentro del y favorable al sistema, de satisfacción
diferida de las necesidades de emancipación.
La conciencia de los individuos de la sociedad del bienestar
es feliz, satisfecha, cree que todo está bien y le agrada ver que el Estado
satisface sus necesidades. Vive en conformismo, sin remordimientos. Hay guerras
en la periferia, donde se mata y se tortura, pero en la metrópoli todo es
felicidad. Las sociedades opulentas absorben toda contradicción. Marcuse se
fija especialmente en el lenguaje que usa esta sociedad, un lenguaje basado en
clichés (“libre empresa”, “construcción socialista”, etc.), estereotipado,
funcionalista, que impide pensar las cosas. Así sucede en las formas actuales
de neoliberalismo y neoconservadurismo. Ya no hay pensamiento con carga
ontológica y universal. Los problemas obreros, por ejemplo, se reducen a
cuestiones técnicas que se resuelven fácilmente. Critica también la democracia
electoralista, en la que ya hay un juego dado, con presupuestos intocables, en
donde sólo hay una apariencia de libertad.”El lenguaje es despojado de las
mediaciones que forman las etapas del proceso de conocimiento y de evaluación
cognoscitiva. Los conceptos que encierran los hechos y por tanto los
trascienden están perdiendo su auténtica representación lingüística. Sin estas
mediaciones, el lenguaje tiende a expresar y auspiciar la inmediata identificación
entre razón y hecho, verdad y verdad establecida, esencia y existencia, la cosa
y su función.” (Marcuse, 1954:115). Todos estos elementos son los factores que
hacen de esta sociedad una sociedad unidimensional, y el hombre que vive en
ella, un hombre unidimensional que no encuentra diferencias entre lo que se
establece como verdad y la verdad, en el cual no existe distinción entre el
mundo (el no yo como elemento negador del yo) y el yo. El hombre unidimensional
no tiene capacidad de crítica y cambio porque no encuentra contradicción entre
lo ideal y lo real, entre el ser y el deber ser.
Marcuse acude a la conciencia heredada de los pensadores
clásicos, vistos según Hegel, para caracterizar el pensamiento negativo, de la
protesta y la revolución. Los clásicos vivían en un mundo “bidimensional”,
donde con los ideales podían oponerse a la realidad, y no considerarla sin más
racional. Frente a “lo que es”, ya dado, surgía un deber, que empeñaba en una
contradicción: “tú debes llegar a ser lo que eres, y para eso debes destruir lo
que ahora eres”. Esta fuerza de la negación contradictoria, con verdadero
espíritu revolucionario, se ha perdido totalmente en la sociedad del bienestar.
Por eso en ella domina la lógica abstracta, formal, cuando en realidad hay que
acudir a una lógica dialéctica, capaz de cambiar lo establecido. La lógica de
la protesta ha sido derrotada por los factores dominadores de la sociedad
cerrada unidimensional. La lógica formal, sin contenido, es la que reina. El
pensamiento positivo es la expresión de esta sociedad y del dominio
tecnológico. El dominio de este pensamiento es la expresión académica y
científico-filosófica del dominio social. La vida hoy se reduce a un “vivir y
morir tecnológico”. El que tiraniza no es ya un rey, sino la estructura
racional tecnológica. Ha desaparecido la “fuerza de lo negativo” de la que
hablaba Hegel. La culpa de esta situación se imputa al predominio de las
ciencias cuantitativas, que eliminaron las causas finales y transformaron todo
en una realidad instrumental, en la que ya no hay sujeto humano. Los valores
desaparecen porque “no son científicos”. Los filósofos de la ciencia se
pusieron al servicio de este mundo “desontologizado”. El cientificismo ha
instaurado el reino del a priori tecnológico. Es falso pensar que la técnica es
“neutral”. La tecnificación a ultranza ha acabado por reducir todo a algo
neutral, y así a “neutralizar” los valores, y eso es ideológico, aunque se
mantiene escondido. El pensamiento científico es necesario para el desarrollo tecnológico
y la filosofía que demarque a la ciencia como único conocimiento se convierte
el pensamiento establecido por los valores que porta. El ausentar a los valores
del pensamiento filosófico-científico esconde los valores que sostiene la
sociedad unidimensional. Una aliada de la filosofía cientificista y
tecnologista fue la filosofía analítica anglosajona, heredera del positivismo
lógico. El análisis lingüístico, destinado a “curar de las confusiones
filosóficas”, debidas a la lengua, así como el antiguo neopositivismo, se
destinan en realidad a esconder los problemas substanciales del hombre. El
lenguaje metafísico de los clásicos llevaba a enfrentarse con los problemas
verdaderos del hombre, y así tenía un valor subversivo, pues conducía a
oponerse a los hechos. La filosofía analítica reduce el pensamiento a analizar
frases como “la escoba está en un rincón” (Wittgenstein) y así se escamotean
los problemas angustiantes del hombre. En el fondo, la filosofía empirista y
analítica tiene el propósito secreto de obligarnos a adaptarnos a la sociedad
tecnológica. Todos los problemas que ellos estudian son absolutamente banales.
Los grandes conceptos universales, como yo, conciencia, libertad, espíritu, se
reducen a operaciones técnicas. Los viejos mitos (ejemplo: magias, brujerías)
hoy se usan banalizados, como medio de publicidad, de propaganda. La sociedad
del bienestar usa la estadística siempre manipulada. Las encuestas, las
entrevistas, etc. banalizan lo profundo, para adaptarlos a los clichés de la
TV, la prensa, etc. Hoy hablamos del amor, por ejemplo, utilizando fraseologías
hechas, propias de películas de gángsteres y de la publicidad. Los filósofos
analíticos, en vez de hacer un análisis a fondo de este lenguaje estereotipado
y falso, se contentan con estudiar frases como “me rasco”, etc., pero ante la
proposición “esto es injusto”, dirán que el concepto de justicia es poco claro.
Estamos, en definitiva, ante un lenguaje establecido propio de un universo
totalitario, y los analíticos del lenguaje no sólo no ayudaron a desentrañarlo,
para que se descubriera su intrínseca hipocresía, sino que han adormecido a las
conciencias con sus análisis triviales, puramente técnicos. Los filósofos
analíticos estudian realidades mutiladas y caen en controversias meramente
académicas. Han anestesiado el valor del lenguaje ordinario. Una verdadera
filosofía debería ser negativa ante “lo establecido” y debería ir claramente a
las cuestiones “ideológicas”. El pensamiento positivo ha triunfado en la forma
de esta filosofía unidimensional.
LA POSIBILIDAD DE LAS
ALTERNATIVAS
Es necesario un cambio cualitativo, sin duda. En Marcuse hay
exigencia de libertad política y social en las que las necesidades sublimadas
estén al servicio del Eros hacia la construcción de un mundo pacificado, una
sociedad que, con base en otras relaciones de producción, esté organizada por
hombres cuyas necesidades instintivas sean la negación determinada (en sentido
hegeliano) de los que reinan en la sociedad represiva. Entendamos esta negación
determinada de este modo: Marcuse defiende ahora el valor de los universales,
como “nación”, “hombre”, “libertad”, “belleza”, etc. Pero da una interpretación
dialéctica de los mismos, anclada en Hegel. Esos universales reflejan un estado
de la conciencia que capta un ideal, por ejemplo, la belleza, y niega lo que en
el mundo de los hechos pasa por bello. Los particulares realizan a los
universales, pero a la vez los niegan. Los verdaderos universales son conceptos
muy amplios, de valor histórico, que permiten que el hombre despliegue sus
grandes batallas. El horizonte que proyecta Marcuse, por tanto, es de luchar
ahora contra la sociedad establecida utilizando esta capacidad negadora que,
sin embargo, la sociedad unidimensional elimina. Nuestra tarea actual, según
Marcuse, es captar todo lo negativo que tiene la sociedad actual, y criticarlo
(por ej., viajo en un espléndido coche, pero dependo de una empresa que me lo
ha elegido). Hoy, más que nunca, tenemos que fomentar las contradicciones.
Necesitamos una nueva tecnología, que no será un refinamiento de la actual,
sino que surgirá tras la catástrofe de la actual tecnología establecida. La
nueva tecnología debería equilibrar más las necesidades con la libertad humana.
Habría que conseguir poner causas finales al trabajo, trabajar sólo en función
de las reales necesidades, y que esta tecnología sirviera a todos y no sólo a
algunos. El hombre en el futuro debería reducir su poder de control, por
ejemplo dominando a la naturaleza no de un modo represivo. Necesitamos una
“razón no tecnológica”, que sería el “órgano del buen vivir”. Habría que
adoptar ante la naturaleza una actitud más estética y menos utilitaria. Las
nuevas tecnologías deberían dar libre juego a las facultades humanas. Se
trataría de “redefinir” las necesidades (por ejemplo, si cesara la publicidad,
la gente pensaría más por su cuenta). Además cree que hace falta reducir
drásticamente la población futura, pues no se puede vivir bien en una sociedad
de masa, en la que no hay espacio para meditar y aislarse. que la imaginación
humana hoy está esclavizada por la técnica y la propaganda, y así está como
mutilada por nuestra actual “sociedad de imágenes”. En una especie de llamada
genérica a la revolución, pide que la gente se rebele, que niegue, que critique,
sin importar que no se sepa hacia dónde vamos. Hoy nos dominan los
administradores, y la única solución es el rechazo total. Los canales
democráticos no sirven, porque no son auténticos. Los desgraciados, los pobres,
los marginados, los parias, los desocupados, los excluidos, deberían unirse en
una crítica total y radical. Obviamente hay una dificultad que se desprende del
análisis de la sociedad unidimensional y que apunta hacia los agentes del
cambio cualitativo. El proletariado ya no es el agente de cambio, no tiene la
conciencia de clase que Marx le otorgaba y que le daba el carácter de clase. La
posibilidad estaría en los jóvenes, en los cuales se reduciría la represión por
su status de “recién llegados”. En ellos se daría la revolución tanto política
como instintivamente. En su protesta radical estaría la base para la
construcción de un movimiento internacional y global basado basado en la
solidaridad como necesidad biológica de mantenerse unidos contra la brutalidad
y la explotación inhumanas. Esto sólo puede partir de una educación de la
conciencia para llegar a observar y sentir el crimen contra la humanidad que
representa la sociedad unidimensional.
3. LAS POSIBILIDADES
FILOSÓFICAS
CRÍTICA.
El hombre unidimensional es un análisis grandioso de la
sociedad industrial, por lo menos de sus áreas más industrializadas. Quizá un
análisis más actual en vez de corregir sus tesis debería graduarlas para poder
describir zonas y subculturas parcialmente industrializadas y parcialmente
subdesarrolladas. Su canto al cambio cualitativo es coherente con el análisis
de la sociedad aunque entre en conflicto con él (de esto hablaremos en le
siguiente apartado). De todas formas, es en el contexto de de su revisión de
Freud donde vamos a centrar la crítica. No sabemos de dónde deduce Marcuse que
existe/existió/existirá una sociedad sin represión. Quizá tampoco esté
fundamentada la visión freudiana, pero el caso es que Freud no postula una
utopía donde las necesidades naturales de armonía y belleza se satisfagan y la
vida sea igual a su propio fin. Quizá la teoría social necesite un finalismo de
este tipo pero no creo que sea bueno siquiera colocarlo en una realidad
psicológica. Freud podía observar esa realidad psicológica en la realidad que
observaba (aunque estuviese mediada por la teoría) sin embargo Marcuse promete
un paraíso en la tierra con base en una realidad humana no observable. Quizá la
teoría crítica no necesite ese optimismo, los castillos grandes caen con más
estrépito y cuanto más bellos son más horrible es contemplar sus escombros. De
hecho, su descripción de la conciencia unidimensional pierde su carácter
esquemático y separa la sociedad en los rebeldes y en los imbuidos, en una
suerte de maniqueísmo que no ayuda al cambio social basado en la solidaridad y
que lo invalida formalmente por no pertenecer la necesidad del cambio a toda la
sociedad.
Por otro lado, la vía de la alternativa, el paso de una
crítica radical a la construcción de una nueva sociedad, no está muy claro.
Quizá por miedo a pertenecer al “crimen contra la humanidad” Marcuse no ha
querido entrar al debate de la acción liberadora y el recurso a la violencia.
Quizá por eso la intelectualidad no puede cambiar el mundo, hablamos otro
idioma…
LAS POSIBILIDADES DE
REFORMULACIÓN DE LA TEORÍA CRÍTICA COMO FORMAS DE POSIBILIDAD DEL CAMBIO
CUALITATIVO
El reto de la teoría social, al contrario que la teoría
metafísica, es su validación: es la realidad la que refuta en nada una teoría,
un desafío político. La teoría crítica lo ha sufrido, y antes que ella, el
marxismo. Éste, con su realización concreta, ha destruido no sólo la fe, sino
la confianza en el acto revolucionario. La teoría crítica ha envuelta, con el
fracaso del Mayo del 68, toda teoría emancipatoria en un halo de sentimentalidad
y mal-llamado idealismo. El mundo ya no se toma en serio la revolución, en tal
caso sólo para temerla. Sin embargo, ¿cómo incide este hecho en la validez
cognoscitiva de la filosofía? A mi modo de ver sólo la mantiene en su carácter
filético. La distancia entre teoría y praxis tiene ahora un carácter
definitorio de la filosofía práctica: la distancia es la que marca la dirección
de la filosofía, es más, es la que la sostiene, la que la convierte en lo que
es. Toda filosofía no puede ser más que una reformulación de la anterior basada
en los nuevos problemas. Los problemas, en este caso, no son sólo los sociales
concretos, sino los que ya abrieron los románticos, los ilustrados y Marx sobre
la acción práctica, la libertad y el significado de la historia. Toda filosofía
debe tener una forma que determine sus posibilidades y se le otorga por la
aplicación de formas anteriores adaptadas a problemas actuales y por la
actualización de problemas anteriores a través de circunstancias actuales. La
forma actual de la filosofía sólo puede ser heredera de la kantiana, los
problemas sólo pueden ser los sociales, que son los problemas tradicionales de
la filosofía práctica, pero adaptados al desafío político concreto y
emancipatorio. La forma actual de la filosofía pasa por ser la de las formas de
posibilidad del cambio cualitativo.
¿Por qué formas de posibilidad? ¿Es un modo de curarse en
salud ante el inminente fracaso? ¿Es que la teoría no toma responsabilidades?
Se trata del a priori porque es lo que podemos conocer, es lo único que produce
la epagojé y la única fuente de conocimiento filosófico. Aún resuenan las
palabras de Heidegger: “La filosofía no puede aportar jamás de una manera
inmediata las fuerzas o crear las formas de acción o condiciones que susciten una
acción histórica”. Quizá tenga razón, pero ese canto al inmovilismo está dotado
de fuerza conservadora y ya pertenece a una filosofía práctica. La filosofía,
eso es cierto, no puede anticipar hechos más que aquellos que se siguen de las
formas de posibilidad. Al ser, bajo la estructura de formas de posibilidad, la
filosofía una metafísica, lo que hace es anticipar los términos en que toda
discusión y toda lucha tendrá sentido y relevancia.
Tenemos un carácter filético sin el cual no podemos hablar
de filosofía. Éste ya existe en Marcuse y es el tema principal de El hombre
unidimensional. La necesidad del cambio trae implícita la necesidad del
análisis de la sociedad industrializada, pero ese análisis, reducido a sus
elementos más estereotipados y esquemáticos, no deja abierta la vía del cambio:
los únicos agentes de cambio no lo son, por falta de poder material pero el
caso es que no lo son, se les atribuye un nombre que no merecen. No hay agentes
de cambio. Sin embargo se afirman. Esta afirmación es una opción pero entra
dentro del marco filosófico: utilizando nuestro lenguaje para responder a
problemas insolubles se llega a un discurso inconsistente pero necesario por su
fin irrenunciable. Esta relectura de la filosofía que debemos a Heidegger es un
componente que ahora debe de estar implícito y que debe guiar la reflexión
filosófica. Marcuse lo explicita de algún modo y es una circunstancia necesaria
no sólo por la inevitabilidad del fracaso sino por el desafío que se lanza: la
utopía está aún más lejos y, por tanto, la acción es más necesaria.
Como un primer esbozo de esta nueva filosofía, El hombre
unidimensional representa la forma de posibilidad de la filosofía como desafío
político, de la reformulación de filien de la filosofía como filopoliteia,
basado en el sueño que debería guiar ya toda empresa humana de que otro mundo
es posible y lo vamos a construir nosotros.
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