Freud, S. - Conferencia n° 32: "Angustia y vida pulsional"

La angustia es un estado afectivo, determinadas sensaciones de la serie placer-displacer con las correspondientes inervaciones de descarga y su percepción. El nacimiento es el evento que deja tras sí esa huella afectiva. La primera angustia es por los cambios en la actividad del corazón y los pulmones: es tóxica. La angustia realista se produce frente al peligro real, un daño esperado de afuera, está al servicio de la autoconservación; la neurótica en cambio es enteramente enigmática, carente de fin. La angustia realista produce un estado de atención sensorial incrementada y tensión motriz que se llama apronte angustiado. A partir de ese estado se desarrolla la reacción de angustia. O bien el desarrollo de angustia, la repetición de la antigua vivencia traumática, se limita a una señal para desembocar en la huida, o lo antiguo prevalece, toda reacción se agota en el desarrollo de angustia y el estado afectivo resultará paralizante y desacorde con el fin.
La angustia neurótica puede ser: un estado de angustia libremente flotante, pronta a enlazarse de manera pasajera con cada nueva posibilidad que emerja (angustia expectante); ligada firmemente a determinados contenidos de representación en las fobias; y la angustia histérica que acompaña a síntomas o emerge de manera independiente como ataque o estado prolongado.
La expectativa angustiada tiene un nexo con la economía de la libido en la vida sexual. Se provoca una excitación pero no se satisface, en reemplazo de esta libido desviada de su aplicación emerge la angustia. La angustia neurótica se genera por transmudación directa de la libido producto de la represión de la representación que es desfigurada hasta volverse irreconocible, y cuyo monto de afecto es mudado en ésta.
Angustia y síntoma ambos se subrogan y relevan entre sí. En la fobia inicia su historia patológica con un ataque de angustia, que repite frente al mismo objeto del cual crea una inhibición, una limitación funcional del Yo, y por esa vía se ahorra el ataque de angustia. En el síntoma, a su vez, si impide al enfermo manifestarse (ej. su ceremonial), cae en un estado de angustia del cual su síntoma lo protegía.
Aquello a lo cual se tiene miedo en la angustia neurótica es a la propia libido. A diferencia de la angustia real el peligro es interno, y no se discierne concientemente.
En las fobias un peligro interior se traspone a uno exterior. De ésta forma cree poder defenderse mejor mediante la huida. En la fobia sobreviene un desplazamiento.
La angustia se genera porque la libido se ha vuelto inaplicable.
El Yo es el único almácigo de la angustia, y cada una corresponde a los tres vasallajes del yo: respecto del mundo exterior (realista), del Ello (neurótica), y del Superyo (conciencia moral).
La función de la angustia señal indica una situación de peligro. En la histeria de angustia se trata de la represión típica de las mociones de deseo provenientes del complejo de Edipo: la investidura libidinosa del objeto madre se muda en angustia por la represión y se presenta como anudada al sustituto padre. No es la represión la que crea la angustia, sino ésta la que se muda en represión. El varoncito siente angustia ante una exigencia de su libido, ante el amor de su madre, pero ese enamoramiento le aparece como un peligro interno del que debe sustraerse mediante la renuncia a ese objeto, porque provoca un peligro externo. El peligro real, externo, es la amenaza de castración, la pérdida de su miembro. En el curso de su fase fálica, en la época de onanismo, el castigo encuentra refuerzo filogenético. La angustia de castración es uno de los motores de la represión. En la mujer aparece la angustia a la pérdida del amor que se continúa a la angustia del lactante. Repiten en el fondo la angustia de nacimiento (la castración es también la imposibilidad de reunificación con la madre o su sustituto). A cada fase le corresponde una condición de angustia: peligro del desvalimiento psíquico, peligro de la pérdida de objeto de amor, la heteronomía de la primera infancia, el peligro de la castración, y la angustia al superyo. Con el tiempo las situaciones peligrosas son desvalorizadas por el fortalecimiento del yo, pero sólo de forma incompleta. Los neuróticos permanecen infantiles en su conducta hacia el peligro y no han superado condiciones de angustia anticuadas.
El Yo nota que la satisfacción de una exigencia pulsional emergente convocaría una de las situaciones peligrosas, esa investidura debe ser sofocada y entonces pone en marcha a la represión cuando no se siente suficientemente fuerte. Cuando puede desempeñar esa tarea lo hace incluyendo la moción pulsional en su organización, incurriendo a una técnica idéntica al pensar normal: con pequeños volúmenes de investidura dirige una investidura tentativa, logra anticipar la satisfacción de la moción pulsional dudosa y reproducir la sensación de displacer que corresponde al inicio de la situación de peligro temida. Se pone en juego el principio de placer-displacer que lleva a cabo la represión de la moción pulsional peligrosa (suscita el automatismo placer-displacer). Puede suceder que el ataque de angustia se desarrolle plenamente y el yo se retire de la excitación chocante, o en vez de salir al encuentro con una investidura tentativa, lo hace con una contrainvestidura que se conjuga con la energía de la moción reprimida para la formación de síntomas, o es acogida en el Yo como formación reactiva. El principio de placer-displacer rige los procesos en el interior del Ello provocando alteraciones profundas en la moción pulsional. En muchos casos la moción pulsional reprimida retiene su investidura libidinal, otras veces su libido es conducida por otras vías, cuando el Complejo de Edipo es destruido dentro del Ello, bajo el influjo del mismo conflicto que fue iniciado por la señal de angustia.
El Yo es endeble frente al Ello, se empeña en llevar a cabo sus órdenes. Ese Yo es parte del Ello mejor organizada, orientada hacia la realidad. El Yo influye sobre los procesos del Ello cuando por medio de la señal de angustia pone en actividad el principio placer-displacer. Inmediatamente vuelve a mostrar su endeblez, renunciando mediante la represión a un fragmento de su organización, consintiendo que la moción pulsional reprimida permanezca sustraída a su influjo de manera duradera.
La angustia neurótica se ha mudado en angustia realista. Pero no es el daño de la persona de forma objetiva, porque es a nivel anímico; lo esencial en el nacimiento como en cualquier otra situación de peligro es que provoque en el vivenciar anímico un estado de excitación de elevada tensión que sea sentido como displacer y del cual uno no pueda enseñorearse por vía de descarga. Se llama factor traumático a un estado así, en que fracasan los empeños del principio de placer, y a través de la serie angustia neurótica- angustia realista- situación de peligro se llega a la conclusión que la angustia es la emergencia de un factor traumático que no puede ser tramitado según la norma del principio de placer. El principio de placer no nos resguarda de daños objetivos, sino sólo de nuestra economía psíquica, y éste está lejos de la pulsión de autoconservación. Sin embargo solo la magnitud de la suma de excitación convierte a una impresión en factor traumático, paraliza la operación del principio de placer y confiere su significatividad a la situación de peligro. Por lo tanto las represiones originarias nacen directamente a raíz del encuentro del Yo con una exigencia libidinal hipertrófica proveniente de factores traumáticos, y crean la angustia como algo nuevo. En “inhibición…” la angustia era la descarga directa del exceso de libido; ahora la angustia es la reacción frente a exigencias libidinales consecuencia directa del factor traumático (lo no ligado) y como la señal de que amenaza la repetición de un factor así.

(Resumen de las pulsiones). El individuo sirve a dos propósitos: la autoconservación y la de la especie. Posee pulsiones Yoicas (todas las que tienen que ver con la conservación y el engrandecimiento de la persona) y las sexuales (aquellas que exigían la vida sexual infantil y perversa). El Yo es el poder limitante, represor y las aspiraciones sexuales lo reprimido, cuya energía es la libido.
La pulsión se distingue del estímulo en que proviene de fuentes de estímulo dentro del cuerpo, actúa con una fuerza constante y la persona no puede huirle. La pulsión posee fuente, objeto y meta. La fuente es un estado de excitación corporal; la meta la cancelación de la excitación; y en el camino entre la fuente y la meta la pulsión adquiere eficacia psíquica. Es cierto monto de energía que esfuerza en determinada dirección. Las metas pulsionales pueden ser activas o pasivas. La meta puede alcanzarse en el cuerpo propio o en un objeto externo. Mociones pulsionales de una fuente pueden acoplarse a las de otra y compartir su destino, una satisfacción puede ser sustituida por otra. También el vínculo con la meta y el objeto pueden variar: pueden permutarse por otros, siendo el vínculo con el objeto el más fácil de aflojar. La modificación de la meta y el cambio de vía de objeto en la que interviene nuestra valoración social es la sublimación. Hay pulsiones de meta inhibida, que se detienen en el camino hacia la satisfacción, de suerte que sobrevienen una investidura de objeto y una aspiración continua.
Las pulsiones sexuales son plásticas, capaces de cambiar de vía sus metas, admiten subrogaciones dejándose sustituir una satisfacción pulsional por otra. Las pulsiones de autoconservación en cambio no admiten diferimiento, son imperativas.
La función sexual se produce por un desarrollo de un gran número de pulsiones parciales provenientes de distintas fuentes somáticas que con independencia recíproca pugnan por alcanzar una satisfacción y la hallan en el placer de órgano. No todas estas pulsiones serán acogidas en la organización definitiva de la función sexual; muchas serán dejadas de lado por inutilizables, mediante represión; algunas serán desviadas de su meta y aplicadas como refuerzo de otras mociones; otras sirven para la producción de un placer previo. Hay varias fases de la organización provisional, pregenitales (oral, sádico-anal, fálica) y la genital, cuando la organización sexual definitiva se ha llevado a cabo, que se establece tras la pubertad y en la cual los genitales femeninos hallan el reconocimiento que los masculinos habían conseguido antes. En la fase sádico-anal hay dos estadios: en el anterior reinan las tendencias destructivas de aniquilar y perder, y en el posterior de guardar y poseer. En mitad de éstas emerge el miramiento hacia el objeto como precursor de una posterior investidura de amor. También la fase oral posee subestadios: el primero es la incorporación oral y falta toda ambivalencia en el vínculo con el pecho; en el segundo relacionado con el morder (sádico-oral) muestra la ambivalencia. Mucho de las configuraciones se han conservado posteriormente y se ha procurado una subrogación duradera en la economía libidinal y en el carácter de la persona.
El ano corresponde embriológicamente a la boca que ha migrado hacia abajo; el interés pulsional de la caca traspasa a objetos que pueden darse como regalo (la caca es el primer regalo del que se desprende por amor a su cuidadora). De manera análoga al cambio de vía del significado en el lenguaje, el interés por la caca se transpone en el aprecio al oro y el dinero, y también hace su contribución a la investidura afectiva del hijo y del pene. De acuerdo a la teoría de la cloaca, el hijo nace como un fragmento de caca, la defecación es el arquetipo del acto de nacimiento. El pene le aparece al niño como algo separable del cuerpo (cuando toma noticia que no todos lo poseen) y lo sitúa en analogía con el excremento (primer fragmento de corporeidad al que debió renunciar). Son tratados como equivalentes, subrogados mediante símbolos comunes. En la niña el deseo de tener un pene se transmuda en deseo de tener un hijo. También influyen en la formación de carácter, en que orden ahorro, terquedad son consecuencia de que el erotismo anal no haya sido elaborado hasta su acabamiento.
El yo es reservorio de libido, del que parten las investiduras libidinosas de los objetos y regresan, mientras gran parte permanece continuamente dentro del yo. Sin cesar se trasmuda libido yoica en libido de objeto y viceversa. Por lo tanto no son de diferente naturaleza, por tanto libido puede designarse a la energía psíquica en general.
Las pulsiones sexuales (Eros) se oponen a las pulsiones de agresión, cuya meta es la destrucción. Sadismo es cuando la satisfacción sexual se anuda a la condición de que el objeto sexual padezca dolores, maltratos y humillaciones, y masoquismo cuando la necesidad consiste en ser uno mismo ese objeto maltratado. Ciertos ingredientes son acogidos en la sexualidad normal y son perversiones cuando refrenan a las otras metas sexuales y las reemplazan por las propias metas. En ambos estamos ante mezcla entre ambas clases de pulsión, del Eros con la agresiva. Las pulsiones eróticas introducirán la diversidad de sus metas sexuales, y las otras consentirán aminoraciones de su tendencia (agresiva). Las mezclas pueden descomponerse, y tales desmezclan tendrán las más graves consecuencias para la función.
El masoquismo, además de su meta sexual, es una aspiración que tiene por meta la destrucción de sí mismo. El Ello incluye originariamente todas las mociones pulsionales, por lo tanto el masoquismo es más antiguo que el sadismo, que es la pulsión de destrucción vuelto hacia fuera. Las pulsiones muestran unos afanes por reproducir un estado anterior; en el momento en que uno de estos estados ya alcanzados sufre una perturbación, nace una pulsión a recrearlo y produce fenómenos como la compulsión de repetición. Expresa la naturaleza conservadora de las pulsiones. En el ámbito anímico vivencias infantiles se repiten en sueños y reacciones, y especialmente en la transferencia, contrariando al principio de placer. Esta se impone más allá del principio de placer. Si alguna vez la vida surgió de la materia inanimada, tiene que haber nacido una pulsión que quisiera volver a cancelarla reproduciendo el estado inorgánico. Esta es la autodestrucción, o pulsión de muerte que contrarían el afán de las pulsiones de vida (de aglomerar cada vez más sustancia viva en unidades mayores) sino que reconducen a lo vivo al estado inorgánico. De la acción eficaz conjugada y contraria de ambas surgen los fenómenos de la vida. Por lo tanto la pulsión de muerte se pone al servicio del Eros y vuelta hacia fuera se expresa como agresión.
La necesidad inconsciente de castigo que acompaña toda neurosis se comporta como un fragmento de la conciencia moral, y corresponde a una porción de agresión interiorizada y asumida por el Superyo. Una parte de la agresión vuelta hacia el mundo exterior regresa y es ligada por el Superyo y vuelta sobre el Yo como sentimiento inconsciente de culpa; otra parte permanece muda como pulsión de destrucción libre en el Yo y el Ello.
En la institución primera del Superyo se empleó aquel fragmento de agresión hacia los padres que el niño no pudo descargar a consecuencia de su fijación de amor, así como de las dificultades externas. Aquellas personas en que este sentimiento es muy potente tendrán una reacción terapéutica negativa: la solución de un síntoma produce un refuerzo momentáneo del mismo y del padecimiento.
Nuestra cultura se ha edificado a expensas de las aspiraciones sexuales inhibidas, reprimidas y utilizadas para nuevas metas (sublimadas). Pero también las pulsiones de agresión dificultan la convivencia y amenazan la perduración de la sociedad; que limite su agresión es el mayor sacrificio que se pide.

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