Material de estudio para estudiantes de Psicología y carreras relacionadas.
Mecanismos y base fisiológica del lenguaje
La actividad verbal es dirigida por el cerebro. El lenguaje es una de las más complejas funciones psíquicas superiores del hombre, y su existencia está determinada por un centro rector: el sistema nervioso central, en particular, la corteza cerebral.
La actividad del lenguaje supone la recepción de señales visuales y sonoras, y la producción de sonidos articulados, el análisis de las señales que está sometido a las leyes generales de la actividad nerviosa superior, a la actividad analítico-sintética de la corteza cerebral. La producción de los sonidos articulados está estrechamente relacionada con las estructuras fonatorio-motoras (laringe, lengua, labios, etc.) que intervienen en el proceso de emisión de los sonidos y de las palabras.
El hecho de que la actividad lingüística tenga su base fisiológica en la actividad analítico-sintética de la corteza cerebral dirigió el esfuerzo de los científicos para tratar de dilucidar en qué áreas de la corteza cerebral podría localizarse esta función psíquica; los primeros estudios en relación con el lenguaje que dieron claridad a la comprensión de sus mecanismos y organización cerebral fueron, precisamente, los llevados a cabo por neurólogos en el siglo XIX.
Uno de los más eminentes fue P. Brocá. En 1861 estudió a un enfermo que mostraba dificultades articulatorias severas, y que presentaba una lesión en su corteza cerebral que le causaba dichos trastornos. La zona dañada, tercera circunvolución frontal inferior del hemisferio izquierdo, fue determinada por Brocá como la causa del problema, zona a la que denominó como centro motor del lenguaje.
De la misma manera, en 1873, Wernicke, apoyándose en una serie de observaciones, llegó a la conclusión de que la región comprendida en el tercio posterior de la circunvolución temporal superior del hemisferio izquierdo constituía el centro de la comprensión del habla (centro sensorial del lenguaje).
Estos criterios y puntos de vista «localizacionistas» prevalecieron en el análisis de la función verbal, y durante el período comprendido en esa etapa, constituyó decididamente un avance en la comprensión del funcionamiento del cerebro.
La presencia de factores contradictorios detectados por otros investigadores hicieron decrecer el significado de estas teorías. K. Monakow, y H. Jackson expusieron casos donde se observaban dificultades o trastornos articulatorios (afasia motriz), y donde no se apreciaban lesiones en el tercio posterior de la circunvolución frontal inferior.
De forma general, quedan expuestas dos tendencias opuestas: por una parte, los localizacionistas; y, por la otra, los antilocalizacionistas, que a lo largo de los siglos XIX y XX se mantienen como contrapuestas en la comprensión de la actividad cerebral y su organización, una dirigida a relacionar los procesos psíquicos aislados con determinadas zonas del cerebro, y otra encaminada a establecer un todo único funcional en la actividad cerebral. Tanto una como otra tendencia han contribuido a la comprensión de la esencia de la actividad cerebral, y han permitido ahondar en los conocimientos acerca de la estructura y composición del cerebro, su funcionamiento y las posibilidades de rehabilitación de la actividad cerebral afectada.
Estas teorías dieron lugar a que se constituyera un sistema de conocimientos sobre la actividad fisiológica del cerebro. Para realizar una correcta explicación científica de las funciones cerebrales y sus localizaciones, se hicieron necesarios los principios de las leyes reflexológicas del trabajo de los grandes hemisferios cerebrales, aportados por I. M. Sechenov, más tarde profundizados por I. P. Pavlov en sus estudios sobre las leyes de la actividad nerviosa superior.
Los criterios sobre la localización dinámica de las funciones cerebrales resultan muy valiosos. Se aceptó el significado funcional específico de las diferentes zonas de la corteza cerebral en relación con determinadas funciones, pero en el plano de la relación anatomo fisiológica, se formuló un principio de relación funcional que comprende no la actividad aislada de determinados centros, sino un sistema dinámico, donde en la formación de las distintas funciones participan distintas zonas del substrato cerebral.
La formación de los centros principales tiene lugar sobre la base de los mecanismos de los reflejos condicionados, formados en la relación del organismo con el medio.
El concepto mecánico y limitado localizacionista de «centro» fue cambiado por el de «analizador», como un complejo sistema que hace posible la actividad cognoscitiva. Este analizador está, a su vez, dividido en tres partes:
1. Parte central (el núcleo), ubicado en la corteza cerebral.
2. Las vías encargadas de llevar los impulsos nerviosos.
3. El receptor.
Se puede decir que el lenguaje, desde el punto de vista fisiológico, se desarrolla acorde con las leyes reflexológicas y se encuentra relacionado con distintas zonas del cerebro, que a su vez están en estrecha conexión a través de las membranas asociativas. Entre las partes correspondientes a diferentes analizadores, aparecen zonas intermedias, interfuncionales, que aseguran el carácter funcional único del cerebro, aunque presente una estructura funcional diferenciada.
El localizacionismo de los investigadores anteriores cedió el paso a la concepción de estructuras dinámicas. Luria muestra con su trabajo, el principio del sistema dinámico funcional en la actividad cerebral. Las funciones psíquicas son el resultado de la actividad social del hombre. Estas se han constituido en complejos sistemas funcionales. La base material de los procesos mentales es todo el cerebro en conjunto, entendiendo el cerebro como un sistema altamente diferenciado, cuyas partes garantizan los diversos aspectos del conjunto.
Las nuevas definiciones hicieron cambiar el concepto de función, que empezó a comprenderse como un complejo y plástico sistema funcional. De este modo, los distintos analizadores se encuentran relacionados con el sistema funcional verbal (motor, visual y auditivo). De ellos, el auditivo y el motor resultan fundamentales en el desarrollo del lenguaje. Sin embargo, la influencia que tiene el analizador visual en la formación de la función verbal es menos marcada.
Con respecto al analizador motor-verbal, se observa que el proceso de emisión verbal comprende distintos momentos. Comienza con la aparición del motivo o la idea, pasa luego por distintas etapas hasta terminar con la realización fonemática o sonora. El encargado de efectuar este proceso, con sus correspondientes eslabones, es el analizador motor.
El analizador motor-verbal está compuesto por tres partes: la central, las vías piramidales y la parte periférica. A su vez, esta última está compuesta por tres sistemas: el sistema respiratorio (energético), el sistema fonatorio (vocal o generador) y el resonador. A diferencia del centro, la periferia recibe el nombre de zona de los efectos verbales. Para que obtenga este efecto, es necesario que todos los sistemas trabajen de forma sincrónica: cualquier alteración en uno de ellos puede dar lugar a que no se obtenga el programa deseado, tal como se observa en el siguiente cuadro:
La codificación se inicia en la parte central, que consta de dos eslabones: el eslabón de selección de las palabras en la memoria de larga duración (en él tiene lugar la sintetización de las unidades con el significado), y el eslabón de selección de los sonidos que componen la palabra. Para que la pronunciación se realice de acuerdo con lo pensado, debe llevarse a cabo la selección de los correspondientes comandos en la corteza, con el objetivo de organizar los movimientos verbales. Esta selección se produce en un orden exacto y de forma consecutiva. Estos comandos obtenidos reciben el nombre de programa articulatorio.
De lo anterior se deduce que seleccionar el significado de la palabra y los comandos motores no significa lo mismo. Para que los comandos puedan lograr su objetivo, es necesario que las señales no se equivoquen y vayan en la correspondiente secuencia; ellas deben ser realizadas en el mismo orden que son emitidas. En este proceso se produce un cambio de señales o codificación; a nivel central se tienen impulsos nerviosos, en la periferia se dan movimientos.
La unidad mínima de la pronunciación del programa articulatorio es la sílaba. Es decir, no se habla /m/--/a/--/m/--/á/, sino ma-má. Desde este punto de vista, la palabra y la oración se toman como una secuencia de sílabas. Así, el «articulema» (unidad de articulación) es la unidad del lenguaje expresivo.
Cuando la coordinación verbal se altera por algún motivo, los estereotipos silábicos se trastornan, y la emisión pierde su fluidez, realizándose de una forma discontinua, como sucede, por ejemplo, en la tartamudez.
Al analizar la comunicación desde el punto de vista de las pausas fonéticas que tienen lugar al hablar, se observa que hay palabras entre las que se producen estas pausas, precisamente en los límites del sintagma, y que surgen en períodos momentáneos, en los cuales se prepara el siguiente programa articulatorio.
El tiempo necesario para la emisión de cada sílaba es igual, exceptuando la sílaba acentuada. En los casos de trastornos verbales donde se ve afectada la velocidad de emisión, como son las bradilalias (emisión lenta) y las taquilalias (emisión rápida), las sílabas son emitidas con más rapidez o con más lentitud que lo normal.
En el analizador motor-verbal, además del sistema de emisión verbal de los signos sonoros, existe otro sistema de admisión y control de los movimientos verbales: el sistema de conexión de retorno, el cual no participa solamente en el acto verbal, sino que, apoyándose en él, trabaja en todo el organismo humano.
Entonces, se llega a la conclusión de que el mecanismo verbal consta de dos partes: una dada por los impulsos que van del centro a la periferia (vía eferente), y otro que va de la periferia al centro (vía aferente).
Por medio de la vía aferente, se pueden realizar de una forma exacta los movimientos; sobre la base de las señales que van por la vía aferente, se crean las imágenes de los movimientos, y a través de ellas se obtiene la posibilidad de realizarlos en lo sucesivo. Precisamente, esta sistematización en la organización de los movimientos verbales es lo que se llama estereotipos dinámicos, necesarios para la realización del acto verbal.
En la actividad del analizador motor-verbal, unos impulsos van del centro a la periferia (vía eferente), y otros van de la periferia al centro (vía aferente). Los comandos motores que son el producto de la actividad eferente son fijados en el centro por dicha aferentación, dando lugar a la formación de los esquemas de los movimientos verbales.
La conexión de retornos se efectúa por dos vías: la auditiva y la cenestésica (aferentación). A través de ellas, se consuma la regulación automática de los movimientos de los órganos del lenguaje, en correspondencia con el programa de emisión.
En la regulación antes expuesta, la aferentación cenestésica desempeña la función principal, ya que esta actúa con más rapidez que el control auditivo. El control cenestésico facilita un mecanismo de antelación que permite percatarse del error de emisión antes de que el control auditivo participe, y tiene lugar en el momento de la emisión. El auditivo, por el contrario, actúa después de realizada la acción verbal.
Se concluye que el sistema de «expulsión», es decir, la aferentación de los comandos y los movimientos verbales, se encuentran a nivel central asegurados por la actividad de la zona premotriz, y que la regulación del habla se ve asegurada por la zona poscentral. Ambas zonas se encuentran en estrecha relación.
La actividad del analizador auditivo-verbal tiene como objetivo la recepción de la emisión verbal del que habla, así como el control de las emisiones verbales propias.
El lenguaje es percibido por el mismo aparato auditivo, que se ocupa de la recepción de cualquier tipo de sonido.
El oído fonemático, presente en el hombre, se adquiere, y tiene como función el análisis y síntesis de las verbalizaciones. La característica principal del oído fonemático consiste en que realiza el análisis y la síntesis de los signos verbales y, sobre la base de ellos, diferencia una palabra de otra.
Las emisiones verbales se escuchan como un flujo cerrado único, pero este se percibe como unidades separadas. Aquello que se ha acostumbrado a nombrar como el mismo sonido, en cada palabra se sonoriza de manera distinta, en dependencia de los sonidos que lo rodean. Así, la diferencia de la /b/ de bola y la /b/ de lobo (oclusiva y fricativa, respectivamente), no constituye una característica realmente diferencial, como el mismo sonido (fonema /b/). A los sonidos, con sus correspondientes características que realizan la función de diferenciadores de la palabra, se les denomina fonemas.
En la palabra, los fonemas sufren variaciones en sus propiedades acústicas según las combinaciones y posiciones que ocupan los sonidos. Entre estas propiedades acústicas, una de ellas es la principal, y cede menos a las posibles variaciones bajo la influencia de los sonidos próximos; esta variante principal del fonema se encuentra presente en su emisión aislada. Cada fonema tiene características constantes por medio de las cuales se reconocen. Lo que permite diferenciar el sentido de las palabras son las denominadas características fonemáticas.
En cada lengua, existe un grupo de particularidades que permiten diferenciar un sonido de otro. Hay idiomas, como el alemán, en el que la prolongación del sonido tiene un carácter diferencial; sin embargo, en el idioma español esto no tiene ningún valor.
La función diferencial-ideativa que realiza el fonema en la palabra, la deja de ejercer y pierde su propiedad de fonema como tal fuera de ella. A su vez, la palabra toma en la oración su significación real y concreta.
A este nivel de comprensión, la unidad mínima de la lengua con significado es la palabra, que, a su vez, necesita de las combinaciones con otras para lograr su definición ideativa, teniendo en cuenta las reglas que rigen el idioma dado. De esta forma, se deja verdaderamente expuesto el pensamiento deseado. Aquí se observa la relación existente entre el nivel de desarrollo intelectual y la impresión verbal.
La percepción del lenguaje (primer nivel de análisis verbal) permite realizar el análisis y síntesis de los sonidos y sílabas. El nivel de comprensión (segundo nivel de análisis verbal) permite realizar el análisis y la síntesis del pensamiento.
La información sonora llega en primer lugar a la periferia, donde tiene lugar el primer análisis acústico. El oído externo y medio llevan las ondas sonoras al oído interno, donde estas estimulan las células nerviosas auditivas de la membrana principal del órgano de Corti, el cual tiene como función la recepción de las ondas sonoras. Aquí se produce la transformación de la energía de las ondas sonoras en energía de excitaciones nerviosas. Las vías conductoras son las encargadas de llevar los impulsos nerviosos al centro cerebral del análisis auditivo, ubicado en la región temporal, en la que se efectúa el análisis y la síntesis de los estímulos acústicos (ver cuadro anterior).
El proceso de análisis y síntesis de esas señales que llegan a la corteza cerebral es producto del reconocimiento que tiene lugar a partir de la comparación de estas señales con los patrones o imágenes conservados en la memoria de larga duración.
Ante el individuo se encuentra la tarea de reconocer el conjunto de señales como un todo, y por esto se pueden retener en la memoria de corta duración las señales, hasta que produzca la recepción de la última de ellas. Luego se confronta este conjunto de señales con aquellos patrones de las palabras que se hallan en la memoria. Si en la experiencia pasada tuvo lugar la estimulación, entonces se reconoce la palabra escuchada.
El análisis y la síntesis de los sonidos percibidos se efectúan no solamente con la ayuda del analizador acústico, experimentalmente se ha demostrado que la percepción del lenguaje hablado se efectúa también con la participación necesaria del analizador motor-verbal. A nivel central, se establecen conexiones entre las imágenes acústicas y motrices, que permiten separar o diferenciar exactamente un sonido de otro.
El aparato sensorial del lenguaje funciona en estrecha relación con el aparato motor, formando un sistema funcional único. El trabajo desplegado por el analizador auditivo se apoya en el sistema de cenestesias, que es el producto de las palabras recibidas.
La percepción de las verbalizaciones es un proceso activo y dinámico. Al recibir la información se anticipa, constantemente, lo que será dicho o emitido, y se logra, de esta forma, un modelo particular, propio de comunicaciones.
En la medida en que llega la información verbal, se va confrontando con el modelo preparado y se somete a elaboración; como resultado final se alcanza la comprensión de la idea expuesta.
El pronóstico o anticipación de la información recibida tiene un carácter probable; es decir, se basa en la posibilidad de aparición de uno u otro eslabón en la comunicación desarrollada. Semejante género de probabilidad se encuentra condicionado por las características combinatorias y estáticas de las verbalizaciones (el poder unir unos u otros fonemas, morfemas, palabras y la frecuencia con que son utilizados en el lenguaje). De esta manera, influye la situación, en el sentido más amplio de esta palabra. Conjuntamente con esta, que se define por el tema de la conversación, por el contenido actual o anterior de la comunicación, se tienen otros tipos de elementos no verbales, como son el lugar en que se produce la comunicación, la personalidad del individuo que en ese momento la ha iniciado y los movimientos que acompañan a la verbalización (mímica facial, la gesticulación, la pose, etc.).
En relación con el receptor, además de los componentes exteriores de la conversación (contexto y elementos extralingüísticos), el carácter de la percepción verbal depende en gran medida del elemento interior, el cual define, por la experiencia anterior del interlocutor, sus ideas, sus gustos e intereses. La función del contexto y de la situación es sobre todo importante en los casos en que la comunicación se dificulta (ruidos), o cuando existen distorsiones en la recepción de la conversación (interferencias en la conversación telefónica, en los casos de trastornos auditivos, etc.).
Asimismo, la percepción del lenguaje hablado supone la presencia en la memoria de las imágenes verbales de los correspondientes fonemas, morfemas, palabras y de las correspondientes estructuras sintácticas. Si en los fonemas la base de estas imágenes son los estímulos auditivos y cenestésicos que se relacionan con la impresión y la reproducción de los fonemas, en los niveles morfológico, léxico y sintáctico la imagen se caracteriza no solo por su estructura acústico-cenestésica, sino también por su significado léxico gramatical concreto. La presencia de estas premisas es necesaria para el reconocimiento de lo escuchado en el proceso de percepción.
El reconocimiento de unas u otras unidades verbales es el resultado de la confrontación de las señales verbales recibidas con las imágenes presentes en la memoria, en relación con la solución adoptada con respecto al contenido de la información.
En el proceso de percepción, tiene lugar el pronóstico de las siguientes emisiones de la comunicación sobre la base de las anteriores, y también la corrección de las decisiones preliminares tomadas, apoyándose en las emisiones posteriores. De esta forma, en el proceso de percepción verbal, tienen lugar tanto la conexión directa, como la de retorno. Se considera que la unidad mínima en relación con la toma de decisión, es la palabra.
En la actividad verbal, la participación y la interacción entre los distintos analizadores no es igual ni tiene el mismo valor en el desarrollo de la función verbal.
En el proceso verbal, los analizadores motor-verbal y auditivo-verbal, se encuentran íntimamente relacionados, formando un sistema único funcional. La emisión verbal no se puede realizar sin su percepción auditiva; de igual manera, el analizador motor- verbal participa en la recepción auditiva.
Las anomalías en la función auditiva, existentes antes o en el período de desarrollo del lenguaje, se verán reflejadas según sea el grado de deficiencia en el desarrollo del lenguaje.
En sentido contrario, también se puede observar que el estado de la función auditiva en los niños depende del grado de dominio del lenguaje. La diferenciación auditiva de los sonidos está subordinada al grado de diferenciación de estos en el sujeto que los percibe.
En sus investigaciones, L. V. Neiman mostró algunos casos de infantes hipoacúsicos que diferenciaban mejor sonidos de composición acústica más compleja. Esto se explica a partir de que estos sonidos estaban mejor diferenciados en la pronunciación. Así pues, se observa la dependencia de la función auditiva con el nivel de asimilación del lenguaje hablado.
La experiencia indica que se perciben mejor aquellos sonidos que se pueden pronunciar correctamente y que se pueden pronunciar aquellos que se perciben. De todo esto se aprecia que existe una estrecha interrelación entre el proceso articulatorio y el sensorial. Esta interrelación se produce tanto en la acción articulatoria como en la actividad perceptiva de los sonidos del lenguaje.
La conexión funcional existente entre ambos analizadores ha sido interpretada de distintas maneras por diferentes investigadores; por ejemplo, en la actualidad, existen tres teorías sobre la interacción de los analizadores motor-verbal y auditivo-verbal en el proceso de percepción del lenguaje. La teoría motriz, la acústica y la de análisis a través de la síntesis.
Los representantes de la teoría motriz (A. M. Liberman, L. A. Chistovich y Leontiev) exponen la idea de que, en la base del reconocimiento de los fonemas, se encuentran no los síntomas acústicos, sino los articulatorios, afirmando que el que escucha, al percibir las señales, define los comandos motores necesarios para la realización de la señal análoga, y recuerda no las representaciones acústicas, sino la de los comandos motores consecutivos.
De acuerdo con esta teoría motriz o articulatoria, la percepción del lenguaje oral es imposible sin la participación del eslabón motor. Experimentalmente se ha demostrado que, en el momento de la percepción de las verbalizaciones, los órganos articulatorios se encuentran en estado activo.
El precursor de la teoría acústica fue el norteamericano G. Fant. Mantuvieron y enriquecieron esta teoría F. F. Rau, V. I. Beltiukov y R. Jakobson. Para Fant, el momento de la percepción del lenguaje no depende de la articulación.
En línea general, los seguidores de esta teoría consideran que es posible la percepción del lenguaje por personas que dominan un idioma dado, sobre la base de las características acústicas de los fonemas, sin la participación del analizador motor-verbal. No obstante, no se muestran indiferentes ante la participación del analizador motor-verbal; le conceden importancia a los movimientos verbales en el proceso de la percepción, argumentando que su participación es doble: como activador o inhibidor de las posibilidades diferenciales de la audición, ya que el reconocimiento auditivo de los sonidos depende del grado en que estén diferenciados en la pronunciación del receptor.
Por último, la teoría denominada análisis a través de la síntesis tiene sus máximos representantes en M. Halle y K. Stevens. Según algunos investigadores, con ella desaparecen las contradicciones entre las teorías anteriores. De acuerdo con esta corriente, en el trascurso de la percepción verbal el sujeto comienza con una suposición de lo que será dicho: establece el ya citado mecanismo de pronóstico. El sujeto puede confundir los sonidos y, sin embargo, percibir correctamente las palabras en las que se encuentran estos sonidos. Aquí se puede ver una divergencia entre la posibilidad de una correcta pronunciación de los sonidos y la posibilidad de captación de estos.
Según Beltiukov, esta teoría se puede utilizar para explicar los mecanismos que permiten que el niño y la niña dominen la pronunciación. Al comienzo, se producen los complejos articulatorios aproximados en correspondencia con los elementos significativos del lenguaje (palabra, frases), luego, sobre la base del todo, se definen los elementos por separado (sílabas, sonidos), lo que da lugar a la puntualización de las imágenes generales.
El proceso de percepción del lenguaje se realiza globalmente, después se especifican, se definen los elementos. Este análisis se lleva a cabo con la participación directa del componente motor, que en dependencia de su formación puede frenar o facilitar la percepción del lenguaje.
Así se denota que la teoría de análisis a través de la síntesis no borra las contradicciones entre las teorías acústica y motriz.
Para la Pedagogía, y en concreto para la Logopedia, es importante el conocimiento de cuál de estas teorías es la correcta. A partir de ellas se puede entender el mecanismo de percepción y asimilación del lenguaje en los estados normal y patológico.
Tanto la teoría acústica como la motriz arrojan elementos importantes para la explicación de la base fisiológica del lenguaje, y no son excluyentes, sino que se adecúan más una u otra en dependencia de los fonemas o tipos de fonemas. Explican que, en el complejo proceso de la emisión y comprensión verbal, tienen importancia tanto la formación adecuada del oído fonemático como la ejercitación de las estructuras fonatorio-motoras que intervienen en dicho proceso.
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