Hace unos cuantos años, la observación psicoanalítica me sugirió la conjetura de que la coincidencia constante de estas tres cualidades del carácter: ordenado, ahorrativo y terco, es indicio de un refuerzo de los componentes anal-eróticos en la constitución sexual de esas personas, pero que en el curso de su desarrollo tales modos de reacción privilegiados del yo llegaron a plasmarse por vía del consumo de su erotismo anal
En aquel tiempo me interesaba dar a conocer un vínculo discernido en los hechos; cuidé poco de su apreciación teórica. Desde entonces se ha generalizado la concepción de que cada una de las tres cualidades, avaricia, minuciosidad pedante y terquedad, proviene de las fuentes pulsionales del erotismo anal o (dicho de manera más cauta y completa) recibe poderosos suplementos de esas fuentes. En efecto, los casos a quienes la reunión de los tres defectos de carácter ya mencionados imprimía un sello particular (carácter anal) no eran sino los extremos, y en ellos el nexo que nos interesa no podía menos que traslucirse incluso para una observación poco perspicaz.
Algunos años después, a partir de una profusión de impresiones y guiado por una experiencia analítica de particular fuerza probatoria, extraje la conclusión de que en el desarrollo de la libido humana había que suponer, antes de la fase del primado genital, una «organización pregenital» en la que el sadismo y el erotismo anal desempeñan los papeles rectores .
A partir de ese momento ya no podía posponerse la pregunta por la ulterior pervivencia de las mociones pulsionales anal-eróticas. ¿Cuál fue su destino después que perdieron su sígnificatividad para la vida sexual tras el establecimiento de la organización genital definitiva? ¿Sobreviven como tales, sólo que en el estado de la represión? ¿Son sometidas a la sublimación o consumidas por trasposición en cualidades del carácter? ¿O hallan acogida en la nueva conformación de la sexualidad regida por el primado de los genitales? O mejor dicho, puesto que no es probable que ninguno de estos destinos del erotismo anal sea el excluyente, ¿en qué escala y de qué manera contribuyen estas diversas posibilidades a decidir sobre los destinos del erotismo anal, cuyas fuentes orgánicas no podrían ser cegadas por la emergencia de la organización genital?
Se creería imposible que faltara material para responder estas preguntas, pues los correspondientes procesos de desarrollo y trasposición tienen que haberse consumado en todas las personas que pasan a ser objeto de la indagación psicoanalítica. Sin embargo, este material es tan impenetrable, es tanta la confusión que produce la plétora de impresiones siempre recurrentes, que tampoco hoy puedo proporcionar una solución acabada del problema, sino sólo aportes para una solución. De pasada, no hay razón para que desaproveche la oportunidad de mencionar, si el contexto lo permite, algunas otras trasposiciones pulsionales que no atañen al erotismo anal. Por último, apenas hace falta destacar que los procesos de desarrollo descritos -como sucede en otros que aborda el psicoanálisis- fueron dilucidados a partir de las regresiones a que se vieron constreñidos por los procesos neuróticos.
Puede servir como punto de partida de estas elucidaciones la impresión de que en las producciones de *lo inconciente -ocurrencias, fantasías y síntomas- los conceptos de caca (dinero, regalo), hijo y pene se distinguen con dificultad y fácilmente son permutados entre sí. Al expresarnos de este modo sabemos, desde luego, que transferimos sin derecho a lo inconciente designaciones valederas en otros campos de la vida anímica y nos dejamos extraviar por las ventajas que conlleva una comparación. Repitamos, pues, de una manera menos expuesta a objeciones, que esos elementos a menudo son tratados en lo inconciente como si fueran equivalentes entre sí y se pudiera sustituir sin reparo unos por otros.
Esto se aprecia mejor respecto de los vínculos entre «hijo» y «pene». Tiene que poseer algún significado el hecho de que ambos puedan ser sustituidos por un símbolo común tanto en el lenguaje simbólico del sueño como en el de la vida cotidiana. Al hijo y al pene se los llama el «pequeño» {«das Kleine»}. Es bien sabido que el lenguaje simbólico suele prescindir de la diferencia entre los sexos. El «pequeño», que originariamente mentaba al miembro masculino, puede pasar a designar secundariamente el genital femenino.
Si se investiga con la suficiente profundidad la neurosis de una mujer, no es raro toparse con el deseo reprimido de poseer un pene como el varón. Un fracaso accidental en su vida como mujer, que en sí mismo es hartas veces consecuencia de una fuerte disposición masculina, ha reactivado este deseo infantil (que clasificamos como «envidia del pene» dentro del complejo de castración) y lo ha hecho convertirse, por el reflujo de la libido, en el principal portador de los síntomas neuróticos. En otras mujeres no se registra en absoluto este deseo del pene; su lugar está ocupado por el deseo del hijo, cuya frustración en su vida puede desencadenar la neurosis. Es como si estas mujeres hubieran entendido -desde luego, esto no pudo haber actuado en calidad de motivo- que la naturaleza ha dado a la mujer el hijo como sustituto de lo otro que se vio precisada a denegarle. En otras mujeres, aún, se averigua que ambos deseos estuvieron presentes en la infancia y se relevaron el uno al otro. Primero quisieron tener un pene como el varón y en una época posterior, siempre dentro de la infancia, apareció en su remplazo el deseo de tener un hijo. Uno no puede rechazar la impresión de que factores accidentales de la vida infantil -la presencia o ausencia de hermanos, el vivenciar el nacimiento de un nuevo niño en una época favorable de la vida- son los responsables de esta diversidad, de suerte que el deseo del pene sería en el fondo idéntico al deseo del hijo.
Podemos indicar el destino que experimenta ese deseo infantil del pene cuando en la vida posterior están ausentes las condiciones de las neurosis. Se muda entonces en el deseo del varón; el varón es aceptado como un apéndice del pene. Mediante esa mudanza, una moción contraria a la función sexual femenina se convierte en una favorable a ella. De ese modo se posibilita a esas mujeres una vida amorosa según el tipo masculino del amor de objeto, que puede afirmarse junto al genuinamente femenino, derivado del narcisismo. Ya hemos dicho que en otros casos es sólo el hijo el que produce el paso del amor narcisista de sí mismo al amor de objeto. Por consiguiente, también en este punto el hijo puede ser subrogado por el pene.
Tuve oportunidad de enterarme de sueños de mujeres tras sus primeras cohabitaciones. Revelaban inequívocamente el deseo de guardar consigo al pene que habían sentido, y por tanto respondían, prescindiendo del fundamento libidinoso, a una regresión pasajera del varón al pene como objeto de deseo. Sin duda, se tenderá a reconducir de una manera puramente racionalista el deseo del varón al deseo del hijo, pues en algún momento se llegará a entender que sin la adjunción del varón no se puede tener el hijo. Pero acaso ocurra más bien que el deseo del varón nazca independientemente del deseo del hijo, y que el viejo deseo del pene se le acople como un refuerzo libidinoso inconciente cuando aquel emerge por motivos comprensibles, que pertenecen por entero a la psicología del yo.
El valor del proceso descrito reside en que transporta hasta la feminidad un fragmento de la masculinidad narcisista de la joven y así lo vuelve inocuo para la función sexual femenina. Por otro camino, también un sector del erotismo de la fase pregenital deviene idóneo para ser aplicado en la fase del primado genital. El hijo es considerado por cierto como «Lumpf» (véase el análisis del pequeño Hans), como algo que se desprende del cuerpo por el intestino; así, un monto de investidura libidinosa aplicado al contenido del intestino puede extenderse al niño nacido a través de él. Un testimonio lingüístico de esta identidad entre hijo y caca es el giro «recibir de regalo un hijo». En efecto, la caca es el primer regalo, una parte de su cuerpo de la que el lactante sólo se separa a instancias de la persona amada y con la que le testimonia también su ternura sin que se lo pida, pues en general no empuerca a personas ajenas. (Con la orina se producen reacciones parecidas, aunque no tan intensas.) En torno de la defecación se presenta para el niño una primera decisión entre la actitud narcisista y la del amor de objeto. 0 bien entrega obediente la caca, la «sacrifica» al amor, o la retiene para la satisfacción autoerótica o, más tarde, para afirmar su propia voluntad. Con esta última decisión queda constituido el desafío (terquedad) que nace, pues, de una porfía narcisista en el erotismo anal.
Es probable que el siguiente significado hacia el que avanza la caca no sea oro-dinero, sino regalo. El niño no conoce otro dinero que el regalado, no posee dinero ganado ni propio, heredado. Como la caca es su primer regalo, trasfiere fácilmente su interés de esa sustancia a la que le aguarda en la vida como el regalo más importante. Quien dude de esta derivación del regalo, que recurra a su propia experiencia en el tratamiento psicoanalítico, estudie los regalos que como médico recibe del enfermo y tenga en cuenta las tormentas de trasferencia que puede provocar en el paciente mediante un regalo.
Entonces, una parte del interés por la caca se continúa en el interés por el dinero; otra parte se transporta al deseo de! hijo. Ahora bien, en este último coinciden una moción anal-erótica y una moción genital (envidia del pene). Pero el pene posee también una significatividad anal-erótica independiente del interés infantil. En efecto, el nexo entre el pene y el tubo de mucosa llenado y excitado por él encuentra ya su prototipo en la fase pregenital, sádico-anal. El bolo fecal o el «palo de caca», según la expresión de un pacientes por así decir el primer pene, y la mucosa excitada es la del recto. Hay personas cuyo erotismo anal ha permanecido intenso e inmutado hasta la época de la prepubertad (diez a doce años); en ellas se averigua que ya durante esta fase pregenital habían desarrollado, en fantasías y jugueteos perversos, una organización análoga a la genital en que pene y vagina estaban subrogados por el palo de caca y el intestino. En otros -neuróticos obsesivos- se puede tener noticia del resultado de una degradación regresiva de la organización genital. Se exterioriza en que toda clase de fantasías originariamente de concepción genital se trasladan a lo anal, el pene es sustituido por el palo de caca, la vagina por el intestino.
Cuando el interés por la caca retrocede de manera normal, la analogía orgánica aquí expuesta hace que aquel se trasfiera al pene. Si luego en la investigación sexual se averigua que el hijo ha nacido del intestino, él pasará a ser el principal heredero del erotismo anal, pero el predecesor del hijo había sido el pene, tanto en este como en aquel sentido.
Estoy convencido de que los múltiples nexos dentro de la serie caca-pene-hijo se han vuelto ahora enteramente inabarcables, y por eso intentaré subsanar esa falta mediante una figuración gráfica en cuyo examen se puede volver a apreciar el mismo material, pero en otra secuencia. Por desdicha, este medio técnico no es lo bastante flexible para nuestros propósitos, o todavía no hemos aprendido a usarlo adecuadamente. Ruego entonces no se planteen exigencias rigurosas al esquema adjunto.
Del erotismo anal surge, en un empleo narcisista, el desafío como una reacción sustantiva del yo contra reclamos de los otros; el interés volcado a la caca traspasa a interés por el regalo y luego por el dinero. Con el advenimiento del pene nace en la niñita la envidia del pene, que luego se traspone en deseo del varón como portador del pene. Antes, todavía, el deseo del pene se ha mudado en deseo del hijo, o este último ha remplazado a aquel. Una analogía orgánica entre pene e hijo (línea de puntos) se expresa mediante la posesión de un símbolo común a ambos (el «pequeño»). Luego, del deseo del hijo un camino adecuado a la ratio (línea doble) conduce al deseo del varón. Ya hemos apreciado el significado de esta trasposición pulsional.
Otra pieza de este nexo se discierne con mayor nitidez en el varón. Se establece cuando la investigación sexual del niño lo ha puesto en conocimiento de la falta de pene en la mujer. Así, el pene es discernido como algo separable del cuerpo y entra en analogía con la caca, que fue el primer trozo de lo corporal al que se debió renunciar. De ese modo el viejo desafío anal entra en la constitución del complejo de castración. La analogía orgánica a consecuencia de la cual el contenido del intestino figuraba el precursor del pene durante la fase pregenital no puede contar como motivo; sin embargo, halla un sustituto psíquico mediante la investigación sexual.
Cuando aparece el hijo, la investigación sexual lo discierne como «Lumpf» y lo inviste con un potente interés, anal-erótico. El deseo del hijo recibe un segundo complemento de la misma fuente cuando la experiencia social enseña que el hijo puede concebirse como prueba de amor, como regalo. Los tres, columna de caca, pene e hijo, son cuerpos sólidos que al penetrar o salir excitan un tubo de mucosa (el recto y la vagina, que, según una feliz expresión de Lou Andreas-Salomé, le ha tomado terreno en arriendo) (ver nota). De ese estado de cosas, la investigación sexual infantil sólo puede llegar a saber que el hijo sigue el mismo camino que la columna de heces; por regla general, ella no llega a descubrir la función del pene. No obstante, es interesante ver que una armonía orgánica vuelva a salir a la luz en lo psíquico, tras muy numerosos rodeos, como una identidad inconciente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario