En este trabajo, que recoge las huellas de una
exposición oral dirigida a nuestros alumnos de la Facultad de Psicología de la
UNR,2 pretendemos hacer una lectura del concepto de pulsión
desde un corte en la obra freudiana que oficia de espiga para un conjunto de
nociones. Pusimos atención en aquella ocasión al texto Pulsiones y destinos de
pulsión de 19153. Nos antecedía un recorrido efectuado sobre el
concepto de Narcisismo lo que nos permitía una senda a forma de quiasma entre
pulsión y narcisismo. Decididos a la lectura, nos orientamos al tomar una
indicación que aparece en el Seminario XI del Dr. Lacan4: reconocer
una división, una partición en el texto de 1915. Evocando el chamarileo5,
nos propone distinguir de un lado las pulsiones, del otro el amor. Veamos
primero entonces el concepto de pulsión.
Antecedentes del concepto pulsión en la obra
freudiana, por supuesto deben ser advertidos en desarrollos anteriores a 1915,
por ejemplo, en Tres ensayos6 como también en el manuscrito E7,
en donde se esboza ya la idea de una tensión sexual y de una libido psíquica.
Sin embargo, nos inclinamos por hacer una operación de lectura del texto de
1915, en particular, ya que a nuestro entender presenta no pocas dificultades
en el trabajo con nuestros alumnos de grado.
El comienzo, es claro que Freud comienza su texto
con un ejercicio, que nos gustaría llamar epistemológico. Toma posición allí,
sobre la necesidad de recurrir a algunos conceptos fundamentales (Grundbegriff)
como el de pulsión para avanzar en la producción de la teoría. Dice Freud En
rigor, poseen entonces el carácter de convenciones (Konvention), no obstante lo
cual es de interés extremo que no se las escoja al azar, sino que estén
determinadas por relaciones significativas con el material empírico,
relaciones que se cree colegir aun antes que se las pueda conocer y demostrar,
Jacques Lacan reforzará tal pronunciamiento, deslizándose hacia el término
ficción tomándolo del conocido autor del utilitarismo inglés Jeremías Benthan8 (1748-1832).
La pulsión será así uno de los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis.
Vemos en nuestra lectura cómo Freud, tomando la
idea de estímulo como elemento del arco reflejo, se interroga en el texto
sobre “¿qué relación mantiene la pulsión con el estímulo?”.”¿Qué es este estímulo-carga
del cual hay que librarse? y ¿cómo?”. Freud distingue tempranamente aquel estímulo,
cantidad, tensión, carga, de la que se puede huir de aquel otro que requiere
ligadura (D탼rcharbeitung). Finalmente dirá, tal exigencia, tensión, de la que
no se puede huir que hace límite entre lo psíquico y lo somático es la
pulsión. Esta exigencia será identificada entonces como una presión constante a
la descarga de la cual no puede evadirse. Nuestra pregunta entonces: “¿Cuál
será el destino de tal exigencia?” De esta manera, nos aproximamos a lo que
Freud llamará luego un “yo real inicial”9 (Real-ich). Así, el
yo real inicial es aquella función que se halla regulada por la diferenciación
entre lo que es susceptible de ser evitado y lo que no lo es. El carácter
insoslayable de las exigencias pulsionales de esta manera se constituye como
interior, es decir aquello de lo cual no puede fugarse. La fuga es la pauta
para establecer, en este momento inicial tal diferencia.
Acentuamos este aspecto que retomaremos más
detalladamente en el siguiente apartado, cuando nos extendamos más acerca de
las polaridades psáquicas. Es interesante remarcar aquí, nuevamente la firmeza
de Freud por mostrar como -la diferenciación entre interior y exterior- no es
un dato de inicio en la constitución del sujeto sino un proceso, es decir, que
se adviene a tal diferencia. Recordamos, que esta imposibilidad de fuga ante
tal exigencia es retomada por Freud en el texto sobre la represión cuando al
inicio de su análisis sostiene en el caso de la pulsión de nada vale la huida,
pues el yo no puede escapar de si mismo10.
Sin
posibilidad de fuga ante tal requerimiento de descarga, introducimos el
problema de los destinos pulsionales. En lo concerniente al concepto de
destino/vicisitud (Schicksal) hay que despejar una posible confusión cuando se
interpreta destino como algo del orden de una determinación fijada de antemano
y ligada a la idea de fatalidad. Más fiel con el pensamiento freudiano es
pensar el destino como vicisitud que le acaece y no que le es inmanente.
Pensamos que se trata, como dice el Dr. de Viena, de algo que se opone a la
prosecución de la pulsión, y es precisamente allí cuando debemos notar que los
destinos pulsionales son aquellos a través de los cuales las pulsiones insisten
como exigencias. “¿Cómo entender tal prosecución de la pulsión sino como un
reclamo (Anspruch) de satisfacción?” Así los destinos de pulsión serán modos
de la defensa ante la prosecución de la pulsión, es decir aquello que se opone
a tal satisfacción.11
Advertimos acá una lógica de trueque en la cual, sin posibilidad
de evasión, habrá algo equivalente a tal satisfacción exigida. Es por un largo
camino12, labor de la represión, lo que conduce a la satisfacción
sustitutiva y la formación de síntomas. Que el síntoma pueda ser un modo de
satisfacción puede servir de hilo conductor para entender la lógica neurótica.
El Drang, la medida de tal exigencia de trabajo es aquello que
Freud determina como su esencia misma13. Esfuerzo, meta, objeto, y
fuente son los cuatro términos que insistimos, no se articulan naturalmente y
son disjuntos. No nos extenderemos detalladamente en estos cuatro elementos,
pero no abandonamos la cuestión sin antes recomendarles con respecto a este
punto que recuperen la lectura del artículo sobre pulsión del libro Primeras
Jornadas de intercambio14. Hay allí claridad para el que esté
dispuesto a encontrarla. La invitación está hecha.
Para avanzar, tomaremos ahora algo que presenta alguna dificultad
en la interpretación del texto de 1915. Nos referimos a la fuente (Quelle) de
la pulsión sobre la cual escuchamos abundantemente decir que es somática, y
esto a partir del siguiente párrafo: El estudio de las fuentes pulsionales ya
no compete a la psicología; aunque para la pulsión lo absolutamente decisivo
es su origen en la fuente somática, dentro de la vida anímica no nos es
conocida de otro modo que por sus metas. De allí, no pocas veces advertimos
-en nuestros cursantes, y no sólo en ellos- la tendencia a arrimar la pulsión
al campo de lo biológico. El posible desarreglo a apartar es tomar precaución
en cuanto a la idea de un autoegendramiento biológico de la pulsión. Tal desvío,
nos parece que en algún aspecto, se produce cuando el concepto de
apuntalamiento es significado y usado desde una concepción genético-evolutiva,
desde la cual se especula que sobre, luego y a partir de la función biológica
de algunas zonas del cuerpo, se genera, nace o se inicia la pulsión.
Preferimos leer que el concepto que gesta Freud de apoyo
(Anlehnung) describe, claramente, cómo frente a la indefensión biológica del
niño la función del otro de la conservación, el otro del apoyo o apuntalamiento
es esencial. Esto precisa algo de la sexualidad en cuanto permite indicar la
génesis de la misma a partir de una erogenización del cuerpo15 acontecida desde esta
dependencia con el otro primordial: la madre.
Visto así, se despeja más la cuestión pues indicamos que es por
la operación de ese otro significativo, operación sobre ese cuerpo, que podemos
decir que el infante erogeniza aquellas partes del cuerpo recortándolas de su
función biológica. La sexualidad entonces nace apoyada en los bordes exteriores
del cuerpo que cumplen una función biolágica que debe perderse, por ejemplo
alimentación- excreción16. Agregaremos que esto puede ser expresado,
también, como que nace apuntalada por esas operaciones del Otro sobre el
cuerpo, y acentuamos esta interpretación al decir que esta doble función del
órgano no es sin el otro17, lo que equivale a afirmar que la
libidinización de esas zonas de borde son marcas del otro sobre ese cuerpo.
La noción de apuntalamiento, entonces, remite al Otro primordial
a través de la demanda, ya que el objeto del deseo se afirma inicialmente como
encabalgado sobre el objeto de la necesidad, de allí la razón de introducir el
concepto (Anlehnung). 18
Si avanzamos un poco más, podremos preguntarnos aceptando un repliegue en nuestro recorrido- “¿es posible huir de ese apremio, de esa exigencia del otro auxiliante?”, que como dijimos en otro momento, aporta el campo del lenguaje y que tal exigencia ineludible se vehiculiza en una demanda (lenguaje) que impacta sobre el cuerpo. Es sobre esas zonas de borde, borde que se escinde de la función biológica para abandonarla, por donde circula la demanda de la madre. La pulsión por lo tanto va a tener algo de la huella de esa demanda materna. Prestamos atención, entonces a lo que en Freud insiste cuando advierte que es la indefensión original del cachorro humano lo que permite la incidencia y las huellas de ese otro auxiliador (Nebenmench).
Si avanzamos un poco más, podremos preguntarnos aceptando un repliegue en nuestro recorrido- “¿es posible huir de ese apremio, de esa exigencia del otro auxiliante?”, que como dijimos en otro momento, aporta el campo del lenguaje y que tal exigencia ineludible se vehiculiza en una demanda (lenguaje) que impacta sobre el cuerpo. Es sobre esas zonas de borde, borde que se escinde de la función biológica para abandonarla, por donde circula la demanda de la madre. La pulsión por lo tanto va a tener algo de la huella de esa demanda materna. Prestamos atención, entonces a lo que en Freud insiste cuando advierte que es la indefensión original del cachorro humano lo que permite la incidencia y las huellas de ese otro auxiliador (Nebenmench).
Destinos / vicisitudes
Examinemos, más detenidamente
entonces, aquellos destinos que complican la prosecución de la pulsión en busca
de su satisfacción, de su descarga. Ese apremio del Otro, esa total
facilitación, ese pasaje de cantidad no detenido, no ligado, debe ser
destinado. Freud señala cuatro destinos: el trastorno hacia lo contrario, la
vuelta hacia la persona propia, la represión y la sublimación. En el texto de
1915 se extiende sobre los dos primeros destinos reservando para los dos
últimos un tratamiento diferente.19
Pensamos que esa deriva
pulsional, librada a sí misma implica un goce mortífero, algo que exige un
más allá del principio de placer, es decir, algo más allá de las pequeñas
variaciones y equilibrios20. Hay que señalar que el trastorno hacia
lo contrario y la vuelta hacia la persona propia adquieren un estatuto
diferencial a la represión y la sublimación, pues se ocupan primariamente de
complicar y dar cauce a la deriva pulsional para así consumar la reversión
pulsional.21 En la
transformación en lo contrario y la vuelta sobre la persona propia conjeturamos
una anticipada mediación narcisítica, un si mismo hacia el cual dirigir la
carga pulsional. Como sabemos el mero autoerotismo es encorsetado por el acto
psíquico que conformará la matriz del futuro Yo. De esta manera es claro que
el Yo puede ser ofrecido como objeto de goce a la moción pulsional,
constituyendo como sabemos la cara Real del yo, que no debemos dejar de lado.
Este sí-mismo sobre el cual vuelve la pulsión es matriz narcisística del yo
futuro y anticipa precariamente la constitución del yo con sus revestimientos
imaginarios y simbólicos.
Proponemos esta idea
sostenidos en el texto que nos ocupa cuando Freud escribe los destinos de
pulsión que consisten en la vuelta sobre el yo propio22 y en el trastorno de la actividad en
pasividad dependen de la organización narcisista del yo y llevan impreso el
sello de esta fase. Corresponden quizás, a los intentos de defensa que en
etapas más elevadas del desarrollo del yo se ejecutan con otros medios.23
El texto sobre las pulsiones
continúa al texto sobre Narcisismo, y es claro que allí se detecta una bisagra
en su modelo pulsional, el Yo se constituye en el intercambio con el otro del
narcisismo y tiene como antecedente esta sexualización desde lo pulsional: el
yo se encuentra originariamente, al comienzo mismo de la vida anímica,
investido por pulsiones {Triebbesetzt}, y es en parte capaz de satisfacer sus
pulsiones en sí mismo. Llamamos narcisismo a ese estado, y autoerótica a la
posibilidad de satisfacción24. Insistimos, antes de introducirnos en
la segunda parte del texto, es decir, específicamente en las polaridades psíquicas,
en el recurso necesario a un sí-mismo adonde apunte la exigencia pulsional.
El trastorno en lo contrario,
se ejecuta en dos procesos diversos: de lo activo a lo pasivo y el trastorno en
cuanto al contenido: amor-odio. La reversión de actividad en pasividad no
significa el tránsito simple de lo activo a lo pasivo, sino por el contrario se
trata de una permutación en la meta, pues como sabemos en el dominio pulsional
no hay pasividad, sino metas activas o pasivas. Tal vez resulta oscuro en
principio esta conversión en cuanto al contenido, sin embargo este pasaje del
amor al odio, nos parece, ilustra el dualismo general en Freud como
particularmente el dualismo pulsional que celebra. De la reversión entre
actividad y pasividad en lo que concierne a la meta hemos pasado a la
conversión del amor en odio, y estos términos ya no atañen a la meta sino más
bien a un cambio en el plano del impulso pulsional. Asimismo este cambio no
debe imputarse o limitarse al yo unificado del Gesamt-ich (Yo total) y sus
objetos amados y odiados. Es de trama pulsional.Por su lado la vuelta sobre la
persona propia es planteada por Freud en una concepción que modificará años
después, pero que en el texto del ‘15 expresa sin reservas al decir: el
masoquismo es sin duda un sadismo vuelto sobre el yo propio25 remarcamos en esta cita el sin duda ya
que allí sostiene un sadismo originario. En la edición de 1924 esto es
reformulado cuando en una nota al pie trueca su idea (Nota 19 AE) pues dispone
ya de la hipótesis de un masoquismo originario que explicita en su artículo El
problema económico del masoquismo escrito en el mismo año (1924)26.
En la vuelta sobre la propia
persona se plasma la complementariedad entre las variaciones que conciernen a
la meta (activo-pasivo) y las que conciernen al objeto (sujeto-objeto), dándose
así una alteración-conversión en la meta y al mismo tiempo un cambio de vía
del objeto.
Freud nos presenta, para
mostrar esta estructura de reversión el par sadismo/masoquismo como un proceso
en tres tiempos que remiten a las voces del verbo :activa , media refleja, y
pasiva. Nos invita a pensar el sadismo como una acción violenta, de dominio, de
poder dirigida hacia otra persona en posición de objeto. 27
Entonces tenemos el primer
tiempo en voz activa: dominar - humillar - golpear - poseer.
En un segundo tiempo este
objeto es resignado y sustituido por la persona propia dando lugar a la voz
refleja: dominar/se humillar/se golpear/se poseer/se. Esta bisagra intermedia
es importante ya que le permite a Freud establecer algunas diferencias, pues
entiende que el automartirio, no es masoquismo, es decir, la voz activa no
lograr la meta pasiva propia del masoquismo, sino la media refleja.
Finalmente es en el tercer
tiempo, con la búsqueda de una persona otra, ajena, quien como objeto toma
sobre sí la función del sujeto. Este será entonces el nuevo agente, agente en
tanto aquel del cual parte la acción dirigida al sujeto que ahora en posición
de objeto a permutado la meta activa en pasiva: hecerse dominar / hacerse
humillar / hacerse golpear / hacerse poseer. La reversión en circuito del
destino pulsional que vuelve sobre sí toma el artificio gramatical para su
captura: humillar-humillarse-hacerse humillar. Prestamos atención también a las
indagaciones del otro par de opuestos que presenta en el texto: el de las
pulsiones que tienen por meta el ver y el mostrarse (voyeur-exhibición) en
donde también encontramos las etapas del circuito descrito anteriormente,
agregándole Freud una reflexión notable al recuperar lo esencialmente
autoerótico de la pulsión. Dice: “En
efecto inicialmente la pulsión de ver es autoerótica, tiene sin duda un objeto,
pero éste se encuentra en el cuerpo propio. Sólo más tarde se ve llevada a
permutar este objeto…“28 para luego proponernos que no es un
disparate pensar en una etapa previa idéntica para el sadismo, etapa que
conjetura a partir de los empeños del niño por dominar sus propios miembros.
Será entonces, más preciso, secuencialmente decir: verse-ver - verse-hacerse
ver como también dominarse-dominar-dominarse-hacerse dominar.
Amor y polaridades
El amar puede ser susceptible de tres oposiciones: Amar-odiar /
amar-ser amado / amar-indiferencia. Son estas variaciones opositivas que lo
conducen a un enunciado casi general en la construcción teórica a la que se
avoca: la vida anímica está gobernada por tres polaridades31:
- Sujeto (yo) / objeto (mundo exterior)
Real
- Placer / displacer Económica
- Activo / pasivo Biológica
Debemos apreciar el valor de
ese enunciado, pues es notorio que las mociones pulsionales se hallan sometidas
a las influencias de estas tres polaridades, es decir las pulsiones soportan
tal influencia y se constituyen como condiciones para la prosecución
{Fortsetzung} de las mismas. Recordemos que inciden sobre la meta {Ziel}, es
decir en la satisfacción (sujeto-objeto, placer- displacer, activo pasivo) y es
en torno a ella que se vinculan entre sí. Estas polaridades por otro lado se
hallan ligadas a las antítesis del amor. Como dijimos antes la
reversibililidad es una característica constitutiva del trabajo pulsional que
además, ha de funcionar con relación a la polaridad placer-displacer,
subvirtiéndola.
Freud propone ordenar estas
polaridades en tres categorías, definiendo a la polaridad activo-pasivo como
biológica, para esto debemos recordar que la satisfacción resulta de suprimir
el estado de excitación en la fuente pulsional, en la que se establece la
exigencia constante que no admite fuga, por lo cual parecería atinado entender
que la metáfora de lo biológico indica tal exigencia ineludible.El
placer-displacer es considerado como una polaridad económica en tanto el
principio de placer puede interpretarse como intentos por mantener o
restablecer cierta constancia en los procesos de carga. Lacan lo expresará así
en el ‘64 Las pulsiones, en su estructura, en la tensión que establecen, estén
ligadas a un factor económico. Este factor económico depende de las condiciones
en las que se ejerce la función del principio del placer a un nivel que
recobraremos, cuando llegue el momento, bajo el término de Real-ich. Digamos a
continuación que podemos concebir el Real-ich como el sistema nervioso central
en tanto que funciona, no como un sistema de relación, sino como un sistema
destinado a asegurar una cierta homeostasis, de las tensiones internas32 La relación entre los principios de
placer y constancia se presenta a la reflexión de Freud, como muy compleja
puesto que la correspondencia entre ambos no es de una simple paridad. Si
sabemos, que desde un inicio, esta perspectiva implicó para Freud mostrarnos el
trabajo por mantener constante la suma de las excitaciones en el interior del
aparato, lo cual se lograría poniendo en marcha los mecanismos de evitación
(fuga) frente a las excitaciones externas, y de defensa (ligazón) y descarga
(abreacción) frente a los aumentos de tensión de origen interno.
Por último la polaridad
sujeto-objeto la denomina Real, ya que con el concurso de lo que llamará
principio de realidad, podrá establecerse una marca objetiva entre el adentro y
el afuera, entre el sujeto y el mundo externo, es decir entre lo que interesa y
lo indiferente. Este acaecer psíquico conlleva una distribución del objeto en
tanto alteridad, diferencia y realidad. Recurrirá necesariamente aquí a las
diferentes funciones del yo {Ich} y las modalidades de su funcionamiento que
van desde un yo-real inicial al un yo-real definitivo pasando por un yo de
placer.
El yo de realidad inicial
asimilado al arco reflejo o al sistema nervioso periférico, solo podrá
distinguir un interior a partir de su imposibilidad de sustracción por
evitación a la fuente de estímulos, “el yo se comporta pasivamente hacia el
mundo exterior en la medida que recibe estímulos de él y activamente cuando
reacciona frente a estos”33, es decir es activo por sus pulsiones
como nos dirá más adelante.
Ese yo de realidad inicial,
que como vimos establece un adentro y afuera según una buena marca objetiva, se
muda entonces en un yo-placer purificado que reconoce sólo lo placentero, para
así desdoblar el mundo exterior en una parte de placer (Lust), que ha
incorporado y un resto (Unlust) que le es ajeno, extraño. Ese resto será
indiferente frente al yo que concuerda con lo placentero y por lo tanto con lo
amado. Recordemos que Freud define al amar como el vínculo de placer del yo
con el objeto, por lo cual pensemos que quedan en comunión el yo, el objeto, lo
placentero y lo amado. Las implicaciones que esto tiene son de importancia, ya
que la introyección (incorporación) del objeto placiente lo anula como objeto
exterior, le quita su alteridad y lo incorpora al yo. De manera inicial y
primordialmente, entonces diremos que el primer destino del yo es ser el objeto
como, asimismo, el primer destino del objeto es ser el yo. El resto, lo
expulsado, lo displaciente no incorporado, se torna indiferente para el yo en
un principio, de manera que encontramos aquí la articulación opositiva del
amar y lo indiferente.
Sobre esa indiferencia se
monta -por su insistencia como fuente de estímulo (displacer)- un exterior,
ajeno, hostil, displacentero (Unlust) y por lo tanto odiado. Nos parece
oportuno aquí, relacionar cómo lo proyectado que localiza lo displaciente como
lo exterior se halla articulado con aquello que Freud en La negación34 caracteriza como expulsión
{Ausstossung}, fuera del yo y lo contrapone en el mismo artículo con la
aceptación primordial {Bejahung}. Insistimos, este fuera del yo establecerá un
registro del no-yo, lo otro, que coincidirá con lo odiado por displacentero
habiendo sido anteriormente predicado como indiferente.
Es interesante ver como la relación
que media entre el yo y los objetos placientes bajo la modalidad del narcisismo
resulta asimilado por identificación, al yo, convergiendo una aspiración total
propia de este yo unificado (Gesamt-ich). Este ha sido interpretado muchas
veces como yo total ya que así lo permite cierta traducción, sin embargo nos
parece más ajustado exponerlo como yo unificado indicando la tendencia a
reunir, completar, es decir hacer converger sin anular lo parcial. En el
seminario XI que ya citamos, Lacan nos invita a pensar el Gesamt-ich como una
superficie, como una red que une puntos de acumulación.35 No cabe evocar por lo tanto la unidad
del yo propia de la psicología clásica en oposición a la parcialidad
pulsional, en una pretendida síntesis totalizadora. Estamos advertidos que
Freud reserva el par amor-odio para la relación del yo unificado con sus
objetos, sin embargo podemos pensar provisoriamente, sin caer en las
desviaciones a las que dio lugar la totalización madurativa, en una genitalidad
como un polo de convergencia -inestable- para cierta forma del goce en la
estructura edípica. Por otro lado, la experiencia psicoanalítica nos muestra
otra cosa: la genitalidad está sometida a tal circulación en el Edipo como
conjunción entre el campo pulsional y el campo de la cultura como lugar Otro en
donde se ejercita el reclamo {Anspruch} y la renuncia a la satisfacción
pulsional.
En este recorrido que hemos
efectuado, nos queda por despejar aquello que Freud denomina el Yo-real
definitivo, permutación de la función del yo de placer, ahora mediada por el
Principio de realidad, principio que intentará a través de rodeos el
reencuentro en la realidad del objeto placentero. Esto quiere decir: un objeto
amable (que se pueda amar) que no sea el yo y por lo tanto diferente y
exterior.
Recapitulando podemos establecer los siguientes pasos en la
constitución:
- El yo como objeto amado / yo-placer /
interior / amor / incorporación.
- Lo exterior como objeto odiado /
expulsión / exterior / indiferencia / odio.
- El objeto odiado como no-yo / exterior
/ displacer / odio.
- El objeto amado como exterior /
exterior / placer / realidad / amor.
El Principio de realidad toma
forma en las modificaciones que recaerán sobre el Principio de placer y por
otro lado conocemos que en el narcisismo es el yo que como objeto se torna
sujeto de la atribución. La atribución, juicio que otorga o niega una propiedad
a una cosa, será esencialmente la de ser placentero. La cuestión será entonces
ver como se pasa desde este juicio de atribución a la existencia (juicio de
existencia) de objetos placenteros que no sean el yo.
Es en su trabajo La negación,
en el cual Freud traza lo esencial de estos conceptos, así como antes deberá
establecer en Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico36 la complementariedad, y no la
oposición entre Principio de placer y Principio de realidad.
En La Negación de 1925,
especifica: La otra de las decisiones de la función del juicio, la que recae
sobre la existencia real de una cosa del mundo representada, es un interés del
yo-realidad definitivo, que se desarrolla desde el yo-placer inicial (examen de
realidad). Ahora ya no se trata de si algo percibido (una cosa del mundo) debe
ser acogido o no en el interior del yo, sino de si algo presente como
representación dentro del yo puede ser reencontrado también en la percepción
(realidad). De nuevo, como se ve, estamos frente a una cuestión de afuera y
adentro. Lo no real, lo meramente representado, lo subjetivo, es sólo interior;
lo otro, lo real, está presente también ahí afuera. En este desarrollo se deja
de lado el miramiento por el principio de placer. La experiencia ha enseñado
que no sólo es importante que una cosa del mundo (objeto de satisfacción) posea
la propiedad “buena”, y por tanto merezca ser acogida en el yo, sino también
que se encuentre ahí, en el mundo exterior, de modo que uno pueda apoderarse
de ella si lo necesita.37
Es decir la prueba de
realidad cumple la función no de comprobar correspondencia o adecuación de la
representación (Vorstellung) con la cosa, sino más exactamente de volver a
encontrar, por lo tanto reencuentro como percepción externa. Ya la concepción
de rehallazgo del objeto, se halla en el Proyecto de psicología (1895), en la
Interpretación de los sueños (1900), como en Tres ensayos de teoría sexual
(1905). La pérdida del objeto real de satisfacción, su ausencia, posibilita
(sobre el fondo alucinatorio), la prueba de realidad, que se funda en la
diferencia entre percepción y representación tanto como en el adentro y el
afuera. Este yo-real definitivo, está sujeto al principio de realidad y se
constituye como un trabajo que a partir de tal pérdida de objeto, permite
moderar las condiciones absolutas del principio de placer posibilitando por
rodeos (requisito de lo simbólico), que el objeto sea encontrado de nuevo, es
decir: reencuentro. Concluimos, por ahora.
Fuente original: Rodriguez Solano, J. Facultad Psicologia. UNR.
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