Conferencias de introducción al psicoanálisis
El
psicoanálisis es una modalidad de tratamiento médico de pacientes neuróticos.
En el resto de la medicina, cuando sometemos a un enfermo a una técnica médica
que le resulta nueva, por regla general restamos importancia a las dificultades
y le damos optimistas seguridades acerca del éxito del tratamiento. Cuando
tomamos a un neurótico bajo tratamiento psicoanalítico le exponemos las
dificultades del método, su prolongada duración, los esfuerzos y sacrificios
que cuesta y, en lo tocante al resultado, le decimos, nada podemos asegurarle:
eso depende de su conducta, de su inteligencia, de su docilidad, de su
perseverancia.
En el
tratamiento analítico no ocurre otra cosa que un intercambio de palabras entre
analizado y médico. El paciente habla, cuenta vivencias pasadas y sus
impresiones presentes, se queja, confiesa sus deseos y sus mociones afectivas.
El médico escucha, procura dirigir las ilaciones de pensamiento del paciente,
exhorta, empuja su atención en ciertas direcciones, le da esclarecimientos y
observa las reacciones de comprensión o rechazo que de ese modo provoca en el
enfermo. Los pariente de nuestros enfermos nunca dejan de manifestar su duda de
que "meras palabras puedan lograr algo con la enfermedad".
La conversación
en que consiste el tratamiento psicoanalítico no soporta terceros oyente; no
admite ser presentada en público. Las comunicaciones de que el análisis
necesita sólo serán hechas por él a condición de que se haya establecido un
particular lazo afectivo con el médico. Esas comunicaciones tocan lo más intimo
de su vida anímica, todo lo que él como persona socialmente autónoma tiene que
ocultar a los otros y, además, todo lo que como personalidad unitaria no quiere
confesarse a sí mismo.
El
psicoanálisis se aprende primero en uno mismo, por el estudio de la
personalidad propia. Existe una serie íntegra de fenómenos harto frecuentes y
de todos conocidos que, tras alguna instrucción en la técnica, pueden pasar a
ser objeto del análisis en uno mismo. Por esa vía se obtiene la buscada
convicción de la realidad de los procesos que el psicoanálisis describe y
acerca de lo correcto de sus concepciones. De todos modos, los progresos
alcanzables por este camino encuentran límites precisos. Más lejos se llega si
uno se hace analizar por un analista experto, si se vivencian en el yo propio los efectos del análisis y se
aprovecha esa oportunidad para atisbar en el analista la técnica más fina del
procedimiento. Desde luego, este excelente camino es transitable en cada caso
para un persona individual, nunca para un curso entero.
La psiquiatría
se ocupa de describir las perturbaciones del alma observadas y de reunirlas en
ciertos cuadros clínicos. Los síntomas que componen esos cuadros clínicos no
han sido individualizados en su origen, ni en su mecanismo, ni en su enlace
recíproco; no les corresponden alteraciones registrables en el órgano anatómico
del alma, o esas alteraciones son tales que a partir de ellas no podría
explicárselos. Y esas perturbaciones del alma sólo son susceptibles de
influencia terapéutica cuando se las puede individualizar como efectos
colaterales de una afección orgánica.
El
psicoanálisis quiere dar a la psiquiatría esa base psicológica que se echa de
menos, y espera descubrir el terreno común desde el cual se vuelva inteligible
el encuentro de la perturbación corporal con la perturbación anímica. A este
fin debe mantenerse libre de cualquier supuesto ajeno, de naturaleza anatómica,
química o fisiológica, y trabajar por entero con conceptos auxiliares puramente
psicológicos.
Por dos de sus
tesis el psicoanálisis ultraja a todo el mundo my se atrae su aversión; una de
ellas choca con un prejuicio intelectual, la otra con uno estético-moral. Estos
prejuicios son los sedimentos de procesos de desarrollo útiles y aun necesarios
para la humanidad; alimentados por fuerzas afectivas, la lucha contra ellos es
asunto difícil.
La primera de
esa aseveraciones dice que los procesos anímicos son, en sí y por sí,
inconcientes, y los procesos concientes son apenas actos singulares y partes de
la vida anímica total. Estamos habituados a identificar lo psíquico con lo
conciente. A la conciencia la consideramos directamente el carácter definitorio
de lo psíquico, y a la psicología, la doctrina de la conciencia. Al
psicoanálisis le es imposible tomar como supuesto la identidad entre lo
conciente y lo anímico. Su definición de lo anímico dice que consiste en
procesos del tipo del sentir, el pensar, el querer; y se ve obligado a sostener
que hay un pensar inconciente, hay un querer inconciente.
El segundo
enunciado contiene la aseveración de que mociones pulsionales sexuales
desempeñan un papel enorme en la causación de las enfermedades nerviosas y
mentales. Esas mismas mociones sexuales participan, en medida que no debe
subestimarse, en las más elevadas creaciones culturales, artísticas y sociales
del espíritu humano.
Bajo el acicate del apremio de
la vida, la cultura fue creada a expensas de la satisfacción pulsional, y es
recreada en la medida en que los individuos que van ingresando en la comunidad
de los hombres repiten, en favor del todo, ese sacrificio de satisfacción
pulsional. Entre las fuerzas pulsionales así empleadas, las mociones sexuales
desempeñan un importante papel; en ese proceso son sublimadas, desviadas de sus
metas sexuales y dirigidas hacia otras, que se sitúan socialmente en un plano
más elevado y ya no son sexuales. Pero esta construcción es débil; las
pulsiones sexuales no quedan bien domadas, y en todo individuo subsiste el
peligro de que sus pulsiones sexuales se rehusen a ese empleo.
La sociedad
convierte lo ingrato en incorrecto y pone en entredicho las verdades del
psicoanálisis con argumentos lógicos y fácticos, pero lo hace a partir de fuentes
afectivas y sostiene estas objeciones, en calidad de prejuicios, contra todo
intento de réplica.
en este sitio web, donde puedeo encontrar el texto completo de Freud Sigmund titulado El problema economico del masoquismo
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