Los hechos de la patología proporcionan a nuestros empeños un cañamazo
que en vano buscarían ustedes en la psicología popular. No bien nos hemos
familiarizado con la idea de un superyó así concebido, que goza de cierta
autonomía, persigue sus propios propósitos y es independiente del yo en cuanto
a su patrimonio energético, se nos impone un cuadro patológico que ilustra de
manera patente la severidad, hasta la crueldad, de esa instancia, así como las
mudanzas de su vínculo con el yo. Me refiero al estado de la melancolía más
precisamente del ataque melancólico, del cual ustedes sin duda habrán oído
bastante aunque no sean psiquiatras.
El rasgo más llamativo de esta enfermedad, acerca de cuya causación y
mecanismo sabemos muy poco, es el modo en que el superyó -digan ustedes sólo
para sí: la conciencia moral- trata al yo. Mientras que en sus períodos sanos
el melancólico puede ser más o menos severo consigo mismo, como cualquier otra
persona, en el ataque melancólico el superyó se vuelve hipersevero, insulta, denigra,
maltrata al pobre yo, le hace esperar los más graves castigos, lo reprocha por
acciones de un lejano pasado que en su tiempo se tomaron a la ligera, como si
durante todo ese intervalo se hubiera dedicado a reunir acusaciones y sólo
aguardara su actual fortalecimiento para presentarse con ellas y sobre esa base
formular una condena.
El superyó aplica el más severo patrón moral al yo que se le ha
entregado inerme, y hasta subroga la exigencia de la moralidad en general; así,
aprehendemos con una mirada que nuestro sentimiento de culpa moral expresa la
tensión entre el yo y el superyó. Es una experiencia muy asombrosa ver como un
fenómeno periódico [en dichos pacientes] a esa moralidad que supuestamente nos
ha sido otorgada e implantada tan hondo por Dios. En efecto, trascurrido cierto
número de meses el alboroto moral pasa, la crítica del superyó calla, el yo es
rehabilitado y vuelve a gozar de todos los derechos humanos hasta ¿I próximo
ataque.
Y aun en muchas formas de la enfermedad se produce en los períodos
intermedios algo contrario; el yo se encuentra en un estado de embriaguez
beatífica, triunfa como si el superyó hubiera perdido toda fuerza o hubiera
confluido con el yo, y este yo liberado, maníaco, se permite de hecho,
desinhibidamente, la satisfacción de todas sus concupiscencias. He ahí unos
procesos que rebosan de enigmas irresueltos.
Está completa?
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