Antes de entrar de
lleno al campo de lo social histórico quisiera hacer algunas afirmaciones
bastante dogmáticas.
Primera: el Ser no es un sistema,
no es un sistema de sistemas ni tampoco una gran cadena. El Ser es abismo o
caos o aquello que carece de fundamento. Un caos con una estratificación
irregular; es decir, con organizaciones parciales, cada una de acuerdo a los
distintos estratos que descubrimos (descubrir/construir, descubrir/crear) en el
Ser.
Segunda: el Ser no es sólo en el
Tiempo, sino que es a través del (por medio del, en virtud del) Tiempo. En
esencia, el Ser es Tiempo.
Tercera: o el Tiempo es nada o
es creación. Propiamente hablando, el Tiempo es impensable sin creación;
porque, de otra manera, sólo sería una superflua cuarta dimensión del espacio.
Aquí, creación significa, desde luego, creación genuina y ontológica, creación
de nuevas formas, de nuevos eidos para usar el término platónico. Casualmente,
la creación como tal y en su justo sentido nunca fue tomada en cuenta por la
teología. Filosóficamente hablando, la creación teológica sólo es una palabra;
un nombre equivocado para designar aquello que en realidad sólo es producción,
fabricación o construcción. La creación teológica sigue siempre (está condenada
a seguir) el modelo Timeo : Dios es un creador, un artesano que mira los eide
(las formas) preexistentes y los usa como modelos o paradigmas en la materia
que se forma. Pero ni en Platón ni en ninguna otra teología racional crea Dios
los ejidos.
Cuarta: estos hechos
fundamentales acerca del Ser, el Tiempo y la creación han sido ocultados por la
ontología tradicional (y, en sus albores, por la ciencia) porque la ontología
tiene que ver, en su corriente principal, con la hipercategoría de la
determinidad (en griego, peras y en alemán, bestimmtheit). La determinidad
conduce a negar el Tiempo, a la atemporalidad: si algo está verdaderamente
determinado, lo está desde siempre y para siempre. Y si cambia, ya están determinadas
las maneras en las cuales puede cambiar y las formas que este cambio puede
traer consigo. Entonces, los hechos simplemente crean las leyes y la historia
no es sino el desarrollo a lo largo de la cuarta dimensión de una sucesión que,
para una mente absoluta (o para una teoría científica comprobada), sólo sería
coexistente. Entonces el tiempo es repetición pura, si no de los hechos, sí de
los requerimientos de las leyes. Para la ontología tradicional es un asunto de
vida o muerte negar que el Tiempo es una perpetua posibilidad del surgimiento
de lo Otro. Por razones que están
íntimamente ligadas al marco de la determinidad, la ontología tradicional tiene
que reducir los posibles tipos de ser a tres y sólo a tres categorías: las
substancias (de hecho, cosas), los sujetos y los conceptos o ideas y los
posibles grupos, combinaciones, sistemas y jerarquías de los grupos de
substancias, sujetos e ideas.
Quinta: desde este último punto de vista, la pregunta:
"¿Qué es eso, en qué reconocemos lo que proviene del observador (de
nosotros) y qué es lo que proviene de lo que está allí?", es, y seguirá
siendo siempre, algo indeterminado.
La
relación entre lo que yo pienso y las preocupaciones de los científicos duros
puede encontrarse -así lo espero, al menos- en mi intento de arrojar luz sobre
estas dos preguntas gemelas: ¿Qué es la forma y cómo surge? Esto voy a tratar
de hacerlo analizando ambas preguntas tal y como aparecen en el contexto social
histórico, en el terreno del hombre (anthropos, las especies; lo masculino
tanto como lo femenino).
Pero
¿es necesario justificar esto? Tal vez el hombre no tiene más, pero tampoco
menos Ser que las galaxias o la escherichia coli. Las posibles particularidades
del hombre no deben disminuir, sino más bien incrementar, el interés por sus
modos de ser, aunque sea sólo porque éstos pueden remover o falsificar las
concepciones generales acerca del Ser recopiladas en otros terrenos. El dos no
deja de ser un número primo porque tiene la particularidad de ser el único
número primo par. Y es una muy apreciable particularidad equiparar un número
primo con otro, tan sólo porque, gracias a esto, podemos falsificar una
proposición que es verdad en un incontable e infinito número de ejemplos, a
saber: "Todos los números primos son impares".
Tal
vez lo mismo sucede con el hombre.
No
estamos interesados en el hombre sólo porque somos hombres. Debemos
interesarnos en él porque, de todo lo que conocemos, el impresionante nudo de
problemas relacionado con la existencia humana, junto con el tipo ontológico
que el hombre representa, no se puede reducir sólo a la física o a la biología.
Si yo pudiera realizar lo que para mi mente es sólo la mitad de un chiste,
quizá el Tiempo tendría que cambiar su forma tradicional de conducirse. Tal
vez, si en lugar de tratar de ver qué tanto podemos explicar lo que pasa con el
hombre en la física o en la biología nos ponemos, por ejemplo, a afirmar que
una idea, un mito, un sueño, no son sino el resultado epifenoménico de cierto
estado del sistema nervioso, el cual, a su vez, sería reducible, digamos, a un
ordenamiento de los electrones, nosotros podríamos tratar de cambiar este
procedimiento por un proyecto heurístico. Recuerden que los filósofos casi
siempre comienzan diciendo: "Quiero ver qué es el Ser, qué es la realidad.
Entonces, aquí está una mesa; ¿qué características de Ser verdadero me muestra
esta mesa: Ningún filósofo comienza jamás diciendo: "Quiero ver lo que es
el Ser, lo que es la realidad. Entonces, aquí está mi memoria, el recuerdo del
sueño que tuve anoche; ¿qué características del Ser verdadero me va a mostrar?
Ningún filósofo ha comenzado jamás diciendo: "Hay que considerar al
Requiem de Mozart como un paradigma del Ser; vamos a partir de esto”. Por qué
no podemos empezar por afirmar que un sueño, un poema, una sinfonía es un
paradigma de la totalidad del Ser, y vemos en el mundo físico un modo de ser
deficiente; en lugar de mirar en las cosas en sentido opuesto, en lugar de ver
en lo imaginario, es decir, en las formas de existencia humana, una deficiente
o secundaria manera de ser.
El
hombre existe sólo (en y a través) de la sociedad y la sociedad siempre es
histórica. La sociedad como tal es una forma, cada sociedad dada es una forma
particular e incluso singular. La forma se vincula a la organización, es decir,
al orden (o, si ustedes quieren, orden/desorden). No voy a tratar de definir
los términos 'forma', 'organización', 'orden'. Más bien intentaré mostrar que
éstos adquieren una nueva significación nada despreciable en el campo de lo
social histórico, y que el enfrentamiento de este significado con los que se
les han dado en matemáticas, física o biología, puede ser provechoso para todas
las partes que entran en juego.
En
el campo de lo social histórico surgen dos preguntas fundamentales:
Primera:
¿qué es lo que mantiene unida a una sociedad? En otras palabras: ¿cuál es la
base de la unidad, la cohesión y la diferenciación organizada de la maravillosa
y compleja red del fenómeno que observamos en cada una de las sociedades existentes?
Pero
también nosotros estamos frente a la multiplicidad y la diversidad de las
sociedades, y frente a la dimensión histórica que existe dentro de cada
sociedad, la cual se manifiesta como una alteración de un orden social dado y
posiblemente conduce (tarde o temprano), al fin del viejo orden y al
establecimiento de uno nuevo. Así, debemos preguntarnos:
Segunda:
¿qué es lo que crea las viejas y las nuevas formas de una sociedad?
No
voy a tratar sobre la discusión y la refutación de los puntos de vista
tradicionales acerca de la sociedad y la historia, incluyendo los más recientes
(es decir, el funcionalismo y el estructuralismo; porque el marxismo es, de
hecho, una variante del funcionalismo). Virtualmente, estos puntos de vista
consideran a la sociedad como una asamblea o reunión de individuos relacionados
entre sí, y éstos, a su vez, relacionados con las cosas. Este es el comienzo de
la pregunta, ya que los individuos y las cosas son creaciones sociales, tanto
en la forma general y particular que ambos toman en cualquier sociedad
determinada. Lo que no es social en las cosas es el estrato del mundo natural
que un antropoide podría percibir y también la manera en que lo percibiría.
Pero ni conocemos esto ni es importante para nuestro problema. Y lo que no es
social en el individuo -aparte de lo basto e inadecuado, pues la vida puede llegar
a convertirse en animal- es el núcleo de la psyche o la mónada psíquica, la
cual también sería incapaz de sobrevivir (quiero decir de sobrevivir
físicamente) sin la violenta imposición que ejerce sobre ella el individuo como
forma social. Ni las necesidades biológicas permanentes, ni los eternos
impulsos, mecanismos o deseos físicos eternos pueden dar razón de la sociedad y
la historia. Las causas constantes no pueden hacer que surjan efectos
variables.
Regreso
ahora a mi primera pregunta. Lo que mantiene unida a una sociedad es desde
luego su institución, la suma total de sus instituciones particulares, a las
cuales, yo llamo "la institución de la sociedad como todo". La
palabra institución está tomada aquí en su sentido más amplio y radical:
normas, valores, lenguaje, instrumentos, procedimientos y métodos para tratar
con las cosas y hacer cosas, y, desde luego, también como el yo individual, en
el tipo y la forma tanto particular como general (por ejemplo, las
distinciones: hombre/mujer) que se le da en cada sociedad.
¿Cómo
prevalecen las instituciones, asegurando su validez efectiva? Superficialmente
y, sólo en algunos casos, a través de la coerción y las sanciones. Menos
superficial y más ampliamente, a través de la adhesión, el apoyo, el consenso,
la legitimidad, la creencia. Aunque según un estudio más reciente acerca de
esto se debe a la transformación (fabricación) del material humano en
individuos sociales, transformación en la cual están implicados éstos y el
mecanismo de su perpetuación. Nadie se pregunta ¿por qué la mayoría de la gente
no roba aun cuando tenga hambre? Nadie se pregunta incluso ¿por qué la gente
vota por tal o cual partido, aun después de que éste los decepcionó en varias
ocasiones? Mejor hay que preguntarse: ¿cuál es la parte del pensamiento y de la
manera de mirar y de hacer las cosas que no está condicionada o codeterminada,
en un nivel decisivo, por la estructura y los significados de la lengua, por la
organización del mundo que aquélla lleva en sí, por el primer ambiente
familiar, la escuela, todo el hacer y el no hacer al que uno ha estado
constantemente expuesto, los amigos, las opiniones que van y vienen, las
maneras en que uno se ve forzado por los innumerables artefactos en los cuales
uno anda nadando, etc. Si, con toda sinceridad, alguien puede responder acerca
del uno por ciento de lo que he planteado, ese alguien es, ciertamente, uno de
los pensadores más originales que jamás han existido. Ciertamente no es un
mérito (o un demérito) no ver a la ninfa que habita en cada árbol o fuente. En
primer lugar, todos estamos de paso y somos fragmentos de la institución de la
sociedad, partes totales, como diría un matemático. De acuerdo con sus normas,
la institución produce individuos que, según su estructura, no son sólo
capaces, sino que están obligados a reproducir la institución que los engendró.
La ley produce de tal forma elementos, que el funcionamiento real de éstos se
incorpora a ella y la reproduce, perpetúa la ley.
En
un sentido general, desde luego que la institución de la sociedad está
constituida por varias instituciones particulares. Estas forman un todo
coherente y funcionan como tal. La sociedad es aún esta misma sociedad, incluso
en situaciones críticas, en el más violento estado de debate y lucha internas;
y si no lo fuera, no habría y no podría haber una disputa por los mismos
objetivos comunes. Así pues, hay una unidad de la institución total de la
sociedad y, más de cerca, encontramos que, en el último de los casos, esta
unidad es la unidad y la cohesión interna de la inmensa y complicada red de
significaciones que atraviesan, orientan y dirigen toda la vida de una
sociedad, y a los individuos concretos que la constituyen realmente. Esta red de
significados es lo que yo llamo el magma de las significaciones imaginario-sociales,
las cuales son llevadas por la sociedad e incorporadas a ella y, por así
decirlo, la animan. Tales significaciones imaginario-sociales son, por ejemplo:
los espíritus, los dioses, Dios; la polis, el ciudadano, la nación, el Estado,
el partido, la comodidad, el dinero, el capital, la tasa de interés; el tabú,
la virtud, el pecado, etc. Pero también son el hombre/la mujer/el niño tal como
se especifican en una sociedad; más allá de las definiciones puramente
anatómicas o biológicas, el hombre, la mujer y el niño son lo que son en virtud
de las significaciones imaginario sociales que los hacen ser precisamente eso
que son. Un romano y una romana fueron y son algo totalmente diferente, por
ejemplo, de los americanos y las americanas de hoy. ¡Cosa! es una significación
imaginario social y también es un instrumento. La simple y pura
instrumentalidad del instrumento es una significación imaginaria particular,
que caracteriza en gran parte a las sociedades modernas de occidente. Pocas
sociedades, si no es que ninguna, han visto jamás a los instrumentos como meros
instrumentos; recordemos las armas de Aquiles o la espada de Sigfrido.
Llamo
imaginarias a estas significaciones porque no tienen nada que ver con las
referencias a lo racional o a los elementos de lo real, o no han sido agotadas
por ellos, y porque son sustentadas por la creación. Y las llamo sociales
porque existen sólo si son instituidas y compartidas por una colectividad
impersonal y anónima. Regresaré un poco después al término magma.
¿Cuál
es la fuente, la raíz, el origen de este magma y de su unidad? En esto podemos
ver claramente los límites de la ontología tradicional. Ningún sujeto o individuo
(o grupos de sujetos e individuos) podría nunca ser este origen. Pero no sólo
la suma del conocimiento ecológico, sociológico y psicoanalítico, etc., tanto
teórico como práctico, necesario para echar a andar, por ejemplo, la
organización de una tribu primitiva, tiene una complejidad que desafía a la
imaginación y está, en cualquier nivel, muy lejos de nuestro alcance; sino que,
más radicalmente, los sujetos, los individuos y los grupos mismos son los
productos de un proceso de socialización y su existencia presupone la
existencia de una sociedad instituida. Ni podemos encontrar este origen en las
cosas; la idea de que los mitos o la música son el resultado (como quiera que
sea, impreciso) de la acción de las leyes de la física, es, simplemente, absurda.
Ni, finalmente, podemos reducir a conceptos o ideas las diversas instituciones
de las sociedades conocidas y sus significaciones correspondientes. Tenemos que
reconocer que el campo de lo social histórico es irreductible a los
tradicionales tipos de Ser y que aquí estamos viendo las obras, la creación de
lo que yo llamo imaginario social o la sociedad instituyente (como lo que se
opone a la sociedad instituida) pero hay que tener cuidado de no entender con
esto otra cosa, otro sujeto, otra idea.
Si
se analiza cómo funcionan, en una sociedad, el magma de significaciones
imaginario sociales y sus correspondientes instituciones, se puede ver que, en
un aspecto, hay una similitud entre la organización social y la biológica: en
el 'cierre', para usar el término de Francisco Varela. Tanto la organización
social como la biológica muestran un 'cierre' organizativo, informativo y cognoscitivo.
Cada sociedad, al igual que cada ser o especie viviente, establece (crea) su
propio mundo, dentro del cual, desde luego, se incluye a sí misma. De la misma
manera que para los seres vivos, es la propia organización (significaciones e
institución) de la sociedad la que postula y define, por ejemplo, qué se
considera como información para la sociedad, qué es ruido y qué es nada en
cualquier aspecto; o cuál es el peso, la importancia, el valor y el sentido de
la información; o cuáles son los programas de elaboración y la respuesta a una
información dada, etc. En resumen: la institución de la sociedad es la que
determina lo que es real y lo que no lo es, qué tiene sentido y qué no lo
tiene. Hace tres siglos la brujería era una cosa real en Salem, pero no ahora.
"En Grecia el Apolo de Delfos fue una fuerza tan real como cualquier
otra" (Marx). En realidad sería superficial e insuficiente decir que toda
sociedad tiene en sí misma un sistema de interpretación del mundo. La sociedad
es un sistema de interpretación del mundo; aunque el término 'interpretación'
es aquí otra vez superficial e inapropiado. La sociedad es una construcción, una
constitución, una creación del mundo, de su propio mundo. Su identidad no es
sino este sistema de interpretación, este mundo que ella crea. Y a eso se debe
que la sociedad sienta (de la misma manera que un individuo), como una amenaza
mortal cualquier ataque que se haga contra su sistema de interpretación; tal
ataque lo siente contra su identidad, contra sí misma.
En
este sentido, el sí mismo de la sociedad -su ecceitas, como podría decir un
escolástico-, su ser esta sociedad y no cualquier otra, puede ser comparado con
lo que Varela ha llamado la "autonomía" del ser viviente y con los
detalles de ésta. Aunque las diferencias también son esenciales y no sólo
descriptivas. Voy a enumerar algunas de ellas:
1.
Como es bien sabido, la fijación de los caracteres de una sociedad no poseen
una base física (como el genoma) que pudiera garantizarles (incluso
probabilísticamente) su conservación a través del tiempo y su transmisión; en
esto no hay un equivalente de ningún código genético (incluso si, como Atlan
dijo, este código no funciona de la manera en que se pensó que lo hacía hace
diez años).
2.
Propiamente hablando, para la sociedad no existe el ruido. Cualquier cosa que
aparezca, cualquier cosa que suceda en una sociedad, debe querer decir algo
para ella; o, abiertamente, se le declarará sin sentido.
3.
Aunque en el ser vivo parece haber una gran abundancia de procesos que fabrican
información; en la sociedad esta fabricación y elaboración de información se da
como algo virtualmente ilimitado y que va más allá de cualquier caracterización
funcional.
4.
La finalidad (o 'teleonomía', como la llamaría la más reciente ola de
mojigatería científica) parece ser una categoría inevitable cuando tiene que
ver tanto con el ser viviente como con la sociedad. Pero (sin olvidar que la
finalidad final de lo vivo es envolverse en un denso misterio) puede asegurarse
que en los seres vivos los procesos se gobiernan por la finalidad de su
conservación, la cual a su vez es gobernada por la finalidad de la conservación
de las especies, que a su vez son gobernadas por la finalidad de la
conservación de la biosfera, es decir, el biosistema en general. Aunque casi
todas las finalidades que hemos visto son, por supuesto, gobernadas por un tipo
de principio de conservación, en el caso de la sociedad, esta conservación es,
finalmente, la conservación de los atributos arbitrarios característicos de
cada sociedad, sus significaciones imaginario sociales.
5.
Para cada cosa que es para un ser vivo, el meta-observador puede encontrar una
correlación física. No sucede lo mismo con la sociedad, la cual sin
correlativos físicos, crea Ser en una forma masiva e indiscriminada: espíritus,
dioses, pecados, virtudes, derechos del hombre, etc. -y para ella este tipo de
Ser tiene siempre un orden más alto que el físico puro.
6.
La sociedad crea un nuevo tipo de autorreferencia: crea sus propios
meta-observadores (todos los problemas difíciles van unidos a esto).
Por
supuesto que no hay solipsismo ni biológico ni social, y nunca podría haberlo.
El ser viviente organiza para sí mismo una parte o estrato de su mundo físico;
lo reconstruye para formar un mundo propio. No puede transgredir o ignorar las
leyes físicas; sin embargo, establece leyes nuevas, propias. Por lo que se
refiere al tema de la sociedad, con ella sucede lo mismo que con el ser
viviente. Pero su tipo de relación con el mundo pre-social -que yo llamo el
primer estrato natural-, y que la sociedad misma crea e instituye es diferente.
Es una relación 'anaclítica', una 'inclinación á' --anlehnung, étayage. Las
operaciones lógicas/físicas a través de las cuales la sociedad se relaciona,
organiza y utiliza el primer estrato natural, están siempre bajo la influencia
de las significaciones imaginario sociales, las cuales son arbitrarias y
diferentes entre sí, como si pertenecieran a sociedades distintas. El mundo
físico de las restricciones impone sobre la organización del conjunto del ser
viviente una parte esencial de nuestro entendimiento de esta organización. Lo
que el mundo natural como tal inevitablemente ordena o prohibe a la sociedad -y
por lo tanto, a todas las sociedades- es completamente trivial y no nos enseña
nada.
Todo
esto tiene que ver con la demarcación de la sociedad desde (y) su oposición al
ser viviente. Pero la tarea más importante es la caracterización esencial de la
organización de la sociedad.
Voy
a comenzar por algunos hechos comunes. La sociedad no existe sin la aritmética.
La sociedad no existe sin el mito. (En la sociedad actual la aritmética es, por
supuesto, uno de los mitos principales. En la sociedad contemporánea no existe,
y no puede existir, una base racional para el predominio de la cuantificación.
Esta es sólo la expresión de una de sus principales significaciones
imaginarias: lo que no se puede contar, no existe.) Pero podemos ir un poco más
lejos. El mito no existe sin la aritmética; y la aritmética no existe sin el
mito.
A
manera de paréntesis, quiero agregar que lo más importante acerca del mito no
es, como el estructuralismo sostiene, que la sociedad organice lógicamente el
mundo a través de éste. El mito no tiene sólo una lógica (aunque, desde luego,
la tiene), y menos aún la lógica binaria de los estructuralistas. Para la
sociedad, el mito es esencialmente una forma de revestir de sentido al mundo y
a la vida que está dentro del mundo; porque, de otra manera, ambos carecerían
de sentido.
Estas
observaciones conducen a un planteamiento básico relacionado con la
organización de la sociedad, dicho planteamiento se caracteriza de un modo
esencial y real: la institución de la sociedad, y las significaciones
imaginario sociales que tienen que ver con ella, se despliegan siempre en dos
dimensiones que no pueden dejar de asociarse. La dimensión
conjuntista-identitaria (grupo teórico, lógico), y la estricta y, propiamente,
imaginaria.
En
la dimensión conjuntista-identitaria la sociedad funciona (actúa y piensa) a
través de (en) elementos, clases, propiedades y relaciones establecidas como
distintas y definitivas. En esto, el esquema más importante es el de la
determinación (la determinicidad", la calidad de lo determinado, peras,
bestimmtheit). Entonces, lo que se necesita es que todo lo que sea concebible
se vea a través de la determinación, y las consecuencias o implicaciones de
esto, también. Desde este punto de vista, la existencia es la calidad de lo
determinado.
En
la propia dimensión imaginaria, la existencia es significación. Pero, aunque no
puedan ser señaladas, las significaciones no están determinadas. Se relacionan
entre sí a través de una forma básica de renvoi (Un amigo norteamericano me
dice que en inglés esta palabra francesa se puede traducir como el 'acto de
referir' (la relación del 'acto de referir') el cual implica también una
cuasiequivalencia y una cuasipertenencia, funciona la mayor parte de las veces
a través de un quid pro quo, x en vez de y, que, en casos no triviales, es
arbitrario, es decir, instituido. Este quid pro quo es el meollo de lo que yo
llamo 'relación signitiva'; es decir, de la relación entre el signo y aquello
de lo cual es signo el signo, y que es la base del lenguaje. No existe una
razón necesaria o suficiente para que 'perro' esté en lugar de 'canis' o para
que 'siete' tenga algo que ver con 'Dios'. Pero la relación quid pro quo va más
allá del propio lenguaje.
Voy
a ampliar un poco más lo que dije acerca del ejemplo del lenguaje. En éste la
dimensión conjuntista-identitaria corresponde a lo que yo llamo 'código' (que
no debe confundirse con el código de Saussure, el cual sólo significa sistema).
Lo propio de la dimensión imaginaria se manifiesta a sí misma a través de lo
que yo llamo lengua (langue). Así, en determinado contexto, pertenecen al
código frases como: "Dame el martillo" o "En cualquier
triángulo, la suma de sus ángulos es igual a dos ángulos rectos". En
cambio, pertenecen a la lengua oraciones como: "En la noche del Absoluto,
todas las reses eran negras" o "Senté a la Belleza en mis rodillas y
la sentí amarga y la injurié". La diferencia entre código y lengua --más
generalmente, entre la dimensión conjuntista-identitaria y la propia dimensión
de lo imaginario-- no es, desde luego, una diferencia de esencia, sino de uso y
manejo. Desde que conozco las declaraciones: "Todos los campos finitos son
conmutativos" y "el espectro de cualquier realizador es necesariamente
real" me di cuenta de que están entre los versos más hermosos que se han
escrito jamás. Las dos dimensiones son, para usar una metáfora topológica,
impenetrables; en el lenguaje y en la vida social. Esto quiere decir que,
arbitrariamente, cerca de cualquier punto del lenguaje hay un elemento que
pertenece a la dimensión conjuntista-identitaria -y, también, un elemento que
pertenece a la dimensión de lo imaginario. Aun el más loco poema surrealista
contiene una indefinida cantidad de lógica- pero a través de ésta el poema hace
tangible lo Otro de la lógica. En Bach, la aritmética y las matemáticas están
en todas partes; pero no porque tenga aritmética y matemáticas un clavicordio
bien afinado es lo que es.
Así,
en una sociedad, las significaciones de lo imaginario social presentan un tipo
de organización desconocida, hasta la fecha, en otros campos. A este tipo de
organización lo llamo magma. El magma contiene grupos -incluso un número
indefinido de ellos-, pero no es reducible a grupos o sistemas de grupos,
aunque éstos sean ricos y complejos. (Esta reducción es un esfuerzo desesperado
del funcionalismo y el estructuralismo, del causalismo y el finalismo, del
materialismo y el racionalismo, en el campo de lo social histórico.) Incluso no
puede volverse a constituir analíticamente, es decir, por medio de las
categorías y operaciones de los grupos teóricos. El orden social y la
organización no son reducibles a las acostumbradas nociones matemáticas,
físicas e incluso biológicas de orden y organización --al menos, como han sido
concebidos hasta ahora. Pero lo interesante no es esa negación, sino esta
afirmación: lo social histórico crea un nuevo tipo ontológico de orden (unidad,
coherencia y diferenciación organizada).
Voy
a agregar un corolario: si uno acepta el siguiente -para mi obvio- lema: las
teorías deterministas sólo pueden existir como sistemas de oraciones
conjuntista-identitarias, capaces de inducir una organización
conjuntista-identitaria del objeto-campo, entonces está claro que ninguna teoría
determinista de lo social histórico puede reclamar más que una validez muy
parcial y fuertemente condicionada. (Desde luego que por teorías deterministas
entiendo también las probabilísticas en su sentido propio, es decir, las que
atribuyen probabilidades definitivas a sucesos casuales o a clases de sucesos
casuales.)
Paso
ahora a mi segunda pregunta: lo social histórico no crea, de una vez por todas,
un nuevo tipo de orden ontológico, característico del género sociedad. Sino
que, en cualquier momento, este tipo de orden se materializa a través de
diversas formas, cada una de las cuales encarna en una creación, en un nuevo
eidos de la sociedad. Aparte de la existencia de instituciones que se dan en
todas las partes de la sociedad, y significaciones imaginario sociales que se
dan en cualquier parte de la sociedad, y de algunas cosas sin importancia, no
hay nada esencial que sea común, digamos, entre una moderna sociedad
capitalista y una sociedad primitiva. Y, si lo que dije anteriormente se
sostiene, no existe, y no puede existir, ninguna ley o proceso determinante por
el cual una determinada forma de sociedad podría producir otra, o al menos ser
la causa de que apareciera. Los intentos de hacer derivar las formas sociales
de las condiciones físicas, de los antecedentes o de las características
permanentes del hombre, son peores que fracasos: carecen de sentido. En esto,
la ontología y la lógica heredadas no tienen esperanza: están obligadas a
Ignorar el propio ser de lo social histórico. Pero 'creación' no sólo es una
mala palabra (excepto en el contexto teológico, en donde, como ya dije, sólo se
toma en cuenta una pseudo-creación) para la ontología y la lógica. También es
inevitable llegar a preguntar: ¿creación por parte de quién? Pero la creación,
al igual que el trabajo de lo socialimaginario, de la sociedad instituyente
(societas instituans, no sociedad instituta), es el modo de ser del campo de lo
social histórico, a través de los medios del cual este campo es, La sociedad es
autocreación, desplegada como la historia. Para aceptar y dejar de hacer
preguntas sin sentido sobre sujetos y sustancias, o sobre causas, se necesita,
para estar seguro, una radical conversión ontológica.
Esto
no basta para decir que la creación histórica se lleva a cabo a partir de una
tabula rasa ni René Thom debe temer que yo esté aconsejando la pereza. Por el
contrario: el determinismo, como lo demuestran los verdaderos principios de la
economía de pensamiento y la simplicidad, es la metodología de la pereza. No es
necesario reflexionar sobre esta ocurrencia peculiar, si se posee su ley
general. Y si se pudiera copiar la más reciente superecuación general del
universo, sólo entonces uno podría dormir tranquilamente. Siempre existe una
increíble y compleja suma de cosas existentes y de condiciones parciales, en
las cuales la creación histórica se lleva a cabo. Y también hay una inmensa
pesquisa, de verdad interminable, útil y significativa: ¿lo que estaba en lo
viejo está, de una manera o de otra, preparando lo nuevo o relacionándose con
él? Pero aquí otra vez interviene fuertemente el principio de 'cierre'. En
resumidas cuentas: lo viejo entra en lo nuevo con la significación que éste le
da a aquél, y no podría ser de otra manera. Basta recordar como, desde hace
siglos, las ideas o los elementos griegos o cristianos han sido continuamente
redescubiertos y remodelados (reinterpretados) en el mundo occidental para
conformar lo que equivocadamente se llama las necesidades, y que, en realidad,
es el esquema imaginario del presente. Durante mucho tiempo ha habido filólogos
e investigadores de la antigüedad clásica. Ahora existe una nueva disciplina
científica que se pregunta acerca de la visión transitoria que tiene occidente
acerca de la antigüedad clásica. Y, es inútil decirlo, pero esas pesquisas
enseñan más, mucho más, acerca de los siglos XVI, XVIII o XX en occidente, que
de la antigüedad clásica.
Sin
embargo, no podemos dejar de establecer, en la medida de lo posible, conexiones
y regularidades causales o cuasi-causales que aparecen en el campo de lo social
histórico, llevadas por su dimensión conjuntista identitaria. Acerca de esto,
uno solo necesita mencionar el estado y el destino de la economía, con el fin
de mostrar los estrechísimos límites de este tipo de acercamiento, incluso en
lo que sería su campo natural y privilegiado; y, si es que uno está para
entender algo de alguna manera, también hay que mencionar la necesidad de tener
muy en cuenta todo el magma de la realidad social histórica en la que están
inmersas las cuantificables y determinantes relaciones económicas.
La
segunda pregunta era: ¿cómo surgen las nuevas formas sociohistóricas?
Llanamente, la respuesta es: a través de la creación. Pero a esto, el
tradicionalista respondería con una burla: "propones sólo una
palabra". Doy una palabra por un hecho --una clase de hechos-- que hasta
ahora ha sido encubierto y que, por lo tanto, tiene que ser descubierto. De
estos hechos tenemos una experiencia directa. Por decirlo así, directa o
indirectamente hemos sido testigos del surgimiento de las nuevas formas social
históricas: por ejemplo, la creación de la polis democrática en la antigua
Grecia; o, más de cerca, del capitalismo occidental; o, más aún, de la
burocracia totalitaria de la Rusia posterior a 1917. En cada uno de estos casos
hay muchas cosas significativas por decir y un trabajo interminable por
realizar, acerca de las condiciones que preceden y rodean ese surgimiento. Se
puede elucidar esos procesos; pero no explicarlos. Su explicación vincularía
tanto los significados a los no-significados, lo cual no tiene sentido; como la
reducción de todos los magmas de significaciones que aparecen en la historia a
varias combinaciones de nuevos elementos de significación que han estado
presentes desde el comienzo de la historia humana --lo cual es, obviamente,
imposible-- y otra vez nos llevaría a hacer la pregunta; ¿cómo surgieron estos
elementos primarios?
Para
tomar un ejemplo concreto y un esquema determinado (establecido) y explicativo:
consideremos el surgimiento del capitalismo y un posible acercamiento
neodarwiniano a éste. En la Europa occidental, digamos entre el siglo XII y
XVIII, no se observa una producción al azar de un gran número de variedades
sociales, ni la eliminación de todas, menos una, por inadecuadas, ni la
elección del capitalismo por ser la única forma social adecuada que vale la
pena. Lo que se observa es el surgimiento de una nueva significación social
imaginaria: la ilimitada expansión del dominio de lo racional (al comienzo,
realizado con la infinita expansión de las fuerzas productivas), al mismo
tiempo que el trabajo de un gran número de factores muy diversos. Una vez que
conocemos el resultado, ex post no se puede ayudar admirando la 'sinergia'
(increíble y enigmática) de estos factores al producir una forma --el
capitalismo--, la cual no fue planeada por un actor o un grupo de actores y la
cual, ciertamente, no podría ser construida a través de una imprevista asamblea
de elementos preexistentes. Pero una vez que ya hemos puesto nuestra atención
en esta nueva significación social imaginaria que surge --la ilimitada
expansión del dominio de lo racional--, se pueden entender mucho más cosas:
estos elementos y estos factores entran en la institución capitalista de una
sociedad sólo si (y cuando) pueden ser utilizados por ella o cuando llegan a convertirse
en su instrumento, y esto sucede siempre que no sean atraídos por ellas, por
decirlo de alguna manera, hacia la esfera capitalista de significaciones y por
lo tanto les sea otorgado un nuevo sentido. Un bello ejemplo de esto es la
creación del moderno y centralizado aparato del Estado por parte de la
monarquía absoluta, descrita por Tocqueville en L'Ancien Régime et la
Révolution: diseñado y construido para servir al poder absoluto de la monarquía,
el capitalismo llega a ser el portador ideal de la regla impersonal de la
racionalidad capitalista.
De
una forma similar, no estoy seguro de cómo los principios que vienen del ruido
y la organización que viene del ruido pueden ayudar a esclarecer el surgimiento
de las nuevas formas sociales. Como dije anteriormente, no creo que se pueda
hablar propiamente de ruido con relación a la sociedad. Incluso, si se me
permite decirlo, aquí el término 'desorden' está fuera de orden. En realidad lo
que aparece como desorden dentro de una sociedad es algo interno a su
negativamente valuada y significativa institución; pero esto es una cosa
totalmente diferente. En los únicos casos en los que se podría hablar
genuinamente de desorden son, creo, los de los viejos sistemas en crisis, o los
que están desmoronándose. Así sucede por ejemplo con el mundo romano tardío, o
con muchas sociedades actuales del Tercer Mundo. Respecto al primer caso, con
el cristianismo surge de un modo incierto un principio unificador, un nuevo magma
de significaciones imaginario sociales. No veo que haya ninguna relación entre
el desorden anterior y éste, excepto en lo que se refiere a una condición
negativa. En el segundo caso --el de los países del Tercer Mundo-- no parece
surgir un nuevo principio unificador, por lo que el desmoronamiento del viejo
orden continúa, salvo en aquellos casos en que los principios unificadores son
importados del exterior con éxito (lo cual no es lo más frecuente). Hay que
escoger otro ejemplo que arroje luz sobre el otro aspecto de este asunto: no
tiene mucho caso tratar como ruido o desorden el fenómeno de los protoburgueses
que comenzaron a surgir dentro del marco general de la sociedad feudal (siglos
XII y XIII); porque éste sólo sería legítimo desde un punto de vista feudal.
Pues este ruido o desorden es, desde su comienzo, el portador de un (nuevo)
orden y de (nuevas) significaciones y sólo puede existir, materialmente, por
ser tal portador.
Pero
sobre todo, lo que me parece que establece una diferencia radical entre el
mundo biológico y el social histórico es, por último, el surgimiento de la
autonomía, o de un nuevo sentido de la autonomía. Según el uso que Varela hace
de esta palabra (y que lamento haberme tomado la libertad de decírselo), la
autonomía de lo viviente es su 'cierre', un cierre cognoscitivo, informativo y
organizador. Este 'cierre' significa que el funcionamiento de lo viviente en sí
y su relación mutua con los varios sus y cosas externas se gobierna por reglas
y principios, sentidos que son establecidos por el mismo ser viviente pero que,
una vez que esto se ha logrado, se dan de una vez y para siempre, y el cambio,
cuando quiera que éste ocurra, se supone que es al azar. Pero esto es
exactamente lo que podría llamarse --y yo llamo-- heteronomía en el campo de lo
social histórico: el Estado, en el que las leyes, los principios, las normas,
los valores, los sentidos, son establecidos de una manera definitiva, y en el
que la sociedad, o el individuo, según el caso, no tiene ninguna influencia sobre
ellos. Un ejemplo exagerado, pero muy eficaz, de lo que podría ser la más
completa autonomía en el sentido de Varela, y también en mi sentido, es una
persona que sufre paranoia. El paranoico es aquel que ha creado, para siempre,
su propio sistema desequilibrado, absolutamente rígido e interpretativo; y en
el que nada puede entrar jamás sin ser transformado por el mismo sistema. (Por
supuesto que sin una dosis de paranoia nadie podría sobrevivir.) Pero un
ejemplo mucho más común y popular son las sociedades primitivas, y también
todas las sociedades religiosas, en las que las reglas, los principios, las
leyes y los sentidos, etc., son sustentados y dados definitivamente, y su
incuestionado e incuestionable carácter de éstas es garantizado
institucionalmente por la instituida representación de una fuente extrasocial,
fundación y garantía de la ley, el sentido, etc.: obviamente que no se puede
cambiar la ley de Dios, ni decir que ésta es injusta (una oración como esta
sería simplemente impensable e incomprensible en una sociedad como las que
hemos mencionado --como también lo sería "el Hermano mayor es malo"
en la última etapa de la newspeak). En esto tenemos (y también en el
totalitarismo) la más completa autonomía posible, el más completo 'cierre'
posible de sentido o interpretación, es decir, y desde nuestro punto de vista,
la más cabal heteronomía posible.
Pero
¿cuál es el origen de nuestro punto de vista? Es otra creación histórica, un
rompimiento o una ruptura históricas que tuvieron lugar, primeramente, en la
antigua Grecia y, luego, otra vez, en la Europa occidental, al final de la Edad
Media; por lo que la autonomía es creada, en sentido propio, por primera vez;
pero ésta considerada como apertura y no como 'cierre'. Estas sociedades
representan otra vez una nueva forma de ser socio histórica --y, de hecho, de
ser nada más: por primera vez en la historia de la humanidad, de la vida, y por
todo lo que se sabe o sabemos del universo, nos encontramos con un ser que se
cuestiona abiertamente su propia ley de la existencia, su propio orden
existente. Esta sociedad se cuestiona su propia institución, su representación
del mundo, su representación imaginaria social. Es decir, lo que está vinculado
a la creación de la democracia y la filosofía, las cuales rompen el cierre de
la sociedad instituida que prevalecía hasta entonces, y abren un espacio en
donde la actividad del pensamiento y la política llevan a poner en tela de
juicio una y otra vez no sólo las formas dadas de la institución social sino el
posible terreno para cualquiera de esas formas. Aquí, la autonomía adquiere el
sentido de autoautonomía de la sociedad, que, desde este momento, es más o
menos explícita: nosotros hacemos las leyes y por eso somos responsables de
ellas, y tenemos que preguntarnos todo el tiempo: ¿por qué esta ley y no otra?
Esto, desde luego, vincula la aparición de un nuevo tipo de ser histórico a un
nivel individual, es decir, al individuo autónomo, que puede preguntarse a sí
mismo --e incluso decirlo en voz alta: ¿es justa esta ley? Todo esto no sucede
sin una lucha contra los viejos heterónimos, orden y órdenes; y esta lucha
está, para decir una última cosa, lejos de terminar.
Es
esta creación histórica de la autonomía y, repito, de un nuevo tipo de ser, la
que pone en tela de juicio las verdaderas leyes de su existencia, la cual ha
condicionado la posibilidad de una discusión, o algo más importante aún, la
posibilidad de una genuina acción política, de una acción que apoye una nueva
institución de la sociedad que realice plenamente el proyecto de la autonomía.
Pero esto ya es otra historia.
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