Freud destaca que resulta casi indiferente que una
elaboración de la libido se produzca sobre objeto reales u objetos imaginarios.
La diferencia sólo aparece más tarde, cuando la orientación de la libido se
efectúa sobre objetos irreales. Estos conduce a la construcción de un dique
(Stauung), a embalsar la libido, lo cual nos introduce al carácter imaginario
del ego, puesto que se trata de su libido.
Freud se plantea el problema de saber por qué el hombre sale del narcisismo. ¿Por qué el hombre está insatisfecho? Llega a distinguir dos tipos de elección, que podemos traducir como anaclítica y narcisística, y estudia su génesis. Escribe esta frase: “el individuo tiene dos objetos sexuales primitivos: él mismo y la mujer que se ocupa de él”. El mismo, o sea, su imagen. Está bien claro.
Comprueba que las primeras satisfacciones sexuales autoeróticas cumplen una función en la conservación de sí. Después, comprueba quelas pulsiones sexuales se aplican primero a la satisfacción de las pulsiones del yo y que sólo más tarde se hacen autónomas. Así, el niño ama primero al objeto que satisface sus pulsiones del yo, es decir, a la persona que se ocupa de él. Por último, Freud define el tipo narcisístico de elección objetal, patente sobre todo, dice, en quienes el desarrollo libidinal estuvo perturbado. Es decir, en los neuróticos. Estos dos tipos fundamentales corresponden a los dos tipos fundamentales, masculino y femenino. Los dos tipos: narcisístico y Anlehnung (apoyo).
Existe
ante todo, en el campo de la fijación amorosa, de la Verliebtheit, el tipo
narcisístico. Está fijado pues se ama primero, lo que uno mismo es, vale decir,
como Freud lo precisa entre paréntesis, uno mismo; segundo, por lo que uno ha
sido; tercero, lo que uno quisiera ser; y cuarto, la persona que fue una parte
del propio. Es el Narzissmustypus.
El
Anlehnungstypus no es menos imaginario, pues está fundado también en una
inversión de identificación. El sujeto se ubica entonces en una situación
primitiva. Ama a la mujer que alimenta y al hombre que protege.
Su
majestad el niño. El niño es lo que sus padres lo hacen en la medida en que le
proyectan el ideal.
¿En qué se convierte la libido del yo en el adulto normal? Hemos dicho que la represión parte del yo, con sus exigencias éticas y culturales. Las mismas impresiones que le sucedieron a un individuo serán rechazados con indignación por otra persona, o incluso ahogados antes de volverse concientes. La formación de un ideal sería, por parte del yo, la condición de la represión. A este yo ideal se consagra el amor ególatra de que en la niñez era objeto el yo verdadero. No es el yo verdadero, es el yo real.
Prosigue
el texto: el narcisismo aparece desplazado sobre este nuevo yo ideal adornado,
como el infantil, con todas las perfecciones. Como siempre en el terreno de la
libido, el hombre se demuestra aquí, una vez más, incapaz de renunciar a una
satisfacción ya gozada alguna vez. – Freud emplea aquí por primera vez el
término yo ideal en la frase –. A este yo ideal se consagra el amor ególatra de
que en la niñez era objeto el yo verdadero… Pero enseguida dice: No quiere
renunciar a la perfección de su niñez… intenta conquistarla de nuevo bajo la
nueva forma de su ideal del yo. Figuran pues aquí las dos expresiones, yo ideal
e ideal del yo.
Freud formuló la existencia del yo idea, que luego llama ideal del yo, o forma del ideal del yo.
La
sublimación es un proceso de la libido objetal. Por el contrario, la
idealización concierne al objeto que es agrandado, elevado, sin modificaciones
en su naturaleza. La idealización es posible en tanto en el dominio de la
libido del yo como en el de la libido objetal. Es decir que, una vez más, Freud
coloca ambas libidos en el mismo plano.
La
idealización del yo puede coexistir con una sublimación fallida. La formación
del ideal del yo aumenta las exigencias del yo y favorece al máximo la
represión.
Uno está
en el plano de lo imaginario, el otro en el plano de lo simbólico, ya que la
exigencia del Ich-Ideal encuentra su lugar en el conjunto de las exigencias de
la ley.
La
sublimación ofrece por lo tanto, en el caso de la sublimación satisfactoria, el
atajo para satisfacer esa exigencia sin acarrear la represión. Termina el breve
párrafo relativo a las relaciones entre el ideal del yo y la sublimación en
este punto. No sería de extrañar que encontrásemos una instancia psíquica
especial encargada de velar por la satisfacción que se desprende del ideal del
ideal del yo (en la traducción española: yo ideal) y que en cumplimiento de su
función, vigila de continuo al yo actual. Esta hipótesis de una instancia
psíquica especial que cumpliría entonces una función de vigilancia y seguridad
nos conducirá, más tarde, al superyó. Freud apoya su demostración en un ejemplo
extraído de las psicosis, el síndrome de influencia, donde dice, esa instancia
es particularmente visible. Antes de hablar de síndrome de influencia aclara
que, si una instancia tal existe, no podemos descubrirla, sino suponerla como
tal. Me parece muy importante que, en esta primera forma de introducir el
superyó, Freud diga que esta instancia no existe, que no se la descubrirá, que
sólo puede suponérsela. Añade que lo que llamamos nuestra conciencia cumple
esta función. Los enfermos de este tipo se quejan de estar vigilados, de oír
voces, de que se conoce su pensamiento, de que se los observa. Tienen razón
dice Freud, esta queja está perfectamente justificada y corresponde a la
verdad. En todos nosotros, y dentro de la vida normal, existe realmente tal
poder.
Sin embargo no es exactamente en ese sentido. Freud dice que si una instancia tal existe, no es posible que sea algo que aún no hayamos descubierto. Los ejemplos que elige muestran que la identifica con la censura. Vuelve a encontrar esta instancia en el delirio de influencia, donde se confunde con el que ordena los actos del sujeto. Le reconoce luego en lo que se define como el fenómeno funcional de Silberer. Según Silberer, la percepción interna por parte del sujeto de sus propios estados, de sus mecanismos mentales en tanto funciones, en el momento en que se desliza en el sueño, jugaría un rol funcional. El sueño daría de esa percepción una transposición simbólica, entiéndase aquí simbólico simplemente en el sentido de representando por imágenes. Vemos aquí una forma espontánea de desdoblamiento del sujeto. Freud siempre conservó ante esta concepción de Silberer una actitud ambigua, diciendo a la vez que este fenómeno es muy importante, y que no obstante es secundario respecto a la manifestación del deseo en el sueño. Esta vigilancia del yo que
Freud destaca presente en el sueño, es el guardián del dormir, situado como al margen de la actividad del sueño y muy a menudo listo, también él, a las instancias que Freud presenta aquí con el título de censura, una instancia que habla, es decir una instancia simbólica.
El
desarrollo del yo consiste en un alejamiento del narcisismo primario y crea una
intensa tendencia a reconquistarlo. Este alejamiento sucede mediante el
desplazamiento de la libido sobre un ideal del yo (traducción española: yo ideal)
impuesto desde el exterior, y la satisfacción es proporcionada por el
cumplimiento de este idea.
Este alejamiento se efectúa por un desplazamiento de la libido sobre un ideal del yo impuesto desde el exterior. La satisfacción surge de la realización de ese ideal. Evidentemente, en la medida en que hay realización de ese idea. Exactamente allí donde se desarrolla toda la experiencia analítica, en la unión de lo imaginario y lo simbólico.
El
fenómeno físico de la imagen real que puede ser producida por el espejo
esférico, de ser vista en su lugar, insertarse en el mundo de los objetos
reales, ser enfocada al mismo tiempo que los objetos reales, aportar incluso a
esos objetos reales una ordenación imaginaria, incluirlos, excluirlos,
situarlos, completarlos.
En ese momento, se desencadenan comportamientos que guiarán al sujeto hacia su objeto, por intermedio de la imagen.
En la
segunda parte, volvemos a encontrar el pequeño esquema. Le añadí en la un
perfeccionamiento que constituye una parte esencial de lo que intento
demostrar. La imagen real sólo puede verse de manera consistente en determinado
campo del espacio real del aparato, el campo que está delante del aparato
constituido por el espejo esférico y el ramillete invertido.
Hemos situado el sujeto en el borde del espejo esférico. Pero sabeos que la visión de una imagen en el espejo plano es exactamente equivalente, para el sujeto, a lo que sería la imagen del objeto real para un espectador que estuviese más allá de ese espejo, en el lugar mismo en que el sujeto ve su imagen. Podemos pues reemplazar el sujeto por un sujeto virtual, SV, situado en el interior del cono que delimita la posibilidad de la ilusión, o sea en el campo x’ y’. El aparato que he inventado muestra pues que, estando colocado en un punto muy cercano a la imagen real, puede vérsela no obstante con un espejo en estado de imagen virtual. Esto es lo que se produce en el hombre.
¿Cuál es
su resultado? Una simetría muy particular. En efecto, el sujeto virtual,
reflejo del ojo mítico, es decir, el otro que somos, está allí donde primero
hemos visto a nuestro ego: fuera nuestro, en la forma humana. El ser humano
sólo ve su forma realizada, total, el espejismo de sí mismo, fuera de sí mismo.
Esta noción no figura aún en el artículo que estudiamos, sino más tarde.
Lo que el sujeto, que sí existe, ve en el espejo es una imagen, nítida o bien fragmentada, inconsistente, incompleta. Esto depende de su posición relación a la imagen real. Demasiado cerca de los bordes, se ve mal. Todo depende de la incidencia particular del espejo. Sólo en el cono puede obtenerse una imagen nítida.
De la
inclinación del espejo depende pues que veamos, más o menos perfectamente, la
imagen. Esto representa la difícil acomodación de lo imaginario en el hombre.
Pueden
comprender que la regulación de lo imaginario depende de algo que está situado
de modo trascendente siendo lo trascendente en esta ocasión ni más ni menos que
el vínculo simbólico entre los seres humanos.
¿Qué es
el vínculo simbólico? Socialmente, nos definimos por intermedio de la ley.
Situamos a través del intercambio de símbolos, nuestros diferentes yos los unos
respecto a los otros.
La relación simbólica define la posición del sujeto como vidente. La palabra, la función simbólica, define el mayor o menor grado de perfección, de completitud, de aproximación de lo imaginario. La distinción se efectúa en esta representación entre el Ideal-Ich y el Ich-Ideal, entre el yo ideal y el ideal del yo. El ideal del yo dirige el juego de relaciones de las que depende toda relación con el otro. Y de esta relación con el otro depende el carácter más o menos satisfactorio de la estructuración imaginaria.
Semejante
esquema ilustra que lo imaginario y lo real actúan al mismo nivel. Se trata de
una coincidencia entre ciertas imágenes y lo real. Los objetos reales, uqe
pasan por intermedio del espejo y a través de él, están en el mismo lugar que
el objeto imaginario. Lo propio de la imagen es la carga pro la libido. Se
llama carga libidinal a aquello por lo cual un objeto deviene deseable, es
decir, aquello por lo cual se confunde con esa imagen que llevamos ne nosotros,
de diversos modos, y en forma más o menos estructurada.
En el
hombre, no puede establecerse ninguna regulación imaginaria, verdaderamente
eficaz y completa, si no es mediante la intervención de otra dimensión. Esto es
lo que busca al menos míticamente, el análisis.
¿Cuál es mi deseo? ¿Cuál es mi posición en la estructuración imaginaria? Esta posición sólo puede concebirse en la medida en que haya una guía que esté más allá de lo imaginario, a nivel del plano simbólico, del intercambio legal, que sólo puede encarnarse a través del intercambio verbal entre los seres humanos. Ese guía que dirige al sujeto es el ideal del yo.
El amores
un fenómeno que ocurre a nivel del o imaginario, y que provoca una verdadera
subducción de lo simbólica, sublimada, que en nuestro manejo dinámico es a la
vez semejante y diferente a la libido imaginaria. El intercambio simbólico es
lo que vincula entre sí a los seres humanos, o sea la palabra, y en tanto tal
permite identificar al sujeto.
El
Ich-Ideal, en tanto hablante, puede llegar a situarse en el mundo de los
objetos a nivel del Ideal-Ich, o sea en el nivel donde puede producirse esa
captación narcisística con que Freud nos machaca los oídos a lo largo de ese
texto. Cuando se está enamorado, se está loco. En el amor se ama al propio yo,
al propio yo realizado a nivel imaginario.
Fuente: Resumen UNR
Fuente: Resumen UNR
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