15 de Abril de 1964
Para evitar que
siempre tenga que buscar una caja de cerillas, me han dado una, de este tamaño
que pueden ver, en la cual está escrita esta fórmula -el arte de escuchar casi
equivale al de buen decir- Esto reparte nuestras tareas. Esperemos estar poco
más o menos a su altura.
Hoy trataré de la
transferencia, es decir, abordaré la cuestión, esperando llegar a darles una
idea de su concepto, según el proyecto que anuncié en nuestra segunda
conversación.
La transferencia,
en opinión común, es representada como un afecto. Se la califica, vagamente, de
positiva, o de negativa. Generalmente se admite, no sin algún fundamento, que
la transferencia positiva es el amor -sin embargo, hay que decir que este
término, en el empleo que se hace de él,
tiene un uso totalmente aproximativo.
Freud planteó, muy
pronto, la cuestión de la autenticidad del amor tal como se produce en la
transferencia .Por decirlo todo, la tendencia general sostiene que se trata
de una especie de falso amor, de sombra
de amor. Freud, por el contrario, está lejos de haber hecho inclinar la balanza
en ese sentido .No es uno de los menores intereses de la experiencia de la
transferencia el plantear para nosotros, más adelante, quizás el que nunca se
ha podido fijar la cuestión de lo que se
llama el amor auténtico, eine echte liebe.
En la transferencia
negativa se es más prudente, más moderado, en la manera cómo se la evoca, y
nunca se la identifica con el odio Se emplea más bien el término ambivalencia,
término que, todavía más que el primero, enmascara muchas cosas, cosas confusas cuyo manejo no siempre es
adecuado.
Diremos con más
exactitud que la transferencia positiva se da cuando aquel del que se trata, el
analista en este caso, ¡pues bien! cae simpático -Y negativa, cuando no se le
quitan los ojos de encima.
Hay otro empleo del
término transferencia que merece ser distinguido, cuando se dice que estructura
todas las relaciones particulares con ese otro que es el analista y el valor de
todos los pensamientos que gravitan alrededor de esa relación ha de ser
connotado con un signo de reserva particular .De ahí la expresión -siempre
colocada en nota como una especie de paréntesis, de suspensión, incluso de
sospecha, cuando es introducida a propósito de la conducta de un sujeto está en
plena transferencia. Lo cual supone que todo su modo de percepción está
reestructurado sobre el centro prevalente de la transferencia.
No prosigo más allá
porque esta doble referencia semántica me parece por el momento suficiente. Por
supuesto, no podremos contentamos con ello de ningún modo, puesto que nuestro
objetivo radica en aproximamos al concepto de la transferencia.
Este concepto está
determinado por la función que tiene en una praxis .Este concepto dirige la manera
de tratar a los pacientes. Y a la inversa, la manera de tratarlos gobierna al
concepto.
Puede parecer que
eso es, desde un principio, zanjar la cuestión de saber si la transferencia
está o no, ligada a la práctica analítica, si es su producto, incluso su
artefacto, alguno, Ida Macalpine, entre los numerosos autores que se han visto
llevados a opinar sobre la transferencia en ese sentido.
Cualquiera que sea
su mérito -se trata de una persona muy testaruda- digamos a continuación que
nosotros no podemos en modo alguno,
acoger esta posición extrema.
De todos modos, no
es zanjar la cuestión el abordarla así. Incluso si hemos de considerar la
transferencia como un producto de la situación analítica, podemos decir que esa
situación no podría crear en su totalidad el fenómeno y, para producirlo, es
preciso que haya, fuera de ella, posibilidades ya presentes a las que
proporcionará su composición, quizás única.Ello no excluye en modo alguno, allá
donde no hay analista en el horizonte, que pueda haber ahí, propiamente,
efectos de transferencia exactamente estructurables como el juego de la
transferencia en el análisis. Simplemente, el análisis, al descubrirlos,
permitirá darles un modelo experimental, que no será forzosamente del todo
diferente del modelo que llamaremos natural. De modo que hacer emerger la
transferencia en el análisis, en el cual encuentra sus fundamentos
estructurales, puede ser muy bien la única manera de introducir la
universalidad de la aplicación de este concepto. Bastará entonces con cortar el
cordón de su estiba en la esfera del
análisis, y mucho más afín, de la
doxa que es colindante.
Todo eso, después
de todo, no es más que truísmos. Al
menos valía la pena, de entrada, plantear su límite.
Esta introducción
tiene como objetivo recordarles lo siguiente: abordar los fundamentos del
psicoanálisis supone que aportamos a ello, entre los conceptos mayores que los
fundamentan, una cierta coherencia. Ello ya aparece en la manera cómo he
abordado el concepto del inconsciente
-que pueden recordar que no he podido separarlo de la presencia del analista.
Presencia del
analista es un término muy hermoso, que iríamos muy descaminados si lo
redujésemos a esa especie de sermoneo lacrimoso, a esa ampulosidad serosa, a
esa caricia algo pegajosa, encarnada en un libro aparecido con este título.
La misma presencia
del analista es una manifestación del inconsciente, de manera que cuando en la
actualidad se manifiesta en ciertos encuentros como rechazo del inconsciente
-se trata de una tendencia, y confesada, en el concepto del inconsciente.
Tienen ahí un
acceso rápido a la formulación que he colocado en primer plano, de un
movimiento del sujeto que no se abre más que para cerrarse de nuevo, en una
cierta pulsación temporal -pulsación que señalo como más radical que la
inserción en el significante que sin duda la motiva, pero que no es primaria al
nivel de la esencia, ya que se me ha provocado a hablar de esencia.
He indicado, de un
modo mayéutico, erístico: que en el inconsciente había que ver los efectos de
la palabra en el sujeto -por cuanto estos efectos son tan radicalmente
primarios que propiamente son lo que determina el estatuto del sujeto como
sujeto. Esta es una proposición destinada a restituir en su lugar al
inconsciente freudiano. De seguro, el inconsciente estaba presente desde
siempre, existía, actuaba, antes de Freud, pero importaba señalar que todas las
acepciones que se han dado, antes de Freud, de esta función del inconsciente,
no tiene absolutamente nada que ver con el inconsciente de Freud.
El inconsciente
primordial, el inconsciente función arcaica, el inconsciente presencia velada
de un pensamiento que hay que colocar al nivel del ser antes de que se revele,
el inconsciente metafísico de Eduardo Von Hartmann cualquiera que sea la referencia
que haga de él Freud en un argumento ad hominem-, el inconsciente sobre todo
como instinto -todo eso no tiene nada que ver con el inconsciente de Freud,
nada que ver, cualquiera que sea el vocabulario analítico, sus inflexiones, sus
desviaciones-, nada que ver con nuestra experiencia. Interpelaré aquí a los
analistas: ¿han tenido nunca, aunque sólo sea por un momento, la sensación de
tocar la pasta del instinto ?
En mi informe de
Roma procedí a una nueva alianza con el sentido del descubrimiento freudiano.
El inconsciente es la suma de los efectos de la palabra en un sujeto, a ese
nivel en que el sujeto se constituye con los efectos del significante. Esto
señala que con el término sujeto —por ello lo he recordado en un principio- no
designamos el substrato viviente que es preciso al fenómeno subjetivo, ni
ninguna clase de substancia, ni ningún ser del conocimiento en su pathía,
secundaria o primitiva, ni siquiera el logos que se encarnaría en algún lugar,
sino el sujeto cartesiano, que aparece en el momento que la duda se reconoce
como certeza, excepto que, por nuestro abordaje, los cimientos de ese sujeto se
revelan mucho más amplios, pero a la vez mucho mis serviles, en cuanto a la
certeza que pierde, ahí se da lo que es el inconsciente.
Existe un lazo
entre ese campo y el momento, momento de Freud, en que se revela .Lo que
expreso es ese lazo, al compararlo al quehacer de un Newton, un Einstein, un
Planck, quehacer a-cosmológico, en el sentido que todos esos campos se
carácterizan por trazar en lo real un surco
nuevo con respecto al conocimiento que desde la eternidad podríamos
atribuir a Dios.
Paradójicamente, la
diferencia que asegura la más segura subsistencia del campo de Freud es que el
campo freudiano es un campo que, por su naturaleza, se pierde .Aquí es donde la
presencia del psicoanalista es irreductible, como testigo, de esa pérdida.
A este nivel, no
tenemos nada más que extraer de ello, pues se trata de una pérdida completa,
que no se salda con ninguna ganancia a no ser por su reanudación en la función
de la pulsación. La pérdida se produce necesariamente en una zona de sombra que
designa el trazo oblicuo con que divido las formulas que se despliegan,
lineales, frente a cada uno de estos términos: inconsciente, repetición,
transferencia.
Esta zona de la
pérdida incluso implica, en cuanto a esos hechos de práctica analítica, un
cierto reforzamiento del oscurantismo, muy carácterístico de la condición del
hombre en nuestro tiempo de pretendida información -oscurantismo que, sin saber
demasiado por qué, confío que en el futuro parecerá inaudito. La función que ha
tornado el psicoanálisis en la propagación de ese estilo que se denomina
American way of life es propiamente lo que designo con el término de
oscurantismo, en tanto que viene marcado por la revalorización de nociones
desde hace tiempo refutadas en el campo del psicoanálisis, como el predominio
de las funciones del yo.
Por esa razón,
pues, la presencia del psicoanalista, por la vertiente misma por donde aparece
la vanidad de su discurso, ha de ser incluida en el concepto del inconsciente.
Los psicoanalistas de hoy hemos de tener en cuenta esta escoria en nuestras
operaciones, como el caput mortuum del descubrimiento del inconsciente. Ella
justifica el mantenimiento, en el interior del análisis, de una posición
conflictiva, necesaria para la propia existencia del análisis.
Si es cierto que el
psicoanálisis repose en un conflicto fundamental, en un drama inicial y radical
en cuanto a lo que se puede colocar bajo la rúbrica de lo psíquico, la novación
a la que he aludido, y que se llama recuerdo del campo y de la función de la
palabra y del lenguaje en la experiencia psicoanalítica, no pretende ser una
posición exhaustiva con respecto al inconsciente, puesto que es a su vez
intervención en el conflicto. Este recuerdo tiene su alcance inmediato en
cuanto que tiene una incidencia transferencial, además, esto ha sido reconocido
por el hecho de que, precisamente, se ha podido reprochar a mi seminario el
desempeñar, con respecto a mi audiencia, una función considerada por la
ortodoxia de la asociación psicoanalítica como peligrosa, el intervenir en la
transferencia .Ahora bien, en vez de recusarla, esta incidencia me parece, en
efecto, radical, por ser constitutiva de esa renovación de la alianza con el
descubrimiento de Freud. Esto indica que la causa del inconsciente -y pueden
ver claramente que aquí la palabra causa hay que tomarla en su ambigüedad,
causa por sostener, pero también función de la causa al nivel del inconsciente-
esta causa ha de ser concebida principalmente como una causa perdida. Y esa es
la única posibilidad que tenemos para ganarla.
Es por ello que he
puesto el relieve en el mal conocido concepto de repetición ese resorte que es
el del encuentro siempre evitado de la posibilidad falida,. La función del
fracaso esta en el centro de la repetición analítica. La cita siempre es
falida, lo cual produce con respecto a la tyche, la vanidad de la repetición,
su ocultación constitutiva.
El concepto de la
repetición nos obliga a tropezar con el dilema, o a asumir pura y simplemente
nuestra implicación como analistas en el carácter erístico de la concordancia
de toda exposición de nuestra experiencia, o pulir el concepto al nivel de algo
que seria imposible objetivizar, a no ser un análisis trascendental de la causa.
Esto se formularía
a partir de la formulación clásica de la ablata causa tollitur effectus -sólo
tendríamos que subrayar el singular de la prótasis, ablata causa poniendo en
plural los términos de la apódosis tolluntur effectus- lo cual querrá decir que
los efectos sólo se encuentran bien en ausencia de la causa. Todos los efectos
están sometidos a la presión de un orden transfactual, causal, que de entrar en
su danza, pero si se agarran bien de la mano, como en la canción,
obstaculizaran a la causa para que se inmiscuya en su corro.
En este lugar, hay
que definirla causa inconsciente, no como un ente, ni como un (escritura en
griego), un no-ente -como lo hace creo Henri Ey, un no-ente de la posibilidad.
Es un (escritura en griego) de la interdicción, que dirige al ser un ente a
pesar de su no-advenimiento, es una función de lo imposible sobre el que se
funda una certeza.
Eso es lo que no
conduce a la función de la transferencia. Pues este indeterminado del puro ser
que no tiende en modo alguno a la determinación, esta posición primaria del
inconsciente, que se articula como constituido por la función primaria del
sujeto -es a eso a lo que nos da acceso la transferencia, de una manera
enigmática. Un nudo gordiano nos ha conducido a eso -el sujeto busca obtener su
certeza. Y la certeza del propio analista en lo concerniente al inconsciente no
puede ser extraída del concepto de la transferencia
Resulta, entonces,
sorprendente notar la multiplicidad, la pluralidad, hasta la plurivalencia, de
concepciones que en el análisis se han formulado sobre la transferencia. No
pretenderé que hagan una revisión exhaustiva. Intentaré guiarles por los
caminos de una exploración escogida.
En su emergencia en
los textos y las enseñanzas de Freud, nos acecha un deslizamiento, que no
podríamos imputarle consiste en no ver en el concepto de la transferencia más
que el concepto mismo de la repetición. No olvidemos que, cuando Freud nos lo
presenta, nos dice: Lo que no puede ser rememorado se repite en la conducta.
Esta conducta, para revelar lo que repite, es entregada a la reconstrucción del analista.
Podemos llegar a
creer que la opacidad del traumatismo -tal como es mantenida en su función
inaugural por el pensamiento de Freud, es decir, para nosotros, la resistencia de la significación- es entonces
tenida principalmente por responsable del limite de la rememoración .Y después,
de todo, podríamos encontramos cómodamente ahí, en nuestra propia teorización,
reconociendo que se da ahí un momento muy significativo de la transmisión de
poderes del sujeto al Otro, el que llamamos el gran Otro, el lugar de la
palabra, y virtualmente el lugar de la verdad.
¿Es ése el punto de
aparición del concepto de transferencia? Eso es lo que ocurre en apariencia, y
a menudo no se va más allá. Pero miremos de más cerca. Ese momento, en Freud,
no es simplemente el momento-limite que correspondería a lo que he designado
como el momento del cierre del inconsciente, pulsación temporal que lo hace
desaparecer en un cierto punto de su enunciado. Freud, cuando introduce la
función de la transferencia, tiene cuidado en señalar ese momento como la causa
de lo que llamamos transferencia. El Otro, latente o no, está presente, desde
antes, en la revelación subjetiva .Ya está allá cuando algo ha empezado a
entregarse del inconsciente.
La interpretación
del analista no hace más que encubrir el hecho de que el inconsciente -si es lo
que yo digo, a saber, juego del significante- ya ha procedido en sus
formaciones -sueño, lapsus, chiste o síntoma- por interpretación. El Otro, el
gran Otro ya está allí, en cualquier abertura, por fugitiva que sea, del
inconsciente.
Lo que Freud nos
indica, desde un principio, es que la transferencia es esencialmente
resistente, Übertragungs widerstand. La transferencia es el medio por el que se
interrumpe la comunicación del inconsciente, por el que el inconsciente se
cierra de nuevo. En vez de ser la transmisión de los poderes, al inconsciente,
la transferencia es por el contrario su cierre.
Lo cual es esencial
para señalar la paradoja que, se expresa bastante comúnmente -y puede
encontrarse incluso en el texto de Freud- en lo siguiente: que el analista ha
de esperar la transferencia para empezar a dar la interpretación.
Quiero acentuar
esta cuestión porque es la línea divisoria entre la buena y la mala manera de
concebir la transferencia.
En la práctica
analítica existen múltiples maneras de hacerlo. No se excluyen forzosamente.
Pueden ser definidas a diferentes niveles- Por ejemplo, si las concepciones de
la relación del sujeto con tal o cual de esas instancias, que en el segundo
tiempo de su tópica Freud pudo definir cómo el ideal del yo o el superyó, son
parciales, eso a menudo no es más que dar tan sólo un punto de vista
lateralizado de lo que es esencialmente la relación con el gran Otro.
Pero hay otras
divergencias que son irreductibles. Es una concepción que, allá donde se
formule, tan sólo puede contaminar la práctica -la que quiere que el análisis
de la transferencia procede sobre el fundamento de una alianza con la parte
sana del yo del sujeto, y consiste en apelar a su sensatez, para hacerle
observar el carácter ilusorio de tales o cuales de sus conductas en el interior
de la relación con el analista. Eso es una tesis que subvierte lo que está en
cuestión, a saber, la presentificación de esta esquizia del sujeto, realizada
aquí, efectivamente, en la presencia, apelar a una parte sana del sujeto, que
estaría en lo real apto, para juzgar con
el analista lo que ocurre en la transferencia, significa ignorar que es
precisamente esa parte la interesada en la transferencia, que es ella la que
cierra la puerta, o la ventana, o los
postigos, como les parezca mejor -y que la bella con la que se quiere hablar
está allá detrás, y que no exige más que volver a abrir los postigos. Es por
eso que en ese momento la interpretación se vuelve decisiva, pues es a la bella
a quien hay que dirigirse.
Tan sólo indicaré
aquí la reversión que implica este esquema con respecto al modelo que se tiene
en la cabeza. En algún lugar digo que el inconsciente es el discurso del Otro
.Ahora bien, el discurso del Otro que se trata de realizar, el del
inconsciente, no esta más allá del cierre, está fuera. El es el que, por la
boca del analista, llama para la reabertura del postigo.
Lo cual no quiere
decir que no haya una paradoja al designar en ese movimiento de cierre, el
momento inicial en que la interpretación puede lograr su alcance. Y aquí se
revela la crisis conceptual permanente que existe en el análisis, en lo que se
refiere a la manera cómo conviene concebir la función de la transferencia.
La contradicción de
su función, que la hace captar como el punto de impacto del alcance
interpretativo en eso mismo que con respecto al inconsciente, es momento de
cierre- eso es lo que necesita que lo tratemos como es, a saber, un nudo. Que
lo tratemos o no como un nudo gordiano es algo que está por verse. Es un nudo y
nos incita a dar cuenta de él- lo cual lo he dicho durante varios años,
mediante consideraciones de topología que, espero, no parecerán superfluas al
recortarlas.
Hay una crisis en
el análisis, y me fundamento en que no se da ahí nada de parcial; escojamos
sino el último texto, que puede manipularla de la forma más brillante, ya que
no pertenece a un espíritu mediocre, Se trata de un artículo conciso, muy
sobrecogedor, de Thomas S. Szasz -que nos habla de Siracusa, lo cual no lo
emparenta ¡ay!, con Arquímedes, pues esta Siracusa está en el estado de Nueva
York- parecido en el último numero del International Journal of Psychoanalysis.
Para este artículo
su autor se ha inspirado en un idea coherente con la investigación que aspira a
sus artículos precedentes, una investigación verdaderamente emocionante de la
autenticidad del camino analítico.
Resulta por
completo sorprendente, que un autor, por otra parte de los más estimados en su
circulo, que es el del psicoanálisis, exactamente americano, considere a la
transferencia como no otra cosa que una defensa del psicoanalista y desemboque
en una conclusión como ésta: La transferencia es el pivote sobre el que
descansa toda la estructura del tratamiento psicoanalítico.
Se trata de un
concepto que se llama inspired -siempre desconfío de los falsos amigos en el
vocabulario inglés.[y busqué sopesar su traducción] Este inspired no creo que
quiera decir inspirado, sino algo así como oficioso -se trata de un concepto
tan oficioso como indispensable -cito- que da asilo- harbour- a los gérmenes,
no sólo de su propia destrucción, sino de la destrucción del propio
psicoanálisis. ¿Por qué?. Porque tiende a colocar a la persona del analista más
allá de la prueba de realidad, tal como pueda tenerla de sus pacientes, de sus
colegas y de él mismo. Este riesgo -this hazard -ha de ser francamente
-frankly- reconocido. Ni la profesionalización, ni la elevación de los
standard, ni los análisis didácticos llevados hasta la coerción -coerced
training analysis- pueden protegernos contra ese peligro. Y aquí se da la
confusión, sólo la integridad del analista y de la situación analítica puede
salvarnos de la extinción de -the unique dialogue- del diálogo único entre el analista y el analizado.
Este atolladero
totalmente fecundo es necesario, para el autor, por el hecho de que lo puede
concebir el análisis de la transferencia más que bajo los términos de un
asentimiento obtenido de la parte sana del yo, la que es apta para juzgar la
realidad y zanjar la ilusión.
Su artículo,
lógicamente, empieza así: la transferencia es parecida a conceptos como los del
error, la ilusión o el de fantasía. Una vez obtenida la presencia de la
transferencia, se trata de una cuestión de acuerdo entre el analizado y el
analista, salvo que, al ser el analista aquí juez sin apelación y sin recurso,
nos vemos conducidos a denominar todo análisis de la transferencia como campo
de puro riesgo, sin control.
He tomado este
artículo sólo como un caso límite, pero demostrativo, para incitarnos a
restituir aquí una determinación que haga entrar en juego otro orden. Este
orden es el de la verdad. La verdad sólo se fundamenta en lo que la palabra,
incluso mentirosa, allí apela y allí suscita. Esta dimensión siempre está
ausente del lógico-positivismo que se encuentra dominando el análisis del
concepto de la transferencia realizado por Szasz.
A propósito de mi
concepción de la dinámica inconsciente, se ha podido hablar de
intelectualización -bajo el pretexto de que en él colocaba en primera fila la
función del significante. ¿No vemos claro que es en ese modo de operaren el que
se ventila la confrontación de una realidad y de una connotación de ilusión
referida al fenómeno de la transferencia- donde reside aunque no lo parezca la
pretendida intelectualización?
En vez de tener que
considerar dos sujetos, en una posición dual que discutir una objetividad que
estaría ahí, registrada como el efecto de caída de una comprensión en el
comportamiento, precisamos hace surgir el dominio del engaño posible. Cuando
les he introducido el sujeto de la certeza cartesiana como el punto de partida
necesario de todas nuestras especulaciones sobre lo que revela el inconsciente,
he señalado contrariamente en Descartes el papel de balancín esencial que es
Otro que, se dice, en ningún caso ha de ser engañoso. Ese Otro en el análisis,
el peligro radica en que sea engañado. Esta no es la única dimensión que hay
que aprender en la transferencia. Sin embargo, reconozcan que existe un dominio
donde en el discurso el engaño tiene en alguna parte posibilidades de triunfar,
es con seguridad el amor que proporciona el modelo. ¡Qué mejor manera de
asegurarse, en el punto en que uno se engaña, que persuadir al otro de la
verdad de lo que se emite! ¿No se da ahí una estructura fundamental de la
dimensión del amor que la transferencia nos da ocasión para poner en imagenes?
Al persuadir al otro que tiene lo que puede completarnos, nos aseguramos el
poder continuar desconociendo precisamente lo que nos falta. El círculo del
engaño, en tanto que en el momento preciso hace surgir la dimensión del amor
eso es lo que nos servirá de puerta ejemplar, para el próximo día demostrar su
rodeo.
Pero eso no es todo
lo que tengo que mostrarles, pues eso no es lo que causa radicalmente el cierre
que implica la transferencia. Lo que lo causa, que será la otra cara de nuestro
examen de los conceptos de la transferencia, es -remitiendo al punto de
interrogación inscrito en la parte izquierda, parte de sombra, reservada- lo
que he designado mediante objeto a.
F. Wahl: -¿Con qué
teoría del conocimiento, en el sistema de las teorías existentes, podría
relaciónarse lo que usted ha dicho en la primera mitad de la conferencia?
J. LACAN:- Como
estoy diciendo que la novedad del campo freudiano es darnos en la experiencia
algo fundamentalmente captado de esa manera, no resulta tan sorprendente que
encuentren su modelo en Plotino.
Dicho esto, sé que,
a pesar de mi negativa a seguir la primera pregunta de Miller sobre el sujeto
de una ontología del inconsciente, he soltado, sin embargo, un pequeño cabo de la cuerda por referencias muy
precisas. He hablado del (escritura en griego) aludía de un modo muy preciso a
la formulación que da de ello Henri Ey, de la que no podemos decir que sea de
la mayor competencia en lo que se refiere a lo que hay del inconsciente -llega
a situar en algún lugar al inconsciente en su teoría de la conciencia. He
hablado del (escritura en griego) lo prohibido, de lo dicho-que-no. Esto no
llega muy lejos como indicación propiamente metafísica, y no pienso transgredir
los límites que me he fijado a mí mismo. Pero a pesar de todo, eso estructura
de un modo perfectamente transmisible los puntos hacia los que ha dirigido su
pregunta. En el inconsciente hay un saber, que no hay que concebir en absoluto
como saber por acabarse, por clausurarse.
(escritura en
griego) todavía se sustantiva demasiado el inconsciente al dar semejantes formulas.
Es por eso que las evito muy cuidadosamente. Lo que hay mis allá, lo que hace
un momento he llamado la bella detrás de los postigos, es eso de lo que se
trata y que hoy no he abordado en modo alguno. Se trata de señalar cómo algo
del sujeto está, por detrás, imantado, imantado a un grado profundo de
disociación, de esquizia. Ese es el punto clave donde hemos de ver el nudo
gordiano.
P. Kaufmann: -¿Qué
relación hay entre lo que usted ha designado como escoria y eso de lo que usted
ha hablado anteriormente como resto?
J. LACAN: -El resto
siempre es en el destino humano, fecundo. La escoria es el resto extinguido,
aquí, el término escoria se emplea de un modo completamente negativo, apunta a
esa verdadera regresión que puede producirse en el plano de la teoría del conocimiento psicológico, en la
medida que el analista se encuentra
colocado en un campo del que sólo puede huir. Entonces busca seguridad en
teorías que se ejercen en el sentido de
una terapéutica ortopédica, conformizante, procurando al sujeto el acceso a las
concepciones más míticas de la happiness. Eso, con el manejo sin critica del
evolucionismo, ha creado el ambiente de nuestra época. La escoria, aquí, son
los propios analistas, no otra cosa -mientras que el descubrimiento del inconsciente
todavía es joven, y se trata de una oportunidad sin precedentes de subversión.
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